Mientras Tanto
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El trágico fantasma que recorre el mundo
Guerras, hambrunas, cambio climático, represión política... Nunca antes se habían registrado tantos movimientos migratorios. La polarización entre las superpotencias está cambiando el mundo
No es necesario acudir a las estadísticas para adivinar la relevancia de una cuestión que está a la vista de todos. Pero echar cuentas tiene una virtud: permite visualizar con mayor precisión la dimensión de un viejo fenómeno que no ha hecho más que reiniciarse, como son las migraciones. En particular, los desplazamientos por hambrunas, miseria, razones humanitarias, reunificación familiar o, igualmente, por persecuciones políticas a causa de la identidad sexual, las religiones o la ideología.
No es ninguna exageración afirmar, de hecho, que junto con el cambio climático, las migraciones son el gran asunto del siglo XXI. No en vano, como acredita el reciente informe de la OCDE, la migración a los países más avanzados del planeta se encuentra en niveles sin precedentes. En total, más de seis millones de nuevos inmigrantes permanentes en un solo año, sin incluir a los refugiados ucranianos. Nada menos que la tercera parte de los miembros de la OCDE registra hoy los niveles más altos en al menos 15 años, y varios países, como Canadá y Reino Unido, han declarado las cifras más elevadas jamás registradas. Las solicitudes de asilo, igualmente, han alcanzado niveles récord, más de dos millones, el número más alto alcanzado hasta ahora, y el doble que en 2021.
En el caso de España, en 2021, recibió 370.000 nuevos inmigrantes de carácter permanente, un 14% más que un año antes, de los que el 30% tiene libre movilidad, mientras que el número de solicitantes de primer asilo aumentó un 87%, hasta alcanzar alrededor de 116.000.
La causa es evidente, como dice la propia OCDE, las guerras y los conflictos geopolíticos nuevos, más los que estaban en curso, han provocado niveles récord de desplazamientos y han abierto en canal los viejos enfoques políticos sobre las migraciones, que hoy van mucha más allá que un simple movimiento de personas. Factores como el cambio climático, que desde luego no han provocado los migrantes de los países pobres que hoy alcanzan las costas de El Hierro o Lampedusa, están influyendo de forma determinante en los desplazamientos masivos. Como la incapacidad de los gobiernos con alguna posibilidad de decisión, mediante una intervención decidida, para estabilizar los precios de los mercados de materias primas y productos agrícolas esenciales, que se han dejado en mano de especuladores.
Más ricos, más refugiados
No se trata, desde luego, de un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad. Las guerras, la represión de las minorías étnicas, los desastres naturales y las hambrunas siempre han sido las causas principales de las migraciones. Lo singular es que se produzcan hoy en la dimensión que ofrece la OCDE, cuando el planeta ha duplicado su PIB en las dos últimas décadas. Algo que refleja, obviamente, un problema de desigualdad global. Hay razones para pensar, por lo tanto, que las sociedades se enfrentan al fenómeno más importante en siglos.
Entre otras razones, como ha demostrado la historia, por su capacidad de desestabilización, algo que comprendieron bien las potencias que salieron victoriosas en 1945, que fueron capaces de crear una arquitectura institucional de protección a los desplazados de la posguerra, pero que hoy está completamente superada. Sin duda, por el propio papel de la ONU, hoy devaluado porque su estructura de funcionamiento ya no se corresponde con el mundo que salió de la II Guerra Mundial, con el consiguiente coste para eso que se ha venido en denominar los dividendos de la paz.
El reciente incidente entre un envalentonado Netanyahu, camino de convertirse en un nuevo Milošević, después de haber debilitado el poder judicial israelí, y António Guterres, que se ha limitado, como es su obligación, a defender la carta de Naciones Unidas, refleja bien la nueva realidad del planeta, que tiene mucho que ver con lo que Enzensberger llamó guerras moleculares. El ensayista alemán se refería a los pequeños conflictos armados surgidos con posterioridad a la Guerra Fría derivados de la fragmentación de la política tras el fin del mundo bipolar. Es decir, pequeñas guerras regionales, aunque devastadoras, que a la postre han alentado los desplazamientos masivos.
Los combates entre Hamás e Israel, en este sentido —hablar de guerra en un conflicto tan desequilibrado desde un punto de vista militar es absurdo— muestran que lo que hoy sucede en Oriente Medio, como ya ocurrió con los refugiados sirios, serán los migrantes de mañana. Precisamente, por la incapacidad de la comunidad internacional, un viejo concepto que hoy es una entelequia, de poner orden en un viejo conflicto que es, desgraciadamente, el mejor exponente del nuevo desorden mundial. Probablemente, porque lo que está detrás de lo que hoy sucede en Oriente Medio es una tensión que va mucho más allá que un conflicto entre israelíes y palestinos.
Lo que está en juego es la correlación de fuerzas no solo en la región, sino entre EEUU y China por influir en un continente donde habita el 60% del planeta. Y lo que ocurre alrededor de Taiwán es otro ejemplo de libro. Lo último que les preocupa a ambos es una isla que no llega a los 24 millones de habitantes, sino que es un portaaviones gigante en medio del Mar de la China, como lo que representa Israel (poco más de nueve millones de habitantes) en el corazón del mundo árabe. Un portaaviones que hay que salvar a toda costa. Algo que explica que las democracias liberales miren a otro lado cuando la política de asentamientos incumple todas las nomas del derecho internacional. O cuando una brutal invasión de Gaza, sobre un territorio ya devastado, se está produciendo sin respuesta alguna porque las fuerzas son tan desequilibradas que es, simplemente, absurdo hablar de guerra. Es algo mucho más dramático. No hay palabras.
Polarización geoestratégica
Ni que decir tiene que el coste de esta irresponsable polarización geoestratégica es altísimo. Y los refugiados, los desplazados, los que hoy se juegan la vida en las pateras, no son más que la avanzadilla. De China se puede esperar poco porque se trata de una dictadura donde la opinión pública ha sido sometida por el aparato del PCCH. Pero sorprende que Occidente no sea capaz de entender que en su posición sobre lo que está ocurriendo en Palestina se juega no solo su prestigio, definitivamente perdido en África, sino que corre el riesgo de sentar las bases sobre lo que pueden ser los grandes desplazamientos de las próximas décadas. Y en este sentido, a lo mejor merece la pena repasar los documentos que se manejaron en la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, donde triunfó la idea de paz por territorios, desgraciadamente liquidada años después por los radicales de un lado y los fanáticos del otro. O lo que es lo mismo, seguridad para el Estado de Israel a cambio de una solución justa de la cuestión palestina fiscalizada por la comunidad internacional, si queda algo de ella.
Los refugiados de hoy son los errores del pasado, y conviene no olvidar lo que muestran algunos estudios sobre migraciones internacionales publicados en los últimos años, que han acreditado que países pobres como Kenia, Uganda y Etiopía han acogido a más refugiados que toda la UE durante el período 2017-20. Es decir, y es una obviedad, las guerras y las hambrunas, provocadas en muchas ocasiones por falta de intervención en los mercados o por guerras injustas, producen catástrofes. Y desde luego no basta con un enfoque asistencial, como a menudo se entiende. Sin atender a las causas, que no han caído del cielo, todo suena a mezquindad. Como la racanería en la aceptación de los inmigrantes.
No es necesario acudir a las estadísticas para adivinar la relevancia de una cuestión que está a la vista de todos. Pero echar cuentas tiene una virtud: permite visualizar con mayor precisión la dimensión de un viejo fenómeno que no ha hecho más que reiniciarse, como son las migraciones. En particular, los desplazamientos por hambrunas, miseria, razones humanitarias, reunificación familiar o, igualmente, por persecuciones políticas a causa de la identidad sexual, las religiones o la ideología.
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