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Punto, set y partido para Pablo Iglesias (Sánchez pierde)
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Punto, set y partido para Pablo Iglesias (Sánchez pierde)

Un hipotético Gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos va mucho más allá que una disputa por el poder. Es la superación de una vieja batalla histórica entre dos modelos

Foto: Ilustración: Raúl Arias
Ilustración: Raúl Arias

En su ‘Entrevista con la historia’, el mítico libro de Oriana Fallaci, la periodista italiana le pregunta a Santiago Carrillo (París, octubre de 1975): ‘¿Qué diferencia hay entre ustedes y los socialistas?’ Carrillo, ya de vuelta de casi todo, le responde:

- “Con los verdaderos partidos socialistas no hay, para mí, ninguna diferencia.

La Fallaci -que fue la primera mujer corresponsal de guerra- no queda satisfecha con la respuesta:

-’Así pues, ¿por qué no se unen a ustedes?’.

placeholder Santiago Carrillo. (EFE)
Santiago Carrillo. (EFE)

“Eso es lo que yo espero, lo desearía”, le respondió Carrillo, “más de una vez mi partido ha propuesto lo que nosotros llamamos una nueva formación política, es decir una confederación compuesta por todas las fuerzas socialistas. Un partido que se llamase, por ejemplo, Partido Obrero Revolucionario. Un auténtico partido laborista, en suma. Y fíjese bien, no me refiero a una alianza electoral o a un frente popular, sino propiamente a un partido. Un partido en el que cada cual mantenga sus concepciones filosóficas, pero que todos estén de acuerdo en una transformación socialista del país”.

Carrillo iba de farol. En realidad, lo que pretendía era absorber al minúsculo partido socialista que salió de Suresnes (1974), que, sin embargo, contaba con socios de la talla de Willy Brandt, Soares, Olof Palme o Mitterand, volcados en que tras la muerte de Franco la socialdemocracia encontrara un lugar al sol en España, incluso favoreciendo su financiación a través de diversas fundaciones (normalmente opacas).

Carrillo iba de farol. En realidad, lo que pretendía era absorber al minúsculo partido socialista que salió de Suresnes (1974)

Carrillo - en pleno apogeo del eurocomunismo - conocía de primera mano lo que le había sucedido al viejo partido socialista de Pietro Nenni, que tras la liberación de Italia había colaborado estrechamente con el PCI, lo que acabaría por llevar al PSI a la marginalidad. El partido de Gramsci, Togliatti y Berlinguer, por el contrario, capitalizó aquella alianza estratégica de la izquierda y llegó a convertirse a mediados de los años 70 en el primer partido comunista de occidente con más del 34% de los votos.

El dinosaurio

Sesenta años después, la vieja rivalidad entre socialistas y comunistas lejos de diluirse seguía ahí, como el dinosaurio de Monterroso. O, en palabras de Luis Gómez Llorente, la existencia de dos internacionales (una socialdemócrata, la otra comunista) representaba “dos versiones irreconciliables en el modo de entender la realidad histórica, y, por consecuencia, en el modo de entender el quehacer, de donde se derivaba también una diferencia insalvable en cuanto al modo de organizarse”.

Nada más lejos de la realidad actual, con baile de nombres por medio. El viejo PCE, como se sabe, se reinventó con Izquierda Unida, y en los últimos años ese espacio político a la izquierda del PSOE lo ocupa Unidas Podemos (UP). Pero lo que no ha cambiado es la vieja animadversión - pese a que la retirada de Iglesias allana la investidura - entre dos familias políticas que siempre han mostrado una enorme desconfianza mutua. Y no solo por razones históricas, también por pura supervivencia.

Lo que no ha cambiado es la vieja animadversión entre dos familias políticas que siempre han mostrado una enorme desconfianza mutua

Lo que realmente temía Sánchez (se verá si finalmente hay acuerdo en el reparto de las carteras y a nivel programático) no es que Iglesias le hubiera podido hacer ‘entrismo’ en el Consejo de Ministros, al fin y al cabo una de las prerrogativas fundamentales del jefe del Ejecutivo es que puede hacer una crisis de Gobierno cuando le venga en gana y expulsar de forma fulminante del gabinete a cualquier dirigente de UP (incluida Montero o el propio Iglesias), sino, por el contrario, extender un certificado de gobernabilidad a un partido situado a la izquierda del PSOE, lo que le situaría en una escenario muy próximo a la socialdemocracia.

Las '‘marías'

Algo que explica que Sánchez, en su primera oferta, le planteara a Iglesias el control de juventud, comercio y turismo, áreas de escaso perfil político, además, de la presidencia del Congreso. Ni siquiera la Sepi u otros departamentos con presupuestos abultados.

Esta es, en realidad, la importancia histórica del posible acuerdo, que no solo supondría el primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la II República, sino que, de alguna manera, ‘normaliza’ a Unidas Podemos respecto de buena parte de la opinión pública que identifica a sus dirigentes como una izquierda radical y hasta revolucionaria incompatible con la gestión de la cosa pública, cuando lo normal, precisamente, es que el partido pequeño que se coaliga ocupe el puesto de número dos en el Gobierno. Ahí están los casos de Joschka Fischer (vicecanciller), Nick Clegg (viceprimer ministro) o Hans-Dietrich Genscher (ministro de Exteriores y vicecanciller con unos y con otros).

El miedo al comunismo es lo que hizo al PSOE ser hegemónico en el ámbito de la izquierda, y ahora ese temor podría desaparecer

Es decir, la incorporación de ministros de UP haría desaparecer uno de los argumentos centrales que explican los buenos resultados del PSOE de Felipe González en 1977, cuando un partido mucho más pequeño sacó seis veces más diputados que el de Carrillo, líder indiscutible en la lucha contra la dictadura. En una palabra, el miedo al comunismo es lo que hizo al PSOE ser hegemónico en el ámbito de la izquierda, y ahora ese temor podría desaparecer como consecuencia de la transformación poscomunista de UP. Ahora toca asaltar Moncloa, no los cielos.

De hecho, lo que realmente teme Iglesias es que, si Unidas Podemos entra con una posición débil en el Gobierno, por ejemplo, con nombres ajenos al núcleo duro de la dirección porque Sánchez no acepte a Montero, Echenique o Mayoral, el futuro de su coalición será algo más que negro.

Como sostienen en el entorno de Iglesias, Sánchez, que tendría mucho más que perder que el líder de UP, podría hacer una crisis en cualquier momento y dejar al partido morado con el único recurso de presentar una moción de censura (solo exige 35 diputados) condenada al fracaso.

La incorporación de UP al Gobierno liquidaría la amenaza de Errejón, que no tendría más remedio que entrar en el PSOE para tener espacio político

Una decisión que, como sostiene el propio secretario general de UP “sería aplaudida por la prensa”. Por fin, los comunistas fuera del Gobierno. De ahí la importancia de los nombres para Iglesias. Además, con una ventaja añadida. La incorporación de UP al Gobierno liquidaría la amenaza de Errejón, que no tendría más remedio que integrarse en el PSOE para tener algún espacio político.

Un enfrentamiento histórico

Es por eso por lo que detrás de la estrategia de ambos -Sánchez e Iglesias- hay algo más que una simple pelea sobre una vicepresidencia o la entrada del líder de UP en el Gobierno.

Lo que se ventila es la resolución de un enfrentamiento histórico (visualizado gráficamente en aquella mención a la cal viva que hizo Iglesias en la tribuna de oradores) que nace de dos posiciones ciertamente opuestas -pero que tácticamente pueden ser complementarias- sobre el modelo de país, como bien identificaron Guerra y González al comienzo de la Transición, que nunca quisieron juntar meriendas con todo lo que estuviera a su izquierda.

placeholder Pedro Sánchez, en una reunión con Pablo Iglesias en la Moncloa. (EFE)
Pedro Sánchez, en una reunión con Pablo Iglesias en la Moncloa. (EFE)

Evidentemente, porque el partido socialista, cuando llega al Gobierno, mira más a su derecha que a su izquierda al tratarse de un partido ‘atrapalotodo’ que busca sobre todo ensanchar sus bases electorales aun a costa de la ideología. Aunque ello suponga que después de cada campaña electoral haga justo lo contrario de lo que prometió.

No estará de más recordar, en este sentido, que en 1993 el PSOE de González hubiera podido alcanzar la mayoría absoluta con la IU de Anguita (177 votos), pero ninguno de los dos buscó el pacto. Sin duda, porque el muro que levantó la revolución rusa en 1917, que, como decía el historiador Fontana condicionó todo el siglo XX, seguía ahí. También el creciente peso del Estado de bienestar, hijo del miedo a la revolución, que es el perímetro que define territorialmente el sistema político heredado de 1945.

Conviene recordar que PSOE y UP no suman, por lo que en última instancia la gobernabilidad dependerá del PNV, ERC, JxCat y EH Bildu

Los partidos de masas (socialdemócratas y populares) tienden a apoyarse en el centro para gobernar, pero más difícilmente buscan apoyos a su izquierda y a su derecha, precisamente, porque eso es una especie de legitimación del adversario político que navega en sus mismas aguas ideológicas ofreciendo una suerte de autenticidad en el discurso. Obviamente, salvo que se trate de pura supervivencia política, como le sucede al PP respecto de Vox, que lo legitima, precisamente, para liquidarlo electoralmente.

Esta es, en realidad, la importancia estratégica del hecho de que se haya despejado -aparentemente- la legislatura. Obviamente, siempre que los nacionalistas -vascos y catalanes- den su visto bueno. Conviene recordar que PSOE y UP no suman, por lo que en última instancia la gobernabilidad -que va mucho más allá que la propia investidura- dependerá del PNV, ERC, JxCAT y EH Bildu.

Una pieza mayor

Sánchez podría haber intentado otras alternativas, pero en la medida en que todos los partidos han buscado fomentar la polarización del discurso político, en lugar de la centralidad, como reclamaban hace unos días Aznar y González, el partido socialista ha tenido que hacer de tripas corazón.

Foto: Los expresidentes del Gobierno Felipe González (d) y José María Aznar (i) participan en un debate sobre cómo la tecnología continuará transformando la sociedad. (EFE)

Entre otras cosas, porque mientras que Iglesias podría perder 15 o 20 diputados en unas nuevas elecciones, Sánchez podría perder la Moncloa, que es una pieza mucho mayor.

De ahí, los incomprensibles tacticismos del líder del PSOE, que sabe que la legitimación de Podemos como gestor público es lo más parecido a meter al enemigo en casa y dejar de disfrutar de esa hegemonía en la izquierda de la que ha disfrutado el PSOE en los últimos 42 años. Pero Sánchez y Redondo, que han gestionado realmente mal las negociaciones, se han agarrado al último clavo ardiendo tras perder de forma clamorosa el relato, que se dice hoy.

La vieja rivalidad entre socialistas y comunistas, e Iglesias viene de las juventudes del PCE, como recordaba hace unos días el periodista Enric Juliana, ha creado dos culturas políticas mucho más alejadas de lo que afloran los programas electorales, que si se comparan no reflejan tantas distancias (desde luego no inasumibles) como quieren mostrar los líderes del PSOE y de UP.

Esa cultura es lo que hace hoy todavía difícil el acuerdo. Y lo más importante: la gobernabilidad.

En su ‘Entrevista con la historia’, el mítico libro de Oriana Fallaci, la periodista italiana le pregunta a Santiago Carrillo (París, octubre de 1975): ‘¿Qué diferencia hay entre ustedes y los socialistas?’ Carrillo, ya de vuelta de casi todo, le responde:

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