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El falaz enfrentamiento entre generaciones
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Carlos Sánchez

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El falaz enfrentamiento entre generaciones

Hay razones para pensar que detrás de las presuntas guerras generacionales se encuentre la debilidad de referencias ideológicas fuertes, que son las que han movido el mundo en los dos últimos siglos en un sentido o en otro

Foto:  Un jubilado participa en la manifestación convocada por la Coordinadora Estatal por la Defensa del Sistema Público de Pensiones. (EFE/Eloy Alonso)
Un jubilado participa en la manifestación convocada por la Coordinadora Estatal por la Defensa del Sistema Público de Pensiones. (EFE/Eloy Alonso)
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La obsesión por poner nombres diferentes a cosas que en realidad son idénticas, puede explicar una presunta guerra generacional a cuenta de las pensiones. Según esa teoría, el Gobierno de turno mima a los mayores de 65 años, es decir a quienes nacieron antes de 1956, por razones electorales, mientras que desprecia a los jóvenes no poniendo los recursos suficientes para su emancipación. Ya sea, no invirtiendo lo suficiente en viviendas públicas de alquiler, en ayudas más generosas a las familias o manteniendo un mercado laboral dual que favorece a quienes tienen un contrato indefinido (normalmente de mayor edad) frente a los precarios, sean temporales o a tiempo parcial no deseado. Esto explicaría, según ese razonamiento, que los jóvenes estén condenados de antemano, ya que se prioriza la atención a los 'boomer' por razones de conveniencia política.

El argumento, en sí, es atractivo. Una de las características del tiempo actual, y el populismo ha hecho de ello una obra arte, es la elaboración de un pensamiento mágico basado en choque de identidades: los homosexuales contra los heterosexuales, las mujeres contra los hombres, los negros contra los blancos…, y así una lista enorme de agravios que describe los problemas sociales como fruto de guerras culturales. Ahora, los jóvenes contra los viejos.

El resultado, como no podía ser de otra manera, es que se obvian las causas últimas del conflicto social, y que son las que explican el enfrentamiento. Sin duda, porque analizar de forma sistemática sus orígenes supone hacer un esfuerzo metodológico que por su propia naturaleza es bastante menos vistoso que mostrar únicamente las consecuencias, que a menudo son visibles.

Probablemente, porque estamos en la cultura de la imagen, con evidentes limitaciones a la hora de trasladar problemas complejos

En un conflicto armado, por ejemplo, y como no puede ser de otra manera, la opinión pública presta atención a los refugiados y a las víctimas inocentes, pero suelen pasar desapercibidas las causas objetivas que explican la guerra, y que casi siempre tienen que ver con la ambición por el poder y por la naturaleza misma del sistema económico. Lo mismo sucede con las crisis, se atiende a las colas del hambre, sin duda una obligación moral o ética, como se prefiera, pero sus causas suelen llamar menos la atención. Probablemente, porque estamos en la cultura de la imagen, con evidentes limitaciones a la hora de trasladar problemas complejos.

Un buen ejemplo es, precisamente, el sistema público de pensiones, que para quienes esgrimen la teoría de las generaciones —llamémosle así— encajaría en lo que los economistas denominan 'captura de rentas'. Es decir, aquel proceso por el cual, mediante la utilización de instrumentos totalmente lícitos, y en esto no hay ninguna duda, ya que son leyes aprobadas en el parlamento, se arrebata riqueza que pertenece a todos para beneficiar a unos pocos, creando una suerte de rentismo. En este caso, por la fuerza dominante que supone la existencia de 9,2 millones de personas que tienen 65 o más años. Es decir, la cuarta parte del censo electoral. La cifra de pensiones es, incluso, mayor, 9,8 millones, ya que incluye prestaciones de la Seguridad Social que nada tienen que ver con la edad, como pensiones de viudedad, orfandad o incapacidad permanente.

No es moco de pavo en términos electorales el pago mensual de casi 10 millones de pensiones, y de ahí que se diga que se legisla para ganar votos

Como diría el castizo, no es moco de pavo en términos electorales el pago mensual de casi 10 millones de pensiones, y de ahí que se diga que se legisla para ganar votos.

Es evidente que en parte es así. Hacer leyes que perjudiquen a un colectivo tan relevante es un suicidio político. Pero llegar solo a esta conclusión, la más sencilla, es lo más parecido a hacer un razonamiento a medias. Es decir, fijarse en las consecuencias de una determinada realidad y no hacerlo sobre las causas que la explican. Los populismos conocen bien esa forma de actuar al dar soluciones fáciles a problemas complejos.

Se podrá concluir que en el mundo de las pensiones no es oro todo lo que reluce

Para hacer comparaciones, sin embargo, conviene mirar a las estadísticas, algo que suele ser poco sexy. Entonces, se podrá llegar a la conclusión de que en el mundo de las pensiones no es oro todo lo que reluce. Conviene saber, por ejemplo, que la pensión media del sistema son 1.037 euros, pero en el caso de las pensiones de viudedad —nada menos que 2,3 millones la perciben— son 742 euros, mientras que en incapacidad permanente, casi un millón de beneficiarios, se sitúa en 994 euros.

Conviene también conocer que la capacidad de mejorar sus rentas por parte de un pensionista es nula, lo que le hace extremadamente vulnerable ante un repunte de la inflación o un acontecimiento económico imprevisto. Algo que no sucede en el caso de un trabajador en activo, que no solo tiene la posibilidad de mejorar sus ingresos —otra cosa es la probabilidad—, sino que, además, tiene más opciones vitales.

Es decir, el mileurismo, que con razón se considera que está condenando a los jóvenes a la precariedad, no solo es un problema generacional, sino que necesariamente hay que vincular a la capacidad del país para generar riqueza. Y esto afecta, indistintamente, tanto a los mayores como a los jóvenes. Es decir, no tiene nada que ver con que unos vivan a costa de los otros, sino que hay que relacionar con problemas más complejos que exigen un mayor esfuerzo de comprensión. Por ejemplo, con los problemas de productividad de la economía española, con el envejecimiento, que retrae la propensión al consumo, con problemas demográficos, con la despoblación o con una mala calidad institucional que contribuye a empeorar las cosas. Además, como es obvio, de la desconexión entre el sistema formativo y las necesidades de las empresas.

El mileurismo no solo es un problema generacional, sino que hay que vincular a la capacidad del país para generar riqueza

Es decir, problemas de fondo que son las causas del conflicto social, pero que tienen poco que ver con la biología. Y mucho menos con una supuesta edad de oro en la que vivieron quienes tienen ahora más de 65 años. Como si la España de los 50 o 60 hubiera sido lo más parecido a la Noruega actual. En aquellos años, las estaciones de tren estaban llenas de emigrantes que buscaban un lugar al sol en condiciones algo más que precarias. Desde luego, en mucha mayor proporción que ahora.

Hay razones para pensar que detrás de las presuntas guerras generacionales se encuentre la debilidad de referencias ideológicas fuertes, que son las que han movido el mundo en los dos últimos siglos en un sentido o en otro. Hacia adelante o hacia atrás. En sentido progresista o en sentido reaccionario.

Tanto el liberalismo clásico, en sus diferentes versiones, incluyendo el conservadurismo, como el socialismo, también en sus distintas modalidades, han dejado de ser paradigmas ineludibles, lo que explica que cada poco tiempo surja una 'generación', dotada de su correspondiente adanismo, a la que presuntamente une valores distintos a los tradicionales. La X, la Z, la 'centennial' o la 'millennial'. Incluso, hay quien ha teorizado sobre la existencia de una fantasmagórica 'generación tapón', que viene a ser la lucha de clases llevada a la biología, y que es una de las patadas a la inteligencia más contundentes de las últimas décadas.

El problema no es que se prime a los pensionistas frente a los jóvenes. El problema es que este país no es capaz de producir un volumen de empleo suficiente, que, junto a los salarios, es la clave de bóveda para que funcione un sistema de reparto como es el español, en el que los trabajadores en activo financian las pensiones de quienes cotizaron anteriormente.

El problema no es que los pensionistas cobren mucho, sino que el sistema económico no da más de sí por múltiples razones

Es probable que el origen de este sindiós, también como diría el clásico, se encuentre en haber trasladado el conflicto generacional en términos políticos, que se manifestó con toda crudeza en la anterior crisis económica a raíz del 15-M, el célebre 'no nos representan', al análisis económico, cuando ambas circunstancias son completamente distintas.

El problema no es que los pensionistas cobren mucho —vivir con 1.000 euros en Madrid o San Sebastián no es fácil cuando además, en muchos casos, se tienen cargas familiares—, sino que el sistema económico no da más de sí por múltiples razones: los efectos de la globalización, los escasos avances de productividad o el impacto en el corto plazo de las nuevas tecnologías en términos de empleo. Conviene saberlo para evitar que dentro de 40 años, cuando los jóvenes actuales se jubilen, no sean acusados por sus vástagos de vivir del cuento y de haberse convertido en un grupo de presión insolidario.

La obsesión por poner nombres diferentes a cosas que en realidad son idénticas, puede explicar una presunta guerra generacional a cuenta de las pensiones. Según esa teoría, el Gobierno de turno mima a los mayores de 65 años, es decir a quienes nacieron antes de 1956, por razones electorales, mientras que desprecia a los jóvenes no poniendo los recursos suficientes para su emancipación. Ya sea, no invirtiendo lo suficiente en viviendas públicas de alquiler, en ayudas más generosas a las familias o manteniendo un mercado laboral dual que favorece a quienes tienen un contrato indefinido (normalmente de mayor edad) frente a los precarios, sean temporales o a tiempo parcial no deseado. Esto explicaría, según ese razonamiento, que los jóvenes estén condenados de antemano, ya que se prioriza la atención a los 'boomer' por razones de conveniencia política.

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