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El rapto de Cataluña: "Solo un dios puede salvarnos"
Los partidos han raptado a Cataluña. Todos se mueven por intereses electorales. Heidegger lo dejó claro: cuando falla el pensamiento solo un dios no teológico "puede salvarnos"
Cuando Rudolf Augstein y Georg Wolff entrevistaron en marzo de 1966 a Martin Heidegger para el semanario alemán 'Der Spiegel', no podían imaginar que aquel encuentro pasaría con el tiempo a convertirse en uno de los testimonios más dramáticos de la historia de la filosofía del siglo XX.
Heidegger había sido acusado de colaborar con el nazismo y de aceptar en silencio prácticas antijudías, como la quema de libros, durante su etapa como rector de la Universidad de Friburgo, y fue en aquel contexto, extremadamente difícil para él, en el que el filósofo alemán accedió al encuentro, aunque con una única condición: la entrevista no se publicaría hasta después de su muerte. El fallecimiento se produjo una década después, en mayo de 1976, y fue entonces cuando el semanario alemán, fundado precisamente por Augstein, uno de los entrevistadores, publicó el resultado de aquel diálogo, en el que una frase destacaba con luz propia: "Solo un dios puede aún salvarnos".
Nada mejor que el ejemplo de Cataluña para visualizar las dificultades para encontrar no ya una pasarela, sino un escarpado camino
El autor de 'Ser y tiempo' se refería a que "en el actual estado de cosas del mundo" ni la filosofía ni ninguna otra disciplina académica, incluida la política, podía resolver los problemas de una sociedad dominada por lo que el alemán denominaba "cibernética", un término muy utilizado en aquellos días, y de ahí que reclamara la necesidad de un dios no teológico construido a partir del pensamiento, situado entre lo dionisíaco y lo apolíneo. Es decir, entre la pasión sagrada y la representación serena. Entre lo terrenal y lo racional. El propio Heidegger era consciente de que era una tarea imposible, y de ahí que utilizara la expresión 'pasarela' para referirse al tránsito en busca de 'las cosas mismas', una idea central en el pensamiento del filósofo alemán.
Nada mejor que el ejemplo de Cataluña para visualizar las dificultades para encontrar no ya una pasarela, sino un escarpado camino, aunque sea angosto y lleno de peligros, en busca de lograr una salida a una cuestión que envenena la política española. Hasta el punto de que buena parte de la inestabilidad, cuatro elecciones en cuatro años, tiene que ver la pérdida de centralidad del sistema de partidos. Precisamente, a raíz de que los nacionalistas catalanes se echaran al monte y olvidaran ese papel moderador que caracterizó a quien gobernó durante décadas, aunque nunca en coalición, con el PSOE y con el PP.
Un rehén político
El resultado es que Cataluña se ha convertido en un rehén político para unos y para otros, como históricamente ha ocurrido con el pueblo palestino en el avispero de Oriente Medio, donde todas las superpotencias han intentado influir en la región. Sin duda, porque utilizar a Cataluña como argumento político tiene premio.
Quien mantenga una posición más intransigente es quien se lleva el gato al agua. En definitiva, la estrategia de la tensión a costa del Estado, de sus instituciones y de la propia estabilidad política.
Si ERC y lo que queda de la vieja Convergència se disputan irresponsablemente la hegemonía del frente independentistas (de hecho, sus líderes recibirían con alborozo un nuevo 155, como ha publicado en este periódico Marcos Lamelas); los partidos nacionales han visto en Cataluña un inmenso festín de votos, lo que explica la existencia de una enorme sima que nadie se atreve a cruzar. Obviamente, porque tiene un indudable coste político para quien busque una solución. La pasarela de la que hablaba Heidegger ha saltado por los aires.
No es una posición equidistante ni un blanqueamiento de la demencial postura del independentismo, cuya cultura democrática hace tiempo que se esfumó, sino la constatación de que, si Cataluña es España, y lo es, son los partidos nacionales quienes deben ofrecer una alternativa en el marco de la Constitución. Y hoy por hoy ni el PSOE, ni el PP, ni Ciudadanos, tampoco Unidas Podemos, han sido capaces de articular una propuesta para resolver un problema que existe, aunque a veces se quiere resituar como si se tratara de un asunto "entre catalanes".
Sin duda, porque la política española ha entrado en un círculo vicioso, que, como se sabe, es lo contrario a un círculo virtuoso. La continua convocatoria de elecciones hace imposible atender a problemas de Estado, como es la situación de Cataluña y, ante esta evidencia, hay que convocar nuevas elecciones porque no se alcanzan mayorías estables. Una espiral absurda.
Esta instrumentación de Cataluña como un valioso activo político explica mejor que ninguna otra cosa, más allá de su oportunismo antropológico, la errática estrategia de Sánchez con Cataluña. Justamente, el mismo líder político que hace pocos meses todavía decía que "una crisis política requiere una solución política". Cataluña, de alguna manera, forma ya parte de su viraje hacia el centro político para ocupar el espacio político de Ciudadanos en esa comunidad, cuya inexplicable gestión de su mayoría en el Parlament ha dejado un hueco enorme que el PSC de Miquel Iceta pretende ocupar.
La ira de los españoles
Y hay razones para pensar que la apuesta por el 10 de noviembre no fue casual. Forma parte de un calendario bien calculado que pasa por capitalizar la ira de muchos españoles (es una redundancia decir que también de catalanes) ante el disparate nacionalista, y que ya de forma casi recurrente y hasta cansina se visualiza en octubre. ¿O es que alguien pensaba que las semanas previas al 10-N serían una balsa de aceite a las puertas de una sentencia que el nacionalismo victimista instrumentará en aras de lograr la hegemonía interna? ¿No hubiera sido más razonable alejar las elecciones de la sentencia para que Cataluña deje de condicionar de una forma determinante al resto del país? Cataluña, siempre Cataluña.
La errática estrategia de Sánchez frente al independentismo —sus aliados en la moción de censura—, sin embargo, no ha caído del cielo. Está basada en una evidencia. Ciudadanos y Vox no han crecido casi en vertical (ahí están sus resultados) por lo atinado de sus propuestas económicas o sociales, ni siquiera por el carisma de sus líderes, sino por su posición sobre lo que ocurre en Cataluña, lo cual es un incentivo perverso que ahora pretende recoger el presidente del Gobierno mostrando una presunta firmeza que poco tiene que ver con el Sánchez de la moción de censura que reclamaba una salida constitucional a la crisis catalana. Solo Rajoy, y ahí están los resultados del PP, no vio en Cataluña un banderín de enganche electoral. Y así le fue. Cataluña hundió a Rajoy y todo el mundo ha aprendido la lección.
En el fondo, lo que se pone de relieve es la intrínseca capacidad del actual sistema de partidos para destruir, pero su insolvencia para construir un nuevo clima de convivencia, que es el mejor caldo de cultivo para el independentismo. Incluso, convirtiendo en estéril todo lo que se toca. Hasta el punto de que cada elección está marcada por la agenda catalana, que, a su vez, deriva en un plebiscito permanente sobre el nivel de apoyo popular al independentismo. Un laberinto fatal y endiablado del que España es incapaz de salir.
Lo que sucede, sin embargo, no es un conflicto entre España y Cataluña, como pretenden los soberanistas, sino entre españoles. Precisamente, porque lo contrario sería lo mismo que aceptar una realidad política (el célebre sujeto político con potestad para decidir) que no existe, y que es el terreno en el que quieren jugar los partidarios de la independencia. Cataluña vs. España. España vs. Cataluña.
Soberanía popular
Y si se trata de un problema entre españoles (aunque le duela a Junqueras, Mas o Torra) deben ser los partidos que representan la soberanía popular quienes deben procurar una solución. Es decir, son los líderes políticos nacionales quienes deben fijar el perímetro constitucional en el que debe buscarse una solución para Cataluña en el marco de una renovación del pacto territorial dibujado en la Carta Magna, y al que se le han roto muchas costuras.
Y ahí está, por ejemplo, el vergonzante espectáculo del partido de Errejón, mojando aquí y allá, como si España fuera un país confederal, para demostrar que continúa vigente el célebre ¡Viva Cartagena! de la I República. Todos quieren su diputado —gallegos, murcianos, aragoneses— para fragmentar un poco más el Congreso de los Diputados, y se irán con quien les garantice un escaño que ahora, piensan, no les asegura Iglesias.
En definitiva, un absurdo calendario político que hace que las elecciones vayan a girar de nuevo en torno a Cataluña, lo cual es un disparate para un país con significativos problemas, como el desempleo, la desigualdad o la productividad.
La realidad, sin embargo, es muy distinta. El PSOE, sí o sí, necesitará tras el 10-N a Ciudadanos o a Unidas Podemos, salvo que quiera gobernar con una exigua mayoría gracias a la abstención del PP, lo que instalaría al país ya de una forma estructural en la más absoluta inestabilidad política con Cataluña, como una pesadilla, como telón de fondo.
La filosofía, sin embargo, como dijo Heidegger en la entrevista con 'Der Spiegel', no da más sí. Ha llegado a su fin. Hay que pasar de las musas al teatro. Lo contrario es el hartazgo.
Cuando Rudolf Augstein y Georg Wolff entrevistaron en marzo de 1966 a Martin Heidegger para el semanario alemán 'Der Spiegel', no podían imaginar que aquel encuentro pasaría con el tiempo a convertirse en uno de los testimonios más dramáticos de la historia de la filosofía del siglo XX.