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Mientras Tanto
Por
EEUU, Europa y la metáfora de la rama y el cocodrilo
Europa ha caído en su propia trampa. Pendiente durante años del vínculo transatlántico con EEUU, se ha convertido en un área demasiado dependiente de Washington. El resultado es que hoy está obligada a reinventarse para no ahogarse
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"Ustedes dicen no a la deuda pública. Ustedes dicen no al mercado único. Ustedes dicen no a la creación de la unión de los mercados de capitales… No se puede decir no a todo. De lo contrario, también habrá que admitir, para ser coherentes, que no son capaces de cumplir los valores fundamentales para los que se ha creado esta Unión Europea", decía hace unos días un airado Mario Draghi en el Parlamento Europeo. Su conclusión, respondiendo a un eurodiputado que le había preguntado sobre qué hacer para salvar a Europa de las amenazas, no podía ser más amarga y al mismo tiempo más honesta: "Si me preguntas qué es lo mejor que puedes hacer ahora, te digo que no tengo ni idea, pero que hagas algo".
No se puede decir más claro. La Unión Europea vive uno de sus momentos más críticos desde su fundación y es probable que en el manual de instrucciones no haya respuestas para reparar todas las averías que le han aparecido desde la irrupción de Trump, y que tienen que ver con su política de defensa y seguridad, con su dependencia energética y, por supuesto, con los déficits tecnológicos respecto de EEUU y China. En el manual de instrucciones tampoco hay pistas sobre cómo enfrentarse a una situación insólita. Un presidente de EEUU que es más amigo de Putin que de la propia Europa.
Hay que agradecer hasta ahora la respuesta tibia de Europa hacia las bravuconadas de Trump. Ser tibios, al contrario de lo que suele creerse, no tiene por qué ser una señal de debilidad, sino que la mesura forma parte de una estrategia útil de negociación con un personaje que ha perdido el juicio —ya sugiere que se presentará a un tercer mandato— y al que sólo la firmeza puede frenar su verborrea. Entre otras razones, como puso de relieve el informe Letta, porque Europa es el primer exportador de capitales a EEUU, cuyo lamentable cuadro macroeconómico (déficit fiscal y comercial extraordinarios, deuda pública por encima del 100%, enormes problemas de ahorro interno…) es cubierto por el resto del mundo gracias al dólar. “El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema”, dijo John Connally, el secretario del Tesoro de Nixon, tras abandonar EEUU el patrón oro en 1971.
Prestigio político
La Administración Trump lo sabe mejor que nadie y de ahí que se mueva en una contradicción de difícil solución. Pretende, por un lado, un dólar más débil para favorecer las exportaciones, pero al mismo tiempo, por razones de prestigio político interno, busca un dólar fuerte para que otros países le sigan financiando sus gigantescos déficits.
Es evidente que EEUU cuenta con una indudable ventaja competitiva gracias al tamaño de su mercado interior y a los avances tecnológicos, en particular en todo lo relacionado con la inteligencia artificial y con la gestión de los medios de pagos y la nube, donde hoy se localizan todas las operaciones financieras de Occidente, pero aun así lo mejor es que Europa cuenta con un considerable margen de mejora si profundiza en la integración.
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Pero la integración solo puede hacerse si los agentes económicos lo quieren y los gobiernos son capaces de actuar con altura de miras, lo que no parece hoy probable porque el mayor éxito del populismo estadounidense ha sido, precisamente, haber inoculado en partes de Europa (Italia, Hungría, Eslovaquia) una forma de hacer política que se basa en la mentira. Hoy algunos gobiernos y partidos emergentes —también en España— le ríen las gracias a Trump en su mansión de Mar-a-Lago y otros callan por temor a represalias. También algunas élites europeas buscan el indulto arancelario con el silencio. Sorprende, en este sentido, que los industriales europeos no digan nada cuando sus empresas serán las más perjudicadas por el neoaislacionamismo de Washington.
La reciente decisión de EEUU de pedir a sus embajadas que castiguen a las empresas que tengan políticas “de diversidad e inclusión” es, sin embargo, un ejemplo del carácter expansionista de la nueva Administración que tarde o temprano les afectará. Como la decisión de Trump de ordenar detener la aplicación de una ley anticorrupción estadounidense que prohíbe a sus compatriotas sobornar a funcionarios de gobiernos extranjeros para obtener contratos. La orden ejecutiva de Trump supone, ni más ni menos, suspender la aplicación de la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero de 1977, lo que evidentemente supone una marcha atrás en las políticas anticorrupción. El argumento que dio Trump es tan increíble como él mismo: “Si un estadounidense viaja a un país extranjero y comienza a hacer negocios allí de manera legal, legítima o no, es casi seguro que lo investiguen y lo acusen, y nadie quiere hacer negocios con los estadounidenses por eso”. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Cultura europea
Estos dos ejemplos reflejan los profundos cambios que se están produciendo en la Administración estadounidense, y que necesariamente afectan a Europa, que, como sostenía recientemente el historiador Timothy Snyder, ha dejado de ser un referente para buena parte de la población de EEUU. “La cultura europea, como tal, es cada vez menos significativa en el contexto estadounidense. El hecho de que una idea sea de origen europeo ya no le confiere un prestigio especial en EEUU”. Snyder lo achaca a que EEUU está compuesto cada vez menos por poblaciones de origen europeo y a que desde los primeros años 90, tras el colapso de la Unión Soviética, las diferentes administraciones se embarcaron en un proyecto global que finalmente ha hecho que Europa sea innecesaria para sus intereses.
Lo que preocupa hoy a los estrategas de la política exterior de EEUU, que van mucho más allá que la propia Administración Trump, es China. Entre otras razones por factores demográficos. China cuenta hoy con una población que es tres veces y media superior a la de EEUU y su política de alianzas con el Sur Global y los BRICS es mucho más sólida de la que tiene Washington. Como le gustaba decir a Josep Piqué hay que mirar más a los mapas, y hoy, guste o no, alrededor de la mitad del tráfico marítimo mundial pasa por el estrecho de Malaca, un corredor que conecta al Mar de China meridional con el océano Índico, y que es clave para el comercio del planeta, lo que explica el interés de Washington en ser cada menos dependientes del exterior por razones estratégicas. El hecho de que las primeras conversaciones entre EEUU y Rusia sobre Ucrania se hayan celebrado en Arabia Saudí muestra el interés de Washington por establecer una nueva política de alianzas en el mundo árabe, donde Europa es inexistente.
Por decirlo de una manera brusca, a Washington, que camina hacia la autarquía favoreciendo la relocalización industrial, le sobra Europa, que además, por su vieja historia colonial, tiene enormes dificultades para volver a influir sobre sus antiguas colonias, que han preferido echarse en brazos de China y Rusia. Lo dijo en este mismo periódico el cineasta maliense Abderrahmane Sissako en una metáfora imbatible: A África le sucede lo mismo que a alguien que se cae a un río y está a punto de ahogarse. Cuando eso ocurre, se agarra a lo primero que encuentra creyendo que es la rama de un árbol, pero descubre que se trata de un cocodrilo. “Hemos dejado que África se ahogue empobreciendo al continente”, sostenía.
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Esta hiperdependencia de EEUU es lo que Europa —que ni siquiera tenía un plan de paz propio para encontrar una salida a la guerra de Ucrania— no ha querido comprender. ¿El resultado? Una atrofia en la integración que se manifiesta en que tres décadas después del lanzamiento del euro todavía el mercado interior está muy fragmentado y ni siquiera ha echado a andar un mercado de capitales digno de tal nombre, condición necesaria para que haya fusiones transfronterizas en el sistema financiero.
No es gratis esa estrategia de no hacer nada. Como ha puesto de relieve la patronal europea, mientras que el crédito al sector privado como porcentaje del PIB en la UE se sitúa en el 70%, en EEUU y China alcanza el 190%. ¿Las consecuencias? Las ingentes cantidades invertidas en ambos países en innovación tecnológica no han tenido correspondencia en Europa. Ni que decir tiene que eso solo ha traído mayor dependencia.
De hecho, desde la unión económica y monetaria impulsada por Delors, el último gran presidente de la Comisión, Europa ha construido su futuro asumiendo una especie de dependencia histórica con EEUU en torno al llamado vínculo transatlántico, lo que finalmente ha estallado en sus narices. De ahí, precisamente, la queja amarga de Draghi: hagan algo. O expresado de forma más directa: hagan Europa.
"Ustedes dicen no a la deuda pública. Ustedes dicen no al mercado único. Ustedes dicen no a la creación de la unión de los mercados de capitales… No se puede decir no a todo. De lo contrario, también habrá que admitir, para ser coherentes, que no son capaces de cumplir los valores fundamentales para los que se ha creado esta Unión Europea", decía hace unos días un airado Mario Draghi en el Parlamento Europeo. Su conclusión, respondiendo a un eurodiputado que le había preguntado sobre qué hacer para salvar a Europa de las amenazas, no podía ser más amarga y al mismo tiempo más honesta: "Si me preguntas qué es lo mejor que puedes hacer ahora, te digo que no tengo ni idea, pero que hagas algo".