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¿Cañones o mantequilla? El camino equivocado de Europa
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Carlos Sánchez

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¿Cañones o mantequilla? El camino equivocado de Europa

Es Europa quien más sufrirá con la escalada de tensión. Y mucho más si al mismo tiempo está obligada a frenar, para cumplir con las reglas fiscales, las inversiones civiles

Foto: Un soldado ruso en Donetsk. (EFE)
Un soldado ruso en Donetsk. (EFE)
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Entre Teherán y Tel-Aviv hay una distancia de 1.588 kilómetros. La distancia entre Moscú y Kiev es más corta, prácticamente la mitad: 756 kilómetros. Las cuatro capitales, sin embargo, están unidas por un fatal destino. Cualquier misil balístico puede alcanzar el centro de todas ellas causando millares de muertos, y lo que es todavía más dramático, creando las bases para una conflagración a nivel mundial.

Calibrar la dimensión del riesgo no es fácil, pero hay algo seguro, las incertidumbres han crecido de forma relevante desde la invasión de Ucrania por Rusia, aunque tal vez habría que situar el origen del conflicto en la expansión de la OTAN hacia el Este para contrarrestar la aparición de China como superpotencia.

La lucha por la hegemonía en la zona está también detrás del conflicto, algo mas que latente tras los últimos movimientos de este sábado, entre Irán e Israel, quienes, como sucede en el caso de Ucrania, han tomado a los palestinos como rehenes involuntarios de un macabro juego entre potencias regionales. Hamás no es nada sin el respaldo de Teherán, mientras que Tel-Aviv puede provocar todo lo que quiera a la teocracia iraní, incluso asesinando a siete destacados comandantes fuera de sus fronteras, porque sabe que EEUU —actuando con un doble lenguaje— siempre saldrá en su defensa. Ni siquiera la matanza en Gaza ha tenido una respuesta creíble.

Esto explica la prudencia de Teherán (por el momento) en su respuesta al ataque contra su complejo diplomático en Siria. Entre otras razones, porque a China, en plena restructuración de su modelo de crecimiento, lo último que le interesa ahora, cuando su economía tiene el menor avance del PIB en casi medio siglo, es una escalada de la tensión en la región. China e Irán, desde posiciones antagónicas, son aliados circunstanciales y sólo les une un adversario (en el caso de Teherán enemigo) común: EEUU. Prudencia, sin embargo, no significa inacción y hay suficientes razones para pensar que habrá algún tipo de respuesta, por ahora en forma de drones y misiles (interceptados por Israel) y un buque apresado en aguas del estrecho de Ormuz. Entre otros motivos, porque está en juego también el prestigio de la teocracia iraní ante su pueblo.

Europa ha tenido el mayor incremento en gasto militar en al menos 30 años, lo que da idea de la carrera en que se ha metido

No hace falta ser muy avispado para entender que en este contexto los gobiernos hayan puesto como uno de sus objetivos prioritarios rearmarse como nunca antes lo habían hecho desde el fin de la Guerra Fría. El Instituto de la Paz de Suecia estima que el gasto militar subió en 2022 un 3,7% hasta los 2,24 billones de dólares, lo que significa 1,4 veces el PIB de España. Principalmente, por un incremento del gasto militar en Europa, aunque EEUU, China y Rusia suponen ya el 56% del gasto militar en el planeta.

Giro hacia Oriente

Europa, de hecho, ha experimentado el mayor incremento del gasto militar en al menos 30 años, lo que da idea de la carrera armamentística en que se ha metido el mundo en los últimos tiempos. La idea de una OTAN que vaya más allá que sus fronteras atlánticas, que es su mandato fundacional, está ya, de hecho, en la agenda de muchas cancillerías. Obviamente, porque la tensión se ha desplazado hacia el oriente —ahí está la cuestión taiwanesa— en un contexto en el que la región Asia-Pacífico gana peso en la economía mundial gracias a su dinamismo, lo que acrecienta la vulnerabilidad de los países más exportadores, como Alemania.

Así lo refleja, por ejemplo, el índice de vulnerabilidad que elabora el FMI, que muestra que cuanto mayor es la distancia geopolítica entre el país emisor y el país receptor, mayor será la vulnerabilidad a la localización por afinidad ideológica. Es decir, el incremento de la tensión no solo pone en riesgo la paz mundial, sino que, además, tendrá consecuencias económicas.

Sin materias primas energéticas y sin minerales fundamentales es como intentar cruzar el desierto del Sáhara con una cantimplora

La fragmentación económica entre bloques es, de hecho, el mayor riesgo de Europa, ya que los países tienden a integrarse al que pertenecen, lo que deja a los europeos fuera de muchos mercados en los que hasta hace poco eran hegemónicos. El nivel de apertura de la economía de EEUU, por ejemplo, es muy inferior al de países como Alemania, Francia, Italia o la propia España, lo que pone a estas economías al pie de los caballos.

Es en este contexto en el que Europa debe decidir qué hacer, aunque con la política de hechos consumados ya lo está poniendo de manifiesto en un sentido equivocado. Entre otras cosas, porque la cacareada autonomía estratégica que impulsa Bruselas —y que es cara— no deja de ser una quimera, como relató en este periódico Nemesio Fernández-Cuesta.

Pensar que sin materias primas energéticas y sin minerales fundamentales para abastecer las nuevas tecnologías se puede ser autónomo es como intentar cruzar el desierto del Sáhara con una cantimplora. Y menos cuando los propios gobiernos se han atado de pies y manos por un cierto fundamentalismo presupuestario a la hora de competir con EEUU y China, cuyas administraciones se han volcado —los fondos next generation son peanuts comparado con lo que están destinando Washington y Pekín— en salvar a sus respectivos aparatos productivos con ingentes cantidades de dinero y con políticas comerciales y arancelarias restrictivas que ponen a Europa en una situación de desventaja. Sobre todo cuando, además, se pretende luchar contra el cambio climático, que exigen inversiones ingentes. La inexistencia de un mercado de capitales integrado, que favorece la deslocalización de la inversión hacia EEUU, hace el resto.

Gasto en defensa

¿Qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que es Europa quien más sufrirá con la escalada de la tensión que vive el mundo. Y mucho más si al mismo tiempo está obligada a frenar, para cumplir con las reglas fiscales que ella misma se ha dado, la inversión en infraestructuras civiles, digitales o no, con el objetivo de poder financiar su carrera armamentista. Basta un ejemplo, al margen de las políticas nacionales en defensa, que es la parte fundamental. El presupuesto de la OTAN para 2023 preveía un incremento del presupuesto civil de un 28%, y de un 26% en el militar. No se trata de un incremento coyuntural, sino que será permanente si no cambian las cosas. Ni siquiera esa es la partida más relevante porque, como se sabe, la política exterior y en particular la de seguridad y defensa de la Unión son esencialmente responsabilidad de los gobiernos.

El peso político y económico de Alemania, que siempre ha estado en el lado equivocado de la historia, explica la posición de Europa

El peso político y económico de Alemania, que siempre ha estado en el lado equivocado de la historia en los conflictos internacionales, explica la actual posición de Europa, convertida en un mero apéndice de EEUU en cuestiones estratégicas, lo que sin duda le ha hecho perder prestigio y, sobre todo, influencia. Lo que se ha llamado el Sur Global hace tiempo que no obedece a sus antiguas metrópolis y el progresivo alejamiento de Asia-Pacífico, y en particular de China, obligado por la política de bloques que impulsa Washington, diluirá todavía más su peso en el nuevo orden internacional que surgirá de la actual crisis. Justamente, porque en lugar de favorecer la desescalada, ha optado por plegarse a la estrategia de la tensión, cuyas externalidades negativas son evidentes, aunque no tanto para EEUU, que sigue viendo los conflictos a miles de kilómetros de su territorio. En un mundo que vuelve a ser bipolar (aunque más fragmentado) las alianzas dentro de cada bloque son más sólidas, mientras que, por el contrario, el multilateralismo incentiva la cooperación entre países. Como muchas veces se ha dicho, más armas no necesariamente equivale a una mayor disuasión.

No hace falta recordar que los llamados dividendos de la paz fueron, precisamente, los que permitieron el extraordinario crecimiento de Europa después de 1945, lo que en 1999 —no hace tanto tiempo— llevó a aprobar la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD), cuando Europa consideraba que las guerras entre Estados, desde luego en territorio europeo, eran cosas del pasado, lo que llevó a Alemania a llevarse bien con sus vecinos, incluida Rusia a través de energía barata. No era mala cosa hasta que el auge económico de China (y sus incursiones en África y Latinoamérica) levantó las sospechas de Washington dando carta de naturaleza a la actual tensión geopolítica.

Lo ha dicho recientemente en una entrevista en El Mundo Enrico Letta, el ex primer ministro italiano, encargado de elaborar un informe sobre el futuro de Europa. "El hecho de que la brecha con los EEUU esté creciendo de manera dramática es inaceptable. Podemos aceptar que la brecha con China pueda crecer, o con la India debido a su dimensión demográfica. Pero los EEUU son como nosotros. Es absolutamente vital abordar el tema de la fragmentación. No tenemos un mercado financiero europeo y todos nuestros ahorros, debido a ese motivo, están yendo hacia EEUU, están alimentando la economía estadounidense y están fortaleciendo a las empresas estadounidenses. Estos ahorros están regresando a Europa para comprar nuestras empresas".

No hace falta dar más explicaciones sobre el error estratégico que está cometiendo Europa. Al fin y al cabo, como decía el sabio chino, "la táctica sin estrategia es el ruido antes de la derrota".

Entre Teherán y Tel-Aviv hay una distancia de 1.588 kilómetros. La distancia entre Moscú y Kiev es más corta, prácticamente la mitad: 756 kilómetros. Las cuatro capitales, sin embargo, están unidas por un fatal destino. Cualquier misil balístico puede alcanzar el centro de todas ellas causando millares de muertos, y lo que es todavía más dramático, creando las bases para una conflagración a nivel mundial.

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