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Ese estúpido sistema fiscal del que usted me habla
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Carlos Sánchez

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Ese estúpido sistema fiscal del que usted me habla

Los pobres no caen del cielo. La educación y el reparto de la riqueza explican el aumento de la desigualdad. Sin embargo, en plena reconstrucción, nadie habla de sistema fiscal

Foto: Ilustración. (iStock)
Ilustración. (iStock)

George Bernard Shaw tenía más de setenta años cuando comenzó a escribir un 'librito', que al final se convertiría en un mamotreto de más de 700 páginas, que tituló 'Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes'*. Solo por el título, hoy sería excomulgado por la cofradía de lo políticamente correcto, pero conviene leerlo porque es, probablemente, uno de los mejores tratados —aunque no sea un libro económico— sobre la distribución de la renta y de la riqueza. El texto nació, en realidad, como un encargo de su cuñada, Lady Cholmondeley, para que la aristócrata británica pudiera comentarlo con sus amigas y, de ahí, el pomposo título.

Bernard Shaw, como se sabe, se inició en la Sociedad Fabiana, que fue el origen del partido laborista, pero se fue alejando de sus tesis gradualistas —los fabianos huían de la revolución marxista y planteaban reformas sociales del sistema capitalista— a medida que se fue radicalizando su visión del mundo. Esto le llevó a distanciarse del polifacético William Morris, su viejo amigo, el hombre que agitó a la izquierda británica durante la segunda mitad del siglo XIX, y que puso los cimientos de lo que sería una parte de la izquierda europea durante el siglo XX.

Los ascensores sociales se han roto y hay dos explicaciones fundamentales: la eficiencia de los sistemas fiscales y el papel de la educación

El dramaturgo irlandés, sin embargo, fue siempre fiel al programa fabiano de la década de los años 80, y desde 1910 siempre defendió la igualdad de la renta. Suya, de hecho, es una frase que un siglo después está en el centro del debate político en medio de la pandemia: "Los casos en que los hombres pobres se hacen ricos son excepcionales, y, aunque es más común que los ricos se vuelvan pobres, también se trata de accidentes y no de circunstancias ordinarias del día a día". Y concluía: "La norma es que los trabajadores del mismo rango y condición reciban la misma paga y que no caigan más abajo ni suban más arriba de su condición".

Acertó Bernard Shaw pese a no contar con ninguna herramienta de 'big data' o de inteligencia artificial. Cada vez es más evidente que la movilidad social se ha estancado. Diversos estudios, como los que dirige el economista indio Raj Chetty, de la Universidad de Harvard, han acreditado que los ascensores sociales se han roto o, al menos, están seriamente averiados. Y, aunque las causas son múltiples, hay dos explicaciones fundamentales: la eficiencia de los sistemas fiscales, que cada vez contribuyen menos a la redistribución de la renta, y el papel de la educación.

El sueño americano

Chetty ha demostrado que el porcentaje de niños que ganará más que sus padres en EEUU ha pasado del 90% en 1945 a apenas el 50% en la actualidad, lo que sería una evidencia de que la movilidad social, el mito del sueño americano, se habría esfumado. O, al menos, estaría seriamente en riesgo.

Los sistemas fiscales modernos, como se sabe, tienen una doble función. Por un lado, buscan sufragar las necesidades de gasto público, y, por otro, son un instrumento de redistribución de la riqueza que un país es capaz de generar en un año. No hay ninguna duda de que el primero de los objetivos se consigue, aunque sea, como en el caso español, arrastrando cuantiosos déficits que se cubren con deuda. Pero no está tan claro que se logre el segundo de los objetivos.

placeholder Desigualdad de la renta en España.
Desigualdad de la renta en España.

Un reciente estudio de los profesores Salas-Rojo y Gabriel Rodríguez, ha llegado a la conclusión de que casi el 70% de la desigualdad de la riqueza en España viene asociada a las herencias, es decir a la transmisión intergeneracional de los patrimonios, y este porcentaje sube hasta casi el 75% en el caso de la riqueza no financiera. Su conclusión es diáfana: la distribución de las herencias es un componente notable de la desigualdad social.

El otro factor, como se sabe, es la educación. Los padres altamente educados, como sostiene el trabajo, en general, transmiten su capital social y humano a sus hijos. En particular, enviándolos a mejores colegios y universidades en los que pueden desarrollar redes sociales más rentables. El célebre 'networking'.

Es evidente que no se trata de un problema nuevo, y, de hecho, las ciencias sociales —ahora que se cumple el centenario de la muerte de Max Weber— lo vienen observando desde hace más de un siglo. Pero, ahora que tanto se reivindican los pactos de la Moncloa convendría recordar que no solamente fueron un programa de ajuste para doblegar la inflación o un acuerdo político que allanó el camino al clima de consenso que hizo posible la Constitución, sino que, además, significó una modernización del sistema fiscal. Al fin y al cabo, como se suele decir, los impuestos son el precio que hay que pagar por la civilización y hay que renovarlos para que respondan a cada momento histórico.

Delito fiscal

El texto se puede consultar en el BOE y conviene recordar que, además de la creación de un impuesto extraordinario sobre el patrimonio, se introdujeron medidas como un impuesto que debían pagar todos los presidentes de consejos de administración y vocales con rentas superiores a las 750.000 pesetas; un endurecimiento de lo que antes se denominaba impuesto sobre el lujo; una regularización fiscal, léase amnistía; la introducción del delito fiscal en el Código Penal; el fin del secreto bancario, además de otras medidas destinadas a que las empresas no eludieron el pago del impuesto de sociedades.

Es decir, en un contexto extremadamente difícil, se entendió que la actualización del sistema fiscal del franquismo era no solo necesaria, sino urgente. No sucede ahora lo mismo.

Se ha optado por un modelo de reactivación basado en la captura de rentas, en buena medida gracias al dinero que llegará de Bruselas

Es verdaderamente singular que en unos momentos en los que el país se mira al ombligo para ver ‘lo que nos pasa’, según la célebre cita de Ortega, poco o nada se está hablando de poner al día el sistema fiscal, que no solo es un instrumento de recaudación para financiar el gasto público, sino que también es, junto a la educación, la herramienta más potente para favorecer la igualdad de oportunidades, que es el objetivo estratégico de cualquier democracia moderna. Incluso, se podría decir, de cualquier sociedad decente.

En su lugar, se ha optado por un modelo de reactivación basado en la captura de rentas, en buena medida gracias al dinero que llegará de Bruselas y a la acción decidida del BCE que permite endeudarse casi sin límites, por parte de todos los colectivos potencialmente beneficiados, ya sean trabajadores, empresarios o autónomos, pero sin atender a las causas que explican el ensanchamiento de la desigualdad y, por lo tanto, al origen de muchos de los problemas. Probablemente, porque es lo más fácil de hacer: repartir fondos sin evaluar su eficiencia y sin comprobar si las ayudas sirven para avanzar en la igualdad de oportunidades mediante los dos instrumentos clásicos, la educación y el sistema fiscal.

Las herencias

Es decir, sin que se responda a algunas de las preguntas más profundas que explican buena parte del malestar social o la polarización que viven hoy las sociedades avanzadas, y que el populismo aprovecha para erosionar las democracias: ¿Qué parte de la desigualdad total de la riqueza se explica por las herencias?; ¿por qué la concentración de patrimonio es tan persistente a lo largo del tiempo? o ¿para qué pagamos impuestos?

Ni siquiera con ocasión del debate sobre el ingreso mínimo vital se ha producido una discusión a fondo sobre los instrumentos del sistema fiscal para combatir la pobreza, cuando numerosos estudios han demostrado que las asignaciones monetarias —sin duda necesarias en este contexto— tienden a estancar la movilidad social. De ahí que los programas mejor diseñados busquen sacar a los pobres de sus barrios, por ejemplo, mediante cheques-vivienda que eviten una concentración de la pobreza en determinadas áreas, y que Isabel Morillo ha explicado en este periódico poniendo como ejemplo lo que ha sucedido en el Polígono Sur de Sevilla en las tres últimas décadas. Aunque esos programas puedan resultar caros a corto plazo, a la larga liberan gasto público y son una fuente de ingresos.

No es asunto cualquiera. El sistema fiscal es la clave de bóveda de cualquier sistema político, y, de hecho, las naciones se construyeron alrededor del pago de tributos.

Un modelo fiscal más justo sería la mejor manera de no contribuir a la auténtica distancia social, que no es fruto del virus, sino del mal reparto de la renta

En España, sin embargo, el debate sigue girando en torno a si hay que subir unos puntos los tipos marginales a los ricos o si hay que poner un impuesto extraordinario a los millonarios, o, incluso, lo que es todavía más delirante, si hay que bajar los impuestos en una situación como la actual, pero sin hacer una reflexión de fondo sobre la calidad del sistema fiscal, que, en última instancia, es lo que se necesita.

Cuando se critica, con razón, a Países Bajos o Luxemburgo porque son territorios muy parecidos a un paraíso fiscal dentro de la propia UE, aunque no lo sean, se olvida que la mayor de las iniquidades tributarias es contar con enormes yacimientos de economía sumergida, y ahí España tiene múltiples razones para estar callada.

Se desconoce si el Gobierno tiene un plan fiscal más allá de la hojarasca dialéctica, pero convendría conocerlo. Precisamente, porque si ese plan llegara a buen puerto sería su mayor contribución para evitar que la pobreza se transmita de generación en generación y así poder llevar la contraria a Bernard Shaw, quien, frustrado al final de sus días, recordó que la reina Victoria hizo siempre gala de su sentido práctico cuando dijo que no concedería un título a quien no tuviera el dinero suficiente para mantenerlo.

Un modelo fiscal más justo sería la mejor manera de no contribuir a la auténtica distancia social, que no es fruto del virus, sino del mal reparto de la renta y de la riqueza.

'Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes', RBA Actualidad, 2013.

George Bernard Shaw tenía más de setenta años cuando comenzó a escribir un 'librito', que al final se convertiría en un mamotreto de más de 700 páginas, que tituló 'Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes'*. Solo por el título, hoy sería excomulgado por la cofradía de lo políticamente correcto, pero conviene leerlo porque es, probablemente, uno de los mejores tratados —aunque no sea un libro económico— sobre la distribución de la renta y de la riqueza. El texto nació, en realidad, como un encargo de su cuñada, Lady Cholmondeley, para que la aristócrata británica pudiera comentarlo con sus amigas y, de ahí, el pomposo título.

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