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Cabrales, el Banco de España y la nueva Inquisición
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Carlos Sánchez

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Cabrales, el Banco de España y la nueva Inquisición

La renuncia de Cabrales tras firmar una carta de agradecimiento a una vicerrectora escocesa por haber contratado a la independentista Ponsatí tendrá consecuencias. Se reducen los incentivos para participar en la cosa pública

Foto: Antonio Cabrales (2d), premio Rei Jaume I 2021 en Economía. (EFE/Biel Aliño)
Antonio Cabrales (2d), premio Rei Jaume I 2021 en Economía. (EFE/Biel Aliño)
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Ya hay pocas dudas de que la mancha de aceite que ha significado el proceso independentista catalán ha envenenado la política española. Desde que Artur Mas lanzó el órdago hace una decena de años, todo ha ido a peor. En primer lugar, la vida de muchos catalanes, pero también la estabilidad política en el conjunto de España, donde no solo ha desaparecido el papel de partido bisagra que representaba la vieja CiU, hoy sustituida por la fantasmagórica Junts per Catalunya, sino que se ha alimentado la polarización política. Algunos partidos, de hecho, son hijos del procés.

Tanto el Consejo General del Poder Judicial como el propio Tribunal Constitucional han sido, igualmente, algunas de las víctimas del encanallamiento que se ha producido en la vida pública al calor de lo que sucede en Cataluña. También lo ha sido la práctica ruptura de relaciones entre los dos principales partidos del país, incapaces de ponerse de acuerdo porque el PSOE, al menos es lo que sostiene Feijóo, pacta con los independentistas. Pocos podían creer, sin embargo, que ese tumor se extendiera también por el Banco de España.

Foto: Sede del Banco de España en Madrid. (iStock)

La elección del economista Antonio Cabrales después de unas tortuosas negociaciones —inicialmente, la vicepresidenta Calviño quería elegir sin pacto alguno las dos vacantes en el Consejo de Gobierno del BdE— es la nueva víctima del procés. Cabrales ha tenido que renunciar, ni siquiera ha tenido que dimitir, porque todavía no había tomado posesión, tras descubrirse que firmó en abril de 2018 una carta, desde luego no se puede hablar de manifiesto ni de algo parecido, junto a la élite de los economistas del país, en apoyo de Clara Ponsatí, huida de la Justicia y exconsejera de Educación con Puigdemont. En total, 52 economistas del más amplio espectro ideológico, unos independentistas y otros no, como la propia realidad de Cataluña.

Todo pronunciamiento en apoyo de un compañero, como se sabe, suele tener algo de comportamiento corporativista, pero en el caso de Ponsatí era, sin duda, un asunto resbaladizo. La carta, sin embargo, hay que remarcar, no era ninguna defensa de la causa independentista ni una proclama en favor de su inocencia, sino una simple misiva de reconocimiento dirigida a la profesora Sally Mapstone, vicerrectora de la Universidad de St Andrews, agradeciendo la contratación de Ponsatí “por respetar los principios de libertad académica en una situación tan difícil” como la que atravesaba la profesora Ponsatí. La misiva consta de apenas siete líneas, excluyendo los agradecimientos, lo que da idea de la voluntad de los firmantes de alejarse del ruido que genera el procés.

La metástasis catalana

Su simple publicación, sin embargo, ha generado problemas en el Banco de España, cuyo gobernador, Pablo Hernández de Cos, está algo más que preocupado por que la metástasis catalana en el sistema político acabe por arraigar en el banco central. No hay que olvidar que el Gobierno aún tiene que decidir qué hacer con la renovación de Núria Mas, que corresponde a la llamada cuota catalana. Históricamente, se ha elegido a un miembro del entorno de CiU, pero hoy es ERC quien está en el Gobierno y es aliado del PSOE en Madrid y Barcelona.

Foto: El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos. (EFE/Kiko Huesca)

El pasado fin de semana, tras mover Roma con Santiago, el gobernador había creído aislar al Banco de España del ruido político con el pacto Calviño-Gamarra y la elección de Cabrales, pero para su tranquilidad hay que decir que ese acuerdo, según fuentes de toda solvencia, se mantendrá y el próximo martes, si no aparece ningún artefacto por el camino a modo de globo chino, el Consejo de Ministros nombrará a un nuevo miembro del Consejo de Gobierno del Banco de España (el PP ya tiene a su candidato) que posteriormente será uno de los cuatro economistas de la Comisión Ejecutiva, que es donde se corta el bacalao en el banco.

Es evidente que, más allá del fiasco Cabrales en términos políticos, lo relevante es observar hasta qué punto la situación política en Cataluña condiciona casi todo, lo cual solo puede conducir a una cierta enfermedad que sacude al sistema parlamentario y mediático. Es como si no se tuvieran en cuenta los matices y se hiciera política de brocha gorda, lo que necesariamente lleva al sectarismo, y, lo que es todavía peor, conduce a la inanidad intelectual. El que el profesor Cabrales —uno de los economistas de mayor prestigio del país— haya dimitido por ser uno de los firmantes de una carta de agradecimiento a una vicerrectora de una universidad escocesa es la mejor manera de expulsar el talento de la cosa pública, lo cual tiene indudable trascendencia.

La limpieza de sangre —que era una especie de muerte civil— no es nueva. A partir del siglo XV se utilizó para expulsar del sistema político a los judíos conversos, a quienes se consideraba unos renegados por los cristianos viejos, que se sentían los dueños de la patria. El resultado, como se sabe, fueron años de atraso histórico, toda vez que los sectores más dinámicos de la sociedad, y con mayor proyección internacional, no querían saber nada de la Administración y del Gobierno porque en cualquier momento podían ser puestos a disposición de las autoridades. Y lo que va a ocurrir con el caso Cabrales es, precisamente, eso. No será fácil convencer a alguien con prestigio para ocupar cargos públicos porque la Inquisición moderna, que también la hay, ha decido que no pasa ni una, aunque sean pecadillos de juventud o una simple carta que tiene más que ver con el favor a una colega que con un pronunciamiento político.

Ya hay pocas dudas de que la mancha de aceite que ha significado el proceso independentista catalán ha envenenado la política española. Desde que Artur Mas lanzó el órdago hace una decena de años, todo ha ido a peor. En primer lugar, la vida de muchos catalanes, pero también la estabilidad política en el conjunto de España, donde no solo ha desaparecido el papel de partido bisagra que representaba la vieja CiU, hoy sustituida por la fantasmagórica Junts per Catalunya, sino que se ha alimentado la polarización política. Algunos partidos, de hecho, son hijos del procés.

Banco de España Nadia Calviño
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