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Europa entierra sin honores el 'spitzenkandidat'
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Europa entierra sin honores el 'spitzenkandidat'

El sistema por el que los cabezas de lista en las europeas estaban llamados a ocupar los altos cargos ha muerto casi antes de echar a andar. Europa está más dividida que nunca

Foto: Vista general de la primera sesión del recién compuesto Parlamento Europeo. (EFE)
Vista general de la primera sesión del recién compuesto Parlamento Europeo. (EFE)

¿Quién elige al presidente del Parlamento Europeo? ¿Y al resto de cargos de la UE? La respuesta más obvia es que son los 751 eurodiputados (incluidos los británicos) quienes tienen que tomar la última decisión. Y, en teoría, solo en teoría, esto es así.

El Parlamento elige a su presidente, pero en la práctica todo el mundo sabe (y mejor que nadie los propios parlamentarios) que son los jefes de Estado y de Gobierno quienes lo deciden, mientras que los eurodiputados son simples convidados de piedra, como lo demuestra el hecho de que hasta que no ha habido fumata blanca en Bruselas, nada se ha movido en Estrasburgo, más allá de alguna declaración altisonante.

La cuestión puede parecer irrelevante, pero está en el centro del modelo de construcción europea que tanto ha irritado históricamente al Reino Unido, toda vez que el Parlamento ya no es un órgano inane, carente de vida y alma, sino que legisla, lo que significa que debe tener plena autonomía en aras de salvaguardar la separación de poderes.

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Y en coherencia con ello, parece razonable que hayan sido los eurodiputados quienes han reclamado el derecho a elegir a su presidente, sacándolo del paquete que negocian cada cinco años los jefes de Estado y de Gobierno. O, al menos, lograr que su identidad se conociera con anterioridad en función de los resultados electorales. Ni una cosa ni la otra. El ‘spitzenkandidat’, de hecho, ha muerto casi antes de nacer.

Lo dijo ayer con nitidez la eurodiputada alemana Ska Keller. “La elección del presidente depende del Parlamento, y solo el Parlamento debe decidir nuestro presidente por dos años y medio", aseguró Keller, líder de los Verdes alemanes. La realidad, sin embargo, es muy distinta. Lo cierto es que los Orbán, Salvini y compañía han vetado al triunvirato que salió de Osaka. ¿Qué es eso de elegir a los cabeza de lista que se presentaron a las elecciones?

Profundas fisuras

El sistema de pactos por arriba funcionaba hasta ahora, pero han emergido profundas fisuras que imposibilitan que el sistema pueda seguir funcionando. Como dijo ayer Macron, el Partido Popular Europeo (PPE) ya no es un bloque homogéneo, y no solo porque Merkel está de salida y sea una política cada vez más débil, sino porque el Este, a través del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), cuenta ya con voz propia, lo que significa, lisa y llanamente, que el eje Francia-Alemania es hoy una caricatura de lo que fue.

Foto: Sede del Consejo Europeo en el barrio de Bruselas. (Reuters)

Y lo que no es menos significativo: no hay alternativas. O lo que es lo mismo, pese a que Sánchez —a quien le gusta enredar en esta Europa sin cabeza para sacar algún rédito en la política nacional metiendo el dedo en el ojo de Ciudadanos pactando con Macron— ha intentado acercarse al presidente francés para pergeñar una nueva mayoría (a la que ha intentado incorporar a una parte de los Verdes), lo cierto es que la guerra de guerrillas se ha vuelto a imponer.

Este es, en realidad, el cambio trascendental que vive la UE. El sistema de elección de los líderes, aunque haya acuerdo, ha saltado por los aires nada más nacer. Y, por supuesto, el ‘spitzenkandidat’, apoyado fervientemente por el Europarlamento, como recordó ayer su portavoz, Jaume Duch. Y lo que es más relevante, a costa del compromiso electoral que habían adquirido populares y socialdemócratas.

Perfectamente descriptible

Sin duda, porque la debilidad de Merkel es cada vez más evidente, aunque al final haya sacado adelante a su ministra de Defensa dejando tirado a Weber, por el que siente una simpatía perfectamente descriptible. Es impensable suponer que el acuerdo fraguado en Osaka (Japón) no hubiera salido adelante hace muy poco tiempo, cuando la canciller alemana reinaba en Europa.

Foto:  Vista general de una sesión en el Parlamento Europeo. (EFE) Opinión
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La canciller, sin embargo, es hoy un ‘pato cojo’, lo que explica la rebelión de un puñado de dirigentes del Partido Popular Europeo (PPE) contra la elección de Timmermans como presidente de la Comisión Europea, el núcleo de poder más visible en Bruselas.

Hay otra teoría mucho más enrevesada que, como todo lo que ocurre en Bruselas, nunca hay que descartar del todo. Puede haber razones para pensar que todo ha sido una estratagema diseñada por Merkel —que ha colocado a su ojito derecho al frente de la Comisión Europea— para provocar una reacción airada de los populares europeos y así negociar ella desde una posición de fuerza colocando a una alemana al frente del Ejecutivo y, muy probablemente, a Weber como presidente del Parlamento durante medio mandato. Pero esa interpretación es probable que tenga mucho de política ficción.

Lo cierto es que ahora el Este (donde crecen los populares) tiene voz propia, mientras que entre bambalinas son los italianos de Conte y Salvini quienes mueven los hilos, aunque no hayan obtenido ningún cargo para compensar la sobrerrepresentación actual. Aunque el Este y los populismos nacionalistas no tengan hoy fuerza para imponer nada, sí que cuentan ya con una estructura organizativa capaz de frenar a Francia y Alemania. Su poder es el veto.

En clave interna

La debilidad de Merkel se manifiesta aún con más firmeza si se tiene en cuenta que la aceptación del socialdemócrata Timmermans había que verla también en clave interna, toda vez que el SPD cogobierna con la canciller en Berlín, lo que venía a significar un apoyo extra a la gran coalición, muy comprometida por los avances de los Verdes y de la extrema derecha. Muchos militantes del SPD, de hecho, quieren acabar con la sangría que le está suponiendo a la socialdemocracia el gran pacto.

Merkel ni siquiera ha obtenido esa alegría, tampoco la presidencia del BCE, que es lo que más quería la canciller, lo que deja a los socialdemócratas de su país (a punto de sucumbir ante los Verdes) en una situación algo más que difícil. O el SPD reacciona o la socialdemocracia alemana tiene los días contados como partido de masas.

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Merkel, como en el libro de Zweig, está viviendo en propias carnes que el mundo de ayer va dejando de existir. El auge de los nacionalismos y la dispersión del voto en nuevas fuerzas hace que el tradicional eje París-Berlín haya saltado por los aires, máxime cuando Macron no pertenece a ninguna de las familias tradicionales de Europa.

Salvini, Conte y otros muchos líderes han diseñado formaciones que ya nada tienen que ver con la vieja política. Conviene recordar que populares y socialdemócratas perdieron 70 escaños en las últimas elecciones europeas, lo que da idea de las dificultades para tejer una nueva mayoría.

Así las cosas, Europa se enfrenta a una nueva realidad que España empieza a conocer bien. Como han comprobado Weber y Timmermans en sus propias carnes, ganar las elecciones ya no garantiza gobernar, sino que la identidad del cargo depende de quien sea capaz de tejer una minoría de bloqueo, lo cual introduce complejas negociaciones que han llevado a celebrar tres cumbres desde el pasado domingo. O la misma, como se prefiera. Lo que ha cambiado es Europa.

¿Quién elige al presidente del Parlamento Europeo? ¿Y al resto de cargos de la UE? La respuesta más obvia es que son los 751 eurodiputados (incluidos los británicos) quienes tienen que tomar la última decisión. Y, en teoría, solo en teoría, esto es así.

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