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Carlos Sánchez

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Elon Musk y el capitalismo canalla

El desplome de las criptomonedas va mucho más allá que un simple ajuste de cuentas en un mercado salvaje. Es la ocasión propicia para reflexionar sobre el papel de los bancos centrales en la creación de burbujas

Foto: Elon Musk. (Reuters/Joe Skipper)
Elon Musk. (Reuters/Joe Skipper)
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El personaje se llamaba Marthe Hanau, y es uno de los más fascinantes de la historia de la especulación bursátil. A los 42 años, y tras divorciarse, creó un boletín, 'La Gazette du Franc', que se convirtió en la biblia para cientos de miles de inversores. Hanau, que se suicidó con una sobredosis de somníferos en 1935, aprovechó la ingenuidad y codicia de pequeños ahorradores: párrocos locales, viudas, soldados retirados de la I Guerra Mundial, maestros de escuela o tenderos —hasta el arzobispo de París era uno de sus clientes—, para ganar ingentes cantidades de dinero intoxicando sobre lo que había que comprar y vender. Prometía a sus clientes, siempre adornando sus consejos con suficientes dosis de patriotismo en defensa del franco, una rentabilidad mínima del 8%.

Liaquat Ahamed, en 'Los señores de las finanzas', cuenta que Hanau viajaba siempre en un convoy de dos limusinas por si una se averiaba, derrochaba regularmente miles de dólares en diamantes y pasaba los fines de semana en Montecarlo en las mesas de juego. Cuando fue detenida en diciembre de 1928, algunos meses antes del crac de Wall Street, acumulaba unas deudas de 28 millones de dólares de la época, y ya en la prisión de Saint-Lazare amenazó con 'tirar de la manta', la vieja cantinela de los sinvergüenzas cuando son descubiertos. Se cuenta que siete de sus clientes se suicidaron.

Foto: Elon Musk. (Getty)

La periodista Janet Flanner, la describió en 1939 en 'The New Yorker' como una mujer inusualmente baja, redonda, de gestos vulgares y viriles, cabeza de toro, facciones pequeñas y uniformes, labios carnosos, ojos rasgados y almendrados, y un vocabulario y una voz fulminantes, ambos indicativos de la grosera energía con la que se había construido su carrera.

Elon Musk poco o nada tiene que ver con Marthe Hanau, ni el año 2022 se parece en nada a 1929. Pero lo que no ha cambiado es la actualidad periódica de un viejo término acuñado en los años 30 y que Alan Greenspan rescató en diciembre de 1996 durante una cena de etiqueta en Washington: 'exuberancia irracional', lo que provocó una fuerte caída de las bolsas en todo el mundo.

La envidia

El Nobel Robert Schiller consideró la exuberancia irracional como la base psicológica de una burbuja especulativa, que él mismo definió como una situación en la que la noticia del aumento en los precios estimula el entusiasmo de los inversores, lo que se extiende de una persona a otra a modo de contagio. En el proceso, se amplifican noticias que podrían justificar el aumento de precios, lo que consigue atraer a más inversores por la envidia de los éxitos de los demás pese a las dudas sobre el valor real de la inversión.

El reciente desplome de las criptomonedas es el último episodio. Nada nuevo bajo el sol. Las autoridades económicas, de hecho, ya habían advertido que podía pasar. Lo realmente nuevo es que estalla —habrá que ver su recorrido— un mercado no regulado ajeno a la economía convencional, lo que explica que tanto los gobiernos como los bancos centrales miren hacia otro lado como si se tratara de un ajuste de cuentas entre inversores codiciosos que han ignorado el valor intrínseco de los fundamentos económicos. Los bancos centrales, incluso, le han dado un nombre asexuado, DeFi, qué es el acrónimo de Finanzas Descentralizadas, que es una manera de reconocer que la escabechina no va con ellos ni con otros reguladores.

Una respuesta lógica si se tiene en cuenta que el mundo de las criptomonedas construido sobre la tecnología blockchain, aunque llame la atención mediática y se haya convertido en algo muy popular, es una selva con escasas probabilidades de contagiar al sistema económico. Solo hay que observar que su actual capitalización, menos de dos billones de dólares tras las últimas caídas, es residual frente a los 600 billones de ahorro mundial, ya sea en activos bursátiles (alrededor de 160 billones de dólares), bonos (unos 120 billones), inmobiliario (170 billones), oro (10 billones) o depósitos bancarios.

Lo realmente nuevo es que estalla —habrá que ver su recorrido— un mercado no regulado ajeno a la economía convencional

Esto puede explicar que personajes como Elon Musk, el hombre más rico del mundo, tengan capacidad real de influir de forma decisiva en las cotizaciones del nuevo ecosistema financiero virtual sin que las autoridades hagan nada (el valor del bitcoin llegó casi a doblarse después de un comentario suyo). Probablemente, porque en su fuero interno lo que más desean es que reviente el mercado de las criptomonedas para que ese espacio lo puedan ocupar los propios bancos centrales cuando tengan listas sus propias divisas digitales, momento que llegará no muy tarde y que supondrá el fin del sistema bancario tal y como lo hemos conocido. Mientras tanto, Musk calienta los mercados a su antojo, lo que en otra época le hubiera llevado a la cárcel.

Más relevante, por lo tanto, es observar cómo los bancos centrales están yendo por detrás de lo que los analistas llaman la curva de tipos de interés, que sirve para medir las expectativas de los mercados. Ya hay pocas dudas de que sus previsiones sobre la inflación han sido un completo fracaso, y eso explica la agresividad con la que pretenden actuar hoy, una especie de mala conciencia por los errores cometidos.

Las crisis

El asunto es relevante porque la historia ha demostrado en numerosas ocasiones que cuando los bancos centrales —a veces contaminados por sus gobiernos— no hacen bien su trabajo, son los mercados los que llevan la iniciativa, lo que a la postre se suele traducir en crisis financieras. Sobre todo, en un contexto como el actual, en el que el grado de concentración en la industria financiera ha alcanzado niveles desconocidos y su influencia puede ser determinante sobre el comportamiento de los mercados.

Un reciente artículo publicado en 'The New York Times' muestra que las tres firmas más grandes del planeta, BlackRock (10 billones de dólares), Vanguard (ocho billones) y State Street (cuatro billones) manejan conjuntamente 22 billones de dólares, lo que supone alrededor de 19 veces el PIB de España. Un análisis publicado por la Universidad de Boston ha llegado a estimar que entre las tres grandes —no solo existen las 'big four'— podrían llegar a controlar el 40% de los votos de los accionistas del S&P 500, el índice de referencia más importante, dentro de dos décadas. Algunos fondos del triunvirato, incluso, son accionistas relevantes al mismo tiempo de compañías de automóviles o de telecomunicaciones que en teoría deben competir.

Foto: Foto: Reuters/Steve Marcus.

No es de extrañar, por eso, y en aquel momento los mercados no eran ni la sombra de lo que hoy son, que una de las discusiones de fondo más interesantes en Bretton Woods fuera, precisamente, dejar claro a quién correspondía mandar en los mercados a través de los tipos de interés, lo que llevó a Henry Morgenthau, el secretario del Tesoro de Roosevelt, a defender la autonomía de los gobiernos para crear "un mundo financiero más justo y equitativo". Sí, en aquellos tiempos se hablaba en estos términos.

"Se trata de vencer o la nada", había dicho Morgenthau a sus colaboradores. "Los riesgos relacionados con los tipos de interés son responsabilidad de los gobiernos, no de los individuos", proclamó, lo que era una forma de decir que son los bancos centrales quienes deben fijar las condiciones monetarias, no los bancos privados (por entonces la industria de los fondos de inversión y de pensiones estaba en mantillas). "¿Acaso vamos a permitir que cinco bancos de Nueva York dicten los tipos de cambio (...) o que Londres nos siga llevando a todas partes con correa, tal y como lo han hecho durante los últimos cien años?", se preguntó durante la conferencia que dio carta de naturaleza al sistema económico surgido tras la II Guerra Mundial.

La influencia

Hay razones para pensar que la especulación en torno a las criptomonedas no solo tiene que ver con la codicia de pequeños inversores que no entienden ni el funcionamiento de los mercados ni la tecnología que incorporan, sino también con la influencia de grandes inversores en la creación de burbujas que estallan justo después de que ellos hayan salido.

Por supuesto, con la colaboración de bancos centrales que no han sido capaces de discriminar a la hora de diseñar sus estrategias monetarias ultraexpansivas. O expresado de otra manera, las burbujas que ahora intentan pinchar son las que ellos mismos han creado a través de una política de tipos cero —sin duda necesaria para escapar de la recesión y de los efectos dañinos de la pandemia—, pero que no se ha centrado en la inversión productiva ni en la economía real, sino que ha beneficiado sobremanera a los mercados financieros —desde luego en EEUU y menos en Europa—, que se han convertido en un casino con valoraciones irracionales.

El mundo camina sobre burbujas, y tal vez convenga repensar cómo han contribuido a ellos los bancos centrales

Existe un viejo debate en el mundo de los bancos centrales sobre si entre sus funciones está pinchar burbujas o, simplemente, controlar la inflación, pero a la vista de lo sucedido con las criptomonedas —o, incluso, con la fulgurante subida de algunos mercados financieros— parece razonable reflexionar sobre cómo su política de crédito indiscriminado ha contribuido a engordar el globo. Ignorando que la propia naturaleza de los bancos centrales, ya sea como reguladores o supervisores, les da una ventaja para averiguar si su dinero a tipo cero se destina al bien común o, por el contrario, contribuye a crear mercados artificiales que estallan cuando cambian las condiciones que explican su éxito.

Lo que sabemos es que el mundo camina sobre burbujas, y tal vez convenga repensar cómo han contribuido a ellos los bancos centrales. El primer Rothschild, que algo sabía de dinero, lo dijo muy claramente: "dejadme emitir y controlar el dinero de una nación y no me importará quién dicte las leyes".

El personaje se llamaba Marthe Hanau, y es uno de los más fascinantes de la historia de la especulación bursátil. A los 42 años, y tras divorciarse, creó un boletín, 'La Gazette du Franc', que se convirtió en la biblia para cientos de miles de inversores. Hanau, que se suicidó con una sobredosis de somníferos en 1935, aprovechó la ingenuidad y codicia de pequeños ahorradores: párrocos locales, viudas, soldados retirados de la I Guerra Mundial, maestros de escuela o tenderos —hasta el arzobispo de París era uno de sus clientes—, para ganar ingentes cantidades de dinero intoxicando sobre lo que había que comprar y vender. Prometía a sus clientes, siempre adornando sus consejos con suficientes dosis de patriotismo en defensa del franco, una rentabilidad mínima del 8%.

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