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Carlos Sánchez

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El grano y la paja

El consumo apresurado de la información, el lenguaje hiperbólico, los bajos niveles de lectura, la escasa participación en la sociedad civil organizada o la mala influencia de las redes sociales, han conformado un ecosistema tóxico

Foto: Un participante frente al cartel del Foro de Davos. (EFE/Gian Ehrenzeller)
Un participante frente al cartel del Foro de Davos. (EFE/Gian Ehrenzeller)
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El último informe global de riesgos que cada año se presenta en Davos identifica al menos 34 factores de toda índole que pueden desestabilizar el planeta. Ya sea por razones políticas, sociales, económicas, medioambientales y, por supuesto, de seguridad.

El informe —aquí una versión resumida— se elabora a partir de la información que suministran 1.500 expertos globales y se articula con dos escenarios. Uno de corto plazo (dos años) y otro de mayor alcance (con un horizonte de una década) y es una herramienta muy útil para identificar aquellos episodios con capacidad de poner en aprietos a las democracias, en los últimos tiempos un bien a proteger ante el nacimiento de nuevas amenazas. Los autores, en esta edición, han identificado cinco riesgos principales en el corto plazo: la desinformación, los efectos del cambio climático, la polarización política, que tiene indudables efectos sobre la paz social y la propia estabilidad democrática, la ciberseguridad y los conflictos armados.

El problema no es que en la agenda pública se hable de fruslerías, sino que al ocupar tanto espacio público se orilla lo relevante

Otras muchas instituciones realizan trabajos similares, y su utilidad viene dada porque sirve a los gobiernos, en el sentido amplio del término, incluyendo también a la oposición y al conjunto del sistema político, para confeccionar su agenda pública. Es decir, les permite identificar lo que realmente importa y separarlo de lo que es puramente superficial. O expresado de forma más coloquial, sirve para separar el grano de la paja, algo cada vez más difícil en medio de un aluvión de noticias —la mayoría de usar y tirar— que tienen un vuelo gallináceo. Pasadas 24 o 48 horas, y dada la extrema volatilidad de los asuntos que están en la agenda pública, nadie se acuerda de ellas, lo que refleja una enorme inconsistencia de la conversación pública. Un presunto escándalo tapa a otro y así hasta el infinito.

El problema no es tanto que en la agenda pública se hable de fruslerías o de asuntos de escaso recorrido, sino que al ocupar tanto espacio público —los medios se imitan unos a otros y hacen de caja de resonancia multiplicando sus efectos— se orillan los asuntos verdaderamente relevantes que afectan al interés general, lo que explica la pobreza del debate argumental.

Populismo y demagogia

La realidad, sin embargo, no espera y avanza alimentando conflictos que hubieran podido evitarse si se hubieran tratado de forma conveniente. Este es el caso de la polarización, que figura, como dice el informe, entre los tres principales riesgos, tanto en la actualidad como a dos años vista, y se sitúa en el noveno puesto a largo plazo. Lo que preocupa no es tanto este fenómeno —alentado por el populismo y la demagogia— sino su conexión con la situación económica.

La historia ya conoce —el periodo de entreguerras es el mejor ejemplo— que cuando ambos fenómenos coinciden en el tiempo la situación puede llegar a ser explosiva. Pero si a esta combinación se le une la eclosión de noticias falsas o, simplemente, la existencia de una información deficiente, el resultado puede ser demoledor. No es de extrañar que el informe de amenazas de 2024 identifique esta combinación como el riesgo global más grave: polarización-crisis económica-desinformación. Un caldo de cultivo, sin duda, extraordinario.

El informe de amenazas 2024 identifica la triada polarización-crisis económica-desinformación como el riesgo global más grave

Construir una agenda pública equilibrada, en la que se aborden las grandes cuestiones y no solamente los asuntos más polémicos, es, probablemente, una de las cuestiones más relevantes, pero, a la vez, más ignoradas desde la política. Probablemente, porque la propia política se ha convertido en un espectáculo mediático, lo que explica que cada vez ocupa mayor espacio en los medios, principalmente en los de mayor audiencia, con una clara tendencia a deformar la realidad de una manera estereotipada a causa de su propia naturaleza: mensajes simples para analizar fenómenos complejos. Hasta el punto de que la política ya forma parte de la industria del entretenimiento y no del conocimiento. Algo que, al menos en teoría, debería ser consustancial a la propia política. Sin conocimiento de lo que verdaderamente se habla es imposible construir una conversación pública razonada. O lo que es lo mismo, una determinada cultura política que sirva para entender fenómenos complejos.

No parece que vaya por ahí el curso de la historia. El consumo apresurado de la información, sin que deje ningún poso, el lenguaje hiperbólico lejos de la realidad, los bajos niveles de lectura de textos verdaderamente importantes, la escasa participación ciudadana en la sociedad civil organizada o la mala influencia de las redes sociales, con su visión simplista y esquemática de la realidad, han conformado un ecosistema político ciertamente tóxico en el que el diálogo, a partir de premisas comunes sobre los hechos más elementales, se considera una traición.

La fragmentación del espacio público no es gratuita. La polarización no solo tiene que ver con los ejes clásicos izquierda-derecha, sino que también ejerce su influencia sobre los comportamientos individuales, lo que en última instancia estimula un clima de intolerancia política. Y la intolerancia, ya se sabe, construye diques falsos que tienden a consolidarse con el tiempo. Precisamente, por la inexistencia de una agenda pública compartida sobre los asuntos de interés general, ya sea en un municipio, una comunidad autónoma o en el conjunto del Estado.

Sociedades complejas

La política de prioridades juega aquí un papel fundamental, ya que si una comunidad no es capaz de ponerse de acuerdo sobre los asuntos comunes y cercanos, difícilmente lo podrá hacer sobre los de mayor enjundia. En decir, sobre las amenazas que penden sobre sociedades complejas que interactúan en un mundo globalizado. El resultado es un creciente divorcio entre los asuntos que preocupan más a la gente —solo hay que leer algunos trabajos de cualquier centro demoscópico— y los que aparecen en la agenda pública.

Es paradójico, en este sentido, el caso de la amnistía, cuya relevancia mediática desborda cualquier otro asunto, lo cual contradice uno de los principios de la política: atender las preocupaciones más relevantes de los ciudadanos. Entre otras razones, porque eso es la política, debatir en el espacio público los asuntos que en cada momento se consideran relevantes. La propia democracia, en su sentido primigenio, no es más que un sistema político capaz de articular de forma civilizada, mediante el juego de mayorías y minorías, los legítimos intereses de los ciudadanos.

La paradoja es que nunca se ha hablado tanto de política, pero, al mismo tiempo, nunca se ha debatido tan poco de política

No se está consiguiendo. Los grandes debates —la sanidad, la educación, la productividad, la inteligencia artificial, las nuevas formas de trabajo y su influencia sobre las relaciones laborales o el vínculo entre nuevas formas de familia y el mercado de la vivienda— prescriben pronto, lo que da una sensación de vacío nunca vista. La paradoja es que nunca se ha hablado tanto de política, pero, al mismo tiempo, nunca se ha debatido tan poco de política.

El desacople entre los intereses del pueblo —aun reconociendo que el asunto de la amnistía no es desde luego ninguna fruslería, sino un asunto central— y las prioridades de la agenda pública tiene costes. Las frustraciones, aunque sean políticas, generan ansiedad. Precisamente, porque el sistema no es capaz de atender demandas básicas que se dan por supuestas en sociedades avanzadas, como son las europeas, pero que en la realidad no alcanzan al conjunto de los ciudadanos.

Donald Trump, durante la campaña electoral previa a su primer mandato, lo supo identificar bien y eso le llevó a la Casa Blanca. Mientras los demócratas hablaban de asuntos que eran indiferentes a la mayoría de la población, él supo identificar los problemas industriales de un país en declive respecto de China, lo que le granjeó el voto de muchos electores que históricamente se habían visto representados por los demócratas. La ultraderecha alemana, igualmente, ha encontrado su mejor caldo de cultivo en la antigua RDA, mientras que Le Pen tiene sus fortines en regiones donde la frustración es el pan de cada día. Conviene saberlo antes de que sea demasiado tarde. No solo de amnistía vive el hombre (o la mujer).

El último informe global de riesgos que cada año se presenta en Davos identifica al menos 34 factores de toda índole que pueden desestabilizar el planeta. Ya sea por razones políticas, sociales, económicas, medioambientales y, por supuesto, de seguridad.

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