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La conversión: Iglesias se hace trotskista y Sánchez amigo del Vaticano
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La conversión: Iglesias se hace trotskista y Sánchez amigo del Vaticano

La política hace extrañas conversiones. Iglesias ha abandonado el asalto a los cielos y Sánchez ya no quiere saber nada de la Iglesia católica. Se impone la realpolitik

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias (d), y el candidato a la investidura, Pedro Sánchez (i). (Cordon Press)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias (d), y el candidato a la investidura, Pedro Sánchez (i). (Cordon Press)

En la última línea de la introducción del programa de legislatura pactado entre el PSOE y Unidas Podemos se encuentra, probablemente, el párrafo más significativo. No por lo que se dice textualmente, sino por el tono de advertencia que incorpora. Lo que se sugiere sin tapujos es que los acuerdos se articularán “adaptándolos al nuevo contexto macroeconómico”. Es decir, que su ejecución dependerá de la marcha de la economía. Posibilismo en toda regla.

Esto afecta, fundamentalmente, a las políticas de gasto, pero también, lógicamente, a las políticas de ingresos, lo que introduce una notable incertidumbre sobre el grado de cumplimiento del programa económico. Entra otras cosas, porque la suma de PSOE y UP (ni siquiera con el concurso del PNV) no da mayoría absoluta, por lo que cualquier decisión deberá pasar por las horcas caudinas de los Presupuestos Generales del Estado, lo que exige el acuerdo previo con ERC, que ya tumbó el anterior pacto, y cuyo texto hoy se presenta como novedad, cuando en realidad se trata de un ‘remake’ del acuerdo alcanzado en octubre pasado. Y ya se sabe que Cataluña es lo más parecido a una ruleta rusa: o todo o nada.

placeholder La ministra de Hacienda María José Montero (d) abraza a la portavoz socialista en el Congreso, Adriana Lastra (c), en presencia del coordinador federal de Izquierda Unida, Alberto Garzón. (EFE)
La ministra de Hacienda María José Montero (d) abraza a la portavoz socialista en el Congreso, Adriana Lastra (c), en presencia del coordinador federal de Izquierda Unida, Alberto Garzón. (EFE)

Se verá, por lo tanto, si Sánchez e Iglesias pueden culminar la legislatura. O, incluso, si los dos partidos de izquierdas siguen caminando juntos en caso de que la situación económica se tuerza más de la cuenta y haya que realizar ajustes presupuestarios. Será entonces cuando se verá la solidez del pacto o si estamos ante un acuerdo de plastilina.

Discrepancias de fondo

El pacto económico, sin embargo, no sólo se alimenta de números, también de ideología, si es posible separar ambos conceptos. Y aquí hay otro escollo que saltar. En particular en todo lo relacionado con la reforma laboral, área en la que el PNV mantiene discrepancias de fondo con el PSOE y UP. Entre otras cosas, porque algunas de las empresas más grandes del país (lo que también influye en su tratamiento fiscal) tienen su sede allí, y los nacionalistas vascos siempre han buscado un espacio laboral propio.

Incluso, los republicanos de ERC, con un electorado muy transversal, tienen que mirar a su derecha si no quieren que el partido de Puigdemont les barra entre los pequeños empresarios de Cataluña que no le hacen ascos a la reforma laboral que hizo el Partido Popular (PP) en 2012. Se verá entonces si en ERC pesa más el flanco de izquierdas que el nacionalista, las dos almas que conviven en su seno.

Foto: Pedro Sánchez, junto a Pablo Iglesias. (EFE)

El pacto, en todo caso, tiene una virtud. Es muy claro en cuestiones tributarias: subida del IRPF para las rentas más altas y para las procedentes del capital, endurecimiento del tratamiento tributario de las socimis (un verdadero pozo negro de fraude de ley) o puesta en marcha de nuevos impuestos para la economía digital y las transacciones financieras. Es, sin embargo, bastante más oscuro cuando habla de una “nueva fiscalidad verde”. Obviamente, porque los partidos de izquierdas conocen muy bien lo que ha sucedido en Francia y Holanda, donde las clases medias han salido a la calle (de los chalecos amarillos a los tractores naranjas) para protestar contra las subidas del diesel y otras normas anti cambio climático. Un verdadero aviso a navegantes que explica que el programa de legislatura de la izquierda pase de puntillas por este asunto.

Más allá de las medidas concretas, lo más relevante, sin embargo, es que dos partidos con tradiciones bien distintas, el PSOE y UP (heredero del viejo PCE) han encontrado un espacio común en el que entenderse, algo que parecía imposible hasta hace bien poco. Probablemente, porque han tenido que hacer de la necesidad virtud.

Una calamidad

Aunque el PSOE ganó con claridad las elecciones, sus resultados son una calamidad en términos históricos. Iglesias, por su parte, era consciente de que sólo entrando en el Gobierno podía detener la sangría de UP, que de ser un partido que quería asaltar los cielos se conforma ahora con abrazar la socialdemocracia más clásica.

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Iglesias, de hecho, está hoy tan integrado en el sistema como lo puede estar un consejero del Ibex, lo que es toda una novedad en la política española, donde sólo Vox aparece hoy como un partido con tendencia a alejarse de la centralidad política. E, incluso, de Europa. Posiblemente, hasta que toque poder (si algún día lo hace).

Y es que el programa del PSOE y UP, en cualquier caso, no se aleja mucho de la socialdemocracia más tradicional imperante en Europa: tipos impositivos muy altos para las rentas más elevadas, mayor centralización de la negociación colectiva (fin de la prioridad de los convenios de empresa sobre los sectoriales y reequilibrio en el poder dentro de las empresas entre capital y trabajo); extensión del Estado de bienestar gastando más en servicios esenciales; mayor cobertura para los desempleados o fortalecimiento del empleo público. Cuestiones que en los últimos años han sido revisadas por algunos partidos socialdemócratas que han acabado por sufrir un fuerte desgaste electoral. Y ya se sabe que la izquierda, sin Estado de bienestar generoso, se queda en nada.

Sánchez, por ello, no quiere saber nada de ‘terceras vías’ ni de adelgazamiento del Estado, lo que ha posibilitado la creación de un territorio común con Iglesias, quien tras la experiencia de Tsipras en Grecia o, incluso, de la coalición de izquierdas en Portugal, sabe que es mejor hacerse trotskista, es decir practicar el entrismo en el sistema, que echarse al monte y acabar con los mismos diputados que caben en un taxi.

El triunfo de la realpolitik

El líder del PSOE por su parte, también sabe que gobernar contra sectores con una enorme influencia social no es fácil, y eso puede explicar mejor que nada la ausencia de referencias a la Iglesia católica, una de las cuestiones que están sólo en el imaginario emocional de una cierta izquierda, pero que desaparece cuando se llega a Moncloa. En el acuerdo sólo se habla de la recuperación de los bienes inmatriculados indebidamente por la Iglesia, pero ni una palabra de revisar el Concordato, de las exenciones en el pago del IBI o, incluso, del reparto del IRPF.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras firmar el programa de coalición, este lunes en el Congreso. (EFE)

El pacto, por lo tanto, no es más que un ejercicio de realpolitik que gustará a unos y otros detestarán, pero que no saca los pies del texto, aunque algunos, con el histrionismo que hoy caracteriza a la política, convertirán en un programa marxista-lenista. Sin duda, porque tanto Sánchez como Iglesias son conscientes de la enorme fragilidad de un Gobierno muy fragmentado que, además, depende de ERC para alcanzar mayoría absoluta.

Es decir, se trata de ganar tiempo estando en el poder, lo que siempre es un plus electoral, salvo catástrofe, y esperar a que la guerra civil que vive la derecha acabe por fracturarla un poco más. Ahora, con partidos regionalistas o formaciones locales que buscan un lugar al sol de la democracia.

En la última línea de la introducción del programa de legislatura pactado entre el PSOE y Unidas Podemos se encuentra, probablemente, el párrafo más significativo. No por lo que se dice textualmente, sino por el tono de advertencia que incorpora. Lo que se sugiere sin tapujos es que los acuerdos se articularán “adaptándolos al nuevo contexto macroeconómico”. Es decir, que su ejecución dependerá de la marcha de la economía. Posibilismo en toda regla.

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