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El Tea Party resucita en Madrid

El Tea Party ha resucitado en Madrid. Detrás de las caceroladas se esconde algo nuevo que desborda al propio PP. Una corriente subterránea se ha apoderado de la política madrileña

Foto: Vecinos del madrileño barrio de Salamanca. (EFE)
Vecinos del madrileño barrio de Salamanca. (EFE)

El 'New York Times' publicó hace algunas semanas un trabajo de la investigadora Lisa Graves en el que describía con precisión a quienes estaban detrás de las protestas contra la obligación de quedarse en casa decretada por los estados para luchar contra la pandemia.

Lisa Graves es directora ejecutiva de True North Research, una organización sin ánimo de lucro que desde hace años investiga la influencia que tienen desde la sombra algunos multimillonarios en la construcción de la opinión pública estadounidense. Graves ha investigado, sobre todo, a los hermanos Koch, Charles y David (ya fallecido), propietarios de uno de los mayores conglomerados industriales de EEUU y referentes de Americans for Prosperity. Esta asociación impulsa ahora una campaña federal contra lo que denominan 'rescates imprudentes' que está haciendo la Administración Trump para paliar los efectos económicos del coronavirus (36 millones de parados en apenas dos meses).

"Palin apoyó a Trump, pero el triunfo más importante del Tea Party fue arrasar con el viejo partido republicano de Lincoln, Roosevelt o Reagan"

Los hermanos Koch, como se sabe, alentaron con fondos de su patrimonio el nacimiento del Tea Party, un movimiento que tuvo su momento de esplendor cuando se opuso frontalmente al expresidente Obama, a quien acusaba de querer imponer un modelo socialista en EEUU. En ese momento, el combate ideológico se centró en la asistencia sanitaria.

Muchos conservadores, contó Graves en el diario neoyorquino, se oponían a la ley de cuidados de salud a bajo precio, impulsada, paradójicamente, por el republicano Mitt Romney cuando era gobernador de Massachusetts.

Como también es conocido, uno de los referentes del Tea Party —que hace referencia al legendario motín de los colonos contra Gran Bretaña— fue Sarah Palin, exgobernadora de Alaska y candidata a vicepresidenta. Palin, número dos del senador McCain, perdió la elección presidencial, pero su mensaje caló con fuerza entre muchos estadounidenses. De hecho, el triunfo de Trump contra todo el aparato republicano no se entendería sin la contribución ideológica del Tea Party, cuyo discurso político se basa en la confrontación y en la idea de que los demócratas, en realidad, son unos submarinos del socialismo. Mensajes simples, pero directos al mentón.

Los 'socialdemócratas'

Palin apoyó a Trump en las elecciones de 2016, pero el triunfo más importante de los conservadores del Tea Party fue, sin duda, arrasar con el viejo partido republicano de Lincoln, Theodore Roosevelt o, incluso, Reagan, que al lado de los nuevos 'neocon' era un socialdemócrata.

La oposición en las calles contra las medidas de restricción de la movilidad no son patrimonio de EEUU. En Alemania, el empresario Michael Ballweg ha movilizado en las últimas semanas a miles de personas contra el cierre de establecimientos. Bajo el lema 'Somos el pueblo', un viejo latiguillo de este tipo de movimientos, miles de alemanes se han organizado en torno a lo que Ballweg ha denominado 'pensamiento lateral'. Las manifestaciones se han extendido por Berlín, Stuttgart o Fráncfort.

"Madrid es el escenario de una batalla ideológica que va mucho más allá que una simple cacerolada. Y es, probablemente, el nacimiento de algo nuevo"

Algo une a todas estas movilizaciones. Por un lado, la idea de que el Gobierno les ha engañado con restricciones innecesarias, y, por otro, que el movimiento es transversal. Es decir, no tiene que ver con el eje clásico izquierda-derecha, toda vez que es el pueblo quien está detrás. Para alcanzar sus objetivos, sus líderes siembran el terreno con todo tipo de teorías conspiradoras, incluidas, como no, las que rezuman un apestoso antisemitismo.

Cada vez hay menos dudas de que ese discurso ha calado en la Comunidad de Madrid y en otras ciudades españolas donde se han extendido las protestas. Y, en particular, en la capital que hoy es el escenario de una batalla ideológica que va mucho más allá que una simple cacerolada al caer la tarde. Y que es, probablemente, el nacimiento de algo nuevo. En el futuro se conocerán los perfiles de ese movimiento en la medida que avance la pandemia económica. Pero sería una frivolidad, y hasta una irresponsabilidad, subestimarlo pensando que se trata de una simple revuelta de los ricos ociosos del barrio de Salamanca, donde hay de todo, contra el Gobierno socialista. Es mucho más. Se intuye un mar de fondo que hoy solo ha comenzado a asomar y que convendría no minusvalorar.

Corriente subterránea

Madrid es donde el Partido Popular —que lleva gobernando 25 años— se juega el ser o no ser. Por un lado, porque Ciudadanos tiene la llave de la gobernabilidad y podría cogobernar con el PSOE y con el partido de Errejón, pero, sobre todo, porque detrás de las caceroladas se adivina una corriente subterránea, todavía difícil de identificar de forma rigurosa, que tiene que ver con el debilitamiento de los viejos partidos —incluido el PP— para ser sustituidos por movimientos más o menos 'espontáneos' que tienden a movilizarse en torno a objetivos concretos —por ejemplo, el coronavirus— y a liderazgos construidos desde las sombras del poder que tarde o temprano cristalizarán.

El historiador mexicano Enrique Krauze lo ha llamado el síndrome del "pueblo soy yo", que se produce cuando el líder dice encarnar la voluntad del pueblo como si se tratara de un organismo único. Los independentistas catalanes saben mucho de ello porque siempre han querido construir un relato en el que era el pueblo, el nuevo sujeto político, quien reclamaba la independencia, cuando era justamente al revés. Fueron las élites quienes pusieron en marcha el reloj del 'procés'.

placeholder Vecinos del madrileño barrio de Salamanca se manifiestan contra el Gobierno. (EFE)
Vecinos del madrileño barrio de Salamanca se manifiestan contra el Gobierno. (EFE)

El desbordamiento de los partidos por movimientos que dicen representar al pueblo empoderado no es un asunto menor. Ni mucho menos nuevo. Cada vez hay menos dudas de que el mundo tiende a construirse en torno a grandes líderes —Putin se va a perpetuar en el poder— ajenos a los partidos políticos tradicionales. Trump, Bolsonaro e, incluso, el propio Macron han llegado al poder desafiando las viejas estructuras partidarias. En todos los casos, como representantes de movimientos que, en teoría, van de abajo a arriba. Es decir, desde las calles hasta la cima. En la mayoría de los casos, alimentados por las redes sociales y las televisiones.

La idea de renovar el sistema político, a priori, resulta atractiva. Los viejos partidos, en muchos casos, se han ganado a pulso su descrédito debido a los múltiples casos de corrupción, al nepotismo de sus dirigentes, y, en última instancia, a su incapacidad para entender las nuevas demandas sociales. Sin contar el derroche en el uso del dinero de los contribuyentes o el control que ejercen sobre el resto de los poderes constitucionales.

"Los movimientos 'espontáneos' suelen acabar en tragedia si no se canalizan de forma adecuada a través de estructuras democráticas"

Hay razones para pensar que los movimientos 'espontáneos' o que surgen de la 'nada' suelen acabar en tragedia si no se canalizan de forma adecuada a través de estructuras democráticas, que son, precisamente, la mejor vacuna contra los salvadores de la patria y contra los que no tienen dudas. El PP, que es un partido con dirigentes cabales, debería saberlo. El individualismo desaforado en torno a un líder o la deriva reaccionaria de un movimiento construido para derribar un poder elegido democráticamente tiene al menos dos consecuencias. Primero, liquida los instrumentos clásicos que sirven para canalizar el conflicto social, los partidos políticos, y, en segundo lugar, barre las instituciones que hacen de contrapeso, ya que es el pueblo, levantado en asamblea, quien siempre tiene razón.

Es por eso por lo que cuando los partidos dejan de ser útiles y son incapaces de articular las legítimas demandas sociales, y hasta el cabreo de muchos ciudadanos con el poder, aparecen las soluciones mágicas. Y aunque es verdad que a corto plazo Casado puede capitalizar las críticas a Sánchez, sin duda muy fundadas en muchos aspectos, es probable que acabe desbordado por los acontecimientos, como le ha sucedido al partido republicano. Al fin y al cabo, para qué sirve un partido si no es para canalizar las protestas.

El 'New York Times' publicó hace algunas semanas un trabajo de la investigadora Lisa Graves en el que describía con precisión a quienes estaban detrás de las protestas contra la obligación de quedarse en casa decretada por los estados para luchar contra la pandemia.

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