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Los tres errores de Rivera que conducen a la descapitalización de Cs
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Los tres errores de Rivera que conducen a la descapitalización de Cs

La estrategia de Rivera, superar al PP, pudo ser la ganadora, pero no lo fue. Las consecuencias las está pagando ahora Ciudadanos, que aparece como un partido sin rumbo

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

El símil más fácil sobre el futuro de Ciudadanos —un final tan trágico como el de UPYD— es también el más injusto. Y, probablemente, el más equivocado. Mientras que el partido de Rosa Díez cometió un error estratégico e irreversible por no entender que no había sitio para dos partidos de corte muy parecido (más allá de las fobias personales), Ciudadanos todavía está a tiempo de rectificar. Es decir, la consolidación del partido de Rivera es un hecho y nada indica, más allá de la coyuntura electoral, que Ciudadanos haya entrado en bancarrota. Al contrario, tiene una ventaja: su futuro depende de sí mismo y de su capacidad de leer correctamente el tiempo político que le ha tocado vivir.

Ahora bien, eso no significa que lo tenga asegurado si continúa cometiendo errores de bulto que solo pueden perjudicarlo hasta convertirlo en una formación irrelevante, que es lo peor que le puede suceder a un partido político.

Foto: El diputado de Ciudadanos Toni Roldán, en la rueda de prensa. (EFE)

El primer error de bulto fue intentar sacar al Partido Socialista del constitucionalismo levantando un cordón sanitario impropio de un partido que se declara liberal, y que, por definición, debe estar en condiciones de hacer política a derecha e izquierdas sin sectarismos y sin intolerancias que tienen que ver poco con el liberalismo. La estrategia le hubiera ido bien si el PSOE no hubiera ganado las elecciones doblando en escaños prácticamente al PP, pero, como no ocurrió eso, ahora tiene que sufrir las consecuencias. Las sumas de las derechas no dan para gobernar, lo que achica el espacio político de Ciudadanos hasta convertirlo en inútil en términos parlamentarios.

El segundo error de bulto ha sido querer competir con el Partido Popular y, en menor medida, con Vox en cuestiones territoriales, lo que inevitablemente le ha llevado a alejarse de la centralidad, que es el espacio natural en el que se mueve un partido liberal.

La estrategia a punto estuvo de salir bien —se quedó apenas a 219.423 votos del PP y a nueve diputados—, pero en política, como suele ocurrir en una final de la Champions, todo el mundo se acuerda de quién gana, no de quién fue finalista.

Operación sorpaso

Rivera pudo haber cambiado de guion explicando a sus electores que la aritmética política no había quedado como él —legítimamente— había pensado, pero no lo hizo. Y, por eso, ahora sufre todo tipo de presiones para que abandone una posición un tanto cerril. Exactamente la misma que la de Sánchez en tiempos de Rajoy. Entre otras cosas, porque las autonómicas y locales han demostrado que la estructura territorial del PP es mucho más potente que la de Cs y nada indica que Rivera esté hoy en condiciones de ganar unas elecciones a Casado, como bien sabe Podemos con relación al PSOE. Si la operación sorpaso hubiera salido bien, nada que decir, pero como salió mal ahora hay que apechugar con las consecuencias.

El segundo error de bulto ha sido querer competir con el Partido Popular y, en menor medida, con Vox en cuestiones territoriales

El tercer error de bulto tiene que ver, precisamente, con esa estrategia. Es una especie de daño colateral. Como Ciudadanos necesitaba que se le dejara de identificar como un partido catalán, lo que ha hecho es exportar sus líderes a Madrid, en particular Inés Arrimadas, lo que ha tenido efectos devastadores para Ciudadanos en Cataluña sin que haya sido compensado en Madrid. El primer partido en las últimas autonómicas no ha logrado un solo alcalde, lo que es digno de tenerse en cuenta.

Esta descapitalización en Cataluña —hasta convertirse en quinta fuerza política—, lejos de haber sido frenada por Rivera haciéndose fuerte en sus feudos históricos, ha sido alimentada con su estrategia bonapartista que, incluso, pasó por querer imponer a una tránsfuga del PP como candidata en Castilla y León que solo frenó la militancia, pero que supuso el primer choque relevante con Luis Garicano, el responsable económico de Ciudadanos. Aquél enfrentamiento no ha ido a mayores porque el economista se ha marchado a Estrasburgo y allí estará los próximos cinco años, lo que significa que su implicación con el partido tenderá a diluirse.

Bonapartismo

Ese bonapartismo —aquí mando yo— ha sido especialmente relevante en el caso de Manuel Valls, que ha mantenido en Barcelona el código genético de Ciudadanos, y que no es otro, como le ha recordado al propio Rivera el catedrático Francesc de Carreras, que ser (entre otras cosas) un muro de contención frente al nacionalismo, que a punto ha estado de hacerse con la alcaldía de la capital catalana.

Cs necesitaba que se le dejara de identificar como un partido catalán y lo que ha hecho es exportar sus líderes a Madrid con efectos devastadores

El último eslabón ha sido el economista Toni Roldán, muy próximo a Garicano, que ve con impotencia cómo su partido, al tiempo que se aproxima a Vox en aras de lograr cuotas de poder territorial, se convierte en un partido irrelevante en el parlamento por mor de esa estrategia frentista que pasa por abrir un enorme espacio político entre la derecha y la izquierda. Precisamente lo contrario que ha hecho Roldán en la última legislatura, ya que junto al también diputado Francisco de la Torre fue quien llevó las negociaciones con el área económica del PP, en particular con Montoro. O lo que es lo mismo, Roldán sobra en un partido que nació para ser bisagra pactando con unos y con otros, pero del que Rivera intenta alejarse. Roldán hubiera tenido por delante cuatro años de ostracismo.

Como en los 10 negritos de Agatha Christie, como bien sabe Pablo Iglesias en su partido, primero fueron los fundadores de Ciudadanos los que abandonaron a Rivera; después, Manuel Valls o el economista Manuel Conthe, que ha arremetido en muchas ocasiones contra la estrategia de Rivera, y ahora Roldán. Malos tiempos para ser liberal dentro de Ciudadanos.

El símil más fácil sobre el futuro de Ciudadanos —un final tan trágico como el de UPYD— es también el más injusto. Y, probablemente, el más equivocado. Mientras que el partido de Rosa Díez cometió un error estratégico e irreversible por no entender que no había sitio para dos partidos de corte muy parecido (más allá de las fobias personales), Ciudadanos todavía está a tiempo de rectificar. Es decir, la consolidación del partido de Rivera es un hecho y nada indica, más allá de la coyuntura electoral, que Ciudadanos haya entrado en bancarrota. Al contrario, tiene una ventaja: su futuro depende de sí mismo y de su capacidad de leer correctamente el tiempo político que le ha tocado vivir.

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