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El trilema de Sánchez frente al dilema de Feijóo
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El trilema de Sánchez frente al dilema de Feijóo

La confrontación pura y dura paraliza las políticas globales y deja abiertos los problemas. Tanto Sánchez como Feijóo deben decir si defienden intereses particulares o generales, aunque se beneficie al adversario político

Foto: Pedro Sánchez (d) y Alberto Núñez Feijóo durante la segunda jornada del debate de investidura del líder del PP. (Europa Press/Eduardo Parra)
Pedro Sánchez (d) y Alberto Núñez Feijóo durante la segunda jornada del debate de investidura del líder del PP. (Europa Press/Eduardo Parra)
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La casualidad ha querido que el debate de investidura haya coincido en el tiempo con la celebración del Foro La Toja, un espacio de reflexión sobre cuestiones actuales en el que ha participado el economista Dani Rodrik, una de las mayores autoridades en comercio mundial y, en particular, en la globalización desde una visión crítica, aunque no negacionista.

Rodrik —Premio Princesa de Asturias— es célebre por su conocido trilema, que en síntesis plantea la imposibilidad de defender de forma simultánea la hiperglobalización en los términos que ha vivido el planeta desde que China entró en 2001 en la Organización Mundial de Comercio (OMC), la soberanía nacional y, por último, la democracia. Los gobiernos, viene a decir el economista de origen turco, deben elegir entre dos de esas tres opciones, ya que, por ejemplo, la soberanía nacional y la globalización son incompatibles. Al fin y al cabo, el comercio mundial se basa en las contrapartidas entre países.

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El trilema de Rodrik adaptado a la política nacional es, de alguna manera, —mutatis mutandis—, lo más parecido al horizonte que se le presenta a Sánchez si, finalmente, aunque esto no está todavía despejado, obtiene la mayoría suficiente para gobernar. Sánchez debe decidir entre gobernar para todos, lo que exige ampliar su política de alianzas con el PP en algunos asuntos clave; reproducir la mayoría parlamentaria de la anterior legislatura, lo que ahondaría en la fractura bibloquista que vive la política española o, por último, ir hacia una legislatura corta que priorice la política territorial cerrando de una vez por todas el título octavo de la Constitución. El propio Sánchez, no en vano, es quien ha situado Cataluña en el centro de su estrategia política. Obviamente, porque necesita los votos de los independentistas, pero también porque se trata de la patata caliente que tiene la política española desde hace más de una década.

Las dos primeras formulaciones son antagónicas. Los socios del presidente del Gobierno nunca aceptarán pactos transversales, pero para hacer reformas constitucionales se necesita, precisamente, al PP, por lo que Sánchez debe decidir si hacer reformas de calado o simplemente considera que con la amnistía se normaliza la situación política en Cataluña y aquí paz y después gloria. El propio Rodrik, sin embargo, advierte en su trilema que el modelo de hiperglobalización ha integrado a los países, pero ha fragmentado las políticas nacionales, lo que llevado a la política española significa que cualquier pacto global generará tensiones internas en la mayoría teórica de izquierdas, con sus correspondientes consecuencias sobre la estabilidad política.

Dos opciones

Frente al trilema de Sánchez, aparece el dilema de Feijóo, en cuyo horizonte político —una vez que con la investidura ha conseguido confirmar su liderazgo— se divisan al menos dos opciones. O ir a una legislatura de confrontación pura y dura, negando cualquier tipo de pacto, como en la práctica ha hecho con el poder judicial, aunque luego proponga acuerdos más nominales que reales, o, por el contrario, caminar hacia un escenario de cooperación.

También Rodrik apunta las ventajas de esta última opción. Tres décadas de globalización han demostrado que la cooperación internacional en mercados competitivos —es una evidencia en el caso de la industria del automóvil— mejora la economía global. Ahora bien, de la misma manera, y este el punto crítico del comercio sin reglas, la globalización genera tensiones internas en los países que se sienten más perjudicados porque sus condiciones de partida, paradójicamente, son mejores. Europa no quiere, puede ni debe competir con China en costes laborales. Y la propia China, algún día, será menos competitiva que África si el continente logra engancharse algún día al comercio mundial.

Foto: El líder del PP y candidato a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, durante la segunda votación. (Reuters/Susana Vera)

Eso quiere decir que Feijóo, si quiere hacer política global, en última instancia lo mejor para España, deberá priorizar la cooperación, pero al igual que le sucede a Sánchez con sus socios, esa estrategia le obliga a repensar su política de alianzas por la tensión interna que genera la nueva política. Aunque no solo eso, debe asumir que la cooperación puede beneficiar al país, pero también al PSOE, desde luego a corto plazo. A largo plazo, sin embargo, se puede beneficiar de la mejora global (los dividendos de la globalización).

Su problema, en este sentido, es que Vox, su socio, es incompatible con una actualización del modelo territorial, simplemente porque desprecia el que diseñó la Constitución de 1978, basado en la existencia de comunidades autónomas con capacidad de autogobierno. O expresado de otra forma. Debe decidir si apuesta por la cooperación o, por el contrario, lo fía todo a la confrontación, lo que tendría un elevado coste de oportunidad para todos en la medida en que el país no podría aprovechar los beneficios de una política global (la globalización en términos económicos). Recuérdese que el modelo de hiperglobalización ha integrado a los países, pero ha fragmentado las políticas nacionales en los países que se consideran perdedores. Algo que explica el auge de las respuestas nacionales. Trump abrió el camino.

Cuestión de prioridades

Tanto el trilema de Sánchez como el dilema de Feijóo, cada uno desde su propia posición, llevan a la esencia de la acción pública, que no es otra que establecer una política de prioridades. De hecho, lo que separa a la izquierda y a la derecha, o viceversa, no es otra cosa que la defensa de determinados intereses en función del grupo social que se quiera privilegiar a partir de una determinada ideología o, como se prefiera, a partir de determinadas políticas.

Es verdad que los grandes partidos, desde 1945, son atrapalotodo, es decir, buscan mayorías transversales para llegar al mayor número posible de electores, pero en la práctica, esta política ha ido desapareciendo por la fragmentación, lo que ha llevado no a una competencia global, que es la esencia del multilateralismo que enriquece el comercio mundial y fomenta la prosperidad de las naciones, sino a competir por el mismo espacio político: PP contra Vox y el PSOE con otros partidos de izquierda, nacionalistas o no. Algo que impide, precisamente, diseñar políticas globales que favorezcan a todos.

Esto se traduce en ausencia de reformas políticas, en la medida en que para que sean eficaces, ahí está la frustrante situación de la educación o la justicia, se requieren pactos de Estado capaces de sobrevivir a varias legislaturas. La confrontación, dicho de otra manera, paraliza las políticas globales y deja abiertos los problemas, que con el tiempo tienden a envilecerse, como sucede con las monedas cuando pierden algunas de sus propiedades.

Foto: Pleno en el Congreso. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión
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La superación del trilema o del dilema, sin embargo, no pasa por volver al mundo bipolar, cuyo fin tras la caída del muro propició la globalización, sino que hay que hacerlo favoreciendo la integración. Es decir, hacer compatible favorecer al país (la globalización) con una oposición eficaz. O, en el caso de Sánchez, si es presidente, con una política verdaderamente de Estado y no sectaria, destinada únicamente a satisfacer a sus socios y permanecer en el poder. Precisamente, para favorecer la integración. O expresado a través de una célebre reflexión del ex primer ministro sueco Göran Persson, quien tuvo que tragar sapos y culebras en medio de una formidable crisis económica en su país: "Para recortar la deuda que nos humillaba tenía dos caminos: hacer lo que debía y no ser reelegido o no hacer nada y seguramente tampoco ser reelegido, pero, además, perjudicaba con mi inacción a mi país".

El economista Rodrik ha encontrado evidencias de que fue la hiperglobalización la que causó fracturas internas y, por lo tanto, tanto el trilema como el dilema solo pueden ser resueltos compaginando cooperación e integración, aunque cueste sangre, sudor y lágrimas, parafraseando a Churchill.

La casualidad ha querido que el debate de investidura haya coincido en el tiempo con la celebración del Foro La Toja, un espacio de reflexión sobre cuestiones actuales en el que ha participado el economista Dani Rodrik, una de las mayores autoridades en comercio mundial y, en particular, en la globalización desde una visión crítica, aunque no negacionista.

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