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Habrá que ir pensando en cómo condonar las deudas
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Habrá que ir pensando en cómo condonar las deudas

La herencia de esta crisis será una montaña de deuda impagable. Solo hay una solución: iniciar una negociación en Europa que culmine con una condonación parcial

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, participa en el Consejo Europeo. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, participa en el Consejo Europeo. (EFE)

El expresidente de la Reserva Federal, el legendario Paul Volcker, lo llamó el 'momento Hamilton'. Se refería a Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de EEUU, quien tras ser declarada la independencia, y frente a la oposición de Madison, logró que el Gobierno federal asumiera las cuantiosa deuda que los estados habían contraído durante la guerra.

Hamilton, que era un hombre de honor, años más tarde moriría en un duelo con su sempiterno rival político, el vicepresidente Aaron Burr, pretendía asegurar de esta manera la unión y evitar la bancarrota de muchos ciudadanos y militares que habían comprado bonos del Tesoro emitidos para pagar la guerra, y cuyo precio se había hundido pasto de los especuladores.

Deuda y libertad son conceptos antagónicos. Ningún pueblo puede ser libre si está hipotecado más allá de lo que pueda pagar

Su principal argumento era impecable: si la nación había librado una batalla común por la independencia, la deuda generada por la guerra también debería ser común, por lo que exigió que el gobierno federal, y no los estados, se hicieran cargo de ella. Suya fue la idea, de hecho, de crear el primer banco nacional del país. Al fin y al cabo, dijo Hamilton, las deudas eran el fruto pagado por la libertad.

Volcker, ya retirado, recordó ese acontecimiento en los peores años de la anterior crisis económica, pero añadió: "Europa está en un momento Hamilton, pero no veo a ningún Alexander Hamilton a la vista".

Deuda y libertad

No le faltó la razón. Las altas deudas públicas —además de factores estructurales que explican la baja productividad— han lastrado el crecimiento en los últimos años. Principalmente, en los países del sur de Europa. Y lo que es peor. Ya hay pocas dudas de que la herencia envenenada que recibirán las próximas generaciones, como este sábado reconoció el presidente del Gobierno, es un cheque de billones de euros en forma de deuda que comienza a ser impagable para algunos estados.

Deuda y libertad son conceptos antagónicos. Ningún pueblo puede ser libre si está hipotecado más allá de lo que pueda pagar, y por eso, en determinadas situaciones históricas, las naciones toman decisiones sin mirar atrás y sin buscar culpables. En tiempos de calamidades no tiene mucho sentido exigir responsabilidades que, sin duda, existen. Y los historiadores, y la memoria colectiva, están para recordarlo y no olvidar los errores cometidos.

Foto: Foto: iStock.

Esa filosofía moral, basada en la justicia social y no en el revanchismo político, va mucho más allá que la propia política, y es lo que determinó que en 1953 se firmara el llamado Acuerdo de Londres, suscrito por 25 naciones para encontrar una salida a las ingentes deudas contraídas por Alemania con sus acreedores en concepto de reparaciones de guerra.

El jefe de la delegación germana, el controvertido Hermann J. Abs, fue un poderoso banquero durante el nazismo y llegó a decir: "Es necesario encontrar una solución que sea a su vez aceptable para los acreedores y pagable por los deudores". El banquero Abs, durante muchos años presidente de Deutsche Bank, fue, como es conocido, uno de los padres del 'milagro económico' alemán.

Los vencedores no habían olvidado lo que había sucedido después del Tratado de Versalles, cuyas reparaciones fueron tan humillantes para el pueblo alemán, como de forma magistral describió Keynes, que fue el principal argumento de Hitler para llegar a la cancillería con un discurso nacionalista y totalitario.

Afortunadamente, no es esta, de ninguna manera, aquella situación de entreguerras. Pero hay pocas dudas de que el colapso económico del Covid-19 pondrá a prueba las democracias. Los estados, también el español, tendrán que elegir entre pagar las deudas o sacrificar la inversión pública y el bienestar de sus ciudadanos. Y esta es una disyuntiva tan feroz que no hay que descartar que las instituciones europeas, fruto de la reconciliación de la postguerra, salten por los aires. Sobre todo, cuando después del Brexit se ha demostrado que la pertenencia a la Unión Europea no es ya irreversible.

Atados de pies y manos

Conviene no reproducir errores pasados. Si antes de la pandemia órganos supranacionales, como la propia Comisión Europea con sus reglas fiscales dejaron sin apenas margen a las políticas económicas nacionales, tras la actual crisis, los gobiernos estarán atados de pies y manos debido a la enorme bola de deuda que han generado las políticas expansivas de gasto público, sin duda necesarias en una situación de emergencia.

Hay que reducir el volumen de deuda para que los gobiernos puedan hacer política. De otro modo, serán simples títeres o subalternos de los mercados

No es un asunto menor. Eso quiere decir que órganos con una fuerte vocación tecnocrática, y que no han sido elegidos democráticamente por los ciudadanos, serán quienes decidirán las políticas económicas con un solo objetivo: devolver las deudas contraídas por los estados con el BCE, el Mede, el BEI o cualquier otro mecanismo de urgencia que se ponga en marcha para afrontar la crisis. En definitiva, una especie de Gran Hermano de la ortodoxia económica marcará el destino de cientos de millones de ciudadanos. No en vano, todo el dinero que se anuncia son préstamos que hay que devolver. Ningún dinero es a fondo perdido.

Es por eso por lo que la única solución es reducir el volumen de deuda. Al menos, parcialmente. Precisamente, para que los gobiernos puedan hacer política. De otro modo, serán simples títeres o, lo que es peor, subalternos de los mercados financieros.

"Se ha apuntado, y así lo ha dicho el presidente Sánchez, la necesidad de un Plan Marshall para Europa destinado a las regiones más devastadas"

Como han puesto de relieve algunos analistas, Italia, la tercera economía de la UE, es ya un país que depende del BCE para sobrevivir. Su deuda superará, cuando termine esta pesadilla el 150% del PIB. Y lo que no es menos significativo, su reconstrucción —también la española— necesitará miles de millones de euros que no pueden obtenerse de ninguna fuente ortodoxa de financiación.

Se ha apuntado, y así lo ha dicho el presidente Sánchez, la necesidad de un Plan Marshall para Europa destinado a las regiones más devastadas. Pero conviene recordar que el origen de aquel programa de ayuda multimillonaria estuvo en el hecho de que había surgido una potencia hegemónica en Occidente, EEUU, que había salido triunfante tras la guerra, lo que le permitía tener ingentes recursos que pudo destinar a una Europa arrasada. Y la pandemia ahora es global. ¿O es que EEUU no va a entrar en recesión?

La espada de Damocles

Aunque no solo eso. El Plan Marshall tenía como primer objetivo convertir a Alemania en el dique de contención del comunismo, lo que explica que las ayudas fueran en paralelo a la instalación de bases militares para vigilar a la Unión Soviética. La propia Constitución alemana, su apuesta por el federalismo, fue una imposición estadounidense. Y ahora ningún país, ni, por supuesto, el gobierno de Pedro Sánchez quiere tener bajo su mandato esa espada de Damocles.

Como diría Hamilton, es el precio que hay que pagar por la libertad. Al final y al cabo, no son tiempos para políticas económicas gallináceas

Cerrada esta vía, solo cabe la de la condonación metiendo a perpetuidad en el balance del BCE —algo más de cinco billones de euros— los bonos que necesariamente tendrán que emitir los estados para asegurar no solo el bienestar de los ciudadanos, sino también la propia democracia. Incluidas todas esas deudas privadas, que en el fondo son una patada para adelante, y que tendrán que soportar los estados por el aumento de la morosidad de las empresas y los particulares como consecuencia de la destrucción de una parte significativa del tejido productivo.

No se pueden hacer políticas públicas en sectores esenciales que hoy se muestran como muy débiles, y ese es el objetivo de cualquier proceso electoral, cuando no se gestiona nada. Como diría Hamilton, es el precio que hay que pagar por la libertad. Al final y al cabo, no son tiempos para políticas económicas gallináceas. De baja altura.

El editorial del 'Financial Times' de este sábado lo recordó con lucidez. Los líderes que ganaron la guerra en 1945 no esperaron a la victoria para decidir lo que tenían que hacer. Roosevelt y Churchill firmaron la Carta del Atlántico en 1941. El Reino Unido publicó el Informe Beveridge, su compromiso con un Estado de bienestar universal, en 1942. En 1944, la conferencia de Bretton Woods forjó la arquitectura financiera de la posguerra. Y 2020 toca gestionar una inmensa montaña de deuda antes de que se pueda romper Europa.

El expresidente de la Reserva Federal, el legendario Paul Volcker, lo llamó el 'momento Hamilton'. Se refería a Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de EEUU, quien tras ser declarada la independencia, y frente a la oposición de Madison, logró que el Gobierno federal asumiera las cuantiosa deuda que los estados habían contraído durante la guerra.

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