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La gran oportunidad de España (que muy probablemente desaprovechará)
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La gran oportunidad de España (que muy probablemente desaprovechará)

La opinión pública ha prestado más atención al ascenso de la extrema derecha y del populismo, pero es probable que el gran cambio haya sido el ocaso de la potencia política del eje franco-alemán. España tiene una oportunidad

Foto: Feijóo en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)
Feijóo en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)
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No deja de ser una ironía del destino que Macron y Scholz, que nunca han tenido una química especial, hayan sido humillados al mismo tiempo por sus respectivas extremas derechas. Es irónico, habría que decir, aunque también dramático. O trágico, como se prefiera. La Unión Europea, y ésta es, probablemente, la lectura más preocupante de lo que pasó el pasado domingo, ha entrado en un terreno desconocido desde su fundación.

El auge de la extrema derecha es, sin duda, un problema, pero lo es más la debilidad de los dos gigantes europeos. No en vano, Alemania y Francia representan el 40% del PIB de la UE y el 34% de la población, lo que refleja su importancia. Su relevancia, sin embargo, no es solo cuantitativa, sino, sobre todo, cualitativa. El nacimiento de la Unión Europea, de hecho, no se entendería sin el enfrentamiento histórico entre dos viejos adversarios que con sus respectivas zonas de influencia han modelado lo que es hoy Europa. Se puede hablar, incluso, utilizando un viejo lenguaje diplomático, de una zona francófona y otra germanófila. Hasta el punto de que el célebre eje franco-alemán, en sus diversas coyunturas a lo largo del último medio siglo, ha sido el gran motor de la construcción europea.

Hoy, sin embargo, sus respectivos líderes han entrado en barrera. El partido de Le Pen (31,4%), le sacó casi 17 puntos porcentuales al de Macron, mientras que la AfD (15,9%) aventajó en dos puntos al viejo partido socialdemócrata, uno de los más antiguos del mundo, que ha obtenido los peores resultados de su historia y está en caída libre.

El poder blando de Europa

Es conocido que a Europa se le ha acusado en muchas ocasiones de ejercer un poder blando en el mundo, es decir, más atracción por una determinada forma de vivir, que capacidad de decisión, pero hay pocas dudas de que de puertas adentro el eje franco-alemán ha funcionado con mano de hierro. Es verdad que de forma desequilibrada, ya que Berlín, desde luego desde los años 90, tras la reunificación, siempre ha tenido más peso que París, pero entre ambos, con sus tiranteces y a veces malos entendimientos, han llevado la iniciativa.

El hecho de que Portugal tenga hoy una prima de riesgo similar a Francia es solo un detalle, un símbolo, del cambio que se ha producido

Todo ha cambiado desde el pasado domingo. El hecho de que un país rescatado como fue Portugal tenga hoy una prima de riesgo frente a Alemania similar a la de Francia (en algún momento ha llegado a estar por debajo) es solo un detalle, un símbolo, si se quiere, de cómo están las cosas. Es la señal que muestra que Europa vive un momento histórico: el ocaso de la potencia política del eje franco-alemán derivado, precisamente, de los pésimos resultados electorales de Macron y Scholz, que lejos de ser un tropiezo coyuntural, tiene elementos estructurales.

El partido-movimiento de Macron difícilmente podrá sobrevivir a su líder en 2027, que es cuando finaliza su segundo mandato, lo que obliga al centrismo francés —atrapado entre dos polos— a reinventarse con un nuevo líder, y cabe recordar que el presidente Macron ha sido una trituradora de primeros ministros, cuatro desde 2017; mientras que Scholz es hoy un canciller muy cuestionado en cuya caída ha arrastrado a verdes y liberales, sus compañeros de viaje. En este caso, por el empuje de la CDU, que junto con el Partido Popular es hoy el último bastión de lo que fue la derecha liberal, hoy completamente desaparecida en Francia e Italia. Ambos partidos suman hoy 52 de los 190 diputados que ha logrado el Partido Popular Europeo (PPE), lo que da idea de su relevancia política.

Movimientos subterráneos

Es verdad que los movimientos en Europa son a menudo subterráneos y no es fácil observarlos, pero hay una primera evidencia. Mientras Macron y Scholz viven sus momentos más oscuros, la Italia de Meloni emerge ocupando el espacio que ambos desalojan.

Vuelve a ser otra ironía de la historia. Los dos campeones del cordón sanitario a la extrema derecha se ven obligados hoy a cohabitar en el seno de la UE con la primera ministra italiana, que viene de lo más oscuro del nacionalismo reaccionario y xenófobo, y que ahora, consciente de que se abre un nuevo tiempo a su país, está dispuesta situarse en la parte central del sistema político. El tiempo dirá si se trata de un movimiento táctico o detrás hay algo más. Al fin y al cabo, la política italiana es tan imprevisible como la camaleónica Meloni.

La recuperación del bipartidismo crea las condiciones objetivas para que España ocupe el espacio que dejan Francia y Alemania

La política española, como se sabe, es mucho menos sutil que la italiana, que siempre, como decía un viejo escritor franquista frustrado porque en 1945 Italia apareciera como uno de los países aliados, sabía ganar las guerras que perdía. Nunca ha sido el caso de España, pero ahora este país se enfrenta a una oportunidad histórica. La recuperación del bipartidismo, el PP y el PSOE suman casi el 65% de los votos, crea las condiciones objetivas para que la política española, ante el declive de los Gobiernos de Francia y Alemania, ocupe ese espacio en la gobernanza europea, como pretende hacer Meloni. Obviamente, no en solitario, sino con el respaldo de otras fuerzas parlamentarias para hacer políticas de Estado. O expresado de otra forma, España tiene la oportunidad de capitalizar una posición común ante algunos de los grandes asuntos europeos que importan especialmente a nuestro país, lo que podría aumentar su capacidad de influencia.

Desde luego que no es nada revolucionario. Históricamente, una de las singularidades de la política europea ha sido que los Gobiernos nacionales han defendido los intereses de sus respectivos países con visión de Estado. Italia o Francia, de hecho, también Alemania o los pequeños países, han convertido en una de las bellas artes de la política la defensa de los intereses nacionales ante Bruselas, mientras que los Gobiernos españoles, por el contrario, pocas veces han ido a un Consejo Europeo con el respaldo unánime, o al menos claramente mayoritario del parlamento. Es más, lo habitual, incluso, desde luego en los últimos años, ha sido llevar nuestras cuitas internas a Bruselas, lo que debilita la posición de cualquier negociador español. Ocurrió con los fondos europeos y también con otras materias.

El Estado-nación

La razón última está clara. La ausencia de una estrategia común de los dos grandes partidos ante Europa es fruto de no haber sabido separar la política exterior de los asuntos nacionales, lo cual explica que un país como España (la cuarta economía del euro) tenga menos peso político del que le corresponde. A veces se olvida que en Europa la lealtad a las siglas, es decir, el hecho de pertenecer al grupo de los populares o de los socialdemócratas, es algo más que tenue en la medida que se defiende los intereses nacionales. Entre otras razones, porque Europa, guste o no, se ha construido sobre la idea del Estado-nación, y esa realidad difícilmente cambiará porque está en el ADN de los europeos.

La ausencia de una estrategia común ante Europa es fruto de no haber sabido separar la política exterior de los asuntos nacionales

Esto es lo que explica, de hecho, el auge de un nuevo nacionalismo de derechas, que ha dejado de dar miedo a buena parte del electorado, y que es capaz de rentabilizar las idiosincrasias nacionales. Precisamente, porque el sentido de pertenencia a una nación, algo que han sabido ver los populismos (también en EEUU) sigue vivo. De hecho, el auge de los movimientos antiinmigración no tiene que ver necesariamente con causas objetivas —los ciudadanos saben mejor que nadie que sin inmigrantes las fábricas no podrían cubrir sus plantillas o que los servicios sociales o el campo estarían desabastecidos—, sino por una sensación de que se diluyen sus costumbres.

Es decir, lo nacional, con sus pros y sus contras, guste o no, continúa teniendo un peso específico algo más que relevante en Europa, y por eso, tal vez, y por una vez, a lo mejor habría que hacer una política de Estado ante Bruselas. O dicho de otra forma, aprovechar que los dos partidos mayoritarios tienen una posición de privilegio en sus respectivos grupos europeos. Pocas veces se ha presentado una oportunidad así. Francia y Alemania en declive y España con los dos partidos centrales del sistema político en una posición hegemónica para poder influir en Europa.

No deja de ser una ironía del destino que Macron y Scholz, que nunca han tenido una química especial, hayan sido humillados al mismo tiempo por sus respectivas extremas derechas. Es irónico, habría que decir, aunque también dramático. O trágico, como se prefiera. La Unión Europea, y ésta es, probablemente, la lectura más preocupante de lo que pasó el pasado domingo, ha entrado en un terreno desconocido desde su fundación.

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