Es noticia
La irritante inutilidad de Vox
  1. España
  2. Mientras Tanto
Carlos Sánchez

Mientras Tanto

Por

La irritante inutilidad de Vox

Vox no es ideología, aunque lo parezca, es la nada. Es la negación del parlamentarismo, que es, justamente, lo contrario de la negación de la política. Representa, en definitiva, la construcción de lo que se ha venido en denominar nacionalismo banal

Foto: Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)
Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

La idea que hay detrás de lo que se ha llamado nacionalismo banal no es nueva. El término lo acuñó el científico social Michael Billig hace un cuarto de siglo y desde entonces se ha utilizado como una herramienta útil para entender determinados movimientos políticos y sociales. Tanto en el ámbito rural como urbano, pero preferiblemente en el primero. Ahora lo ha rescatado la Revista de Estudios Políticos en un trabajo titulado La normación de Vox y su ideología del día a día. Nacionalismo banal y cotidianeidad desbordada.

El nacionalismo banal se refiere a la existencia de símbolos que conforman nuestra normalidad, ya sean una bandera, una determinada cultura que consideramos propia —por ejemplo, los toros o las fiestas ancestrales— o ciertos discursos sobre el espacio público que se entienden que son la mejor expresión de lo natural y que, por lo tanto, forman parte de nuestros actos rutinarios. En definitiva, una suerte de identidad nacional de baja intensidad distinta de la que emana de los grandes enunciados constitucionales característicos de la edad contemporánea, y que son el pegamento que une a una comunidad de intereses.

El trumpismo y su 'America First' es buen ejemplo de la construcción de un sentimiento basado en el derecho natural. 'Nosotros' y 'ellos'

En el caso concreto de Vox, el autor del artículo, David H. Corrochano, lo llama ideología del día a día, que consiste en la construcción de un partido a partir de la cotidianeidad y de las costumbres, lo que a la postre favorece de forma simple, sin ninguna complejidad teórica o intelectual, la existencia de un sentimiento de pertenencia. Ya sea a una nación o a un grupo social o, incluso, étnico, a veces de forma excluyente. El trumpismo y su America First es buen ejemplo de la construcción de un sentimiento basado en una especie de derecho natural —los normales somos nosotros, no ellos, porque así ha sido toda la vida— vinculado a un determinado territorio y en torno a una idea pedestre y hasta vulgar. El nacionalismo intransigente conoce muy bien esta estrategia.

A partir de esta simple concepción de la realidad, quien se sale de lo que se considera natural son los otros, toda vez que no aceptan el universo simbólico que se considera normal, y cuya configuración material está anclada en un concepto tan amplio y ambiguo como lo es el sentido común. Probablemente, el argumento menos sofisticado del pensamiento. Cada uno tiene el suyo, pero todos lo reclaman como si se tratara de una ley universal.

Cambios sociales

Frente a los otros o frente a ellos, confronta el nosotros, que aglutina a quienes se consideran poseedores de una herencia atávica ligada a la patria o al género en el sentido más rudimentario del término. Algo que necesariamente choca con las transformaciones que interpelan de forma inevitable a un país, toda vez que influye en su ineludible adaptación a los cambios sociales. El pasado frente al futuro o, incluso, frente al presente.

Esa visión costumbrista de la historia inherente al nacionalismo banal está en el origen de eso que se han llamado "guerras culturales", que además tiene una dimensión identitaria. También una cierta izquierda la practica, aunque dentro del orden constitucional (aquí está la diferencia).

Esa visión costumbrista de la historia está en el origen de eso que se han llamado "guerras culturales"

La obsesión con la idea de que asistimos al derrumbe de la civilización occidental, y para eso nació Vox, refleja esa concepción trágica de la historia —y hasta determinista— más propia de Spengler y otros pensadores conservadores. El propio ensayista alemán —muy influido por la Gran Guerra— hablaba hace un siglo de que Occidente asistía a sus últimas bocanadas. Como le sucedió a Malthus, no parece que haya acertado. Tampoco parece que España hoy sea una república confederal, como se colige de algunos comentarios de los líderes de Vox.

No se trata de una batalla ideológica sin más, que presupone la existencia de un corpus programático en aras de lograr un determinado modelo de Estado, y que ha sido el tradicional escenario en el que han confrontado izquierda y derecha defendiendo sus respectivos intereses, sino que lo que se busca es una reivindicación anacrónica de lo que se considera natural, y que necesariamente es indestructible. Probablemente por cierto sentido patrimonial de la historia: "Nosotros lo hemos construido y nosotros somos los destinatarios últimos de los bienes públicos", lo que viene a representar un valor inmaterial que pasa de padres a hijos. Lo natural no admite vuelta de hoja. Es así porque lo dicta la naturaleza y no hay nada más que decir. En palabras de Santiago Abascal, que recupera el autor del artículo, "Nosotros no solo huimos de las etiquetas, sino también de las ideologías". En resumen, la nada.

La obsesión con la idea de que asistimos al derrumbe de la civilización occidental refleja esa concepción trágica de la historia

La ausencia de ideología, aunque parezca lo contrario, es, precisamente, lo que explica la existencia de Vox y ciertamente su inutilidad como partido en el sentido que dio Hannah Arendt al concepto de lo banal. Sin duda, porque en su concepción más íntima lo que brilla es el sentimiento de ser los depositarios de una verdad natural que por su propia esencia es absoluta y no necesita argumentos, como suelen proclamar los sistemas totalitarios. Las ideologías, en pura coherencia, son un estorbo, ya que distraen de una misión histórica: defender los valores eternos, que suelen coincidir con su visión particular de lo que es la identidad nacional.

Defender lo atávico

La estrategia, sin duda, es útil en términos electorales. Sus votantes, de hecho, por pura coherencia con los pronunciamientos de Vox, y al contrario de lo que sucede con quienes votan a otros partidos, no reclaman propuestas de cambio o ideas de futuro, sino que el sacrosanto objetivo —entendido como una misión histórica— es defender lo que se considera natural o atávico, como el machismo o la pervivencia de valores incompatibles con los cambios sociales y políticos. Todo lo extraño es ajeno.

Convertir la política, que es la república del entendimiento, en el reino de la nadería no es gratuito. Sale caro. A veces, muy caro.

Es por eso por lo que la presencia de Vox o su respaldo expreso a gobiernos autonómicos cuando el partido proclama que hay que liquidar el sistema autonómico aparece, en este sentido, como irrelevante. Como es intrascendente que nadie o casi nadie conozca su programa o sus ideas, pero aun así se les da el voto. O no importa que ninguno de sus diputados (siempre habrá alguna excepción) sea conocido por su capacidad dialéctica o por su aportación al debate político, sino por sus exabruptos. Ni siquiera es relevante que la democracia interna brille por su ausencia o que se niegue el valor de la política para resolver el conflicto social. Lo relevante, por el contrario, es que el partido se constituya como la primera línea de defensa de lo que se considera un ataque contra lo natural. Es decir, la defensa a ultranza de valores atávicos, aunque eso vaya contra la modernidad y en última instancia contra el progreso. Incluso, contra la convivencia.

Convertir la política, que es la república del entendimiento, en el reino de la nadería no es gratuito. Sale caro. A veces, muy caro. Entre otras cosas, porque su presencia desplaza, como si se tratara de movimientos tectónicos, el territorio en el que se desenvuelve el parlamentarismo, que es uno de los grandes inventos de la humanidad. La historia ha demostrado hasta la saciedad que la barbarie crece sobre la ignorancia. Y todo indica que a Vox le sobra el parlamento. Esa "tertulia de políticos" de la que hablaba Vázquez de Mella, uno de los diputados más reaccionarios que ha dado este país.

La idea que hay detrás de lo que se ha llamado nacionalismo banal no es nueva. El término lo acuñó el científico social Michael Billig hace un cuarto de siglo y desde entonces se ha utilizado como una herramienta útil para entender determinados movimientos políticos y sociales. Tanto en el ámbito rural como urbano, pero preferiblemente en el primero. Ahora lo ha rescatado la Revista de Estudios Políticos en un trabajo titulado La normación de Vox y su ideología del día a día. Nacionalismo banal y cotidianeidad desbordada.

Vox Santiago Abascal Nacionalismo Parlamento Europeo
El redactor recomienda