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Ribera es el rehén: el movimiento telúrico que amenaza a la UE
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Carlos Sánchez

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Ribera es el rehén: el movimiento telúrico que amenaza a la UE

El 'affaire' Ribera es solo una parte menor de un movimiento estratégico de mayor calado que afectará a la histórica correlación de fuerzas dentro de la propia UE. Las nuevas derechas romperán el pacto social nacido en 1945

Foto: Orbán mira a Weber en el Parlamento Europeo. (Reuters/Yves Herman)
Orbán mira a Weber en el Parlamento Europeo. (Reuters/Yves Herman)
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Mientras Donald Trump configura su Gobierno apenas dos semanas después de celebrarse las elecciones presidenciales, incluso antes de que el próximo 20 de enero jure su cargo, Europa, cinco meses y medio después de celebrarse las elecciones, aún no ha cerrado la elección del colegio de comisarios. En el mejor de los casos, si finalmente se desbloquea el nombramiento de Teresa Ribera a finales de este mes, el nuevo Gobierno europeo no tomará posesión hasta el 1 de diciembre, lo que significa que se habrá necesitado casi medio año para que la Administración Von der Leyen comience a funcionar.

Si se quiere, esta diferencia es una anécdota, pero lo que refleja, como recientemente han puesto de relieve los informes de Draghi y Letta, es la existencia de una atrofia sistémica del funcionamiento de la Unión Europea, convertida en ocasiones en un gigantesco aparato burocrático con escasa capacidad de reacción, y al que ahora —tras la bronca sesión de este martes en Bruselas— se ha sumado el parlamento.

Hay muchas razones para pensar que también el Partido Popular Europeo (PPE), presionado por el PP español, ha decidido meter colesterol en vena a las atrofiadas venas de la Unión Europea, lo que sin duda afectará a su buen funcionamiento. Las nomenclaturas de EEUU, China y Rusia deben estar fascinadas con lo que ocurre en Europa, empantanada en sus propias miserias.

El affaire Ribera, sin embargo, es solo una parte, si se quiere menor, de un movimiento estratégico de mayor calado que afectará a la histórica correlación de fuerzas dentro de la propia UE. De hecho, el bloqueo poco o nada tiene que ver con el veto a Arias Cañete que produjo en su día en la medida que este era un caso aislado fruto de las rencillas entre los socialistas y los populares en España, y que, sin duda, hay que relacionar con el provincianismo de la política nacional, siempre presta a llevar cuestiones internas a Bruselas, en particular el PP desde el procés catalán.

Una nueva política

El 'caso Ribera' va mucho más allá. Entre otras razones, porque al tomar como rehén a la vicepresidenta para meter con calzador al comisario italiano Raffaele Fitto, del partido de Meloni, para evitar su castigo, lo que en realidad esconde ese movimiento es una nueva política de alianzas del Partido Popular Europeo, conducido por Weber, rival de la presidenta de la Comisión, muy distinta al pacto histórico entre conservadores y socialdemócratas forjado tras la II Guerra Mundial. El PPE, de hecho, que es el partido mayoritario en la Eurocámara, ya no necesita para gobernar a los socialistas o liberales, lo que está detrás de su acercamiento a Orbán y Meloni (y no tardará en llegar a Le Pen, todavía en el congelador), lo que supone un movimiento verdaderamente telúrico que necesariamente va a convulsionar el actual funcionamiento de Europa. Se trata de un juego de poder con indudables riesgos.

Es decir, en pleno reconfiguración del orden mundial, Europa ha emprendido un camino ignoto, y el caso Ribera —aprovechado tácticamente por el PP español para derivar responsabilidad de lo ocurrido en Valencia— no es más que el símbolo de la nueva Europa que se está configurando a partir de una realidad indiscutible.

El PPE ya no necesita para gobernar a los socialistas o liberales, lo que explica su acercamiento a Orbán y Meloni

El mundo bipolar de la Guerra Fría —EEUU vs. URSS—, una vez superada la etapa de la hiperglobalización derivada de la caída del muro, está siendo sustituido por dos bloques antagónicos —EEUU vs. China— con Europa y Rusia como compañeros de viaje de sus respectivos bloques, lo que explica que la derecha europea (tradicionalmente fiel a los valores del Tratado de Roma) se irá acercando a los valores que representa el trumpismo entendido con una forma de hacer política (y de ejecutarla) diametralmente opuesta a lo que ha sido el pacto social en Europa desde 1945.

Es verdad que la influencia del próximo presidente de EEUU (como ocurrió en los tiempos de Reagan) se irá disipando con el tiempo, pero sus efectos se dejarán notar durante al menos la próxima década, lo que quiere decir una dura travesía del desierto para los partidos socialdemócratas, con tendencia a quedarse en tierra de nadie. La ley del péndulo, hay que recordar, es consustancial a los cambios políticos.

Hasta entonces, cabe esperar un acercamiento táctico de los conservadores europeos a Washington con las consecuencias que tendrá sobre la política europea. La reciente llamada telefónica del canciller Scholz a Putin para interesarse sobre la posición actual de Moscú sobre Ucrania, el primer contacto directo en más de dos años, no es más que uno de los primeros síntomas del acercamiento de Europa a las tesis de Trump, partidario de una negociación directa con Putin, y que un portavoz del Kremlin, el embajador ante la ONU, se apresuró a aceptar como razonable en el marco de una próxima Conferencia de Paz. Zelenski, en esto, es un convidado de piedra.

Los socios de Trump

Es en este contexto en el que los conmilitones de Trump en algunos Gobiernos europeos —Meloni, Orbán o el primer ministro eslovaco, Robert Fico— tienen mucho que decir. Sin contar a la extrema derecha alemana de AfD o al renacido Nigel Farage en el Reino Unido, un leal seguidor de las tesis de Trump, a quien visita de forma asidua. El partido de Geert Wilders, también hay que recordar, fue la fuerza más votada en Países Bajos, lo mismo que Herbert Kickl en Austria. Por lo tanto, no le faltan apoyos en Europa a la nueva Administración de EEUU para liquidar esas tentaciones 'secesionistas' que un día se planteó Europa en términos de autonomía estratégica, incluyendo seguridad y defensa.

Los conmilitones de Trump en Gobiernos europeos (Meloni, Orbán o el eslovaco, Robert Fico) tienen mucho que decir

A todos ellos les une un mayor control de los flujos migratorios, una recuperación del proteccionismo anterior a la globalización y una firme oposición al multiculturalismo, además de otras guerras culturales —una especie de neorruralismo conservador— que de una manera u otra dinamitan algunos de los valores con los que se ha construido Europa desde 1957. La reciente suavización del reglamento contra la deforestación, que impedía la adquisición de materias primas procedentes de zonas deforestadas en países terceros, es un buen ejemplo de la nueva dirección que ha tomado el principal partido de la cámara. "Tenemos que ser pragmáticos en la implementación" de las políticas medioambientales, dijo Weber, el jefe del PPE, nada más ganar las elecciones.

No cabe esperar, en todo caso, un proceso rápido. La permeabilidad de las ideas siempre tarda en llegar, y basta recordar que los orígenes de Trump y lo que representa están en el movimiento Tea Party, cuando hace 15 años una insustancial Sarah Palin irrumpió en el republicanismo poniendo patas arriba al viejo partido de Lincoln o el primer Roosevelt. La proliferación de redes sociales y la consiguiente fragmentación del discurso público, al perder la prensa de calidad el monopolio de la información, han hecho el resto. El viento sopla a favor del trumpismo, que además ha encontrado oro en los nuevos multimillonarios libertarios, cuyo apego por la democracia liberal es manifiestamente mejorable.

Competencia electoral

Es en este escenario en el que hay que situar el affaire Ribera, que va mucho más allá de quién ocupará la cartera de cambio climático y competencia (subestimada en esta Comisión). Lo que está en juego es si la histórica relación transatlántica que comparte los mismos valores persiste o, por el contrario, se reformula a partir de las tesis de Trump, cuya influencia es evidente ya en buena parte de Europa, lo que explica los movimientos de la derecha en su competición electoral con los partidos más extremistas.

La paradoja es que ese cambio de planteamiento de la derecha continental coincide en el tiempo con la autonomía estratégica que reclama Von der Leyen para Europa, y que difícilmente podrá hacer compatible cuando sus nuevos aliados lo que buscan, ante las evidentes debilidades geopolíticas de la UE, es echarse en brazos de Trump, que es quien legitima de una manera u otra a los nuevos partidos nacidos en las dos últimas décadas al calor del populismo y de la crisis de las clases medias derivada de la incapacidad del actual sistema económico de proveer lo que promete.

La derecha se desliza hacia un terreno ignoto que dependerá de su capacidad para integrar en valores europeos a los aliados de Trump

La carrera por hacerse una foto con el próximo presidente de EEUU de Abascal, Milei, Orbán o Farage es un buen ejemplo de lo que pretenden estos líderes. Algo que también explica que los viejos atlantistas como Aznar, al frente de FAES, recibieran el triunfo de Trump con una contundente nota que se resume en una frase: "no es buena noticia ni para España ni para la Unión Europea en su conjunto, ni tampoco para la OTAN". Trump no es la derecha conservadora, es otra cosa, y necesariamente el America First es incompatible con una cooperación leal entre Europa y EEUU.

Como una especie de premonición, los asesores de Friedrich Merz, quien muy probablemente será el próximo canciller alemán, ya han adelantado que el futuro pasa por un mayor pragmatismo "sin moralinas y sin señalar con el dedo", lo que es toda una declaración de intenciones en el actual marco geopolítico. No estará de más recordar que Merz, el líder de la CDU, viene de BlackRock, donde se hizo millonario tras ser ninguneado por Merkel.

Lo cierto es que el Partido Popular Europeo, y en particular Manfred Weber, su líder, no le ha hecho ningún caso a Aznar y al viejo atlantismo que enarbola. La derecha europea se desliza, como se ha dicho, hacia un terreno desconocido cuyo desenlace dependerá de su capacidad para integrar en los valores europeos a los aliados de Trump en Europa: la tolerancia, el respeto a las minorías, la cultura del entendimiento político frente a las soluciones unilaterales o la cohesión social. Ninguno de los partidos con los que hoy busca aliarse la derecha conservadora para no ser arrollada electoralmente lo practica. Y el caso Ribera no es más que una anécdota. Lo que viene es un camino inexplorado desde 1945.

Mientras Donald Trump configura su Gobierno apenas dos semanas después de celebrarse las elecciones presidenciales, incluso antes de que el próximo 20 de enero jure su cargo, Europa, cinco meses y medio después de celebrarse las elecciones, aún no ha cerrado la elección del colegio de comisarios. En el mejor de los casos, si finalmente se desbloquea el nombramiento de Teresa Ribera a finales de este mes, el nuevo Gobierno europeo no tomará posesión hasta el 1 de diciembre, lo que significa que se habrá necesitado casi medio año para que la Administración Von der Leyen comience a funcionar.

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