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Le Pen ya ha ganado: por qué ha fracasado la convergencia en Europa
Europa se juega su futuro en Francia. Pero, lejos de analizar las causas del resurgir de los nacionalismos, la autocrítica brilla por su ausencia. La cohesión social ha fallado. También la convergencia entre territorios
El ministro Garzón, economista, ha elaborado un trabajo académico verdaderamente sugerente en el que aborda uno de los ejes centrales de cualquier política pública: la convergencia en niveles de renta. Un objetivo loable, sin duda, porque es la convergencia, precisamente, la que garantiza la cohesión social entre territorios, independientemente de que se trate de una ciudad, un país o una entidad supranacional, como es la Unión Europea.
La literatura económica está llena de evidencias de que el ensanchamiento de la desigualdad —la divergencia— es fuente de conflictos sociales y lastra el crecimiento. Entre otras razones, porque excluye a importantes colectivos —por la pobreza o por la existencia de un sistema educativo deficiente— de la dinámica social sin aprovechar su valía. Favoreciendo, por el contrario, la exclusión, lo que tiene un indudable coste económico. También por algo mucho más subjetivo. La desigualdad excesiva genera tensiones porque muchos ciudadanos pueden pensar que aportan más a la sociedad de lo que les corresponde recibir, lo que provoca una desconfianza en las instituciones. Es decir, la desigualdad extrema no solo tiene consecuencias económicas, también políticas.
Se está produciendo un realineamiento en la UE, donde el eje principal centro-periferia se ha desplazado hacia una relación centro-este
La tesis del trabajo de Garzón es que la convergencia en la Unión Europea entre los países centrales y los periféricos (Francia, Italia o España) no solo se ha frenado [ver gráfico], sino que, en algunos casos, se ha deteriorado en las últimas décadas. La convergencia en los niveles de renta respecto de Alemania, por el contrario, se ha acelerado en los países del Este, lo que enmascara, según sus palabras, "una situación mucho más gris para los países de la periferia''.
Garzón echa mano de diferentes trabajos académicos que muestran que se está produciendo un realineamiento en la Unión Europea, donde se habría desplazado el eje principal desde la relación centro-periferia hacia una relación centro-este. Básicamente, por la estructura productiva de los países orientales, que han podido aprovechar su proximidad geográfica con Alemania y Austria para integrarse en las cadenas de valor de los países europeos. Esto ha hecho que los países del sur se encuentren cada vez más desplazados. Francia, incluso, el otro país sobre el que se ha construido la UE desde 1957, ha sufrido la nueva correlación de fuerzas.
Sentimiento antieuropeísta
Esta nueva dinámica europea no es neutral, ni irrelevante. Entre otras cosas, porque incorpora disfunciones en el tradicional equilibrio entre Francia y Alemania, las dos grandes economías europeas, lo cual tiene, como se ha dicho, importantes consecuencias políticas. Lo mismo ha sucedido con Italia, cada vez más desplazada del núcleo duro de la convergencia, lo que puede explicar el resurgir del sentimiento antieuropeísta en un país fundador del Tratado de Roma.
Un dato lo dice todo. Fratelli d'Italia, un partido ultranacionalista, se sitúa hoy como el partido más votado (21,5%), según el último sondeo del 'Corriere', el gran periódico italiano. Lo que propone el partido de Giorgia Meloni es, ni más ni menos, que sustituir la Unión Europea por una Confederación Europea de estados nacionales, “libres y soberanos” que puedan cooperar en seguridad, mercado único o inmigración, pero con prevalencia del derecho nacional sobre el comunitario.
Lo que sugiere Garzón en su trabajo es que la eurozona, lejos de un área monetaria óptima, lo que cabría suponer a la vista de que hay una moneda común, no protege suficientemente de 'shocks' asimétricos entre países, lo que en última instancia alimenta la divergencia entre territorios. Y la crisis de 2008 es el mejor ejemplo. Los países del sur fueron quienes más sufrieron. No puede extrañar que entonces se abriera un debate sobre la utilidad de seguir en el euro. O, expresado en otros términos, si merecía la pena renunciar a la soberanía monetaria.
No puede ser una casualidad que el nacionalismo (eso es Vox) haya prendido con especial intensidad en los países del sur
Es verdad que el euro ha traído ventajas extraordinarias, como el brusco descenso de los tipos de interés, lo cual ha permitido reducir de forma estructural los costes de financiación, de los estados y los particulares, pero no es menos cierto que desde entonces se ha producido un desplazamiento hacia el este de la inversión directa productiva.
Mientras que el peso de las manufacturas en los países del centro y del este representaba el 20,2% y 18,8%, respectivamente, en 1999, y un 22,7% y 22,5% en 2007; los países de la periferia (España o Italia) han visto cómo el peso de las manufacturas se ha reducido desde un mucho más modesto 15,4% en 1999 hasta un todavía más bajo 13,9% en 2017. Como recuerda Garzón, el sector manufacturero, que incorpora mayor intensidad tecnológica, no solo tiende a disfrutar de rendimientos crecientes superiores a los de otros sectores, sino que, además, tiende a estar más internacionalizado, razón por la cual aquellos países con un peso mayor de las manufacturas tienden a tener mejores resultados en la balanza exterior.
Política de reindustrialización
Lo que propone el ministro es que los países periféricos utilicen los fondos europeos para modernizar sus estructuras productivas y no para mitigar las consecuencias de la crisis. En definitiva, una nueva política de reindustrialización.
La propuesta, desde luego, no es original, pero sí es oportuna porque está en el centro de las elecciones francesas. El hecho de que Le Pen haya llegado al momento decisivo por segunda vez consecutiva a costa de los partidos tradicionales revela la existencia de un problema de fondo de la construcción europea; como en Italia, como en España... No puede ser casualidad que el nacionalismo (eso es Vox) haya prendido con especial intensidad en los países del sur. Hasta en Portugal, probablemente el país que más se ha beneficiado de la UE, ha florecido un partido de extrema derecha, Chega! (¡Basta!) que se ha convertido en la tercera fuerza política.
No es exagerado, por lo tanto, afirmar que Le Pen, y sus acólitos en los países del sur, ya han ganado, aunque en las elecciones de este domingo vaya a quedar, muy probablemente, lejos de Macron, que recogerá muchos votos depositados con la nariz tapada, lo cual no deja de ser preocupante en términos de salud democrática. Algo ha fallado cuando el presidente francés ha huido en las últimas semanas de aparecer en los grandes medios y se ha volcado en las webs que visitan los 'millennials', lo que en el fondo revela una visión oportunista de la política.
Convendría analizar las cuestiones de fondo, que necesariamente hay que vincular al auge de la precariedad laboral, a los bajos salarios, etc.
Se puede interpretar, como se hace de forma habitual en España, que el resurgir del populismo, que no es más que una variante del nacionalismo conservador, ahí está el 'procés' catalán, tiene que ver solo con asuntos identitarios o guerras culturales, alimentadas por unos y por otros; pero convendría analizar las cuestiones de fondo, que necesariamente hay que vincular al auge de la precariedad laboral, a los bajos salarios, a la desindustrialización o al despoblamiento, que provoca una reivindicación del territorio. Y el Brexit no es más que el mejor ejemplo para demostrarlo. Como tampoco es casualidad que el movimiento por otra globalización, en los tiempos de José Bové, aquel sindicalista francés que fue candidato a presidente de la república, se iniciara en Francia. O los chalecos amarillos u otras revueltas en las que Francia siempre ha sido pionera.
Es por eso por lo que resulta sorprendente esa visión superficial, probablemente por una cierta pereza intelectual, del indudable éxito de Le Pen, aunque salga hoy goleada en la segunda vuelta, que refleja un problema estructural de la Unión Europea en sus políticas de cohesión. Muchas veces basadas en las buenas palabras y en la moralina. El concepto ‘extrema derecha’, guste o no, y desde luego representa lo peor de la política, ya no da miedo. Ni siquiera por su cercanía a Putin o a los sistemas iliberales.
Crecimiento cualitativo
Precisamente porque lo que causa terror es la pobre calidad del empleo, la falta de oportunidades o comprobar que el medio rural se muere por una globalización desequilibrada que ha priorizado una falsa eficiencia económica en detrimento de la industria, que es lo que permitió a Europa, entre 1945 y los primeros años 80, vivir un largo periodo de prosperidad.
El viejo capitalismo industrial se agota y lo sustituye la era del conocimiento, pero el sistema aún no ha entendido las nuevas demandas
El sistema ha sido muy útil para producir mercancías a buen precio, pero incapaz de entender las diferencias introduciendo elementos cualitativos capaces de identificar los problemas de las personas. Lo que se ha llamado la apuesta por un crecimiento cualitativo e inclusivo, y no solo de carácter cuantitativo. El viejo capitalismo industrial se agota y lo sustituye la era del conocimiento, pero el sistema aún no ha sido capaz de atender las nuevas demandas. En una palabra, la calidad frente a la cantidad.
La extrema derecha, sin duda, carece de respuestas a estos problemas, incluso, los agravaría, pero habrá que pensar en qué está fallando en la construcción europea, siempre tan arrogante y con tan escasa capacidad de autocrítica. El territorio —el enfrentamiento velado campo-ciudad— vuelve a estar en el centro del debate público, además de la brecha generacional.
Macron triunfa entre los mayores de 64 años (40%) y Mélenchon (36%) entre los menores de 24 años. Le Pen, por su parte, obtiene mejores resultados que Macron entre los votantes de entre 25 y 64 años. No parece que el modelo productivo sea ajeno a esta realidad. Hay una izquierda que odia a Europa tanto como odia a Le Pen, y una extrema derecha que odia a Europa tanto como odia Macron, que representa al 'establishment'. Habrá que encontrar las razones.
El ministro Garzón, economista, ha elaborado un trabajo académico verdaderamente sugerente en el que aborda uno de los ejes centrales de cualquier política pública: la convergencia en niveles de renta. Un objetivo loable, sin duda, porque es la convergencia, precisamente, la que garantiza la cohesión social entre territorios, independientemente de que se trate de una ciudad, un país o una entidad supranacional, como es la Unión Europea.