Mientras Tanto
Por
Elogio de la prudencia frente a la demagogia y la desinformación
La aparición de políticos estrella, en particular desde la Gran Recesión, ha convertido la arrogancia y el mal gusto en una de las bellas artes de la peor política. Algo ha comenzado a cambiar. Vuelven los políticos prudentes
Ser discreto está mal visto en política. Probablemente, porque en una sociedad exhibicionista, donde todo lo que no es público no existe, la única manera de llamar la atención son los excesos verbales, por llamarlo de una manera suave. La discreción, sin embargo, es un valor en sí mismo, como el arte de la prudencia, que, como sostenía Aristóteles, no es virtud que se aprende en los libros, sino en la vida. No es de extrañar, por eso, que la Real Academia vincule la discreción a la mesura y a la sensatez. Lo contrario es la estupidez.
La aparición de políticos estrella en los últimos años ha arrinconado esa forma de actuar. Hasta el punto de que ha surgido una nueva generación de salvapatrias —aunque ya los había antes— que han convertido la arrogancia y el mal gusto en una de las bellas artes de la peor política. Sobre todo, a partir de la Gran Recesión, cuando se creó un caldo de cultivo propicio para la demagogia y hasta la chabacanería.
No es que los anteriores políticos fueran perfectos. Al contrario, la crisis de 2008 fue fruto de decisiones equivocadas por parte de élites codiciosas a quienes The Economist culpó en su día de vivir en una burbuja, lo que necesariamente provocó una rebelión popular. "Van a las mismas universidades, se casan entre ellos, viven en las mismas calles y trabajan en las mismas oficinas. Alejados del poder, se espera que la mayoría de la gente se contente con la creciente prosperidad material. Sin embargo, en medio del estancamiento de la productividad y de la austeridad fiscal que siguió a la crisis financiera, incluso esta promesa se ha roto". Difícil añadir una línea más.
Algo, sin embargo, comienza a cambiar. La elección de Keir Starmer en Reino Unido, un político de otra época y casi de otra pasta, o del socialdemócrata alemán Dietmar Woidke en el estado de Brandeburgo derrotando, aunque sea por la mínima, al candidato de la extrema derecha, emite nuevas señales. Igualmente, la elección de un político gris como Salvador Illa o, incluso, que el partido demócrata haya preferido para enfrentarse a Trump a Kamala Harris, una mujer con escaso carisma que ha pasado en los últimos años casi en el anonimato, va en la misma dirección. Como el hecho de que la propia Harris eligiera como su número dos a Tim Walz, un oscuro profesor, en el mejor sentido del término, que ha crecido intelectualmente en las aulas, no en las redes sociales. El tiempo dirá si se trata de una golondrina en primavera o, por el contrario, hay algo más. Pero explorar esta vía para arrinconar a los demagogos es probable que dé resultados.
Arrinconar a los demagogos
Es evidente que realizar un análisis contrafactual —¿qué hubiera pasado si…?— es imposible más allá de la literatura que se le quiera añadir a la cuestión, pero hay una cosa cierta. Enfrentarse a la desinformación y al populismo con las mismas armas solo ha traído más demagogia y desconcierto.
En el caso de Núñez Feijóo, por ejemplo, la estrategia de oposición frontal no le ha salido bien, y aunque de vez en cuando quiera recular, lo cierto es que la competencia con Vox solo le ha traído malos resultados. Ganar regiones y perder la Moncloa no es un buen negocio. Como tampoco al propio Sánchez, que aunque haya gobernado durante los últimos seis años, nunca ha obtenido más de 123 diputados y siempre lo ha hecho de una forma precaria. De hecho, ni siquiera es capaz de capitalizar la situación económica, lo que muestra que algo está fallando en su estrategia.
Por el contrario, sujetos como Alvise, o el propio Vox han crecido alimentados por la hipérbole, creando un marco socioeconómico y político artificial que no se corresponde con la realidad. Precisamente, el mismo que quieren transmitir los partidos de extrema derecha de Alemania, Francia o Italia, cuyo análisis de la realidad corresponde más a los excesos de los años 30 que a la situación actual. Por muchos problemas que tenga Europa, y los tiene, el viejo continente mantiene unos estándares de calidad de vida que no se corresponden con la realidad que quieren transmitir los demagogos. Es paradójico, en este sentido, que los partidos xenófobos crezcan más, precisamente, en las zonas deshabitadas o con un envejecimiento creciente, que son las que necesitan mayor población. Por el contrario, las grandes ciudades, donde los flujos migratorios son mayores, tienden a ser más receptivas con la inmigración. El caso de Londres o París es sintomático.
Es evidente que la eclosión de las redes sociales, y la necesidad que han tenido los medios de comunicación tradicionales de competir con ellas, explica que los partidos se hayan tenido que adaptar a la nueva realidad de los mass media, como se decía antes. Algo que ha propiciado que los líderes políticos –en muchos casos muy mal asesorados— hayan tenido que acudir a programas de televisión o radio basura que han convertido la política en una parte de la industria del entretenimiento. Y de ahí, precisamente, que hayan tenido la necesidad de construir un discurso en torno a la hipérbole y en muchas ocasiones a la demagogia barata para ganar audiencia.
Transmitir confianza
La consecuencia de esta estrategia equivocada es la realidad política que se vive hoy en las democracias liberales, lo que ha provocado una crisis de representación sin precedentes en la medida que son los propios líderes quienes en lugar de transmitir confianza en el funcionamiento del sistema político convencional lo cuestionan de arriba abajo, poniendo en duda en ocasiones, incluso, la legitimidad de las elecciones. Es lo que hizo Trump en su día y en España determinados líderes dejan a menudo entrever.
La crisis de representación no es un asunto baladí en la medida que está en el centro de las democracias liberales. Básicamente, por una razón muy simple. Cuando el voto se vuelve instrumental, es decir, se mete la papeleta en la urna sin el mínimo sentido de responsabilidad ciudadana —800.000 votos para un sujeto como Alvise— solo para hacer daño a quien se odia, la democracia, que no deja de ser un pacto de convivencia, se desangra. Y si los líderes son los primeros que degradan el discurso político utilizando la demagogia y la falsa confrontación solo para ganar votos, parece razonable que en ese ecosistema político triunfen los demagogos. De hecho, como han señalado algunos ensayistas, estamos ante una crisis de representación más que ante una crisis del sistema, ya que los populismos emergentes no cuestionan el reparto del poder o los fundamentos del sistema (no son revolucionarios), sino que construyen su discurso en torno a la existencia de unas castas que manejan la vida de las personas. De ahí el éxito de las disparatadas teorías de la conspiración.
El resultado es que el desorden se ha adueñado de la vida política, lo que necesariamente lleva a la 'deslealtad'. Es decir, se cambia de voto de forma frecuente, pero no por razones ideológicas o porque el gobernante de turno lo haya hecho mal durante la gestión de la cosa pública, sino porque es un arma de combate frente al que se considera el enemigo. En definitiva, una especie de banalización de la política que la convierte en la feria de disparates. Y para llegar a esta conclusión no hay más que ver una sesión parlamentaria de control al Gobierno de turno. Líderes sobreactuando como si se tratara de un estudio de televisión.
Es posible que debido a que nunca leyeron a Gracián y su ensayo sobre el arte de la prudencia, escrito hace casi cuatro siglos: "Nunca exageres: No hables con superlativos, para que nunca ofendas a la verdad y para que no pongas tu inteligencia en duda. Las exageraciones muestran lo escaso de nuestra sabiduría o gusto. La alabanza crea curiosidad, engendra deseo y si después lo dicho no corresponde a las expectativas —como generalmente sucede— aparece la decepción y se abarata lo alabado y al alabador. El Prudente prefiere dar descripciones incompletas a pasarse en la descripción. Las cosas extraordinarias son muy raras, así que modera tu evaluación. La exageración es prima de la mentira y hace que arriesgues tu reputación, tu buen gusto y tu buen sentido" (sic).
Ser discreto está mal visto en política. Probablemente, porque en una sociedad exhibicionista, donde todo lo que no es público no existe, la única manera de llamar la atención son los excesos verbales, por llamarlo de una manera suave. La discreción, sin embargo, es un valor en sí mismo, como el arte de la prudencia, que, como sostenía Aristóteles, no es virtud que se aprende en los libros, sino en la vida. No es de extrañar, por eso, que la Real Academia vincule la discreción a la mesura y a la sensatez. Lo contrario es la estupidez.