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No, no es verdad. 1975 no fue un año cualquiera
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No, no es verdad. 1975 no fue un año cualquiera

1975 ha marcado nuestro destino. Y por eso hay que reflexionar sobre su significado. El historiador Michelet lo dejó claro: cada generación sueña la siguiente. El pasado casi siempre nos dice algo de cómo será el futuro

Foto: Pedro Sánchez en el primer acto por el 50 aniversario de la muerte de Franco. (EFE)
Pedro Sánchez en el primer acto por el 50 aniversario de la muerte de Franco. (EFE)
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El 8 de mayo de 1985, el entonces presidente de Alemania, Richard von Weizsäcker, pronunció en la sala de plenos del Bundestag el que probablemente haya sido el discurso más importante —leer aquí— de un dirigente alemán sobre la catástrofe que vivió Europa entre 1939 y 1945.

Por primera vez, cuatro décadas después del fin de la II Guerra Mundial, un presidente alemán reconocía que aquel lejano 8 de mayo había sido el día de la liberación. Hasta entonces, para varias generaciones de alemanes, ese día había sido el de la capitulación. Es decir, el día de la rendición del nazismo frente a los aliados, y de ahí que el discurso de von Weizsäcker haya pasado a la posteridad como el primero en el que un presidente alemán reconocía sin ambages que no solo había acabado la guerra con la derrota de Hitler en el campo de batalla, sino que se abría un tiempo nuevo. "El 8 de mayo fue un día de liberación. Nos liberó a todos del inhumano sistema de tiranía nacionalsocialista", dijo ante los representantes del pueblo alemán.

Von Weizsäcker, hay que recordar, fue un dirigente conservador que se curtió políticamente en la CDU de Adenauer, Kohl o Merkel. Durante la guerra, por su participación en combates en el frente oriental, fue condecorado en varias ocasiones con la Cruz de Hierro hasta llegar a convertirse en oficial de la Wehrmacht. Con apenas 21 años, participó en el sitio de Leningrado hasta que su unidad fue desplazada a las afueras de Berlín, ya al final de la contienda. Tras la guerra, ejerció de ayudante del abogado de su padre, como él diplomático, en los juicios de Nüremberg, donde su progenitor fue condenado por su participación en la deportación de judíos franceses a Auschwitz.

"Quien no quiera recordar la inhumanidad se volverá vulnerable a nuevos riesgos de infección. No puede haber reconciliación sin recuerdo”

"Quien cierra los ojos al pasado se vuelve ciego al presente", dijo von Weizsäcker en aquella alocución, rematada con unas palabras que todavía hoy deben resonar en el país que provocó la mayor tragedia del siglo XX: "Cualquiera que no quiera recordar la inhumanidad se volverá vulnerable a nuevos riesgos de infección. Precisamente por eso, debemos comprender que no puede haber reconciliación sin recuerdo".

Lugares comunes

El 8 de mayo de 1945 y el 20 de noviembre de 1975, a priori, no tienen mucho que ver. Mientras que el tirano se descerrajó un tiro en la cabeza en su búnker de Berlín días antes de la capitulación, Franco murió en la cama. Pero ambas fechas tienen, sin embargo, algo en común: comenzó un tiempo nuevo. En el caso de Alemania, el de la liberación, como dijo von Weizsäcker ante el Bundestag. Alemania tardaría cuatro años en aprobar su Ley Fundamental, mientras que la Constitución española —que solo fue posible tras la muerte del dictador— vio la luz tan solo tres años después del óbito. Lo prioritario, en ambos casos, era aprobar la norma fundamental de convivencia.

Es verdad que el célebre ‘atado y bien atado’ que dejó escrito Franco en su último mensaje a los españoles alargó la dictadura, formalmente hasta el 15 de junio de 1977, cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas, pero hay sobradas razones para creer que 1975 no fue un año cualquiera, como estos días muchos quieren hacer entender. ¿Se imaginan un país que permaneciera mudo 50 años después de la muerte de un dictador que gobernó durante cuatro décadas? ¿Qué clase de democracia sería? ¿Por qué no se puede debatir de forma civilizada sobre nuestro pasado reciente?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez) Opinión
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Puede decirse, de hecho, que para entender lo que sucedió tras la muerte de Franco —incluso después del 15-J de 1977— hay que situar el punto de partida del cambio político en el año de su fallecimiento. No solo por la existencia de un hecho fáctico —su muerte— que sin duda precipitó los acontecimientos posteriores, sino porque la olla a presión que era la España de 1975 —galopante crisis económica tras el colapso petrolífero de 1973, descomposición del régimen por razones biológicas y políticas y, por último, una nueva generación de españoles dispuestos a jugar su propio papel en la historia— tenía necesariamente que reventar. Basta decir que la edad media de los españoles en 1975 era de 33 años, lo que significa que la gran mayoría no había vivido la guerra. Aquel año, sin ánimo de ser exhaustivos, el país cambió de jefe de Estado, el franquismo hizo sus últimos fusilamientos tras sendos juicios sumarísimos y España perdió el Sáhara, que había sido una provincia durante más de un siglo. No, 1975 no fue un año cualquiera.

Para entender lo que sucedió tras la muerte de Franco hay que situar el punto de partida en el año de su fallecimiento

La llegada de Torcuato Fernández-Miranda a la presidencia del Congreso al final también de ese mismo año, imprescindible para tutelar el cambio político (‘de la ley a ley’), es, igualmente, clave, para entender la importancia de aquel 1975, el año en el que, por primera vez en plena dictadura, se celebró una huelga de actores que provocó una ola de adhesiones capaz de abrir los ojos a muchos españoles que no habían conocido más que la dictadura, y a los que se quería decir que era posible defender los derechos más elementales, como en cualquier sociedad democrática. Algunos de ellos, incluso, llegaron a ser encarcelados acusados de pertenecer a ETA o el FRAP, lo que era evidentemente falso.

También fue la última vez en la que Franco se dio un homenaje popular en la plaza de Oriente tras las ejecuciones de Hoyo de Manzanares y la consiguiente reacción internacional en contra del régimen, lo que llevó al incendio de la embajada de España en Lisboa y al aislamiento, una vez más, de la dictadura en Europa. España, de hecho, tuvo que esperar al 26 de julio de 1977 (celebradas ya las primeras elecciones democráticas) para solicitar su adhesión a la Comunidad Económica Europea después de haber sido rechazada durante años mientras continuara siendo una dictadura. No, 1975 no fue un año cualquiera.

Un año crucial

Sorprende pues que se quiera ningunear 1975 como si no hubiera sido un año trascendental en la reciente historia de España. Ningún país con instituciones fuertes, como es hoy España, debería pasar por alto esa efeméride. Entre otras razones, porque para eso están las instituciones, y el Gobierno de la nación, sea éste o cualquier otro de signo político distinto, también lo es.

Es más. A nadie se le escapa que coincidiendo con el 50 aniversario de aquello meses vitales para el país televisiones, radios, periódicos, academias de la historia, universidades o institutos de enseñanza media, además de editoriales de las más variadas ideologías, recordarán con afán lo que sucedió en este país desde aquel 1 de octubre de 1975 en el que Franco se dio en la plaza de Oriente el último baño de masas mientras se agredía a los periodistas extranjeros a quienes se consideraba que formaban parte de la conspiración judeo-masónica contra España. También la recuperación de la Monarquía forma parte de ese cambio político, lo que nuevamente explica la importancia de ese año como trascendental en la reciente historia de España. No, 1975, no fue un año cualquiera.

¿Se imaginan un país que permaneciera mudo 50 años después de la muerte de un dictador que gobernó durante cuatro décadas?

La política chata y hasta gallinácea, es decir, de escaso vuelo, que vive hoy la política española, aunque en realidad viene de lejos, impide, sin embargo, reflexionar con rigor y sin acaloramientos sobre nuestro pasado reciente. Probablemente, porque la propia dinámica de la Transición, con su particular correlación de fuerzas, levantó un muro de silencio sobre lo que significó el franquismo. Sorprendentemente, tuvieron que pasar algunas décadas (ya en tiempos de Aznar) hasta que la derecha democrática aceptó que el franquismo fue una dictadura. Durante años, los conservadores, hay que recordarlo, se negaron a calificar al régimen como lo que fue, una dictadura.

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Siendo generosos, algo que hoy falta en la política española, se podía hasta entender esa posición de la derecha heredera del franquismo porque en España, y no es ocioso recordarlo, hubo reforma y no ruptura con el pasado tras la muerte de Franco, pero precisamente por eso parece razonable pensar que medio siglo después este país no debe perder la oportunidad de aprovechar la ocasión para echar la vista atrás. Por supuesto, sin revanchismo y sin buscar culpables en la medida que esa función corresponde a los historiadores profesionales y no a los advenedizos que pululan por ahí. Se trata simplemente de generar un espacio de reflexión sobre nuestra historia reciente en un tiempo en el que brilla la desinformación. Muchos de los que hoy cantan el Cara al Sol serían hoy encarcelados por manifestarse en la calle.

Se trata no sólo de recordar lo que pasó en 1975, sino también comprender lo que ocurrió en 1976, cuando se aprobó la ley de reforma política que significó el harakiri del franquismo; 1977, el año de las primeras elecciones democráticas desde el comienzo de la guerra civil o 1978, cuando finalizó la primera Transición tras aprobarse la Constitución. En definitiva, los años en que se forjó la democracia española, que no pudo consolidarse, también siempre hay que recordarlo, hasta el fracaso del 23-F.

El comienzo de algo nuevo

No, no es incompatible celebrar todas las efemérides que sean necesarias. De hecho, para entender lo que sucedió en los primeros años de democracia hay que mirar siempre a 1975 porque aquel año condicionó de forma decisiva la naturaleza de la propia Transición. Entre otras razones, porque la muerte de Franco no supuso la liquidación del franquismo, sino el comienzo de algo tan nuevo como desconocido. Es mentira que hubiera una hoja de ruta. Los gobiernos de UCD improvisaron porque era lo que correspondía, como también lo tuvo que hacer la izquierda.

Ninguna sociedad democrática se construye sobre la mentira. Y lo cierto es que, guste o no, 1975 ha marcado nuestro destino

Es verdad que la utilización de la historia con fines políticos mediante la proyección al presente de acontecimientos pasados forma parte de una vieja tradición de todo tipo de gobernantes. Hasta el propio franquismo lo hacía construyendo un relato mentiroso sobre las causas de la guerra civil. Y por eso no puede extrañar que desde diversos sectores, de forma legítima, se haya cuestionado, por decirlo de una forma suave, la intención del Gobierno de conmemorar los 50 años con un intento de sacar de nuevo a Franco del cementerio de Mingorrubio para ganar votos.

Sin duda que Pedro Sánchez tendrá sus razones, y si esa es su intención haría un flaco favor a la convivencia y, en definitiva, a la sociedad española, que lo que necesita hoy es reflexionar sobre su pasado reciente. Precisamente, porque si los cimientos fallan (la verdad) el edificio que cada día construye la democracia tenderá a quebrarse. De hecho, quienes a buen seguro recordarán los cincuenta años serán, precisamente, los nostálgicos de la dictadura con su discurso mendaz. Ninguna sociedad democrática se construye sobre la mentira. Y lo cierto es que, guste o no, 1975 ha marcado nuestro destino. El historiador Michelet, el gran cronista de la revolución francesa, lo dejó claro: cada generación sueña la siguiente. El pasado casi siempre nos dice algo de cómo será el futuro.

El 8 de mayo de 1985, el entonces presidente de Alemania, Richard von Weizsäcker, pronunció en la sala de plenos del Bundestag el que probablemente haya sido el discurso más importante —leer aquí— de un dirigente alemán sobre la catástrofe que vivió Europa entre 1939 y 1945.

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