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El yin y el yang de Pedro Sánchez

Como en la filosofía ancestral china, Sánchez concibe los ministerios de Economía y Hacienda como dos conceptos que se oponen y se complementan. Eso le permite mostrar dos caras: una en Bruselas y otra ante la política interna

Foto: El presidente del gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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A Pedro Solbes le gustaba decir que todos los gobiernos son de coalición. En concreto, sostenía, entre el ministro de Hacienda y el resto de los departamentos. Pedro Sánchez, tras la última remodelación de su Ejecutivo, ha dejado claro que no es así. El hecho de que la ministra de Hacienda se haya convertido en vicepresidenta primera deja muy claro que el resto de ministros deberá acatar lo que decidan el presidente del Gobierno y Montero, que, precisamente, forman la misma bicefalia que gobierna en el PSOE. La primera conclusión es obvia: el margen de maniobra de Ferraz y del resto de ministros es nulo o cercano a cero.

En esto hay una primera diferencia respecto de lo que sucedió en el primer Gobierno de Felipe González, en 1982. Es verdad que por entonces el número dos de Moncloa y Ferraz era el mismo, Alfonso Guerra, pero en aquellos años la vida interna del partido socialista, con corrientes internas, era más rica, y las discrepancias se podían observar a la legua. Hoy, no. El PSOE es un partido hecho a imagen y semejanza de su líder y no hay que esperar una posición autónoma respecto de lo que diga Moncloa, que ya ni siquiera reivindica esa autonomía que reclamaba para sí González porque sabe que la tiene. Hasta la portavoz del consejo de ministros es la misma que la de Ferraz, lo que significa fundir en una misma entidad partido y Gobierno, lo que es más propio de sistemas que ignoran la función de los contrapoderes.

La segunda diferencia es todavía más evidente. Carlos Cuerpo, el nuevo ministro de Economía, por su irrelevante peso político, no es Boyer, lo que le llevó a echarle un pulso a Guerra, con quien finalmente perdió y le obligó a salir del Gobierno. Esto hace que también el ministro de Economía se vaya a convertir en un complemento técnico de la labor política que hagan Sánchez y Montero, lo cual tiene algo de novedoso.

Solchaga, que es quien sustituyó a Boyer como ministro de Economía, tenía infinitamente más peso político que Cuerpo, lo que explica que pudiera enfrentarse, incluso, con los sindicatos o la patronal, siempre con el respaldo de González, algo que no podrá hacer el nuevo ministro de Economía, que será, en realidad, un ministro de Exteriores para asuntos económicos, ya que será quien lleve las negociaciones con Bruselas. Su alter ego, de hecho, será Manuel de la Rocha, con categoría ya de secretario de Estado, y con hilo directo con Sánchez al ser el responsable del departamento de Asuntos Económicos de Moncloa, lo que achica todavía más su campo de juego.

Un modelo híbrido

Estamos, por lo tanto, ante un modelo híbrido de Gobierno. Por un lado, un titular de Economía de carácter técnico, sin peso político, encargado de las relaciones con el exterior, donde se pretenderá trasladar la imagen de un Gobierno más centrado; y, por el contrario, una ministra de Hacienda con una fuerte carga política que será, en realidad, bajo la batuta de Sánchez, quien llevará las riendas de la economía nacional.

Las dos formas de entender el Gobierno, como el yin y el yang taoista, se complementan, y, sobre todo, permiten a Sánchez contraponer esa imagen de líder radical que Feijóo busca construir alrededor de su persona, no solo en España, sino también en Europa. Otra cosa es que lo consiga.

Carlos Cuerpo será, en realidad, un ministro de Exteriores para asuntos económicos, ya que llevará las negociaciones con Bruselas

El hecho de que el nuevo ministro de Economía vaya a presidir la Comisión Delegada de Asuntos Económicos puede parecer a priori que le otorga a Cuerpo poderes adicionales, pero en realidad es más simbólico que real, en la medida en que la titular de Hacienda, María Jesús Montero, ha sido ascendida a vicepresidenta primera, lo que en la práctica le concede el control de la Comisión.

Se trata, por lo tanto, solo de una señal de falsa autoridad, pero sin apenas consecuencias prácticas. Entre otras razones, porque tampoco en el resto de departamentos hay ministros con peso político. Ni siquiera lo tendrá en esta legislatura Sumar. Yolanda Díaz, en aras de mantener el número de ministros que logró Iglesias, cinco, lo que se hubiera visto como una degradación, ha aceptado tener carteras de escaso valor político, salvo la de Trabajo, cuya influencia en esta legislatura será sensiblemente menor tras quedar atrás la reforma laboral. Sumar, de hecho, está ausente de todas las carteras de Estado, lo que en la práctica le confiere escaso peso político, pese a que es indispensable para sacar adelante la legislatura.

Sánchez aparece ante la opinión pública española como un líder neto de izquierdas, mientras que en Bruselas muestra un perfil más moderado

En el modelo Rajoy, tanto Montoro como de De Guindos tenían una jerarquía similar, y era el propio presidente del Gobierno quien dirimía las numerosas diferencias, pero este no es el caso. La ministra de Hacienda, al ser vicepresidenta primera, tiene mayor rango que el titular de Economía, por lo que hay un desequilibrio evidente que ni siquiera necesitará de la mediación de Sánchez cuando exista algún conflicto.

En lo que sí se parece el modelo Sánchez respecto del que quiso disponer Rajoy es que antes De Guindos y ahora Cuerpo tendrán que defender los intereses de España ante Bruselas, aunque en el último caso habría que decir mejor las decisiones que tome Hacienda con el visto bueno de Moncloa. Incluso cuando el ministro Cuerpo no esté de acuerdo, como le sucedió al actual vicepresidente del BCE, que tuvo que pelear en Bruselas lo indecible para evitar que España fuera sancionada por exceso de déficit público. Es muy probable que a Cuerpo, que tiene una visión más ortodoxa de la economía ya desde sus tiempos en la AIReF, le suceda lo mismo. Estará obligado a hacer un ejercicio de contención para no decir lo que piensa.

Las dos caras de Sánchez

Pocos políticos saben manejarse en esta dicotomía mejor que Sánchez. Básicamente, porque le permite aparecer ante una parte de la opinión pública española (la que le interesa) como un líder neto de izquierdas —aunque, en contra de lo que suele decirse, sus excesos económicos han sido limitados respecto de lo que se ha hecho en otros países de nuestro entorno desde la irrupción de la pandemia—, mientras que en Bruselas muestra un perfil más moderado. La presidencia española de la UE, por ejemplo, se cerró con un acuerdo sobre las reglas fiscales más favorable a Alemania de lo que les hubiera gustado a muchos socialistas europeos. Y quien estuvo en esas negociaciones fue, precisamente, el ahora ministro Carlos Cuerpo, respaldado por Calviño.

Esto hace que el modelo elegido por Sánchez se parezca mucho al de la Alemania de Merkel, que dio todo el poder a su ministro de Hacienda, Wolfgang Schäubel, recientemente fallecido, mientras que el ministro de Economía era casi irrelevante en términos políticos. Desde luego, nada que ver con el modelo francés, donde Economía y Hacienda van de la mano. Esto es así porque en Europa son los ministros de Hacienda quienes acuden a defender los intereses de sus respectivos países en Bruselas, lo que es coherente con el hecho de que lo que en verdad preocupa en la UE son las cuentas públicas.

Y aquí está, precisamente, la debilidad del organigrama diseñado por el presidente del Gobierno, que mantiene el error de separar Hacienda y Economía, lo que en la práctica es una ineficiencia, ya que no se entiende la política fiscal sin haber sido incardinada en la política económica general.

Montero ha vivido en el mejor de los mundos posibles: sin reglas fiscales y con una inflación que ha engordado las arcas del Estado

Sánchez lo sabe mejor que nadie, pero para su estrategia considera necesario darle un contenido muy político a la Hacienda Pública, en detrimento de ese perfil de rigor técnico que habitualmente le quieren dar los jefes de Gobierno al responsable de los ingresos y de los gastos, lo que explica sus enfrentamientos con los diferentes departamentos ministeriales. De ahí la reflexión que hacía Solbes. Es decir, tradicionalmente, los ministros de Hacienda han sido los cancerberos del gasto público, lo que no es el caso de Montero, que ha vivido, como ministra de Hacienda, en el mejor de los mundos posibles: sin reglas fiscales, fondos europeos a mansalva y con una inflación que ha engordado las arcas del Estado.

Esa incongruencia se puso de relieve ya en tiempos de Rajoy —las discrepancias entre De Guindos y Montoro eran de órdago— y, probablemente, se verán entre Montero (que ya no tendrá barra libre para gastar) y el ministro Cuerpo. Y todo porque existe una contradicción evidente: quien hace la política fiscal no la defiende ante Bruselas, lo que le permite dar un giro populista a muchas de sus actuaciones.

Este reparto del poder es una novedad en la política española porque, desde la recuperación de la democracia, ningún ministro de Economía había tenido como superior al de Hacienda, lo que le deja atado de pies y manos, salvo para negociar con Bruselas o impulsar políticas de reformas económica, pero sin que afecten de forma tan directa, desde luego a corto plazo —como las cuestiones fiscales, cuyo impacto en la opinión pública es mayor—. En definitiva, una nueva correlación de fuerzas que puede generar disfunciones a corto y medio plazo.

A Pedro Solbes le gustaba decir que todos los gobiernos son de coalición. En concreto, sostenía, entre el ministro de Hacienda y el resto de los departamentos. Pedro Sánchez, tras la última remodelación de su Ejecutivo, ha dejado claro que no es así. El hecho de que la ministra de Hacienda se haya convertido en vicepresidenta primera deja muy claro que el resto de ministros deberá acatar lo que decidan el presidente del Gobierno y Montero, que, precisamente, forman la misma bicefalia que gobierna en el PSOE. La primera conclusión es obvia: el margen de maniobra de Ferraz y del resto de ministros es nulo o cercano a cero.

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