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El error estratégico de Yolanda Díaz (que antes lo fue de Iglesias)
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El error estratégico de Yolanda Díaz (que antes lo fue de Iglesias)

La izquierda a la izquierda del PSOE sigue esperando a Godot. Ahora se llama Yolanda Díaz y antes Pablo Iglesias. Mientras tanto, ha sido incapaz de crear una estructura política estable capaz de producir su propio pensamiento

Foto: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)
Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)
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Contaba hace algún tiempo Vázquez Montalbán en una divertida columna que los comunistas son como los curas o los atletas sexuales, nunca dejan de serlo aunque renieguen o se disfracen. El prolífico escritor barcelonés (durante años dirigente del PSUC) lo argumentó con una sentencia de Confucio tan apócrifa como inapelable. "Todo aquel que militó alguna vez en la verdad jamás será abandonado del todo por ella y puede esperar siempre, siempre, esa última iluminación que te invita a salir de las tinieblas transitorias".

Es probable que detrás de esta perorata esté la clave del momento que atraviesa la izquierda a la izquierda del PSOE. Tras años viviendo en las "tinieblas transitorias", al final ha encontrado el camino, pero lo ha hecho a través de un magma tan prolijo que es imposible conocer dónde se encuentra la verdad que cada uno proclama. De hecho, y como es evidente que no puede haber tantas verdades en un espacio tan diverso, hay que colegir que muchas de esas presuntas evidencias son falsas de toda falsedad.

Una parte de la izquierda no ha sabido leer ni el momento geopolítico ni el momento social y lo ha confiado casi todo a la polarización

La otra parte de la izquierda, los socialistas, lo entendió bien hace muchos años, algo que explica su prodigiosa capacidad de adaptación al ecosistema mediante el expeditivo método de agarrarse como un clavo ardiendo a todo tipo de socialdemocracias. Unas veces de derechas, hasta confundirse con los conservadores; en otras ocasiones, de centro-centro, y a veces netamente de izquierdas, lo que explica que el SPD alemán y el PSOE sean los partidos socialdemócratas más antiguos del mundo en el ámbito de la izquierda. Puro darwinismo político. El primero nació en 1875 (aunque con el nombre de Partido Socialista Obrero de Alemania) y el segundo en 1879, siempre con la misma identidad.

La capacidad de adaptación de la izquierda a la izquierda del PSOE, por el contrario, ha sido menos resuelta. Es probable que debido a un cierto complejo de inferioridad o a que soñar es gratis y siempre se pensó que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y/o en salidas individuales esperando a Godot. Salvo en contadas ocasiones, y cuando ha podido, ha huido de la gestión porque eso era lo mismo que ser contaminados por el sistema, lo que explica que tradicionalmente haya optado más por el activismo político que por la lectura de aburridos expedientes administrativos, el célebre contra Franco vivíamos mejor. Pablo Iglesias, de hecho, es más un activista que un político al uso.

De tripas corazón

Las cosas cambiaron en 2019, cuando, en un giro histórico (salvo en la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos en 1979), el PSOE de Pedro Sánchez asumió que, para salvar los muebles —poder gobernar—, había que hacer de tripas corazón con los partidos de su izquierda. Una verdadera novedad habida cuenta de que líderes tan carismáticos del socialismo como Felipe González nunca quisieron saber nada de su izquierda, a la que el expresidente siempre despreció. Ni siquiera Zapatero echó manos de IU para gobernar pese a que nunca obtuvo mayoría absoluta.

Casi cuatro años después, el PSOE, siempre mutando en función de la naturaleza cambiante del ecosistema, sigue navegando por tan dinámico lugar, mientras que los partidos a su izquierda han levantado —ya venía de antes— una auténtica estructura confederal, lo que hace ahora virtualmente imposible la unidad orgánica, que era un viejo sueño que se ha esfumado.

placeholder La vicepresidenta segunda del Gobierno y líder de Sumar, Yolanda Díaz, presentaba el acuerdo de coalición. (EFE/Rodrigo Jiménez)
La vicepresidenta segunda del Gobierno y líder de Sumar, Yolanda Díaz, presentaba el acuerdo de coalición. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Cada partido se ha hecho fuerte en su territorio, y aquí paz y después gloria. Errejón ha montado su feudo en Madrid; Colau, en Barcelona, o Baldoví en la Comunidad Valenciana. Los Verdes continúan con sus estancos (que se traspasan de padres a hijos), y hasta el exdiputado Alberto Rodríguez ha levantado su habitación propia bajo la sombra del drago canario. Es decir, los reinos de taifas de toda la vida. No deja de ser curioso que, en un país constitucionalmente de corte federal, la izquierda a la izquierda del PSOE se haya constituido en una especie de confederación de partidos más propio de los estados confederados, donde la titularidad de los derechos no está en el vértice de la organización —en este caso, Sumar—, sino en quienes alimentan su funcionamiento.

Cuando Iglesias designó a Yolanda Díaz como su sucesora en un gesto más propio del absolutismo que de la democracia, la vicepresidenta del Gobierno tenía dos opciones: crear su propio partido o construir una plataforma sobre la que pudiera pivotar la confederación de partidos (hasta 15) de la izquierda a la izquierda del PSOE, con una paciencia de orfebre. Algo que hace pensar que habrá más en el futuro a la vista de lo rentable que sale crear una organización por cada territorio: un diputado casi asegurado siempre que se den bien las cosas.

El 28-M dejó, como esperaba Díaz, como unos zorros a Podemos, pero no calibró que la derrota tendría un coste enorme para la izquierda

Díaz, como se sabe, optó por la segunda de las dos opciones, la confederación de partidos, pero, como necesitaba matar al padre, una pulsión que va en el ADN de una determinada izquierda, lo que hizo fue jugar con el tiempo en aras de debilitar a Podemos, que era el principal adversario dentro de Sumar, que es una cáscara que nació vacía y que necesita ser llenada con los viejos enemigos de Pablo Iglesias. En definitiva, una especie de revancha de Vistalegre II, donde el pequeño Robespierre comenzó su autodestrucción tras enviar a sus rivales a la guillotina. Ya se sabe que quien a hierro mata…

Matar al padre

Como matar al padre no es fácil, la estrategia de Yolanda Díaz pasó por construir un relato propio, lo cual es legítimo, pero, al mismo tiempo, para que se cumpliera el guion, también era necesario retrasar la presentación de su proyecto político a la espera de que las elecciones del 28-M, cuya fecha está tasada, le dieran un repaso a Podemos, que era el necesario enemigo a batir para construir un espacio propio.

Acertó de pleno la vicepresidenta. Las elecciones municipales y autonómicas han dejado como unos zorros a la formación morada, pero lo que no calibró con igual fortuna es que el 28-M también ha tenido un coste enorme para el conjunto de la izquierda. Incluso por encima de lo previsto. En definitiva, una especie de victoria pírrica. La estrategia, por el contrario, ha dejado un magnífico sabor de boca en la derecha, que se ha beneficiado del desplome de Podemos en plazas tan emblemáticas como Madrid y Valencia para alcanzar la mayoría absoluta. Se puede decir, de hecho, que Feijóo —y también Ayuso— han encontrado una aliada inesperada en Yolanda Díaz.

La otra víctima del despropósito ha sido el propio Pedro Sánchez, que se ha visto obligado a adelantar las elecciones para no sufrir medio año de desgaste agónico, mientras que la izquierda de su izquierda ha tenido que improvisar un pacto que es una especie de reparto del esquelético botín. Tú a Boston y yo a California.

Como no había otra salida ante el descalabro del 28-M, Díaz ha optado por una especie de 'remake' de las primeras elecciones generales

O, lo que es lo mismo, cada gerifalte manda sobre su territorio. Una especie del célebre ¡Viva Cartagena! que devoró a la I República. Y todo con un coste de oportunidad tremendo en la medida que Sumar podría haber canalizado el indudable tirón electoral de Yolanda Díaz frente a Pablo Iglesias si hubiera optado, como hizo en su día Macron, que pergeñó su candidatura en pocos meses, por formar un partido tan visible como unitario. Es decir, la puesta en marcha de una especie de banderín de enganche que hubiera vaciado de contenido al menguante mundo de Podemos, pero sin la necesidad de provocar la inapelable derrota electoral que ha supuesto para la izquierda las elecciones municipales y autonómicas, de las que la vicepresidenta no quiso saber nada. A veces, ya se sabe, el infierno está empedrado de buenas intenciones.

Como no había otra salida ante el descalabro del 28-M, Díaz ha optado por una especie de remake de las primeras elecciones generales en las que se presentó Podemos, que tiró de las confluencias para componer a toda prisa una candidatura nacional, lo que a la postre ha sido lo que le ha llevado a la ruina. Probablemente, porque en política también se puede aplicar la llamada ley Wagner, que viene a decir que las estructuras, ya sean administrativas o políticas, tienden a asumir nuevas funciones, lo que las hace aumentar de tamaño. Y hoy los partidos aliados de Yolanda Díaz ya se han consolidado en sus respectivos territorios, lo que provocará que, cuando observen que la vicepresidenta no es ya útil, tenderán a arrinconarla. Así el voto quedará a buen recaudo. Lo primero es lo primero.

Confiarlo todo a la polarización

Esta es, precisamente, la mayor diferencia con el pasado: el ciclo político iniciado tras el 15-M se ha agotado. Es probable que debido a que una parte de la izquierda no ha sabido leer ni el momento geopolítico —crecimiento de la extrema derecha y del populismo— ni el momento social —cabreo con el sistema porque no es capaz de dar lo que promete—, y lo ha confiado casi todo a la polarización, lo cual solo ha producido un achique de espacios que le ha dejado sin terreno de juego (en 2016, Unidos Podemos tuvo más de cinco millones de votos).

Hay razones para pensar que el 24-J la izquierda del PSOE deambule por el Congreso buscando una respuesta a una pregunta sencilla: ¿por qué?

La polarización política, cabe recordar, es lo que está detrás de que la gestión quede oscurecida, toda vez que al dividir el mundo entre buenos y malos la política acaba por convertirse en un juego de personalismos, que es justo lo contrario que gestionar la cosa pública. A Vox nadie le pregunta por su programa y saca varios millones de votos. La izquierda a la izquierda del PSOE ha caído en ese error. ¿Cómo se va a hablar del SMI o de la vivienda o de las pensiones o de los derechos de las mujeres cuando lo que está en juego es la supervivencia de España como nación o la llegada en hordas de la extrema derecha?

El resultado no deja lugar a dudas, que diría Luis de Guindos. La izquierda del PSOE, en lugar de crear una estructura organizativa de largo plazo, permanece atrapada en su propia cárcel de siglas priorizando, como no puede ser de otra manera, el interés particular frente al general. Y todo ello en medio de una aguda crisis de ideas hegemónicas que van más allá de gestionar un sistema económico que, paradójicamente, al mismo tiempo que se aborrece, se gestiona de la mejor manera posible, y en ocasiones con notable éxito. En definitiva, una contradicción insalvable mientras que no se asuma que también en la oposición (incluido dentro del propio partido) se forma parte del sistema. Algo que, por cierto, también la derecha suele olvidar.

¿Las consecuencias? Hay razones para pensar que, el 24-J, la izquierda a la izquierda del PSOE deambule por el Congreso de los Diputados buscando una respuesta a una pregunta muy sencilla: ¿por qué? Godot sigue sin aparecer.

Contaba hace algún tiempo Vázquez Montalbán en una divertida columna que los comunistas son como los curas o los atletas sexuales, nunca dejan de serlo aunque renieguen o se disfracen. El prolífico escritor barcelonés (durante años dirigente del PSUC) lo argumentó con una sentencia de Confucio tan apócrifa como inapelable. "Todo aquel que militó alguna vez en la verdad jamás será abandonado del todo por ella y puede esperar siempre, siempre, esa última iluminación que te invita a salir de las tinieblas transitorias".

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