Es noticia
Pongamos que hablo de Madrid
  1. España
  2. Mientras Tanto
Carlos Sánchez

Mientras Tanto

Por

Pongamos que hablo de Madrid

Madrid se ha vuelto un territorio hostil para muchos ciudadanos. Más allá de la lamentable gestión de Ayuso, lo cierto es que la estrategia del PP para la comunidad ya no da más de sí

Foto:  La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, el vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado (izda), y el consejero de Sanidad de Madrid, Enrique Ruiz. (EFE)
La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, el vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado (izda), y el consejero de Sanidad de Madrid, Enrique Ruiz. (EFE)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Madrid se ha hecho una comunidad antipática. Probablemente, sin que nadie lo haya querido de forma explícita. Pero antipática. Es más, está bajo sospecha pese a su proverbial capacidad de acogida y bonhomía. Y no solo por la incapacidad del gobierno de Isabel Díaz Ayuso a la hora de contener la pandemia. La aversión que genera para muchos españoles viene de lejos. Desde luego, desde que se quiso identificar a la capital del Estado con España. Como si ambas realidades fueran la misma cosa.

Esa descabellada idea, particularmente intensa en tiempos de Esperanza Aguirre, quien recogía firmas contra el estatuto de autonomía catalán, ha estado en el centro del discurso conservador durante las dos últimas décadas, tiempo en el que se ha querido demostrar que lo que se hacía en Madrid, incluidas las políticas fiscales o las políticas públicas en educación o sanidad, servía para todo el país. Como si un territorio tan complejo como es España se pudiera homogeneizar con la receta madrileña.

Madrid, de hecho, ya desde los lejanos tiempos del 'plan Felipe', aquel faraónico (y necesario) proyecto destinado a poner al día las infraestructuras de la principal ciudad de España, ha sido el laboratorio de las ideas conservadoras. Y en verdad que ha dado sus frutos. El PP gobierna la comunidad autónoma desde 1995 y el ayuntamiento desde 1991, con el breve paréntesis de los cuatro años de Carmena.

Se ha querido demostrar que lo que se hacía en Madrid servía para todo el país. Como si se pudiera homogeneizar un territorio tan complejo

Es cierto que, durante todo ese tiempo, Madrid ha crecido por encima de la media de España. Pero, en contra de lo que suele creerse, no de una forma definitiva. Ni siquiera es un modelo de gestión, como ha demostrado la pandemia en un aspecto tan esencial como es la sanidad. En el año 2000, la renta per cápita de la región representaba el 133,8% de la media española, mientras que dos décadas después su riqueza relativa ha escalado hasta el 135,7%. No parece mucho en dos décadas pese a los beneficios de la capitalidad. Su peso respecto del conjunto de España ha pasado del 17,7% del PIB al 19,3%, lo que tampoco parece indicar un sorpaso imparable en veinte años.

Un discurso muy eficaz

Sin embargo, en torno a la idea de que Madrid es el motor de España, como le gusta decir a Ayuso, se ha construido un formidable discurso que ha sido muy eficaz en términos políticos. Y que ha hecho creer, a través de medios de comunicación afines a la Real Casa de Correos, que el evidente progreso de Madrid —nadie lo puede poner en duda— tiene un origen único y exclusivo en la labor de sus gobernantes, cuando el crecimiento de las grandes ciudades es un fenómeno universal. En 2050, según Naciones Unidas, el 70% de la población vivirá en ciudades con más de 300.000 habitantes.

Madrid concentró en 2019 el 62% de los flujos totales recibidos por España del exterior. Y ya ni siquiera compite con Barcelona

Las grandes urbes, de hecho, ya acaparan hoy el progreso en todo el planeta. Básicamente, por tres razones: el proceso de tercerización de la economía a costa de la agricultura y de la industria tradicional; los avances tecnológicos, que permiten concentrar los centros de producción en ciudades con mayores disponibilidades de movilidad e infraestructuras, y, por supuesto, la constatación de que mercados más grandes, como son las grandes urbes, aceleran la división del trabajo, lo que las hace más productivas que las pequeñas ciudades, condenadas a ser subsidiarias.

A esto hay que añadir, en el caso español, lo que es extraño en países muy descentralizados, los réditos de la capitalidad, el llamado 'efecto sede', en términos de empleo, inversión extranjera o corredores ferroviarios. Madrid concentró en 2019 el 62% de los flujos totales recibidos por España del exterior. Y ya ni siquiera compite con Barcelona por la descabellada estrategia independentista.

La corrupción

No hay ninguna duda de que el Partido Popular —que ha tejido una fructífera alianza con el empresariado autonómico para ambos— ha sabido capitalizar políticamente estas nuevas realidades sociales y económicas, lo que explica que haya barrido a sus adversarios en el último cuarto de siglo. Justo, hasta que los frecuentes casos de corrupción y los recortes en servicios públicos elementales han hecho mella en su electorado. Un fenómeno que ha coincidido en el tiempo con la aparición de nuevos partidos que han encontrado una oportunidad histórica ante la debacle de las viejas formaciones.

¿El resultado de esta estrategia conservadora? Enormes heridas y disputas territoriales (Madrid contra todos)

Se puede decir, incluso, que la mayor oposición al PP madrileño ha sido el propio PP, ya que la izquierda ha sido un desastre durante todos estos años. Probablemente, además de por esa jaula de grillos que siempre ha sido la Federación Socialista Madrileña, heredera de la vieja Agrupación que fundara Pablo Iglesias, porque le ha interesado que los conservadores ganen en Madrid para sacar votos en el resto de España. Y para demostrarlo ahí está la excéntrica lista de candidatos que ha presentado históricamente el PSOE a la alcaldía de Madrid; en esto se parecen Sánchez, Zapatero y González. O la figura del propio Gabilondo, un verdadero misterio metafísico.

El resultado de esa estrategia conservadora, avalada de forma inconsciente por la izquierda regional, no ha sido inocuo. Lo que han quedado son enormes heridas y disputas territoriales (Madrid contra todos) debido a su enorme sobreexposición a la política nacional, como si el 14,2% que pesa la Comunidad respecto del conjunto de España en términos de población fuera más importante que el 85,8% restante. Un verdadero hartazgo para muchos ciudadanos que conocen hoy mejor lo que pasa en Madrid que en sus propios territorios.

Esta sobreexposición de Madrid ha sido deliberada aun a costa de que el PP perdiera poder en otras regiones, lo que explica, en parte, la errática posición de los conservadores en las dos comunidades con un fuerte componente nacionalista: País Vasco y Cataluña.

Agravios comparativos

Para Aznar, Rajoy o, ahora, Casado, es irrelevante lo que suceda en Vitoria o Barcelona en términos electorales. Lo importante siempre ha sido 'salvar' la joya de la corona. Entre otras razones, por la enorme influencia que ejerce Madrid sobre otros territorios históricamente marginados en la prosperidad de España por esas mismas élites que ahora reivindica Iglesias, el joven, y que, con razón, siempre han visto al nacionalismo como un acto supino de insolidaridad. El juego de los agravios comparativos, ya se sabe, suele ser muy útil en política y en Madrid es una mina de votos.

El problema para el Partido Popular es que ha ido demasiado lejos con esa estrategia y hoy Madrid aparece ante muchos como la punta de lanza de oposición al Gobierno de la nación, incluso, sacándose de la chistera una inútil rebaja del 0,5% en el IRPF que bien podría destinarse a mejorar los servicios públicos.

La jugada es tan burda que la ha aprovechado Sánchez para dejar que Díaz Ayuso se cueza en su propia salsa por haber priorizado la ideología frente a la gestión, con el resultado ya conocido. Moncloa aparece ahora como la salvación de un Gobierno regional atrapado tanto por fuego amigo como enemigo. Ni Vox, que le dio la presidencia a Ayuso, sale hoy en su defensa.

Sánchez ha aprovechado para dejar que Ayuso se cueza en su propia salsa por haber priorizado la ideología frente a la gestión

Este juego de truhanes, aun a costa de la salud pública, explica la satisfacción íntima que muchos sienten hoy por lo que sucede en Madrid en términos políticos. Sin duda, porque la propia configuración del actual Gobierno madrileño ha sido un despropósito desde el minuto uno. Empezando por la propia elección de una inexperta Díaz Ayuso, incapaz de gestionar un presupuesto de 20.000 millones al año: los presupuestos de 2019 están prorrogados. O, continuando con un pacto con Vox sin asegurarse, siquiera, la aprobación de las cuentas regionales. Es más, mientras que Casado y la propia Ayuso reclaman con razón la identidad del supuesto comité de expertos de Sánchez, se desconoce quiénes asesoran al consejero Ruiz Escudero.

Obviamente, porque para el PP, y en particular para Casado, que tiene un problema con su política de selección de líderes en su partido, lo único importante era retener el poder, aunque fuera a costa de los madrileños. Madrid, y aquí está el drama, es un simple rehén de una determinada estrategia que está ya agotada. Bien haría el PP en devolver a Madrid a su sitio, que no es otro que una gran región, con una gran capital, que no se merece confundirla con España. España es España y Madrid es Madrid.

Madrid se ha hecho una comunidad antipática. Probablemente, sin que nadie lo haya querido de forma explícita. Pero antipática. Es más, está bajo sospecha pese a su proverbial capacidad de acogida y bonhomía. Y no solo por la incapacidad del gobierno de Isabel Díaz Ayuso a la hora de contener la pandemia. La aversión que genera para muchos españoles viene de lejos. Desde luego, desde que se quiso identificar a la capital del Estado con España. Como si ambas realidades fueran la misma cosa.

Isabel Díaz Ayuso Madrid Catalán Esperanza Aguirre Renta per cápita ONU PIB Moncloa IRPF
El redactor recomienda