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El Ibex, Sánchez y Feijóo: historia de una estafa
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El Ibex, Sánchez y Feijóo: historia de una estafa

Tiene cierto glamur político levantar el discurso anti-Ibex, como lo tiene hablar de "clases medias y trabajadoras". Pero ninguna de las dos estrategias sirve de algo si, en paralelo, no se introducen cambios estructurales

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con Alberto Núñez Feijóo en la Moncloa. (EFE/Chema Moya)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con Alberto Núñez Feijóo en la Moncloa. (EFE/Chema Moya)
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La infantilización de la política, que no es otra cosa que una concepción binaria del mundo que consiste en trasladar mensajes simplistas y supuestamente eficaces para resolver problemas espinosos, animó a Trump a decir un día: "Podría pararme en medio de la Quinta Avenida, dispararle a alguien, y aun así no perdería votantes".

Lo contó 'Politico' en enero de 2016, y en esa misma crónica la redactora de la información aclaró que el comentario del expresidente de EEUU fue recibido con risas por parte de la multitud que lo aclamaba en Sioux Center, Iowa. Trump, como se sabe, acabó siendo presidente y ya hay pocas dudas de que esa estrategia haya echado raíces. Sin duda, porque el discurso de las emociones es más rentable que el de las ideas, y de ahí que la política se juegue hoy a flor de piel.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Jasmin Brutus)

Es en este contexto en el que el presidente Sánchez —en plena competencia con Unidas Podemos— se ha acostumbrado en los últimos meses a culpar al Partido Popular de Feijóo de estar al servicio del Ibex. En particular, por su posición en cuestiones energéticas y en relación con el impuesto a la banca.

No le falta razón. Es evidente, y resulta hasta una obviedad, que el PP actual tiene mejor sintonía con la élite económica que el partido socialista, aunque no ha sido siempre así. Boyer y Solchaga, padrinos de aquello que se llamó la 'beautiful people', llegaron en su día a desplazar al PP de Fraga de los favores del mercado. De hecho, muchas de las transformaciones económicas que sufrió España en los 80 y primeros 90 no hubieran sido posible sin esa extraña alianza sellada entre aquella generación de socialistas y la cúpula de los empresarios españoles, entre los que José María Cuevas jugó un papel excepcional.

Cuando las cosas se torcieron

Aznar entendió bien el mensaje, y muchas de las privatizaciones y desregulaciones de finales de los años 90 fueron inspiradas por el Ibex (Folgado o Montoro procedían de la CEOE). El PP volvía a conciliarse con los empresarios. Zapatero, cuando las cosas iban bien, se hizo camarada de la élite de la patronal; y, para demostrarlo, el acto que organizó en la Bolsa de Madrid en abril de 2007 —todavía no había estallado la crisis— con 300 altos ejecutivos del Ibex para presentar exultante su primer informe económico del presidente. Cuando las cosas se torcieron, comenzó a acusar a los empresarios de especuladores.

Rajoy, tal vez por esa visión endogámica de la política que siempre demostró, nunca tuvo una especial sintonía con el Ibex. Ni buena ni mala. Probablemente, porque su mejor aliado era Merkel y no necesitaba a los empresarios. Sánchez, sin embargo, nada más llegar a la Moncloa, reconcilió al PSOE con la cúpula empresarial. Hasta el punto de que sustituyó Rodiezmo, una de las cunas mineras del socialismo español, por encuentros con la élite empresarial en la Casa de América a la hora de abrir el curso político. Como sucedió en el caso de Zapatero, cuando la economía y las encuestas se torcieron, cambió de discurso y ahora el Ibex representa únicamente el interés de los oligopolios.

Foto: El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi. (EFE/L. Rico)

Es evidente que esta visión instrumental del Ibex tiene que ver con un interés electoral. Y hasta la propia Yolanda Díaz ha movido el espantajo de lo siniestra y antipatriota que es la CEOE de Garamendi, con quien ha firmado 14 acuerdos, para encontrar sus diez minutos de gloria, que decía Andy Warhol. Como si la gran patronal representara a todas y cada una de los cientos de miles de empresas que tienen sus propios problemas.

El Ibex, por lo tanto, vienen a decir unos y otros, quita y da votos, y de ahí que históricamente haya habido una relación amor-odio entre las élites empresariales y la clase política. No por una cuestión de fondo, sino, simplemente, por una razón de interés electoral, lo cual sugiere que, en este debate, basado en la construcción artificial de enemigos (la derecha lo hace habitualmente con los sindicatos), hay en realidad mucho de tongo. O de estafa, como se prefiera.

Las élites y la burbuja

Entre otras cosas, porque hoy ni siquiera el Ibex, con toda la potencia que todavía tiene, es la sombra de lo que fue. Básicamente, porque la integración económica europea ha situado a las élites nacionales al albur de lo que decidan Bruselas y los estados miembros, por lo que su capacidad de influencia —desde luego, en el caso de España— se ha reducido de forma dramática para sus intereses.

La España de 2022 poco tiene que ver con la anterior a 2008, cuando la alianza entre banqueros (incluidas las cajas de ahorros), constructoras y poder político, local y autonómico levantaron una formidable burbuja que acabó por arrastrar al infierno a la economía española. La progresiva tercerización del sistema productivo (que hace más difícil la construcción de oligopolios) no es ajena a ello. También el control que hace el BCE sobre la gran banca, impidiendo que levante complejos industriales, como sucedía en el pasado, influye en la pérdida de poder de las empresas cotizadas en el selectivo español.

Foto: Fernando Restoy, presidente del Instituto de Estabilidad Financiera (FSI, por sus siglas en inglés). (EFE/Pedro Puente Hoyos)

Es verdad, sin embargo, que en el discurso político y mediático aún tiene cierto glamur decir que una u otra medida está influida por el Ibex, pero lo cierto es que hoy su participación en la toma de decisiones de los políticos es muy limitada. No es que haya desaparecido totalmente, muy al contrario hay leyes donde se ve su impronta, pero sin duda que ha menguado por mor del capitalismo financiero y trasnacional, que hace que la toma de decisiones responda cada vez menos a razones domésticas.

Mucho más significativo es, por el contrario, la tendencia creciente a creer que el pensamiento de las élites coincide con el comportamiento político de los españoles, lo cual suele llevar a muchos chascos electorales. Lo que piensan Botín o Sánchez Galán no tiene por qué coincidir con la opinión de los pequeños y medianos empresarios, que suponen el 95% del tejido productivo.

Un error de estrategia

Cuando el gas natural europeo se sitúa en términos reales tan caro como pagar 500 dólares por barril de petróleo, parece poco razonable pensar que el problema de los ciudadanos son los apuros de las élites ante las decisiones que puede tomar Sánchez. Y ese es, probablemente, el mayor error de la estrategia de Moncloa, que atiza un discurso que solo cala entre los ya convencidos.

Lo que le debería preocupar es la 'sensación de desamparo' que tienen muchos ciudadanos, como lo ha llamado Josep Ramoneda, ante los intensos cambios que se han producido en las últimas décadas en el sistema productivo al calor de la globalización y de los avances tecnológicos, y cuyos efectos son independientes de cómo les vaya a las élites.

Foto: La sede del BCE en Fráncfort, Alemania. (Getty/Thomas Lohnes)

En este sentido, una reforma fiscal en profundidad, por ejemplo, es mucho más útil para el conjunto de los ciudadanos que una subida coyuntural de impuestos que pronto será absorbida por los destinatarios sin problemas. Precisamente, porque es el sistema (del que se benefician las élites) lo que favorece que continúe intacto el sistema de selección de esas élites que se pretenden combatir.

Como tampoco es suficiente el latiguillo 'clases medias y trabajadoras', como si fueran conceptos antitéticos, que no se le cae de la boca a Feijóo en las últimas semanas, lo cual es no decir nada si a continuación no se dan detalles sobre lo que se quiere hacer más allá de bajar impuestos, que son precisamente, los que benefician a las rentas medias y bajas por su capacidad redistributiva. ¿O es que la desigualdad y la concentración de la riqueza no es, precisamente, lo que está achicando el espacio de las clases medias?

La infantilización de la política, que no es otra cosa que una concepción binaria del mundo que consiste en trasladar mensajes simplistas y supuestamente eficaces para resolver problemas espinosos, animó a Trump a decir un día: "Podría pararme en medio de la Quinta Avenida, dispararle a alguien, y aun así no perdería votantes".

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