Es noticia
Trump o la degradación de la democracia
  1. España
  2. Mientras Tanto
Carlos Sánchez

Mientras Tanto

Por

Trump o la degradación de la democracia

Se prefiere votar a programas infames antes de que gane el adversario político, lo que en última instancia es una degradación de la política en la medida que construye mayorías artificiales incompatibles con la decencia política

Foto: El expresidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
El expresidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

"Lo que me repugna más en Norteamérica" decía Alexis de Tocqueville en La democracia en América, "no es la extremada libertad que allí reina, es la poca garantía que se tiene contra la tiranía". Cuando el aristócrata francés escribió unos de los textos más importantes del pensamiento político a finales del primer tercio del siglo XIX, EEUU comenzaba su epopeya como país hegemónico del planeta. Tardaría aún a llegar, pero la fortaleza de sus instituciones —pocos países pueden presumir de que nunca han conocido una dictadura— ha hecho posible que la democracia americana haya sido uno de los espejos en los que se ha mirado el mundo.

El propio Tocqueville, sin embargo, ya advertía hace casi dos siglos de la necesidad de "colocar siempre en alguna parte" un poder social superior a todos los demás. Se refería a la justicia, en línea con lo que reclamaban los constitucionalistas americanos de primera hora, ya que la libertad estaba en peligro si una determinada mayoría no encontraba ante sí lo que llamó un obstáculo que pudiera detener su marcha. "Los gobiernos perecen ordinariamente por impotencia o por tiranía. En el primer caso, el poder se les escapa; en el segundo, se lo arrebatan", concluía en unos de los pasajes más conocidos al final del primer libro de La democracia en América.

La idea de Tocqueville era advertir sobre las consecuencias adversas para el sistema político de lo que hoy se podría denominar dictaduras de las mayorías. O, en palabras del diplomático francés, "tiranía democrática". Esto es, entregar todo el poder al gobernante por el hecho de que haya alcanzado una determinada mayoría parlamentaria o de representación política. "Se había pensado, hasta nosotros, que el despotismo era odioso, cualesquiera que fuesen sus formas. Pero se ha descubierto en nuestros días que había en el mundo tiranías legítimas y santas injusticias, siempre que se las ejerciera en nombre del pueblo".

Hablar en nombre del pueblo se ha convertido en un lugar común entre los populismos que pululan por el mundo. El propio Trump dijo en alguna ocasión que podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos. Se refería, como es obvio, al poder absoluto que puede llegar a alcanzar un gobernante si se ampara en que ha obtenido una determinada mayoría gracias al pueblo. De hecho, es lo que busca tras haber sido condenado en primera instancia por 34 delitos en un tribunal de Nueva York. Si el pueblo me da la razón, viene a decir, es que la condena es injusta y soy inocente.

Choque de legitimidades

Más allá de la condena, lo relevante es lo que hay detrás. La democracia americana, como otras, corre el riesgo de caer en un choque de legitimidades de imprevisibles consecuencias. Esto es, enfrentar las urnas a la justicia, lo que en última instancia da la razón a Tocqueville cuando hablaba de la tiranía de la mayoría. Pero, sobre todo, corre el riesgo de institucionalizar lo que está en la esencia de la agenda de los populismos: da igual la verdad judicial, lo relevante es lo que dice el líder frente, incluso, al propio partido. El ocaso del Partido Repúblicano como exponente clásico del conservadurismo norteamericano es el mejor ejemplo.

No solo en EEUU, también en Europa, donde los hiperliderazgos, que son consustanciales a los populismos, hacen crecer la mentira como el instrumento más útil para la acción política. El Post de Washington, por ejemplo, llegó a calcular en una ocasión que Trump, durante su mandato, dijo 30.573 mentiras, y aun así tiene serias probabilidades de volver a ser presidente de EEUU. Esto es así porque se prefiere votar a programas infames antes de que gane el adversario político, lo que en última instancia es una degradación de la política en la medida que construye mayorías artificiales incompatibles con la estabilidad y hasta la decencia política. De hecho, este es el mayor riesgo de las elecciones europeas, la construcción de mayorías oportunistas cuyo único sentido es asegurar el poder, incluso a costa de principios elementales.

Foto: Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en la Universidad de Harvard. (Stephanie Mitchell/Harvard Staff Photographer)

Precisamente, porque se entiende que una determinada mayoría —como pretende Trump— es capaz de imponerse a valiosas instituciones que conforman el acervo —necesariamente intangible— de una sociedad, y que tiene que ver con valores compartidos que van más allá que la simple aritmética parlamentaria. No es que se desprecie la importancia de las urnas, al contrario, votar es la esencia de la democracia, sino que si la democracia se hace reduccionista existe el riesgo cierto de excluir del sistema político a las minorías a causa de un irresponsable tacticismo que menoscaba el propio sistema político.

Intereses personales

Las causas son múltiples, pero hay una que destaca sobremanera: la construcción de una democracia basada en élites —que vuelve a ser la esencia del populismo— que no solo desprecia al pueblo que dice falsamente representar, sino que lo instrumentaliza en favor de sus intereses personales. A Trump y a otros lo último que les interesa es responder a las demandas de los ciudadanos, y de hecho, no se les vota por su programa electoral o por su capacidad para transformar la realidad en favor de la gente, sino por oposición al adversario. Es decir, los pobres o las rentas bajas, que son la mayoría, votan a élites extractivas que solo buscan su supervivencia política. La política fiscal es un buen ejemplo de ello.

Los populismos han logrado lo inimaginable. Quienes más se verían beneficiados por una política fiscal más justa, en la que se paguen impuestos en función de la renta y de la riqueza, como dice, por ejemplo, la Constitución española, votan a élites, como Trump, que proponen justamente lo contrario.

Probablemente, porque el expresidente estadounidense ha logrado crear un sentimiento de pertenencia a un movimiento que construye su ideario no en torno a argumentos, sino a emociones. Algo que explica que los partidos que más van a crecer en las elecciones europeas, si se cumplen las encuestas, serán, precisamente, los que carecen de una visión global sobre el futuro de Europa. Entre otras razones, porque los nacionalismos son incompatibles con una visión de conjunto.

Se trata, en el fondo, de una degradación de la propia democracia, que se construye a partir de argumentos y de objetivos compartidos. No es el caso de Trump y de otros sectarios que construyen su espacio político en torno al conflicto, en cuya naturaleza está la división. Es curioso, en este sentido, que también la democracia española, o habría que decir algunos partidos, hayan rescatado en los últimos años la palabra traición como uno de sus dardos políticos. Curioso porque inevitablemente recuerda tiempos pretéritos en los que brillaba, para nuestra desgracia, eso que se llamó la antiespaña, que representa lo peor del nacionalismo excluyente. No solo los independentistas lo son.

"Lo que me repugna más en Norteamérica" decía Alexis de Tocqueville en La democracia en América, "no es la extremada libertad que allí reina, es la poca garantía que se tiene contra la tiranía". Cuando el aristócrata francés escribió unos de los textos más importantes del pensamiento político a finales del primer tercio del siglo XIX, EEUU comenzaba su epopeya como país hegemónico del planeta. Tardaría aún a llegar, pero la fortaleza de sus instituciones —pocos países pueden presumir de que nunca han conocido una dictadura— ha hecho posible que la democracia americana haya sido uno de los espejos en los que se ha mirado el mundo.

Donald Trump Estados Unidos (EEUU) Elecciones europeas
El redactor recomienda