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Coronavirus, la muerte trágica del neoliberalismo

El Covid-19 es mucho más que un virus. Habrá un antes y un después. El neoliberalismo rampante de los últimos 40 años, que deja a los estados sin armas, está en entredicho

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El libro más demoledor, y sincero, contra eso que se ha llamado el neoliberalismo, una reinvención deformada del liberalismo clásico que nació al calor de la Escuela de Chicago, surgió desde dentro del sistema. Lo escribió David A. Stockman en 1986 y lo llamó 'El triunfo de la política'.

Stockman conocía bien el percal. Había sido director de la Oficina Presupuestaria en la primera Administración Reagan y tras dejar el cargo hastiado con lo que oía y veía en el despacho oval escribió: "Lo que hice fue callar y tratar de hallar una salvación desde dentro (…) En 1982 yo ya sabía que la revolución 'Reapetróleogan' era imposible: era una metáfora sin ningún arraigo en la realidad política y económica".

Su conclusión era reveladora: "Como análisis definitivo, no ha existido una revolución reaganiana en la administración de la economía nacional. Siguen existiendo todos los cordones umbilicales de dependencia, porque es voluntad de los políticos electos por el pueblo que existan. Y si existen hay que pagarlos. Ese es el resultado inevitable del balance, sin más alternativa que el desastre económico y financiero".

El libro de Stockman fue un éxito de ventas, pero un fracaso en cuanto a su influencia sobre el pensamiento económico. En los últimos 40 años, de hecho, el neoliberalismo —al que salvó la apertura de China al exterior exportando deflación y poniendo bienes de consumo baratos al alcance de los ciudadanos— ha reinado de una manera que ni sus propios impulsores pudieron soñar.

Foto: La presidenta del FMI, Kristalina Georgieva. (Reuters)

Lo que se pensó inicialmente para Latinoamérica, el modelo chileno era el elegido, ha acabado por impregnar las políticas económicas de casi todo el planeta. Incluidas dictaduras de partido único como es la de China. Y, por supuesto, las democracias occidentales.

Existía, en todo caso, un caldo de cultivo algo más que evidente que hacía inevitable su triunfo sobre los viejos programas sociales y económicos surgidos después de 1945 en sus diferentes versiones. La socialdemocracia posterior al histórico Congreso del SPD en Bad Godesberg, el ordoliberalismo de la Escuela de Friburgo, el laborismo británico y sus aportaciones al modelo Beveridge o partidos de corte socialcristiano que impulsaron un nuevo contrato social que favoreció la construcción de los actuales estados de bienestar.

Una economía social

El resultado fue evidente. Todas las constituciones europeas incorporan una posición activa de los estados en defensa de una economía social compatible con la libertad de mercado. También, la española.

placeholder Portada de 'El triunfo de la política'
Portada de 'El triunfo de la política'

El caldo de cultivo favorable al triunfo de neoliberalismo fueron los dos choques petrolíferos de los años 70 que llevaron al colapso a las economías occidentales. Articuladas en torno a tres principios: fuerte proteccionismo en lo social y en lo laboral, elevados impuestos sobre la renta y una presencia determinante del sector público en áreas estratégicas de la economía. En particular en sectores como la energía, el sistema financiero o las telecomunicaciones.

Así fue como el neoliberalismo tendió a ser identificado como equivalente a mayor eficiencia y a una mejor asignación de los recursos gracias a nuevos sistemas de producción que desplazaban el valor del factor trabajo hacia la inversión haciendo competir a los países por atraerla, o hacia la retribución del accionista. Crear valor, por ejemplo, a través de los fondos de capital riesgo, se ha considerado desde los años 80 la clave de las relaciones laborales e industriales. En definitiva, una economía más financiera cada vez más alejada de la economía real.

"Hay pocas dudas de que la herencia más demoledora de la anterior crisis fue el auge de los populismos y de los neonacionalismos"

La incorporación de China al comercio mundial en 2001, hasta convertirse en el socio hegemónico con relación a las cadenas de suministro, lean este artículo de Alicia García Herrero, hizo el resto. China, en su papel de fábrica del mundo, era, sobre todo, ese ejército de reserva con el que sueñan los 'policy makers' para que bajen los costes laborales, la inflación e, incluso, reducir al máximo la influencia de los sindicatos en los centros de trabajo, quienes durante estos 40 años —salvo casos aislados— han sucumbido ante el avance del neoliberalismo rampante. Era el comienzo de lo que el exministro Carlos Solchaga, en un lúcido y clarividente libro, tituló el final de la edad dorada.

Solo un pequeño bicho de un tamaño muy inferior a un milímetro ha descubierto que el rey, como suele decirse, estaba desnudo.

Privatizaciones

Los estados no solo se han jibarizado a consecuencia de las privatizaciones de servicios esenciales para la comunidad, incluidas las reservas estratégicas de seguridad en cuestiones como el material sanitario; sino también por el creciente peso de las multinacionales en la toma de decisiones, sobre todo fiscales, tal y como ha denunciado el propio FMI, poco sospechoso de vender octavillas en las fábricas. En definitiva, el Covid-19 ha puesto de manifiesto que los estados eran, en realidad, tigres de papel, utilizando la célebre metáfora de Mao.

Si hace una docena de años la Gran Recesión demostró que las cañerías del sistema financiero estaban podridas porque habían tragado millones y millones de activos a precio de triple A, cuando en realidad eran bonos basura, o que el euro nació sin instituciones que lo gobernaran en situaciones de choques asimétricos, o, incluso, simétricos, como es el actual, la actual crisis lo que ha demostrado, como ha escrito en estas páginas el exministro Juan Costa, es que es la globalización carece de instituciones que la gobiernen. Muy al contrario, es la globalización quien controla a los gobiernos, que, mientras no se demuestre lo contrario, son las únicas instituciones elegidas democráticamente.

Hay pocas dudas de que la herencia más demoledora de la anterior crisis al sistema político de la anterior recesión fue el auge de los populismos y de los neonacionalismos. Y hay todavía menos incertidumbres de que si la forma de enfrentarse a las devastadoras consecuencias económicas del coronavirus no es la acertada, la demagogia y el resurgimiento del Estado-nación en el sentido más excluyente del término, terminarán campando a sus anchas.

Lo singular es que esta vez el enemigo es invisible y no encaja fácilmente en una narrativa simplista. Ya sea, contra las élites, contra los inmigrantes, contra la verdad científica, por ejemplo, negando el cambio climático, o contra los planes de los gobiernos contra la violencia machista, y que ha resultado tan fructífera a los partidos antisistema.

Esta nueva realidad, paradójicamente, es una buena noticia para los partidos convencionales. Tras el coronavirus será más difícil que la opinión pública se deje influir por el populismo. Pero también por los cantos de sirena de un neoliberalismo agotado que indudablemente ha triunfado en los últimos 40 años dejando a los estados inermes.

Así se salvó el mundo

Entre otras cosas, porque la globalización acorta los ciclos económicos, con lo que los periodos de contracción son cada vez más frecuentes. Aunque sea por distintas razones, lo cierto es que el planeta acumula ya tres periodos recesivos en apenas dos décadas de siglo. Y si el coronavirus, como dice Gideon Racman, tiene el impacto de una guerra —con un desplazamiento económico masivo y un aumento enorme de deuda—, "entonces puede haber un reordenamiento del mundo, de la misma manera que sucedió después de la II Guerra Mundial".

En aquel tiempo se optó por la creación de organismos multilaterales —Bretton Woods— para mutualizar riesgos y evitar desequilibrios estructurales en la balanza de pagos, tanto si estos eran como consecuencia de una posición dominante, como en la actualidad es China, como si era deficitarias. Y así se salvó el mundo.

Solo hay una diferencia. Y no es pequeña. En aquel momento los estados eran fuertes y podían tocar las teclas de la economía a su antojo, algo que hoy es imposible si el neocapitalismo rampante no se encauza buscando nuevos equilibrios que hagan que la liberalización del comercio sea justa.

La revista 'The Economist', que tampoco tira octavillas en los tajos llamando a la huelga, lo dijo con lucidez en el largo editorial que publicó hace casi dos años con ocasión de su 175 aniversario: "El liberalismo hizo el mundo moderno, pero el mundo moderno se está volviendo en su contra. Europa y América están en medio de una rebelión popular contra las élites liberales, que son vistos como egoístas e incapaces o no dispuestos a resolver los problemas de la gente común".

El libro más demoledor, y sincero, contra eso que se ha llamado el neoliberalismo, una reinvención deformada del liberalismo clásico que nació al calor de la Escuela de Chicago, surgió desde dentro del sistema. Lo escribió David A. Stockman en 1986 y lo llamó 'El triunfo de la política'.

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