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Agoreros y cenizos se frotan las manos

Nunca antes en tiempo de democracia un Gobierno se encontró con un contexto tan favorable para hacer política económica. Otra cosa es que sepa aprovecharlo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Javier Barbancho)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Javier Barbancho)
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Fue Marshall McLuhan quien advirtió del error que supone enfrentarse al futuro mirando fijamente al retrovisor. No es que el prolífico autor canadiense despreciara el pasado, al contrario. Solo un cretino —o un cínico— sería capaz de esconder la historia y no sacar partido de ella, sino que el padre de la idea de la 'aldea global', nacida mucho antes de la irrupción de internet, quiso llamar la atención sobre el riesgo que supone encarar lo que viene con herramientas oxidadas.

Churchill, en 1943, había hurgado en la misma idea durante su célebre discurso en la Universidad de Harvard. En medio de la guerra, cuando todavía no estaba claro hacia donde podía girar lo que el estadista británico llamó la "bisagra del destino", y ante una extraordinaria concentración de talento reunida en el Sanders Theatre, advirtió tras entrevistarse con Roosevelt que "los imperios del futuro serán imperios de la inteligencia".

McLuhan y Churchill, en el fondo, compartían una misma preocupación: qué hacer cuando las transformaciones sociales, políticas y económicas se aceleran y solo una mirada inteligente hacia adelante puede guiar el curso de la historia en la dirección correcta.

Churchill, tras entrevistarse con Roosevelt, advirtió en 1943 que "los imperios del futuro serán imperios de la inteligencia"

No es fácil encontrar la respuesta. La realidad es que cualquier análisis queda rápidamente superado por los acontecimientos y hoy hacer predicciones, incluso de corto plazo, incorpora un alto grado de incertidumbre y elevadas probabilidades de error. Pero no hacerlas, sin embargo, sería una insensatez. O una temeridad, como se prefiera. Y la pandemia, precisamente, lo que ha aflorado es una enorme falta de previsión. En el caso concreto de España, incluso, ha revelado carencias fundamentales muy visibles por la imprevisión de las autoridades: test de antígenos, pruebas PCR o refuerzo de la atención primaria. La chapuza nacional de toda la vida.

Cultura política

Lo que está detrás, sin embargo, es la existencia de una deficiente arquitectura institucional útil para gestionar un país administrativamente muy complejo de naturaleza cuasi federal, pero que carece de instrumentos de cogobernanza para garantizar la cohesión social y territorial, lo cual ha creado un caldo de cultivo fructífero para cometer todo tipo de errores. Pero sobre todo ha revelado un sistema de partidos trasnochado y envejecido de forma prematura —se celebra incluso la aprobación de unos Presupuestos Generales del Estado como si no hubiera mañana— que convierte en extraordinario el pacto, que es la esencia de la democracia. Probablemente, por falta de una cultura política que sí se manifiesta en el ámbito sociolaboral, donde cada año se negocian miles de convenios colectivos sin que la sangre llegue al río. Algo que, en definitiva, legitima el contrato social, que es el bien a proteger en las sociedades avanzadas, y que necesariamente comienza por las relaciones laborales.

Este encastillamiento en posiciones partidistas es lo que ha dado lugar a una fragmentación de la política de naturaleza frentista que hace ineficiente la acción de los poderes públicos. Precisamente, porque la revisión del pasado, en demasiadas ocasiones, ha llevado a no mirar al futuro. En definitiva, una concepción de la política antigua y con tintes arqueológicos que no tiene nada que ver con esa 'inteligencia' que reclamaba Churchill en los años más aciagos de la II Guerra Mundial. Justo antes de que el monstruo fascista fuera derrotado.

No hay razones para pensar que 2022 vaya a ser un mal año económico para España. El contexto macro es el más favorable

El año 2022, en este sentido, es clave por muchos motivos. En particular, porque será el último —si no hay sorpresas— con políticas monetarias y fiscales ultraexpansivas, que son, precisamente, las que han evitado la catástrofe, lo cual es especialmente relevante para un país como España, con un cuadro macro algo más que preocupante, pero que vive la política como si se tratara de una competición deportiva. Una tasa de paro equivalente al 14,6% de la población activa, un endeudamiento que representa el 122% del PIB o una inflación del 6,7% en diciembre que ha devorado la renta disponible de millones de familias. Y que además cuenta con una economía que sufre un ensanchamiento intenso de la desigualdad como consecuencia de la pandemia económica, que ha golpeado con especial dureza a las rentas bajas.

El resultado, como no puede ser de otra manera, es un lacerante incremento de la pobreza, de la marginalidad y de la frustración, que es el mal sobre el que anidan los autoritarismos. Y todo en medio de un cambio tecnológico que beneficia a los trabajadores más cualificados, lo que a su vez acelera la desigualdad salarial. Sin duda, por un evidente desajuste entre oferta y demanda educativa.

España, Ortega y Europa

En definitiva, un escenario económicamente indeseable fruto de no haber aprendido del pasado y agravado por un sistema político incapaz de ponerse de acuerdo para afrontar las grandes reformas que necesita este país, y que desde luego no se solventan con las aprobadas hasta ahora. Ni la reforma de las pensiones ni la reforma laboral atacan el problema de fondo, que es la existencia de un modelo productivo que sucumbe como nadie en cada crisis. Ocurrió en 2008 y ha sucedido en 2020, lo cual solo puede entenderse como un mal endémico que en ambas ocasiones ha tenido que solucionar Europa con una fórmula que España conoce bien desde hace décadas: dinero a cambio de reformas. Lo mejor que le ha pasado a España siempre ha venido de Europa, suspiraba Ortega.

Paradójicamente, sin embargo, y a pesar de tantas asignaturas pendientes, no hay razones para pensar que 2022, a pesar de los agoreros, vaya a ser un mal año económico para España. Obviamente, en función de la intensidad de la pandemia. La economía, de hecho, recuperará el nivel de actividad previo a la pandemia en los últimos meses, el nivel de ocupación superará los 20 millones de cotizantes y la balanza de pagos, un viejo problema de la economía española, seguirá siendo positiva sin acudir a las devaluaciones, que han sido un mal endémico de este país.

Ningún Gobierno en democracia ha contado con un contexto tan propicio, lo que explica que la salida a las crisis haya sido en forma de ajuste

Lo fácil es pensar que este escenario positivo —la economía crecerá entre un 5% y un 6%, según el Panel de Funcas— es fruto de la pericia gubernamental, pero conviene recordar que cualquier otro Ejecutivo se hubiera podido beneficiar de unas condiciones macroeconómicas históricas e irrepetibles: política fiscal ultralaxa, tipos de interés cero, acción decidida del BCE para comprar toda la deuda pública emitida por España y, por supuesto, fondos europeos que llegan sin coste alguno para remendar el maltrecho tejido productivo (el peso de la industria no deja de caer). Además de una reducción de la inflación que se irá consolidando en los próximos meses en la medida que tanto los cuellos de botella como el alza de las materias primas y de la energía dan ya señales de agotamiento. Es decir, un contexto algo más que favorable difícil de superar. Ningún Gobierno en democracia ha contado con este contexto tan propicio, lo que explica que históricamente la salida haya sido siempre en términos de ajuste de producción y plantillas.

Es aquí donde juega un papel fundamental la política, y, más en concreto, el coste de oportunidad que incorpora un sistema que de forma estructural alimenta las incertidumbres de familias y empresas en lugar de dibujar horizontes de estabilidad. No sale gratis el resultado. El mundo, como se sabe, se mueve por percepciones diferentes a la hora de evaluar una misma realidad. Y si unas juegan a favor y otras lo hacen en contra, lo lógico es que se lastre la eficacia de un contexto macroeconómico extraordinario. La inteligencia para hacer oposición y gobierno que reclamaba Churchill será la clave. Conviene no olvidarlo. De lo contrario, agoreros y cenizos encontrarán su oportunidad.

Fue Marshall McLuhan quien advirtió del error que supone enfrentarse al futuro mirando fijamente al retrovisor. No es que el prolífico autor canadiense despreciara el pasado, al contrario. Solo un cretino —o un cínico— sería capaz de esconder la historia y no sacar partido de ella, sino que el padre de la idea de la 'aldea global', nacida mucho antes de la irrupción de internet, quiso llamar la atención sobre el riesgo que supone encarar lo que viene con herramientas oxidadas.

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