Mientras Tanto
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La advertencia de Tucídides que debió escuchar Netanyahu
Cuando se vive en la miseria, la respuesta a la calamidad es devastadora. Y así hay que entender la sanguinaria acción de Hamas, contestada con una respuesta desproporcionada y ajena al derecho internacional por Israel
La victoria siempre es más difícil cuando el enemigo no tiene nada que perder. La historia lo ha demostrado en numerosas ocasiones. Cuando se vive en la miseria, la respuesta a la calamidad es devastadora. Y en esa clave hay que entender la sanguinaria acción de Hamás, contestada con una respuesta desproporcionada y ajena al derecho internacional por parte de Israel, que no parará hasta expulsar a los palestinos de Gaza. Luego vendrá Cisjordania. Es cuestión de tiempo.
En contra de lo que pueda parecer, no se trata de una respuesta en caliente fruto de la humillación que han sufrido Netanyahu y su ejército, que lo ha fiado todo a la tecnología, sino que forma parte de una estrategia ya contrastada construida a partir de la soberbia. Y que no es ni siquiera nueva. Como ha escrito el analista Barak Barfi, hace ya medio siglo la Comisión Agranat, que estudió el desastre israelí en la guerra del Yon Kipur, acuñó el término conceptziyya para referirse a la soberbia de los servicios de inteligencia.
Radicalizar al enemigo, y en esta clave hay que entender la respuesta israelí, ha sido la estrategia de Netanyahu y de los grupúsculos ultranacionalistas religiosos desde la segunda intifada, hace más de dos décadas. Y ciertamente que lo han conseguido. La influencia de las distintas facciones palestinas es hoy residual en Gaza y algún día —las autoridades de israelíes juegan con el tiempo— lo será en Cisjordania, donde el anciano Mahmud Habbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, está perdiendo toda legitimidad, heredada de los tiempos de Arafat. Tanto que es muy probable que Hamás sea algún día no muy lejano hegemónico en Cisjordania. Muchos de los niños de 8 o 10 años que ven hoy el horror serán los terroristas del futuro.
El terrorismo fanático de Hamás no ha caído del cielo. El Gobierno ultranacionalista de Israel necesita para sus planes expansionistas radicalizar a los palestinos y Hamás, al mismo tiempo, necesita que Israel haga lo mismo. Es la triste realidad. Y como consecuencia de ello, como proclamó Tucídides en los diálogos entre los atenienses y los melios, la guerra, en ocasiones, queda como única alternativa
Las reglas de la guerra
La estrategia de la radicalización del adversario es cruel y viola los acuerdos firmados en las últimas décadas, pero también es un desprecio por la paz en los territorios ocupados. Como ha recordado este sábado el Consejo editorial de Financial Times, "que Hamás haya pisoteado las reglas de la guerra con sus barbaridades no hace bueno que Israel lo haga". Hay, de hecho, una lección de las últimas cuatro décadas: cada intento de eliminar a los grupos armados palestinos solo ha producido iteraciones más extremas y peores escenarios.
O expresado de forma más directa: alimentar la radicalidad, que es lo que aumenta la legitimidad de Israel frente a las democracias liberales —ahí está el lamentable viaje de Von der Leyen, a quien se le ha olvidado que es la presidenta de la Comisión Europea y no la exministra de Defensa de Alemania— solo ha conducido a más terror. EEUU lo sabe bien porque, tras la invasión de Afganistán, los talibanes han vuelto al poder, mientras que el islamismo fanático tiene amplia influencia en Iraq. Netanyahu encabezó la oposición a los acuerdos de Oslo y la realidad es que hoy —tras el asesinato de Isaac Rabin, precisamente, por un fanático israelí—, la región está peor. El actual Gobierno ultranacionalista se legitima con nuevos asentamientos ilegales y Hamás hace lo propio ante su gente matando israelíes.
El resultado es que la estrategia de Netanyahu y su Gobierno de evitar una solución negociada (que necesariamente requiere concesiones políticas) mediante el fatídico fortalecimiento de Hamás, a quien financió en sus orígenes para debilitar a los más moderados de Fatah, ha fracasado de forma estrepitosa. Pero es muy probable que Netanyahu o cualquiera de sus sucesores continúen por la misma línea. Precisamente, porque en eso consiste la estrategia de la tensión alentada por el nacionalismo israelí más extremo.
Esa estrategia había conseguido, solo en parte, ningunear la causa palestina a los ojos de la opinión pública de EEUU y Europa, y existe un cierto consenso entre los analistas, indistintamente de su posición ideológica, en que tras la próxima normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí —ahora congelada— el golpe era definitivo.
El caldo de cultivo
Pero la realidad palmaria, y aquí está el caldo de cultivo de lo que está pasando, es que los asentamientos israelíes no han dejado de crecer a costa del territorio palestino, sin que la comunidad internacional dijera nada; ni tampoco a nadie le han importado las reivindicaciones políticas sobre Jerusalén Oriental por parte de los palestinos, que han sido ignoradas. Los acuerdos de Abraham, en este sentido, fueron un punto de inflexión y era cuestión de tiempo que la región volviera a ser un polvorín.
Ya lo es. Entre otras razones, porque lo que hoy acontece en la franja de Gaza va a suponer un paso más hacia la fragmentación del viejo orden internacional, ya caduco. Y desgraciadamente un país despótico, como es Irán, tiene mucho que ganar, lo que una vez más habla muy poco en favor de la política de sanciones que tanto gusta a Occidente. Tan inútiles como soberbias.
Irán, de hecho, está presente en la invasión de Ucrania como el aliado más importante de Rusia, hasta el punto de que es el principal socio tecnológico de Moscú. Controla buena parte del territorio de Líbano —que ha dejado de tener las condiciones que definen un Estado— a través de Hezbolá, y es el factotum de Gaza a través de Hamás, además de patrocinar grupos terroristas en Cisjordania y desarrolla una activa estrategia de desestabilización de la monarquía jordana.
China, es más, absorbe más del 80% de las exportaciones de petróleo de Irán a través de su red de pequeñas refinerías, las conocidas como teteras, ajenas al embargo porque las transacciones no se realizan en dólares, lo que debilita la capacidad de Washington para restringir los flujos y hace a la teocracia iraní un socio particularmente importante para Pekín.
La lógica de la dominación
Ya hay pocas dudas de que la invasión de Ucrania ha acelerado el proceso de creación de un nuevo eje mucho más poderoso del que se podía imaginar hace pocos años. Probablemente, porque se ha infravalorado la capacidad de los sistemas autocráticos para desestabilizar el planeta y, por el contrario, se ha caído en la lógica de la dominación imperial de la que también el propio Tucídides advirtió. La tendencia expansiva de quienes se sienten poderosos, en este caso Israel, lo que en realidad esconde es su debilidad.
Lo cierto es que tanto Rusia como Irán, con sus respectivas zonas de influencia, tienen una enorme capacidad de poner a la región patas arriba. Y más cuando EEUU, con un presidente octogenario con graves problemas de liderazgo, dentro y fuera del país, vive una crisis institucional sin precedentes. Algo que le hace ser rehén de sus propias decisiones, como sus fallidas invasiones en la región, lo que le ha restado autoridad en la zona más caliente del planeta debido a que lo que se ha desintegrado es el modelo unipolar que salió de la caída del Muro.
La geopolítica, es cierto, se estaba volviendo contra los palestinos, y por ende contra Irán pese a su reciente acuerdo con los saudíes, y eso explica la crudeza del ataque. Por el contrario, se había movido a favor de Israel tras normalizar sus relaciones con Marruecos, Emiratos Árabes Unidos y Baréin y, próximamente, con Arabía Saudí. Pero ahora ha saltado todo por los aires. También para EEUU y la Unión Europea. Cuanto más sangriento sea el conflicto, menos populares serán Washington y la UE en la región, con posibles implicaciones políticas para sus aliados, incluidas las monarquías del Golfo. Lo que nadie sabe es si finalmente la historia se pondrá de lado de quienes tienen el poder o de aquellos cuya causa es justa, que en realidad era el debate de fondo entre atenienses y melios.
La victoria siempre es más difícil cuando el enemigo no tiene nada que perder. La historia lo ha demostrado en numerosas ocasiones. Cuando se vive en la miseria, la respuesta a la calamidad es devastadora. Y en esa clave hay que entender la sanguinaria acción de Hamás, contestada con una respuesta desproporcionada y ajena al derecho internacional por parte de Israel, que no parará hasta expulsar a los palestinos de Gaza. Luego vendrá Cisjordania. Es cuestión de tiempo.
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