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Un error, un despropósito y una cacicada

Escrivá dejará el Gobierno para ir al Banco de España, y será él quien tenga que analizar la labor del Ejecutivo que abandona desde el servicio de estudios más potente del país. Su elección cuestiona la independencia del banco central

Foto: El ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública de España, José Luis Escrivá. (EFE/Daniel Pérez)
El ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública de España, José Luis Escrivá. (EFE/Daniel Pérez)
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No deja de ser casualidad –por su cercanía en el tiempo con la elección de Escrivá– que hace pocas semanas Donald Trump rescatara una vieja idea de su anterior mandato. El candidato republicano aseguró que la Casa Blanca debería tener un papel más relevante en la fijación de la política monetaria de la Reserva Federal. “Creo que el presidente debería tener al menos algo que decir” declaró el pasado 8 de agosto. “Lo creo firmemente”, recalcó.

La Reserva Federal, cabe recordar, nació en 1913, pero fue en 1935 cuando Roosevelt, en pleno New Deal y en medio de la Gran Depresión, le concedió independencia para paliar un mal crónico del sistema financiero de EEUU: las quiebras bancarias. Desde entonces, con más o menos tiranteces con el inquilino de la Casa Blanca (por ejemplo en tiempos de Nixon o de Reagan), la Fed ha funcionado con autonomía gracias a un preciso sistema de pesos y contrapesos que habilita, por ejemplo, que los siete miembros de la Junta de Gobernadores (el órgano rector) sean elegidos de forma escalonada por un periodo de 14 años.

Cuando nació el Bundesbank, en 1957, después de la dolorosa experiencia de Weimar, los legisladores le dieron un solo mandato: controlar los precios, para lo cual le adjudicaron un estatuto de independencia que ha servido de modelo a otros muchos países, entre ellos España (y al propio BCE), que en 1995 aprobó la primera Ley de Autonomía del Banco de España. No en vano, la literatura económica -aquí un trabajo al respecto- ha encontrado evidencias de que los bancos centrales independientes de los gobiernos funcionan mejor (medido por la eficacia de su política monetaria) que los que forman parte de su perímetro de influencia.

La independencia formal, sin embargo, no garantiza nada en sí misma. Y hay casos recientes en los que un gobernador no ha hecho bien su trabajo por no querer molestar al Gobierno de turno. Pero nunca un ministro en democracia (aunque sí un secretario de Estado) había pasado sin solución de continuidad de sentarse en el Consejo de Ministros a gobernador del Banco de España. Habría que retroceder al franquismo en tres casos: Joaquín Benjumea Burín, Mariano Navarro Rubio y José María López de Letona para encontrar casos similares.

Políticas públicas

Es verdad que entre las competencias directas del banco central ya no está la política monetaria ni tampoco la supervisión bancaria, pero por eso, precisamente, su labor principal tiene que ver ahora con la fiscalización de las políticas públicas a través de su servicio de estudios, de largo el más potente del país.

Este privilegio le permite al gobernador, por ejemplo, ser el primer alto cargo que comparece ante la Comisión de Presupuestos del Congreso para analizar los Presupuestos Generales del Estado. Y por esta razón, en los primeros días de noviembre (si se cumple el calendario en tiempo y forma, como se comprometió la ministra portavoz) será Escrivá quien dé su opinión (la del Banco de España) sobre unos Presupuestos del Estado en cuya confección él ha participado desde al menos cuatro ámbitos: las pensiones públicas, las migraciones en sus tiempos de la Seguridad Social, y, más recientemente, la función pública y la transición digital.

Foto: El ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública, José Luis Escrivá, es el elegido para ocupar el cargo de gobernador. (EFE/Zipi)

Es decir, si no le gusta el proyecto de ley tendrá que cuestionar a sus compañeros de la Moncloa, lo cual parece poco creíble. Este es el error Escrivá, que en el futuro restará autenticidad a los informes del Banco de España cuando tenga que analizar la política de vivienda, la coyuntura o la política de inversiones. La independencia, como es obvio, no significa que sus análisis sean certeros. Es evidente que detrás de los informes técnicos del Banco de España también hay ideología, y, normalmente, en una sola dirección, pero al menos hay una presunción de veracidad porque no están contaminados por un poder político que, necesariamente, tiene un interés de parte.

El que se aflige se afloja

El despropósito de su elección tiene que ver con una especie de desprecio a otros economistas de -al menos– la misma talla profesional y académica en el ámbito del PSOE, y que hubieran podido desempeñar ese papel sin el escándalo que supone el nombramiento de Escrivá. Probablemente, porque el presidente Sánchez ha elegido la vieja máxima del general Omar Torrijos que un día desveló Gabriel García Márquez: el que se aflige se afloja. O lo que es lo mismo, la elección de Escrivá es una especie de golpe de autoridad (totalmente innecesario) de Pedro Sánchez para demostrar que entre sus competencias está controlar todos los resortes del poder, también el banco central. La falta de sutileza a la hora de hacer política es evidente.

En este sentido, es curioso que se suele argumentar que también otros exministros forman parte del Consejo de Gobierno del BCE, pero hay una diferencia sustancial. El BCE ni escruta ni valora lo que pasa en un país en concreto, sino que sus análisis se refieren al conjunto de la eurozona, mientras que Escrivá sí que tendrá que analizar lo que pasa en la economía española, de la que él ha sido un jugador con cartas. Por cierto, será interesante ver el papel del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, con escaso peso político, cuando el Banco de España se desmarque de alguna de sus propuestas. ¿A quién hará caso Sánchez?

La cacicada tiene que ver con algo mucho menos tangible, pero sin duda lo más relevante. El deterioro de una institución que había conseguido escapar de la mala gestión de Fernández Ordóñez. No es poca cosa en un tiempo en que la demagogia y el populismo cuestionan las bases de la democracia, que se articula, entre otros muchos argumentos, a través de la separación de poderes. Y parece poco razonable que alguien recién salido del Consejo de Ministros sea el encargado de fiscalizar al propio Gobierno. Como sostenía recientemente The Wall Street Journal cuando dio cuenta de lo que pretende Trump, refiriéndose a las interferencias de la Casa Blanca en tiempos de Nixon: “No necesitamos repetir este experimento”.

Si lo que quería Sánchez con la elección de Escrivá era asegurarse que el Banco de España --el mandato del gobernador son seis años inamovibles-- se convertiría con el tiempo en la oposición económica a un hipotético Gobierno del PP, lo ha conseguido. Pero a costa de desacreditar a la institución.

No deja de ser casualidad –por su cercanía en el tiempo con la elección de Escrivá– que hace pocas semanas Donald Trump rescatara una vieja idea de su anterior mandato. El candidato republicano aseguró que la Casa Blanca debería tener un papel más relevante en la fijación de la política monetaria de la Reserva Federal. “Creo que el presidente debería tener al menos algo que decir” declaró el pasado 8 de agosto. “Lo creo firmemente”, recalcó.

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