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La rebelión de los coroneles que amenaza la hegemonía occidental
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Carlos Sánchez

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La rebelión de los coroneles que amenaza la hegemonía occidental

El mundo cambia, pero Europa, sin embargo, se lo juega todo a su dependencia estratégica de EEUU. Mientras tanto, una nueva política de alianzas se consolida en el planeta de la mano de los países no alineados

Foto: Xi Jinping y Mohammed Bin Salmán en Riad. (EFE/Epa Bandar Aljaloud)
Xi Jinping y Mohammed Bin Salmán en Riad. (EFE/Epa Bandar Aljaloud)
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La seguridad vuelve a situarse en el centro de la agenda pública. Seguridad alimentaria, seguridad energética, seguridad defensiva, seguridad en la salud pública… Hay tantas políticas de seguridad como se prefieran, pero lo cierto es que hoy el término vuelve a estar de moda después de que en la práctica desapareciera de las prioridades de los gobiernos tras la caída del Muro. Y aunque nunca se fue del todo, hoy ha regresado con inusitada fuerza.

En parte, por la irrupción de un fenómeno sobrevenido como fue la pandemia, pero también por el desgaste del modelo de globalización iniciado en aquellos años, que daba por hecho que tanto la apertura comercial (China se incorporó a la OMC a finales de 2001) como el cruce de intereses económicos entre naciones era razón suficiente para asegurar tanto los niveles de bienestar como la extensión de la propia democracia.

Foto: Contenedores de mercancia en Moscú. (EFE/Maxim Shipenkov)

Hoy, el ciclo neoliberal se ha agotado. Entre otras razones, porque algunas naciones que salieron del subdesarrollo gracias a la integración económica, como la propia China o las antiguas repúblicas soviéticas del Este y de la región del Cáucaso, se han convertido ya en una amenaza y responden ahora a sus propios intereses, que no siempre coinciden con los de los países que impulsaron el comercio mundial. Y a más capacidad económica, lógicamente, mayor influencia política y militar, lo que explica que EEUU —en esto Europa pinta poco— esté moviendo piezas para reforzar la OTAN y evitar que Alemania y los países de su entorno dependan tanto de la energía rusa o de otras áreas extramuros de su influencia. Europa vuelve al redil. Se ha pasado, por así decirlo, de un escenario de cooperación, incluso en infraestructuras esenciales, a uno de competencia, lo que indudablemente tiene consecuencias geopolíticas.

El ciclo neoliberal se ha agotado. Naciones que salieron del subdesarrollo gracias a la integración se han convertido ya en una amenaza

La adhesión de los países del Este a la OTAN abrió el primer cisma y hoy esa estrategia se ve con toda crudeza en Ucrania, que para unos y para otros es la cabeza de puente recíproca de una partida de ajedrez que juegan en la distancia China y EEUU en torno a la seguridad, pero también en torno a la supremacía global. La invasión rusa, de hecho, no es más que la materialización de una nueva estrategia de confrontación que en esta ocasión, al contrario que en la guerra fría, tiene poco que ver con la ideología: capitalismo vs. comunismo, sino con el poder puro y duro. Ni que decir tiene que esta disputa es la que está hoy detrás del auge de las políticas de seguridad. Obviamente, por la desconfianza creciente entre bloques.

Nuevos estados

Existe, sin embargo, una diferencia, y no es pequeña, entre aquella época y la actual. Mientras que la política de alianzas de EEUU y la vieja Unión Soviética se basaba en la sumisión de sus respectivos bloques de influencia a Washington o Moscú, hoy la consolidación económica y política de muchos nuevos estados, cuyos gobiernos eran antes simples marionetas de las superpotencias, hace posible que puedan jugar su propio rol. La correlación de fuerzas, por así decirlo, está cambiando.

Esto es lo que explica el auge del movimiento de países no alineados, que para muchos sonará a antigualla de los lejanos tiempos del mariscal Tito, pero que está resurgiendo a medida que se consolidan los bloques. Hoy lo conforman 120 países, más de la mitad de los miembros de la ONU, y lo preside Azerbaiyán, que ha acogido en Bakú una especie de Davos de Asia central, el Global Bakú Forum, en un contexto especialmente complejo. De hecho, no deja de ser significativo que sea el Gobierno de una ex república soviética rica en materias primas energéticas, algunas esenciales, como el uranio, quien esté relanzado el movimiento de los países no alineados con la complicidad de China y Turquía (miembro de la OTAN a tiempo parcial). También con los díscolos del consenso de Washington o con quienes no le deben nada a Occidente y, por el contrario, tienen deudas que cobrar.

No es baladí, en este sentido, la recuperación del viejo anticolonialismo de los años 60 en África de la mano de una nueva generación de políticos que son ante todo pragmáticos, muchos de ellos educados en Occidente y con una visión completamente distinta de quienes llevaron al continente a la independencia con un cierto romanticismo liberador. ¿Qué pasa porque China quiera invertir en África?, se preguntaba este mismo sábado Joyce Banda, expresidenta de Malawi, en el Foro con el desparpajo de quien no tiene nada que perder.

Se trata de un proceso similar al que se produjo en los 70, cuando una serie de países árabes comenzó a controlar el mercado del crudo

La causa de este resurgimiento hay que encontrarla, precisamente, en la consolidación política y económica de estados que hasta hace no demasiadas décadas eran simples colonias, pero que hoy tienen una indudable capacidad de influencia. En muchos casos, por un accidente geológico como es la existencia en su subsuelo de enormes bolsas de hidrocarburos, minerales estratégicos o tierras raras imprescindibles para alimentar las nuevas tecnologías y, en definitiva, el sistema productivo de los países consumidores. Y en otros porque, tras tres décadas de autonomía, esos países han acabado por configurarse como estados plenamente incorporados que buscan sumarse al juego de las alianzas.

Países no alineados

Es decir, se trata de un proceso similar al que se produjo en los años 70, cuando una serie de países árabes, tras emanciparse de sus metrópolis también unas décadas antes, comenzaron a controlar el mercado de hidrocarburos. Es verdad que todavía no se ha creado un cartel parecido a lo que significa la OPEP (hoy ampliada en la práctica) en términos económicos, pero en la praxis política ya existe. La argamasa que une a los países no alineados —ahí está el reciente acuerdo entre Irán y Arabia Saudí— es el diseño de políticas que están al margen de los intereses de los países consumidores, lo que hacen inútiles o al menos irrelevantes las sanciones de Occidente.

El acuerdo Teherán-Riad, con China como mediador, socava, de hecho, las esperanzas de Israel de formar una alianza de seguridad regional contra Irán en una región que ya ha abandonado EEUU. Cabe recordar que ambos países representan el 43% de la producción de crudo de la OPEP y que de esta manera Pekín se asegura mayor estabilidad política para su aprovisionamiento de petróleo en coherencia con su creciente influencia sobre Oriente Medio.

Medio planeta, muchos de ellos países medianos que bien pueden calificarse como los coroneles del nuevo orden internacional, hacen ya políticas completamente al margen de Occidente, y en ocasiones contrarias, lo que explica que lleven ya tiempo reivindicando una revisión en profundidad del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, diseñado para un tiempo que ya no existe, lo que pone en entredicho incluso el papel de la propia organización. Pero sobre todo, pone en evidencia el tradicional eurocentrismo de la UE, siempre mirándose al ombligo como si el mundo fuera todavía una foto tomada en 1945. Hoy Bakú, por decirlo de una forma gráfica, empieza a comer el terreno a Davos, mientras que emerge un gigante, India, que puede decidir el juego de equilibrios hacia uno u otro lado. O pequeños gigantes que hoy conforman eso que se ha llamado sur global, a quienes unen su pobreza y su pasado colonial: Pakistán, Argelia, Vietnam o Sudáfrica...

El nuevo orden mundial se juega en la construcción de corredores energéticos por los que transita la sangre que necesita Occidente

El mundo avanza en otra dirección, lo que significa que en el futuro serán más relevantes países que hoy Occidente desprecia porque cree que sus problemas son únicamente suyos, cuando asuntos como el terrorismo, especialmente sangrante en el Sahel, o la inmigración no solo afectan a las naciones ricas, como a veces se da a entender, sino que también son fundamentales para territorios de paso o de destino porque su nivel de bienestar es superior al de su entorno geográfico. Marruecos o la propia Azerbaiyán son un claro ejemplo. También importan asuntos relacionados con la salud pública —ahí está la diplomacia de las vacunas que sacó adelante China en plena pandemia— o la seguridad nacional tras la fijación de fronteras artificiales aprobadas en tiempos de la descolonización y que hoy se han demostrado enormemente vulnerables, pero que con el tiempo se irán asentando.

El nuevo orden mundial, de hecho, se juega hoy en la construcción de corredores energéticos por los que pueda transitar la sangre que necesita Occidente. Precisamente, para garantizar la seguridad en el suministro, lo que obliga a construir una nueva política de alianzas de la que hoy Europa —volcada en sus cuitas internas— carece por su extrema dependencia de EEUU, acrecentada tras la invasión rusa.

Una cuestión de aprovisionamiento

No es irrelevante este estado de cosas habida cuenta de que la utilización de la energía como arma política ha cobrado especial importancia tras la invasión de Ucrania, lo que obliga a una diversificación de fuentes y a una presencia diplomática activa allí donde nace el aprovisionamiento (España ni siquiera tiene embajada en Azerbaiyán, un país clave en términos de corredores energéticos). Sin olvidar la alta vulnerabilidad de Europa a las cadenas de valor globales, muy superior a la de EEUU.

Sería distinto si la descarbonización fuera rápida, pero hay pocas dudas de que se trata de un proceso largo en el tiempo. Hoy el aparato productivo de Europa sigue necesitando transfusiones de energías fósiles, guste o no. Y es por eso por lo que hacer lo contrario supone en la práctica apostar a perdedor con lo que ello supone: una enorme transferencia de rentas desde los países consumidores hacia los productores, que es lo que ha sucedido en los últimos años por el abandono del concepto de seguridad en las relaciones internacionales.

O se restablecen procedimientos que garanticen un nuevo orden mundial o el planeta girará hacia el lado que menos gustará a Europa

Pero seguridad no entendida solo en términos territoriales, sino estratégicos. No basta con identificar las amenazas, sino que en paralelo hay que tejer nuevas alianzas. China ha justificado hasta ahora su expansión por razones económicas, pero sus mensajes cada vez tienen más un componente político, como no puede ser de otra manera pasadas las primeras tres décadas de la globalización y la consolidación del nuevo régimen de Xi JInping, inspirador de una nueva estrategia más agresiva que la de sus antecesores. Estamos ante un salto cualitativo en toda regla. Como han señalado algunos analistas, los lazos económicos y comerciales a menudo dan paso a una mayor cooperación en términos de seguridad e inteligencia, y China está en ese trance. El que haya presentado un plan de paz, aunque haya fracasado, es algo más que un símbolo, significa un giro en su política de no intervención directa en los conflictos. O, incluso, su participación como mediador en el histórico conflicto entre Teherán y Riad por la hegemonía en la región.

Como ha dicho en Bakú Wu Hongbo, representante especial del Gobierno chino para asuntos europeos, "la seguridad que cubre solo a unos pocos países o a un bloque de países no durará mucho". O, lo que es lo mismo, o se restablecen procedimientos que garanticen un nuevo orden mundial, adaptando la diplomacia a las nuevas realidades sobre la base del pragmatismo o el planeta girará hacia el lado que menos gustará a Europa. Y ahí está el creciente acercamiento de China al mundo árabe tras la reciente visita de Xi Jinping a Riad.

Un verdadero aviso a navegantes que hay que situar en un contexto más amplio: Rusia, distraída con Ucrania, está perdiendo su influencia sobre sus antiguas repúblicas caucásicas, y ese espacio lo está cubriendo Pekín, a quien lo último que preocupa, al contrario que a Occidente, es si se trata de democracias o, por el contrario, son autocracias. Conviene tenerlo en cuenta. A lo mejor habría que volver a la realpolitik.

La seguridad vuelve a situarse en el centro de la agenda pública. Seguridad alimentaria, seguridad energética, seguridad defensiva, seguridad en la salud pública… Hay tantas políticas de seguridad como se prefieran, pero lo cierto es que hoy el término vuelve a estar de moda después de que en la práctica desapareciera de las prioridades de los gobiernos tras la caída del Muro. Y aunque nunca se fue del todo, hoy ha regresado con inusitada fuerza.

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