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Los cien peores días de nuestra historia reciente
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Carlos Sánchez

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Los cien peores días de nuestra historia reciente

La guerra ya no abre telediarios y corre el riesgo de cronificarse. Cien días después, no hay luz al final del túnel. Es la hora de empezar a hablar de paz. Negociar no es rendirse, es buscar soluciones a un conflicto envenenado

Foto: Vista de un tanque ucraniano en Kiev. (EFE/Esteban Biba)
Vista de un tanque ucraniano en Kiev. (EFE/Esteban Biba)
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Cien días. Esta semana se cumplirán cien días desde que Rusia invadió Ucrania. Algo más de tres meses de combates que han permitido a Moscú controlar alrededor del 20% de territorio ucraniano, unos 120.000 kilómetros cuadrados. Una superficie similar a la suma de Andalucía y Cataluña, lo que da idea de la catástrofe territorial para Ucrania. Nada comparable, en todo caso, con las decenas de miles de muertos y heridos, con el éxodo de millones de familias desgarradas y, en definitiva, con la devastación que toda guerra produce. Máxime, cuando se trata de una agresión y de una clara ilegalidad del derecho internacional.

Tres meses después, y a la luz del seguimiento diario que hace el ISW (Instituto para el Estudio de la Guerra, según sus siglas en inglés), la organización que mejor información ofrece sobre la marcha de la contienda, el frente bélico está casi estancado y el futuro está repleto de incertidumbres, pero lo peor es que la tragedia, lejos de ver la luz, amenaza con hacerse crónica.

Macron y Draghi ya han sugerido que en algún momento sin identificar Ucrania y Rusia tendrán que encontrar un compromiso territorial

Nada indica que Ucrania pueda recuperar el terreno perdido o que se pueda encontrar una salida a corto plazo, aunque sí es verdad que se observa un cambio de tono en algunos líderes occidentales. Macron y Draghi ya han sugerido que, en algún momento sin identificar, Ucrania y Rusia tendrán que encontrar un compromiso territorial. Probablemente, inspirado en los acuerdos de Minsk, suscritos en su día por Francia y Alemania, para dar una salida a la guerra del Dombás, y que acabó en un claro incumplimiento. Minsk 2 proponía, entre otras muchas cosas, un alto el fuego inmediato, lo que nunca se cumplió de forma plena, el retiro de las armas pesadas y, sobre todo, además de una amplia amnistía y la retirada de los mercenarios, una reforma de la Constitución de Ucrania para conceder un amplio autogobierno a los oblast separatistas de Lugansk y Donetsk, y que Moscú ya ha incorporado a su legalidad.

El pacto de no agresión

Henry Kissinger, a sus 98 años, y siempre provocador, no solo ha apoyado una línea de negociación en el marco de su legendario pragmatismo diplomático, sino que en Davos acaba de sugerir que Ucrania ceda parte de su territorio para lograr la paz, lo que ha sido descartado de inmediato por Zelenski y los países de la OTAN, que continúan enviando armamento, cada vez más sofisticado. Incluso con armas de largo alcance, lo que en algún momento podría llevar la guerra al propio territorio ruso. Zelenski, en su respuesta, dijo: "Tengo la sensación de que el señor Kissinger, en lugar del año 2022, tiene todavía el año 1938 en su calendario". Como se sabe, el año en que Hitler y Stalin firmaron el pacto de no agresión.

Es probable, sin embargo, que Zelenski se equivoque si piensa que todavía puede revertir la ocupación rusa con el actual 'statu quo'. Es decir, sin la intervención directa de las tropas de la OTAN en suelo ucraniano, lo cual, como ha reconocido el propio Biden puede ser el inicio de una conflagración mundial. Muchos analistas militares han estimado que para que Ucrania recupere el territorio perdido no basta con recibir armamento occidental, sino que debe contar con una superioridad de tres a uno sobre el terreno, lo cual se antoja hoy remoto.

Es en este contexto en el que últimamente está emergiendo una doble duda en Occidente sobre la estrategia de la OTAN, y que expresó con inusitada crudeza un reciente editorial del 'The New York Times': ¿Está EEUU tratando de ayudar a poner fin a este conflicto a través de un acuerdo que permita una Ucrania soberana y algún tipo de relación entre Washington y Moscú o, por el contrario, trata de debilitar a Rusia de forma permanente? O dicho de forma todavía más directa: ¿Se trata de defender a Ucrania o de desestabilizar a Rusia provocando la caída de Putin?

Para que Ucrania recupere el territorio perdido no basta con ayuda occidental, debe contar con una superioridad de tres a uno sobre el terreno

No está clara la respuesta. Entre otras razones, porque en ocasiones el secretario de Defensa de EEUU, Lloyd Austin, y también su responsable de inteligencia, han hablado sin tapujos de que entre los objetivos de Washington también está debilitar a Rusia "para que no pueda hacer las cosas que ha hecho". Ya lo ha conseguido. Rusia será un paria para Occidente durante bastante tiempo.

Lo que sí parece claro, por el contrario, es que el apoyo de Occidente a Ucrania tenderá a debilitarse en la medida en que la guerra se alargue y también lo hagan sus malas consecuencias económicas en forma de inflación, tipos de interés más elevados o ralentización económica. Sobre todo, a partir del próximo otoño, cuando lleguen las temperaturas más bajas al hemisferio norte y el precio de los hidrocarburos vuelva a subir. Será entonces cuando se podrá conocer si la unidad de Europa, salvo la Hungría de Orban, se mantiene o, por el contrario, se resquebraja.

El 'Times' se pregunta: ¿Cuál es el objetivo de EEUU, defender a Ucrania o desestabilizar a Rusia provocando la caída de Putin?

Ucrania, con razón, reivindica su soberanía y su integridad territorial. Y es por eso por lo que la solución al conflicto no puede pasar por los intereses de terceros, que es el lado oscuro de esta guerra. Al menos desde Metternich, cuando el mundo entra en la edad moderna, las relaciones diplomáticas son relaciones de poder, y no conviene desconocer esta realidad. El propio Putin lo estaría demostrando si en lugar de 'desnazificar' Ucrania, como ha dicho reiteradamente, pretende librar una batalla por la reconquista de los territorios históricos de Rusia o provocar un nuevo orden mundial.

Un ejercicio de realpolitik

Son los ucranianos quienes deben evaluar con realismo sus fuerzas, lo que no es sinónimo de derrotismo. Al contrario. Sería síntoma de inteligencia práctica, que es lo contrario a jugar con las emociones, tan manoseadas en tiempos de populismos. Precisamente, porque el bien a proteger son sus ciudadanos. Esta realidad, la realpolitik, como sostiene el 'Times', puede ser dolorosa, pero nada tiene que ver con el apaciguamiento. Cada vez hay menos dudas de que la guerra de Ucrania es un episodio más —el enésimo— del combate soterrado entre EEUU y Rusia, y que nunca se cerró del todo. Ni siquiera durante los años en que Putin acudía como invitado al G-7 o era agasajado por los gobiernos occidentales.

El autócrata ruso puede parecer un loco para muchos, pero no es suicida. Y sabe que algún día tendrá que volver a negociar con EEUU, por lo que convendría que Washington, como se hizo en tiempos de Reagan o Bush en los 80, llevara la iniciativa, por supuesto, con la complicidad del Gobierno de Zelenski, a quienes algún día sus propios compatriotas le pueden pasar factura si no ofrece una salida a su pueblo que no sea la del dolor continuo.

Son los ucranianos quienes deben evaluar con realismo sus fuerzas, lo que no es sinónimo de derrotismo. Al contrario, lo sería de inteligencia

No solo para evitar una carrera armamentista a escala global, lo que involucra también a China y sus aspiraciones sobre Taiwán, sino porque cuestiones como el cambio climático o la futura navegación por el Ártico, donde Rusia tiene una posición privilegiada, están también en juego. Si Rusia se asienta sobre el este de Ucrania que ya controla, como sucedió con la anexión de Crimea, siempre le será más fácil dar el tercer zarpazo cegando a Kiev su salida al mar creando un corredor de hierro hasta Transnistria, lo que justifica aún más la necesidad de unas negociaciones. Es verdad que no las habrá, al menos, hasta el fin de la cumbre de la OTAN en Madrid, donde la organización hará un ejercicio de fuerza con la incorporación de dos nuevos socios, pero después el mundo es ancho, y esperemos que no sea ajeno a la paz.

Alemania, que en política exterior casi siempre ha estado en el lado equivocado de la historia, pese a su célebre punto de inflexión expresado por el canciller Scholz, también tiene un interés estratégico en llevarse bien con Rusia, y no solo por su dependencia energética. Como ha escrito el intelectual polaco Adam Tooze, el éxito de 1989 y 1990 fue posible gracias a casi dos décadas de ostpolitik, que hizo que el comercio y la distensión con la Unión Soviética sirvieran para empezar a derribar el telón de acero. Hay demasiado oportunismo anacrónico cuando se dice que Alemania se equivocó acercándose a Moscú. Berlín tenía que hacerlo por su propia seguridad y por la del continente. No le ha ido mal a Europa desde 1945.

Las hambrunas que vienen

La realidad, mientras tanto, son las consecuencias dramáticas que tiene la guerra no solo sobre suelo europeo, sino sobre los países pobres que dependen del cereal ucraniano y de los fertilizantes rusos, y que no pueden ser sustituidos fácilmente. El trigo no crece sobre los metaneros. Cabe recordar que antes de la invasión, Ucrania y Rusia suministraban juntas el 100% de las importaciones de trigo de Somalia, el 80% de las de Egipto y el 75% de las de Sudán. Estos tres países, con más de 160 millones de habitantes, además de muchos otros, dependen de que este verano los agricultores ucranianos puedan recoger la cosecha y sacarla a través del puerto de Odesa, lo cual es hoy imposible por el bloqueo ruso.

El miedo a la escasez interna ha llevado a más de 25 países a restringir o prohibir las exportaciones de cultivos y productos alimenticios clave

Las hambrunas —alentadas por las consecuencias del cambio climático— no han hecho más que comenzar y algunos análisis ya advierten que a mediados de verano comenzará a notarse de forma intensa el desabastecimiento y los altos precios del grano, como ha señalado la FAO. Los temores de escasez interna, de hecho, han llevado a más de 25 países a restringir o prohibir las exportaciones de cultivos y productos alimenticios clave, entre ellos India, elevando aún más los precios mundiales y contribuyendo a la continua volatilidad del mercado.

Un panorama, en definitiva, dramático que solo puede ser superado con negociaciones. Al fin y al cabo, como sostiene el intelectual alemán Alexander Kluge, "de la guerra solo se puede aprender a hacer la paz". Hablar no significa reducir la presión coercitiva. Más bien, significa aclarar las líneas rojas y el comportamiento esperado para enmarcar mejor las posiciones de negociación. La única certidumbre es que en el campo de batalla ya debería estar todo dicho y que es la hora de la diplomacia.

Cien días. Esta semana se cumplirán cien días desde que Rusia invadió Ucrania. Algo más de tres meses de combates que han permitido a Moscú controlar alrededor del 20% de territorio ucraniano, unos 120.000 kilómetros cuadrados. Una superficie similar a la suma de Andalucía y Cataluña, lo que da idea de la catástrofe territorial para Ucrania. Nada comparable, en todo caso, con las decenas de miles de muertos y heridos, con el éxodo de millones de familias desgarradas y, en definitiva, con la devastación que toda guerra produce. Máxime, cuando se trata de una agresión y de una clara ilegalidad del derecho internacional.

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