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¿Qué fue de los 'baby boomers'? Lo que esconde la guerra entre generaciones
La guerra está servida. El ministro Escrivá ha destapado la caja de los truenos tras avanzar que los 'baby boomers' asumirán los ajustes de la Seguridad Social. Una guerra sin sentido
Al término "generación" le ha pasado lo mismo que a la palabra "revolución". Se ha abusado tanto de ella—revolución industrial, revolución feminista, revolución verde, revolución cultural, revolución de terciopelo, revolución de los claveles y, por supuesto, revolución francesa, la madre de todas las revoluciones, junto a la de octubre, la inglesa y la americana— que ha perdido toda credibilidad. Hoy se entremezclan la generación X y la generación Z, pero también se habla de la generación millennial, centennials y, últimamente, se ha vuelto a rescatar la generación 'boomer' a raíz de unas declaraciones del ministro Escrivá de las que, posteriormente, se ha arrepentido. Y todo en apenas dos décadas.
El filósofo Comte, que estudió a fondo el comportamiento colectivo de determinadas cohortes de edad, entendía que una generación duraba de media 30 años, mientras que Ortega, cuya obra está preñada de un análisis riguroso de los cambios sociales, lo rebajó a la mitad. Sin embargo, en los últimos años, el concepto de generación se ha extendido tanto que desde el año 2000, y no por casualidad, se etiquetan ciertos comportamientos sociales más o menos coherentes entre sí, como si se tratara de una generación. Cualquier cambio social, aunque sea irrelevante en términos históricos, se etiqueta como una generación diferente a la anterior, cuando en realidad esa presunta diferencia tiene más que ver con una marca comercial. Y así lo interpreta el capitalismo, con una prodigiosa capacidad de reinventarse cambiando los nombres y las formas.
Hay quien ha teorizado sobre la existencia de una fantasmagórica 'generación tapón', que es la lucha de clases llevada a la biología
Probablemente, por la ausencia de referencias ideológicas fuertes, tanto el liberalismo clásico, en sus diferentes versiones, como el socialismo, también en sus distintas formas; han dejado de ser modelos ineludibles, lo que explica que cada poco tiempo surja una 'generación' a la que une valores distintos a los tradicionales. Incluso, hay quien ha teorizado sobre la existencia de una fantasmagórica 'generación tapón', que es la lucha de clases llevada a la biología, y que es una de las patadas a la inteligencia más contundentes de las últimas décadas.
Padres e hijos
Lo cierto es que esto se explica por la existencia de una especie de 'orfandad' política y social, y hasta cultural, que hace que una determinada cohorte de edad se sienta unida más por el año de nacimiento —que es una casualidad histórica— que por su simpatía por el sistema de valores convencionales que se transmite de padres a hijos. Mientras que antes el concepto de generación se podía circunscribir, sobre todo, al ámbito del arte, las vanguardias, o la literatura, la generación beat o la generación del 98, etiquetada así por Azorín, hoy se abusa de su utilización para encasillar ciertos comportamientos sociales que tienen algún parecido entre sí.
El exceso ha llegado a tales extremos que ante la ausencia de referentes ideológicos sólidos, y de soluciones estructurales, se busca en una presunta guerra generacional las causas de nuestros problemas. El 'régimen del 78' llegó a esgrimir el conglomerado de Podemos para descalificar a los políticos que hicieron posible la Transición, como si los problemas de España hoy fueran una guerra generacional, cuando ya todos ellos están muertos o jubilados.
La polvareda que se ha levantado con el corto —y punzante— discurso de Ana Iris Simón ante el presidente del Gobierno, y que Esteban Hernández ha analizado con lucidez en estas páginas, refleja ese falso antagonismo creado. En unos casos, tendiendo a culpar de los problemas actuales al egoísmo de las generaciones anteriores, y en otros reinventando un cierto sentido de clase social en el sentido tradicional del término, aunque Marx se hubiera levantado de su tumba londinense para amonestar a los concernidos. Como si las anteriores generaciones hubieran sido dueñas de sus destinos y las nuevas, a las que les une el factor biológico, fueran simples títeres que se mueven lastimosamente al albur de la pobre herencia recibida. Sin duda, una lectura singular del concepto de clase social.
Ahora, tras la intervención del ministro de la Seguridad Social, se ha trasladado esa batalla generacional, que en realidad forma parte de las falsas guerras culturales que el populismo genera con cierta frecuencia, al ámbito de las pensiones. Y este es, precisamente, el error de Escrivá, interpretar las dificultades financieras del sistema público de protección social en clase generacional. Como si los nacidos entre 1956 y 1979, que son los años en los que España tuvo más de 600.000 nacimientos al año, los 'baby boomers', fueran los responsables de las insuficiencias del sistema público de protección.
El error es mayúsculo porque identifica los problemas de la Seguridad Social con la demografía en un periodo concreto, que son los 23 años en los que España ha tenido mayor número de nacimientos en su historia, y no con el problema de fondo en un sistema de reparto, como es el español, y que es el empleo. Es decir, el número de ocupados. ¿O es que el incalificable paro juvenil es ajeno a los problemas actuales de la Seguridad Social? En los sistemas de reparto, como se sabe, los activos pagan las pensiones de quienes se han jubilado, y así ha funcionado el sistema desde que el canciller Bismarck lo puso en marcha hace 150 años.
Pacto intergeneracional
Trasladar el problema a una cuestión generacional, precisamente a la cohorte que ha pagado más cotizaciones, es, por lo tanto, una forma de escapismo intelectual, cuando el problema de las pensiones —como otras muchas cuestiones— tiene que ver con el empleo y, por supuesto, con los niveles salariales. Un escapismo que se produce, igualmente, cuando se legisla pensando en los más de ocho millones de pensionistas y no a la luz del interés general, lo que alienta las guerras generacionales. En ese caso, no sin razón. O cuando se habla de renovar el pacto intergeneracional, que es una forma de decir que haya trasvase de recursos entre los menos pobres y los más pobres. Cuando el problema es mucho más profundo y tiene que ver con la incapacidad del sistema para cubrir las expectativas que él mismo genera.
Lógicamente, el sistema de Seguridad Social se resiente cuando la tasa de empleo se sitúa (68%) cinco puntos por debajo de la media de la Unión Europea, lo que significa, lisa y llanamente, que España no es capaz de generar suficientes puestos de trabajo para pagar las pensiones. O cuando las bases medias de cotización (que es la clave de bóveda del sistema junto al empleo) han crecido apenas un 1% de media anual en la última década fruto del sistema económico, que ya no es capaz de proveer recursos suficientes.
No se trata de un problema generacional, sino que tiene que ver con decisiones de política económica y con un problema demográfico
No es, por lo tanto, un problema generacional, sino que tiene que ver con decisiones de política económica y, por supuesto, con un problema demográfico que ningún Gobierno desde los años 80 ha sabido resolver. O, al menos, encauzar.
La excusa generacional, igualmente, incorpora un discurso aterrador en términos económicos y políticos. A la luz de la economía, trabaja con la idea de que quienes han cotizado durante su vida laboral con bases máximas o más elevadas que la media, gracias a sus salarios, son realmente los culpables del desequilibrio financiero de la Seguridad Social. Es decir, en sentido contrario, se insinúa que los bajos salarios y la precariedad laboral son consecuencia de quienes por razones biológicas nacieron entre 1956 y 1979, como ha identificado el ministro Escrivá.
Este discurso esconde, al menos, dos falacias. La primera que toda la generación 'boomer' ha podido cotizar por bases suficientes para generar una pensión digna, lo que está muy alejado de la realidad. No estará de más recordar que el 70% de las pensiones que paga actualmente el sistema de Seguridad Social son inferiores a 1.200 euros. Y aunque en el futuro tenderán a subir por el aumento de las bases de cotización (efecto sustitución), todavía muchos pensionistas nacidos durante los 23 años de explosión demográfica seguirán recibiendo prestaciones públicas muy bajas por el fracaso de los sistemas complementarios ligados a la empresa. Sin duda, un problema que ningún Gobierno ha sabido resolver.
Un determinismo biológico
El segundo mensaje que se lanza con la idea de que los problemas de la Seguridad Social tienen que ver con un asunto generacional es el más preocupante, toda vez que se asume la idea de que quienes tienen una pensión suficiente por haber cotizado por bases reguladoras más elevadas son, en realidad, los culpables de que los sueldos de los jóvenes (y las posteriores pensiones) sean más bajos. Es decir, una suerte de determinismo biológico que ignora factores como la productividad, el reparto del empleo, las relaciones de poder dentro de la empresa y, por supuesto, la legislación laboral, cuya responsabilidad no recae en la generación nacida entre 1956 y 1979, sino en la que gobierna ahora o lo ha hecho antes.
El 70% de las pensiones de la Seguridad Social son inferiores a 1.200 euros. Muchos pensionistas seguirán recibiendo prestaciones muy bajas
Si la precariedad es alta y los salarios bajos, parece obvio que los responsables no son quienes nacieron, por ejemplo, en 1964, que es el año con mayor número de nacimientos en la historia de España (casi 700.000), sino quienes han gobernado en los últimos años y han diseñado un sistema de pensiones con desequilibrios estructurales, y que se enfrenta a cambios demográficos que no han nacido de la noche a la mañana. Por el contrario, se veían venir desde hace décadas. Si hay algo previsible en economía es la evolución de la población excluyendo fenómenos como la inmigración, que es lo más difícil de proyectar.
Al fin y al cabo, como decía Newton, todas las generaciones caminan a lomos de gigantes, que son quienes han abierto el camino para el progreso, y sin ellos el mundo sería peor, y por eso matar al mensajero es una mala práctica en política económica.
Al término "generación" le ha pasado lo mismo que a la palabra "revolución". Se ha abusado tanto de ella—revolución industrial, revolución feminista, revolución verde, revolución cultural, revolución de terciopelo, revolución de los claveles y, por supuesto, revolución francesa, la madre de todas las revoluciones, junto a la de octubre, la inglesa y la americana— que ha perdido toda credibilidad. Hoy se entremezclan la generación X y la generación Z, pero también se habla de la generación millennial, centennials y, últimamente, se ha vuelto a rescatar la generación 'boomer' a raíz de unas declaraciones del ministro Escrivá de las que, posteriormente, se ha arrepentido. Y todo en apenas dos décadas.