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Carlos Sánchez

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La doble estrategia de Putin que pone contra las cuerdas a Europa

La guerra, 150 días después, ha entrado en una nueva fase. Estamos ante una carrera de resistencia que favorece al Kremlin. Su 'realpolitik' pasa por continuar la presión militar y mantener abiertos los canales diplomáticos

Foto: Vladimir Putin, Ebrahim Rais y Tayyip Erdogan. (Reuters)
Vladimir Putin, Ebrahim Rais y Tayyip Erdogan. (Reuters)
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La foto, como no podía ser de otra manera, no ha pasado desapercibida para la opinión pública, pero es probable que no se le haya dado la relevancia que tiene en el actual contexto geopolítico. En ella aparecen con las manos entrelazadas, como si se tratara de viejos camaradas, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; el iraní, Ebrahim Raisi, y Vladímir Putin.

Se trata, sin duda, de la imagen que buscaba el presidente ruso para mostrar a Occidente, como lo hizo en febrero cuando se entrevistó con el presidente chino pocas semanas antes de la invasión, que Rusia no está aislada. La reciente cumbre del Caspio, también con la asistencia de Putin y del presidente iraní (a quienes les une ahora la política de sanciones de Occidente) más los líderes de Kazajistán, Azerbaiyán y Turkmenistán, va en la misma dirección. Rusia no está sola, quiere transmitir el Kremlin, con influencia real sobre una región de la que ha sido expulsado EEUU, y que hoy viene a ser el cinturón de seguridad del polo Moscú-Pekín frente a la OTAN, cuyo radar estratégico, tras la cumbre de Madrid, va hoy mucho más allá que el Atlántico Norte.

"La guerra se libra en el campo de batalla y en el contexto geopolítico más amplio. Y Rusia parece tener posibilidades de ganar en ambos frentes"

La reciente visita a Putin del presidente de Senegal y de la Unión Africana, Macky Sall, para pedirle que libere los puertos de Ucrania, y así poder exportar grano, pretende ir, igualmente, en el mismo sentido: Rusia no está aislada y, lejos de haberse convertido en un paria, como de forma un tanto prematura predijo Biden al comienzo de la guerra, sigue teniendo gran influencia sobre el tablero mundial. Es muy probable, de hecho, que la diplomacia rusa, con un experimentado político a la cabeza como es Serguéi Lavrov, se multiplique en las próximas semanas para que Occidente visualice que Rusia, lejos de ser desterrada de la comunidad internacional, mantiene una sólida posición.

No es de extrañar, por eso, que el diplomático israelí Shlomo Ben Ami, antiguo embajador en España, haya escrito que la guerra de Ucrania "se está librando tanto en el campo de batalla como en el contexto geopolítico más amplio. Y Rusia parece tener posibilidades de ganar en ambos frentes". Y, si Rusia gana, lo lógico es pensar que alguien pierde.

La incredulidad

En primer lugar, por supuesto, Ucrania, que, difícilmente, por muchos cohetes de artillería de alta movilidad y larga distancia que le lleguen de EEUU (los ya célebres lanzadores HIMARS), podrá recuperar el territorio perdido; y, en segundo lugar, Europa, cuyas opiniones públicas tenderán a impacientarse si llegan a la conclusión de que tanto sacrificio (alta inflación y contracción económica) es en vano porque ni Rusia será derrotada ni Putin será derrocado. Por el contrario, podrán observar desde la incredulidad más absoluta que el autócrata ruso se pavonea por el planeta como si nada hubiera pasado. Los propios ucranianos, en algún momento, pueden obligar al propio Zelenski a bajarse de un tren en marcha al que Putin le obligó a subirse, y que hoy se dirige a un destino incierto.

Ese es, precisamente, el escenario que parece buscar Putin, cuya estrategia pasa hoy por ‘normalizar’ sus conquistas militares, como sucedió en 2014 tras la invasión de Crimea. La península que un día regaló Kruchov a Ucrania forma parte de su territorio constitucional sin que las sanciones aprobadas por la Unión Europea entonces hayan hecho mella. Probablemente, porque el sistema de sanciones está agotado —tiene mucho de aspaviento— y hoy sirven de muy poco más allá de esconder la mala conciencia por el desastre que viene siendo desde hace muchos años la política exterior de la UE, ahora dirigida por un 'hooligan' en lugar de por un diplomático templado capaz de establecer líneas estratégicas de actuación. Borrell, que fue un gran ministro, es la persona menos indicada para dirigir la diplomacia europea.

El sistema de sanciones está agotado, ya no sirve. Borrell, que fue un gran ministro, es el menos indicado para dirigir la diplomacia europea

Todo lo contrario que Putin, con una diplomacia bien engrasada —Moscú ya ha anunciado una gira de Lavrov por Egipto, Uganda, Etiopía y República del Congo— inspirada en la de Andréi Gromiko (casi 30 años ministro de Exteriores de la vieja URSS) y que hoy parece buscar una política de hechos consumados. O, lo que es lo mismo, consolidar las conquistas en el terreno militar. Es probable que lo que Moscú ha llamado ‘pausa operativa’ se dilate en el tiempo a la espera del invierno y sus campos helados, mientras que, al mismo tiempo, pretenda seguir actuando como si lo que ocurre en Ucrania fuera una cuestión interna, que en realidad es lo que siempre ha querido transmitir el Kremlin, tanto al pueblo ruso como a sus aliados. Es decir, una disputa entre rusos.

El nuevo eje del mal

Una estrategia, sin duda, pragmática que pasaría necesariamente por seguir enviando gas en otoño con toda normalidad a través del Nord Stream 1 sin interrupción de los flujos, aunque sí regulando su intensidad en función de la coyuntura.

Entre otras razones, porque ya ha logrado algunos de sus objetivos, y no solo la conquista de casi todo el Donbás: meter en problemas a la economía europea (el espectáculo de los recortes del gas es inenarrable), crear disensiones políticas internas en algunos países (ahí está el caso de Italia y en el futuro, probablemente, España por las disensiones dentro del Gobierno) y, por último, fortalecer sus alianzas con China, India o Irán, a quienes Occidente ha querido meter en un nuevo ‘eje del mal’, pero con unos protagonistas infinitamente más potentes que los de los tiempos de Bush. Además de destrozar la economía ucraniana, que acumula un déficit presupuestario, según el FT, de unos 5.000 millones de dólares al mes, y que se encamina a un proceso hiperinflacionista porque las autoridades no dejan de imprimir dinero. Kiev ya ha anunciado un acuerdo para suspender el pago de su deuda hasta finales de 2023.

Rusia seguirá enviando gas a Europa al mismo tiempo que mantiene pulsado el botón militar. Puro pragmatismo para ganar la guerra

Todo con la ayuda inestimable de la Unión Europea, que es quien calienta los mercados de materias primas, anunciando que Rusia puede cerrar el grifo en otoño, lo cual solo favorece minar la confianza en la economía, precios más altos de los combustibles y, por ende, una mejora adicional de la balanza de pagos rusa. Máxime cuando ni Biden, pese a arrastrarse ante Arabia Saudí, ha logrado que Riad, que trabaja con Rusia codo con codo en la OPEP+, aumente sus exportaciones de crudo para abaratar precios. Putin, de hecho, no tiene ningún incentivo para cerrar el grifo ahora, la situación actual le conviene porque puede manejar los tiempos sin hacer ningún movimiento en falso.

El reciente acuerdo entre Kiev y Moscú, con la mediación de Erdogan y Naciones Unidas, es el último ejemplo de ese doble ejercicio de 'realpolitik'. Por un lado, máxima tensión en el plano militar con una maquinaria de guerra dispuesta a todo, incluyendo matanza de civiles o la hipótesis de que Moscú no se conforma con el Donbás, sino que irá más allá, como ha sugerido recientemente Lavrov; y, por otro, en paralelo, distensión en el plano diplomático para dar la falsa impresión de que Rusia sigue siendo Rusia, un país ‘confiable’.

Ya se especula, incluso, que en cualquier momento, y una vez consolidadas sus posiciones, Putin, acostumbrado a manejar con eficacia los tiempos políticos, puede dar por concluida lo que llama 'operación especial' y finalizada la guerra tras haber alcanzado sus objetivos, lo que podría empujar a Kiev a negociar un acuerdo desde posiciones de debilidad presionado por las cancillerías europeas. Obviamente, sin que Moscú, como hace Marruecos con Ceuta y Melilla, vaya a renunciar al objetivo estratégico de Putin, que es derrocar al régimen de Kiev, pero no ahora.

Derribar gobiernos

La paz, en este escenario, sería un paso intermedio hasta un próximo conflicto, salvo que se pudiera crear una zona de seguridad que aleje a Ucrania de la OTAN. O, algo improbable, Putin se dé por satisfecho. Al fin y al cabo, una de las ventajas de las autocracias frente a las democracias liberales es que pueden manejar a su antojo tanto los tiempos como la información, lo que no sucede cuando la opinión pública presiona y puede derribar gobiernos.

Putin, acostumbrado a manejar con eficacia los tiempos, puede dar por concluida lo que llama ‘operación especial’ y dar por finalizada la guerra

Como muchos han escrito estas semanas, a medida que se alargue el conflicto, tenderá a erosionar la unanimidad en el pueblo ucraniano y, muy probablemente, en Occidente. También, obviamente, la economía rusa, pero conviene recordar que, hace apenas 30 años, el país vivía en la autarquía, lo que lo hace más resistente a la presión exterior. Sobre todo, cuando no existe un sistema de indicadores macroeconómicos fiscalizados por autoridades independientes, lo que hace que sea un misterio conocer la realidad interna del país. Es probable que tengan razón quienes aseguran que la economía rusa está sufriendo duramente el castigo occidental por falta de repuestos e insumos para su industria, pero también es probable que la capacidad de resistencia rusa sea mayor que la europea.

La línea roja para Putin sería tener que declarar una movilización general de sus reservistas porque correría el peligro de levantar a muchos rusos contra el Kremlin, y eso explica que, según algunas fuentes fidedignas, entre el 1 de mayo pasado y el 12 de julio Rusia únicamente ha aumentado un 5% la extensión del terreno conquistado.

Liberar los 20 millones de toneladas de grano depositados en los silos ucranianos al mismo tiempo que horas después del acuerdo el Kremlin bombardeada infraestructuras portuarias de Odesa, forma parte de esa nueva normalidad que pretende Putin. El presidente ruso ha encontrado dos aliados: los precios altos de las materias primas (el banco central ruso acaba de anunciar una nueva rebaja de los tipos de interés y una revisión a la baja de las expectativas de inflación gracias a la fortaleza del rublo) y la ausencia de estrategia de la Unión Europea —no está claro que EEUU pretenda lo mismo— para cerrar el conflicto con una salida parecida a lo que buscaron los acuerdos de Minsk, incumplidos por todas las partes.

La foto, como no podía ser de otra manera, no ha pasado desapercibida para la opinión pública, pero es probable que no se le haya dado la relevancia que tiene en el actual contexto geopolítico. En ella aparecen con las manos entrelazadas, como si se tratara de viejos camaradas, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; el iraní, Ebrahim Raisi, y Vladímir Putin.

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