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La derecha tiene un problema, y se llama nacionalismo
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Carlos Sánchez

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La derecha tiene un problema, y se llama nacionalismo

El nacionalismo en su diferentes versiones —suave o duro— ha metido en problemas a la derecha. PP, Ciudadanos y Vox han sucumbido ante el avance de los territorios

Foto: El líder del PP, Pablo Casado. (Reuters)
El líder del PP, Pablo Casado. (Reuters)

Cuesta creerlo, pero hubo un tiempo en el que ser de derechas era lo mismo que abrazar el regionalismo. La CEDA, sin ir más lejos, el viejo partido de Gil-Robles, no era más que la suma de decenas de pequeños partidos regionalistas que defendían sus intereses, normalmente vinculados a la tierra y la propiedad.

Y hasta UCD, creada a la carrera para ganar las primeras elecciones democráticas tras la muerte del dictador, no fue más que la suma de partidos recién nacidos, muchos de los cuales tenían un fuerte componente territorial.

La irrupción de Vox, insuficiente para ser influyente y sumar en un Gobierno de las derechas

La Acción Regional Extremeña (Sánchez de León), el Partido Social Liberal Andaluz (Clavero Arévalo) o el partido gallego Independiente (Meilán Gil) son algunos ejemplos, pero también, años después, la Unión Valenciana de González Lizondo (célebre por las naranjas que llevaba a la tribuna de oradores), que sacó algunos diputados y senadores en los años ochenta, y que fue engullida por el emergente Partido Popular de José María Aznar, que ganó la presidencia de Castilla y León, precisamente, gracias a apoyos locales, mientras que en Aragón el PP de Fraga daba el triunfo al regionalista del PAR Hipólito Gómez de las Roces.

La refundación del PP en 1990 —el famoso giro al centro— significó la hegemonía del centro derecha en torno a unas siglas, pero no acabó con la tensión territorial. De hecho, la segunda legislatura de Aznar (tras pactar con el PNV y CiU en la primera) supuso el comienzo de los enfrentamientos con los nacionalistas catalanes.

Foto: Santiago Abascal, en la sede de su partido, valora los resultados. (Reuters)

O lo que es lo mismo, el fin de una visión de la España plural que siempre ha sido santo y seña de los partidos conservadores. Sin duda, porque desde que Javier de Burgos diseñara hace casi dos siglos el mapa provincial, todas la elecciones han tenido un fuerte componente localista. Hasta el punto de que no se entiende ningún resultado electoral (salvo que se obtenga mayoría absoluta) sin el factor territorio, como bien sabía el conde de Romanones, 35 años diputado por Guadalajara. La España de los caciques que deploraba Joaquín Costa ha bebido mucho de esta fragmentación territorial.

¿Qué ha pasado este domingo? Pues ni más ni menos que la consolidación del poder local en sus diferentes versiones: regionalismo, nacionalismo o independentismo puro y duro. Los casos son numerosos y ponen de relieve que, en realidad, ante un Senado que no funciona como cámara territorial, el Congreso cumple esa función. Y en todos los casos, el centro derecha estatal sale trasquilado.

Auge del nacionalismo

En Canarias, por ejemplo, la coalición que encabeza Ana Oramas ha pasado de uno a dos diputados, mientras que el PP ha perdido 168.973 votos, muy por encima de los 106.913 que han añadido Ciudadanos y Vox, pese a que la participación se ha incrementado en nueve puntos porcentuales. Algo parecido ha sucedido en Cantabria, donde el Partido Regionalista de Miguel Ángel Revilla ha obtenido un escaño a costa, principalmente, del PP, que se ha dejado la mitad de los votos (62.584 papeletas), que tampoco han recuperado las formaciones de Rivera y Abascal. También con un crecimiento espectacular de la participación: 10 puntos.

En Cataluña, epicentro del seísmo para el PP, ha ocurrido más de lo mismo. La suma de Ciudadanos (primer partido en las autonómicas), Vox y Partido Popular da 825.786 votos, es decir, 19.447 menos que hace tres años, pese a que la participación se ha disparado nada menos que en 14,1 puntos porcentuales. O lo que es lo mismo, menos votos con más votantes. Álvarez de Toledo es la última de Filipinas del PP en Cataluña a nivel nacional.

Incluso en Melilla, un territorio especialmente sensible, un partido nacionalista promusulmán ha estado a punto de obtener un escaño. Coalición por Melilla, una escisión del PSOE, ha logrado 6.890 votos, lo que significa que le han faltado 1.192 votos para entrar en la carrera de San Jerónimo. Tampoco en Navarra la suma de las tres derechas ha dado buenos resultados.

Foto: El secretario general del PP, Teodoro García Egea. (EFE)

La coalición Navarra+ (PP, UPN y Cs) ha logrado 107.124 diputados, lo que supone 20.357 menos que hace tres años sumando las tres fuerzas. Teniendo en cuenta que Vox ha logrado 17.760 papeletas, eso significa que no ha habido ganancia de votos pese a que la participación ha crecido en casi nueve puntos. Como en otras comunidades autónomas, menos votos para los partidos más centralistas en un contexto de aumento de la participación.

Pancatalanismo

El caso de Baleares es todavía más llamativo. Las islas viven desde hace tiempo una fiebre nacionalista que para muchos tiene que ver con el pancatalanismo. Lo que ha ocurrido allí es que el PP —con un discurso muy centralista— se ha desplomado. Ha pasado de ser la primera fuerza a la cuarta, lo que supone la pérdida de uno de cada dos votos que obtuvo en 2016. En concreto, 75.902 votos que en su mayoría han ido a parar a Vox, que ha obtenido un diputado, y a Ciudadanos. Pero a destacar el hecho de que formaciones nacionalistas o regionalistas, como Ara-Mes-Esquerra o El PI Proposta per les Illes aunque no han obtenido diputados, suman casi 37.000 votos, unos 20.000 menos que Vox, que sí ha logrado escaño.

Foto: Javier Maroto, durante un acto esta pasada campaña electoral. (EFE)

En el País Vasco, el drama para los partidos más centralistas es mayor. Ni el Partido Popular, ni Ciudadanos ni Vox han obtenido representación en Madrid, lo que es más significativo, con una clara tendencia a la baja. La pérdida conjunta en estas elecciones ha sido de 27.697 votos, pese a que la participación ha crecido en casi 10 puntos porcentuales, lo que ha alimentado a fuerzas como el PNV (107.613 votos más) y EH Bildu (58.861 papeletas más). Nunca antes el PP se había quedado sin representación en el País Vasco. De hecho, sólo ha salvado los muebles en Galicia, (tres diputados menos, pero diez puntos más que su partido a nivel nacional), donde Núñez Feijóo ha defendido el autogobierno y ha huído de discursos neocentralistas.

No es casualidad que los peores resultados de Vox (por debajo del 5%) los haya obtenido en el País Vasco, Cataluña y Galicia, precisamente, las tres comunidades autónomas 'históricas' por haber tenido Estatuto de autogobierno durante la II República. Algo que sugiere que el sistema autonómico está bien anclado en esas regiones.

En total, y aquí está la realidad de la España autonómica, el nuevo Congreso tendrá 43 diputados (el 12%) que representarán a partidos regionalistas, nacionalistas puros e independentistas irredentos. Esa es la realidad. Guste o no guste. Y el PP se ha quedado sin aliados más allá de las dos derechas rampantes.

Cuesta creerlo, pero hubo un tiempo en el que ser de derechas era lo mismo que abrazar el regionalismo. La CEDA, sin ir más lejos, el viejo partido de Gil-Robles, no era más que la suma de decenas de pequeños partidos regionalistas que defendían sus intereses, normalmente vinculados a la tierra y la propiedad.

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