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La hora bruja de Pablo Casado: O todo o nada

O todo o nada. Casado debe optar por competir con Vox, crujiendo las esencias del propio PP o, por el contrario, conectar con la sociedad civil que huye de la polarización política

Foto: El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, en un acto en Alcobendas. (EFE)
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, en un acto en Alcobendas. (EFE)

“… y llegado ese momento, que llegará, de alternancia en el poder”, sostenía Aznar en el Congreso de refundación del PP de Sevilla, “nosotros garantizamos la alternancia sin traumas. Con estabilidad, con normalidad, con seguridad, democráticamente. Nadie va a tener nada que temer. ¡Que no vengan diciendo que la alternancia es peligrosa porque es la negación del sistema!”. Aplausos.

Entre este discurso, abril de 1990, pronunciado en la clausura del Congreso que entregó todo el poder a Aznar, y el actual PP han pasado 30 años. Mucho tiempo.

El tiempo físico, sin embargo, no es nada respecto de lo que ha cambiado la estructura social, económica y hasta política de España. Mientras que hay periodos históricos en los que no se mueve ni una hoja, en otras ocasiones 30 años son una era geológica.

El PSOE ya no es el que Fraga definió como el partido que quería ser “sociedad y Estado, izquierda y derecha, partido y sindicato, alfa y omega”

Aquella generación de Sevilla se ha retirado a sus cuarteles de invierno, y aunque todavía hay quien pretende influir, lo cierto es que el PP tiene poco que ver con aquél. No es ni bueno ni malo, ni positivo ni negativo. Es, simplemente, una realidad histórica. Lo anómalo sería que el PP fuera lo mismo. Entre otras cosas, porque tampoco la política es igual. Ni siquiera el partido socialista -su principal adversario- es ya reconocible.

Es obvio que el PSOE de Sánchez (o el de Zapatero) no tiene nada que ver con el que Fraga, un año antes, había definido como el partido que quería ser “sociedad y Estado, izquierda y derecha, partido y sindicato, alfa y omega”.

La fractura

La socialdemocracia, como se sabe, fue el primero de los dos bloques ideológicos surgidos tras 1945 que cayó arrastrada por las nuevas formas de hacer política. A partir de los años 60, comenzó a fragmentarse como consecuencia de la aparición de nuevos movimientos sociales: ecologismo, pacifismo, feminismo, neomarximo…, en coherencia las profundas transformaciones sociales, culturales y económicas que se habían producido en Europa al calor del ‘baby boom’ y de las ganancias de prosperidad.

Primero cayeron los obreros industriales, por la deslocalización; y luego las clases medias urbanas por el zarpazo de la globalización y la tecnología

El centro derecha europeo aguantó mejor. Probablemente, por una cierta inercia conservadora vinculada a la estabilidad política y económica derivada de un territorio de altos ingresos. Aunque también por el triunfo ideológico del neoliberalismo de los años 80 al que la izquierda nunca supo dar respuesta. Y cuando lo quiso hacer, en forma de terceras vías, fue para dar la misma receta.

Esa hegemonía conservadora es, precisamente, la que se quebró cuando la globalización penetró como un cuchillo sobre el nivel de vida de las clases medias, antes protegidas por las regulaciones nacionales. Y el hundimiento de las democracias cristianas refleja con nitidez este proceso.

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Es decir, primero cayeron los obreros industriales, por la deslocalización hacia los países emergentes, y luego han sido las clases medias urbanas las que han sufrido el zarpazo de la globalización y de los avances tecnológicos, que han hecho inútiles muchos empleos ocupados tradicionalmente por profesionales, comerciantes o menestrales de toda suerte y condición. Hoy, de hecho, hay pocas dudas de que la fragmentación política, y por las mismas razones que le ha sucedido a la izquierda, está carcomiendo las bases electorales del centro derecha tradicional en la mayoría de los países europeos.

Contrato social

Ese espacio es el que están ahora ocupando el populismo y el pensamiento antiliberal en el sentido largo del término. Ambos alimentados por las grietas del sistema tras la fractura del contrato social vigente desde 1945, y que tiene en el ensanchamiento de la desigualdad, provocada en gran parte por la explosión de una economía cada vez más financiera, su manifestación más evidente.

Esta realidad, más allá de las cuitas nacionales, explica el hundimiento electoral del Partido Popular y de otras formaciones conservadoras. Es evidente que hay razones cercanas vinculadas al día al día de la política española (Cataluña, corrupción, recortes, falta de liderazgo…), pero hay problemas de fondo que hoy la actual dirección del PP no es capaz de escrutar.

Probablemente, porque entre tanta hojarasca, y la política es hoy un incendio permanente que no va a ninguna parte, no ha sido capaz de identificar el mar de fondo que hoy amenaza a los partidos conservadores clásicos, que tienen que competir -no es culpa de Casado- con nuevos partidos surgidos del descontento y de la desconfianza en el sistema, y a los que se intenta imitar para no perder votos.

Si en el año 2000 menos del 19% de los electores pensaba que el PP era de extrema derecha, en abril de 2018 ese porcentaje había subido hasta el 40,9%

El resultado, como dicen las encuestas del CIS, es que si al comenzar el siglo algo menos del 19% de los electores pensaba que el PP era un partido situado en la extrema derecha (casillas 9 y 10 de la encuesta), en abril de 2018, cuando todavía Vox no había irrumpido en el escenario político, ese porcentaje había subido hasta el 40,9%.

Aunque es evidente que el propio concepto de ‘extrema derecha’ es enormemente subjetivo, hay razones para creer que ese desplazamiento hacia una parte del tablero cada vez más alejada del centro se está produciendo.

En favor de la nada

En ocasiones porque la dirección del Partido Popular lo ha querido, pero también porque el propio PP no ha tenido una visión estratégica de la política, lo que le ha escorado hacia la derecha, que es, precisamente, el terreno al que le quiere llevar el PSOE para ocupar mayor espacio político. Una especie de principio de Arquímedes de la política. Todavía mayor si se incluye en esta operación a Ciudadanos, que ha abandonado el centro político en favor de la nada.

La apuesta por la exministra Dolores Delgado o, incluso, por la continuidad de una calamidad como ha sido y es José Félix Tezanos al frente del CIS, tiene, en este sentido, un componente de atrincheramiento frente al adversario político, pero también hay que verlo como una provocación para que los dos partidos centrales de la derecha, el Partido Popular y Ciudadanos (Vox viene radicalizado de fábrica), mantengan una línea dura e intransigente que haga aparecer al PSOE como un partido de centro izquierda y moderado.

Foto: El 'pin parental' tensiona la relación entre las derechas. (EFE)

Una estrategia a la que ayuda, sin duda, la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno, lo que le da mayor centralidad. Los ministros del PSPE son los técnicos preparados y comprometidos con el orden social y económico, y los de UP no son más que una especie de Izquierda Socialista intramuros del poder.

Agenda política

Ese campo de juego jibarizado en el que juega el PP es lo que explica que Vox marque la agenda política del centro derecha. Y la última polémica a cuenta del llamado pin parental -una rendición del Estado que dicen defender frente a la intolerancia- no es más que un ejemplo de un partido que se ha quedado sin estrategia más allá de responder a cuestiones de urgencia política. Pero sin capacidad de entender que el terreno de juego en el que quiere jugar le lleva a la inanición. Como dijo Aznar hace un tiempo, estamos ante una “absurda canibalización suicida” del centro derecha que solo puede ir a peor. Para el país y para ellos mismos.

Alguien debería recordar a Casado que numerosos trabajos académicos, algunos publicados por Faes, han señalado las consecuencias negativas que la polarización ejerce en el funcionamiento de las democracias. Es más, beneficia solo a los extremos, y ahí el PP no tiene nada que ganar y mucho que perder. Está demostrado que en sociedades polarizadas debido al populismo, los partidos dominantes están más inclinados a asumir determinados comportamientos iliberales que restringen las libertades, son intransigentes con la inmigración o, incluso, y lo que es más dañino, prometen cambios institucionales que perjudican derechos constitucionales.

En definitiva, un cortoplacismo que mina la esencia de partidos -ahí está la reciente votación en el parlamento europeo sobre mano dura contra los gobiernos de Hungría y Polonia- que han contribuido de forma determinante a construir el orden liberal en el sentido profundo del término. Y que acerca más al PP a la Europa de Visegrado que a la de Merkel y Macron. De hecho, es probable que una ‘derechización táctica’ con fines electorales, como la han llamado algunos especialistas, haya acabado por convertirse en estratégica. De largo alcance, y que es, precisamente, lo que le ha pasado a Ciudadanos, que de tanto mirar a su derecha ha acabado por ser tragado por Vox.

Entender la sociedad en la que vive -que es tolerante y no se levanta cada mañana pensando que el fin del mundo está más cerca- es el primer paso para lograr una alianza con la sociedad civil, que, en última instancia, es el objetivo de cualquier partido democrático. También del Partido Popular. Hay razones para pensar que en el caos siempre gana el caos.

“… y llegado ese momento, que llegará, de alternancia en el poder”, sostenía Aznar en el Congreso de refundación del PP de Sevilla, “nosotros garantizamos la alternancia sin traumas. Con estabilidad, con normalidad, con seguridad, democráticamente. Nadie va a tener nada que temer. ¡Que no vengan diciendo que la alternancia es peligrosa porque es la negación del sistema!”. Aplausos.

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