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Carlos Sánchez

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No es una maldición, es Galicia

El localismo forma parte indeleble de Galicia, paradójicamente, la región más universal de España a causa de las emigraciones interiores y exteriores, pero políticamente siempre a rebufo de Cataluña y el País Vasco

Foto: Vista de la aldea abandonada de O Muiñovedro, en Lugo. (EFE/Eliseo Trigo)
Vista de la aldea abandonada de O Muiñovedro, en Lugo. (EFE/Eliseo Trigo)
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Castelao, a quien la escritora y política gallega Victoria Armesto (diputada de Alianza Popular durante varias legislaturas) denominó al comienzo de la Transición "conciencia moral de Galicia", arremetió en la última entrevista que se le hizo durante su exilio argentino contra lo que llamó "aristocracia emigrante". Se refería el padre del nacionalismo gallego, uno de los grandes ilustradores gráficos que ha tenido este país, al comportamiento de algunos socios del Centro Gallego de Buenos Aires, quienes en 1946, abandonando el tradicional apoliticismo que se le suponía, intentaban acercarse a la dictadura franquista.

Las dos palabras, aristocracia —que en Galicia y otros lugares habría que denominar como el viejo caciquismo de toda la vida— y emigración son la mejor definición de un pasado no tan remoto. Pero pasado, en cualquier caso. La Galicia de hoy poco tiene que ver con aquella, aunque los estereotipos, los clichés, suelen trasladar una imagen de aquel tiempo. Probablemente, porque algunos de los viejos problemas —envejecimiento, despoblación, sobrerrepresentación del mundo rural—, subsisten. O, incluso, un cierto caciquismo local coherente con lo que ha sido la tradición en muchos lugares. En particular, en las aldeas del interior.

Es verdad que al contrario que en época de Castelao la emigración masiva ha desaparecido, pero los problemas demográficos siguen ahí. Hoy Galicia tiene la misma población (2,7 millones en 2022) que a principios de este siglo, pero como en el resto de España ha crecido de forma importante (ocho millones de habitantes más) el resultado es que su peso en el conjunto del Estado ha bajado hasta el 5,6%, según la última contabilidad regional. Es más que en el País Vasco (4,6%), pero desde luego con mucho menor peso político.

Las paradojas de las estadísticas hacen, sin embargo, que su renta per cápita respecto de la media del Estado haya crecido desde que comenzó el siglo en nada menos que 14 puntos largos (hasta el 92%), pero no porque su economía haya ido mejor o porque la productividad haya avanzado de forma sobresaliente. Simplemente, porque hay menor población sobre la que repartir el PIB. Es el consuelo de los menesterosos.

Las consecuencias del envejecimiento

Una población, por cierto, hoy como antaño, muy envejecida, hasta el punto de que la edad media de los gallegos se sitúa en 48,2 años, lejos de los 44,2 años en el conjunto del Estado. Pero es que en Ourense y Lugo ya se superan los 50 años, lo que sin duda tiene consecuencias políticas. Como se sabe, uno de los determinantes clásicos de la orientación del voto tiene que ver con la edad. Solo Asturias y Castilla y León tienen un registro más alto, aunque por muy poco. Un último dato aporta luz sobre la dimensión del envejecimiento. El 26% de los gallegos tienen más de 65 años, once puntos más que los menores de 20 años.

Esta realidad estadística refleja la naturaleza de los problemas de fondo de Galicia, siempre ligados al territorio. Ya sea por la evolución de la población o por su ubicación geográfica. Situada en una esquina de España, lo que históricamente ha dificultado su comercio con Europa, está rodeada (salvo el norte de Portugal por la influencia de Oporto) de zonas en declives con idénticos problemas. Asturias sigue perdiendo población y la vieja Castilla y León continúa siendo incapaz de enderezar su invierno demográfico.

El nacionalismo gallego o el galleguismo nunca han sido capaces de articular una posición común ante eso que se llama 'Madrid'

El aislamiento, sin embargo, no ha sido solo geográfico o poblacional. El nacionalismo gallego o el galleguismo, dos versiones alrededor de una misma realidad, ni siquiera han sido capaces de articular una posición común ante eso que se llama Madrid, lo que en la práctica, al contrario que en Cataluña o el País Vasco, ha ahondado su alejamiento de los centros de decisión. Es posible que debido a que el regionalismo gallego, representado por Alfredo Brañas, hoy reivindicado por la derecha como un referente intelectual, nunca fue federalista debido a sus orígenes conservadores. Nunca quiso articularse en el marco de un Estado federal que le hubiera dado mayor presencia.

Fraga, en cualquier caso, lo reinventó y eso explica en parte sus sonoros triunfos electorales. Es decir, una especie de nacionalismo light que es al que hoy se quiere agarrar la candidata del BNG, Ana Pontón, para ampliar su base electoral siguiendo los pasos de Bildu en el País Vasco, donde ha conectado con sectores inimaginables hace no mucho tiempo.

Tanto Castelao como Brañas, en todo caso, representan la idiosincrasia gallega, aunque también la esencia de un territorio marcado a fuego por una palabra: fragmentación. O dispersión, como se prefiera. No de carácter político (el parlamento gallego es de los más concentrados del país), sino social, demográfico y económico, aunque con una singularidad. El índice Gini de desigualdad refleja una sociedad homogénea. Desde luego más que en el conjunto de España e incluso que en Europa. El índice Gini (donde cero es la igualdad absoluta y 1 la desigualdad absoluta) se sitúa en el 0,25 (0,32 en España).

El aislamiento físico

El importante peso del sector primario tiene mucho que ver con ello. La estructura económica de Galicia, de hecho, no se entiende sin la existencia de miles de pequeños núcleos rurales que en la jerga estadística se denominan entidades singulares de población. Es decir, cualquier área habitable o no claramente diferenciada del término municipal al que pertenece. Algo que, desde luego, no es intrascendente, aunque no solo en términos políticos.

Nada menos que el 22% de los hogares tiene un solo miembro. En la cuarta parte, todos sus miembros tienen más de 65 años

Hay evidencias de que el aislamiento físico genera no solo comportamientos electorales diferentes respecto de quienes viven en grandes núcleos urbanos, sino, también, económicos, ya que no se aprovechan las economías de escala. Tan solo 11 empresas gallegas tienen más de 5.000 trabajadores, y eso que en esa lista se encuentran las filiales del gigante Inditex. No es irrelevante este dato debido al extraordinario peso que tiene la compañía de Amancio Ortega sobre la región. Nada menos que seis de las diez mayores empresas de Galicia son Inditex o sus filiales. O siete si se incluye Pontegadea, la plataforma de inversión financiera del propio Amancio Ortega, que es, a su vez, la cabeza del holding Inditex.

Algunos datos más lo ponen negro sobre blanco. Galicia, que tiene la tercera parte de la población de la Comunidad de Madrid, cuenta con más centros de salud y consultorios de atención primaria. En concreto, 463 frente a 422 (año 2022). Ni que decir tiene que esto influye en la calidad de los servicios públicos y, por supuesto, en su coste, lo que explica la propia complejidad del sistema de financiación autonómica, que debe atender a todo tipo de necesidades. Y el diagnóstico es algo más que preocupante. Una sociedad envejecida y con un alto grado de dispersión poblacional es una bomba de relojería en términos presupuestarios.

Dispersión, pero, y aquí está la paradoja, también una enorme concentración de la riqueza productiva en dos polos, Coruña (por el efecto de todo lo relacionado con el conglomerado Inditex-Zara) y Vigo, por la importante representación de la planta de automóviles del grupo PSA Peugeot Citroën.

El galleguismo nunca ha querido ser federalista, lo que a la postre le ha alejado de los centros de poder y ha cronificado viejos problemas

La singularidad de Galicia es tal que nada menos que el 22% de los hogares (poco más de un millón), tienen un solo miembro. Es decir, viven solos. Es más, en la cuarta parte de los hogares todos sus miembros tienen 65 años o más. Esto explica un porcentaje verdaderamente llamativo. El 35% de los hogares gallegos, según su instituto de estadística, tienen como principal fuente de ingresos una prestación pública, pero es que en Ourense se alcanza el 43%. No es irrelevante este dato. Precisamente, porque la presencia en el parlamento del partido del alcalde, Gonzalo Pérez Jácome, puede determinar hacia donde se desequilibra la balanza entre izquierda y derecha. Que cuatro de cada diez ourensanos dependan del presupuesto público es un dato a tener en cuenta.

El alcalde Jácome, de hecho, representa como nadie ese localismo que forma parte indeleble de Galicia, paradójicamente, la región más universal de España a causa de las emigraciones interiores y exteriores, pero políticamente siempre a rebufo de Cataluña y el País Vasco, como sucedió durante la II República. Probablemente por lo que algún constitucionalista gallego ha denominado falta de densidad política, que es consecuencia de los problemas de vertebración política del país. Tal vez porque el galleguismo nunca ha querido ser federalista, lo que a la postre le ha alejado de los centros de poder y ha cronificado viejos problemas. Cuando el federalismo es, precisamente, una técnica de unión, como bien entendieron los padres fundadores de la democracia americana.

Castelao, a quien la escritora y política gallega Victoria Armesto (diputada de Alianza Popular durante varias legislaturas) denominó al comienzo de la Transición "conciencia moral de Galicia", arremetió en la última entrevista que se le hizo durante su exilio argentino contra lo que llamó "aristocracia emigrante". Se refería el padre del nacionalismo gallego, uno de los grandes ilustradores gráficos que ha tenido este país, al comportamiento de algunos socios del Centro Gallego de Buenos Aires, quienes en 1946, abandonando el tradicional apoliticismo que se le suponía, intentaban acercarse a la dictadura franquista.

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