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¡Es el envejecimiento, idiotas!
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Carlos Sánchez

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¡Es el envejecimiento, idiotas!

Nueve millones de españoles, los más propensos a votar, decidirán las elecciones del 10-N. Son los ciudadanos de mayor edad, lo que beneficia a los partidos del bipartidismo

Foto: Foto: Pixabay
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Algunos datos, más allá de Cataluña y del despropósito general en el que mueve hoy la política española, pueden ayudar a entender lo que va a suceder el 10-N.

Lo primero que llama la atención es la estructura de la población, que, como muchos estudios han acreditado, determina de forma relevante el sentido del voto, además de la situación económica de cada elector, que por naturaleza tiene un fuerte componente subjetivo, o el medio geográfico en que se viva: núcleo rural o urbano, junto a factores como la formación o la ideología.

Lo primero que sorprende es el envejecimiento, que sigue avanzando de forma intensa. En estas elecciones, en concreto, y según el Censo que elabora Estadística, el próximo 10 de noviembre podrán votar 37 millones de españoles, de los que algo más de 34,87 millones viven aquí, y el resto en otros países. Del conjunto de electores que viven en España, nada menos que 6,1 millones tienen edades comprendidas entre 65 y 80 años. Es decir, los mayores son un 25% más de los que tiene entre 18 y 30 años.

El estancamiento demográfico está produciendo cambios sociales que influyen de forma determinante en las decisiones electorales

Primera constatación: el voto de mayor edad (sin contar los que tienen más de 80 años, que son casi 2,9 millones de electores) será más determinante que el más joven. En total, uno de cada cuatro electores podrá votar después de alcanzar la edad legal de jubilación: 65 años hasta las últimas reformas del sistema de pensiones. Son sin duda, el colectivo más numeroso.

Obviamente, no se trata de un fenómeno novedoso, ni siquiera reciente, sino que refuerza una tendencia que va en aumento desde principios de siglo. El estancamiento demográfico está produciendo cambios sociales que influyen de forma determinante en las decisiones electorales.

Otro dato avala esta tendencia. Según las últimas cifras disponibles del INE sobre la evolución de la población de España, entre el mes de enero de 2007 y julio de 2018 la población con 65 y más años creció el 21,9 % siendo este el factor principal del incremento en el número de pensiones de jubilación, y que, en el mismo periodo, registró una tasa algo inferior, el 20,3%.

Renta y pensión

Lógicamente, el hecho de que la población alcance los 65 años tiene consecuencias fundamentales, toda vez que la renta que sustituye al salario, la pensión, pasa a depender de los poderes públicos, que son quienes deciden su cuantía en función de lo cotizado. Este es el caso de los 8,8 millones de pensionistas (el número de pensiones es mayor porque alrededor de un millón de pensionistas cobra dos o más pensiones) que dependen del BOE, lo que introduce una variable adicional al comportamiento de los electores.

Foto: Imagen de Cristina Gottardi en Unsplash.

Mientras que los asalariados (salvo los empleados públicos) no dependen directamente (aunque sí de forma indirecta) de lo que decida el Gobierno de turno, esos casi nueve millones de pensionistas sí están muy influidos por la política general, lo que, obviamente, determina el sentido del voto.

Esto, lógicamente, los saben los partidos, lo que explica que de forma sistemática se retrasen decisiones que afectan a la Seguridad Social, que este año cerrará con un déficit de más de 17.000 millones de euros. Precisamente, en un ejercicio, todavía, de fuerte creación de empleo y recuperación del poder adquisitivo por el desplome del IPC, como acaba de reconocer la Intervención de la Seguridad Social. No es que se nieguen a hacer ajustes en el sistema público de protección social para reequilibrar su balance financiero, sino que, ni siquiera se plantea un modelo a largo plazo para hacer sostenible el sistema de pensiones mejorando las prestaciones más bajas mediante nuevas fórmulas de financiación.

Voto y empleo

Tradicionalmente, se ha relacionado el voto de mayor edad con el voto conservador, lo que significa menor propensión al riesgo político, pero en los últimos años se están produciendo cambios muy profundos en la percepción individual de la realidad económica. El último CIS, por ejemplo, ha revelado que para el 42% de los mayores de 65 años el desempleo es el principal problema del país, mientras que este porcentaje baja al 28,8% en el caso de quienes tienen entre 18 y 24 años. O el 34,8% dentro de la horquilla situada entre 25 y 34 años.

Es decir, que pese a que el paro juvenil duplica al del conjunto de los desempleados, los mayores, que ya no trabajan, se encuentran más preocupados por la ocupación, lo cual introduce un sesgo ciertamente novedoso. Probablemente, relacionado con dos causas. La generación que ahora accede a la pensión es más reivindicativa porque se educó en los años 60 y 70, con fuertes cambios sociales (pensionistas de Bilbao y de otras partes del país que reivindican blindar las pensiones), mientras que, en paralelo, muchos mayores han hecho de sustentador principal durante la crisis en hogares en los que los hijos o estaban en paro o tenían serias dificultades para llegar a fin de mes. Y eso les ha hecho aumentar su preocupación por la situación económica.

Foto: El candidato del PP a la Presidencia del Gobierno, Pablo Casado. (EFE)

La edad, igualmente, introduce otro sesgo que tiene que ver con la participación electoral, una de las claves del 10-N habida cuenta de que se trata de las cuartas elecciones en cuatro años.

Está algo más que demostrado que la abstención se reduce a medida que la edad es mayor, lo que significa que es probable que la participación no sea tan baja como presuponen algunas encuestas, lo que, en teoría, beneficia a los partidos sobre los que se ancla el sistema político: PSOE y Partido Popular. En una palabra, el envejecimiento favorece al bipartidismo, máxime cuando la propia ley electoral beneficia a los territorios más despoblados, donde la edad media de los electores es mayor.

El resultado, como no puede ser de otra manera, es una sociedad más conservadora, no en el sentido partidario del término, que es incapaz de enfrentarse a los grandes retos por ausencia de incentivos y por mayor aversión al riesgo.

Es decir, un mantenimiento del 'status quo' que en nada beneficia a un país que tiene por delante importantes retos. Algo que explica la ausencia de discursos disruptivos o mínimamente imaginativos, sobre todo por parte del PP y del PSOE, que saben que la propensión a votar es mayor entre los más viejos, que es, precisamente, donde se encuentra su principal nicho de electores. Es probable que esto explique por qué hay elecciones el 10 de noviembre.

Algunos datos, más allá de Cataluña y del despropósito general en el que mueve hoy la política española, pueden ayudar a entender lo que va a suceder el 10-N.

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