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Mientras Tanto
Por
Por qué la clase media vota a Trump y a la derecha radical
Ni Washington, ni Madison, ni Adams, ni Jefferson pudieron pensar alguna vez que el país que ellos imaginaron iba a caer en manos de un camarilla que controla los resortes de la opinión pública a través del poder de la tecnología
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Tras las elecciones alemanas, ya hay pocas dudas de que el crecimiento de los partidos de la derecha radical en Europa no es flor de un día. Incluso el fenómeno Trump —lo peor que le ha sucedido a EEUU en décadas— tiene visos de permanencia en la medida que su alianza con los magnates de la propaganda le concede un poder que nunca antes tuvo un presidente.
Nixon, Carter, Obama, los Bush o, incluso, Reagan, con su fuerte carisma, tuvieron que enfrentarse a la opinión pública, pero hoy el control del algoritmo —por eso la Casa Blanca y sus aliados quieren liquidar a la prensa de calidad– le concede a Trump una capacidad de influencia sin parangón en la democracia americana, cuya arquitectura política-institucional está completamente superada.
Probablemente, porque los padres fundadores razonaron su visión de la democracia para un mundo que ya no existe. Ni Washington ni Madison ni Adams ni Jefferson pudieron pensar alguna vez que el país que ellos imaginaron iba a caer en manos de un camarilla que controla los resortes de la opinión pública a través del poder que ofrece la tecnología. Ya lo intentaron las grandes corporaciones industriales estadounidenses durante los primeros años del siglo XX, cuando llegaron a coquetear con la posibilidad de fusionar el poder estatal y el industrial, pero entonces el sistema de contrapoderes funcionó. Hoy, sin embargo, se ha quedado obsoleto.
Existen al menos tres formas de analizar el fenómeno (hay muchas más). La primera es desde la política: los partidos tradicionales se han alejado de sus bases electorales y se han convertido en elitistas, lo que explicaría la irrupción de personajes que en otra época estarían depositados en el vertedero de la historia; la segunda es desde la sociología electoral: la irrupción de las redes sociales ha creado un nuevo ecosistema informativo que ha favorecido la aparición de los nuevos populismos con un fuerte componente nacionalista (la demogogia siempre es más vistosa que el pensamiento razonado), y, por último, desde la economía. Es decir, las profundas transformaciones que se han producido en los últimos años en los sistemas productivos —-globalización, revolución tecnológica, creciente jerarquización de las relaciones laborales por la crisis sindical— han afectado negativamente a quienes tradicionalmente han votado a los partidos centrales del sistema político: la derecha conservadora y los partidos socialdemócratas.
Ya lo intentaron las grandes corporaciones a principios del siglo XX, cuando coquetearon con la fusión del poder político y el industrial
El cambio ha sido tan radical que en el caso de EEUU, incluso, ha llevado a la desaparición del partido republicano tal y como lo conocieron Lincoln o el primer Roosevelt, mientras que en Europa, en un país como Alemania, durante décadas modelo de la estabilidad política, conservadores y socialdemócratas apenas pudieran alcanzar juntos en las últimas elecciones el 45% de los votos, lo que da idea de la naturaleza del problema.
No puede extrañar, por lo tanto, que desde la academia se preste cada vez con mayor atención a las causas de este cambio histórico. Nunca antes la derecha radical, entendida como aquellos partidos que desafían el contrato social firmado en Europa después de 1945, había tenido una posición tan preferente. Trump es el modelo a imitar, pero cada país tiene sus particularidades. No es lo mismo Meloni que Orbán ni Le Pen que Abascal. A todos ellos, sin embargo, les une su carácter disruptivo y su interés en demoler una forma de hacer política basada en reglas (incluso de urbanidad) que ha durado décadas. También les une que son los aliados de Trump en Europa, con todo lo que eso conlleva, y ahí está el deplorable espectáculo de este viernes en el despacho oval como el espacio más propicio para humillar como lobos hambrientos de poder a Zelenski.
El ‘shock chino’
A menudo se ha relacionado el auge de la derecha radical a un fenómeno que muchos han denominado el ‘shock chino’. Es decir, a la influencia de la globalización en la capacidad de gasto de los consumidores, pero un trabajo publicado por la profesora Benedicta Marzinotto, de la universidad John Hopkins, afina más la respuesta y llega a una conclusión preocupante. No solo las rentas más bajas abrazan el falso proteccionismo que les ofrecen los partidos populistas (los aranceles de Trump no son más que el ejemplo más tramposo), sino que las clases medias cada vez se sienten más vulnerables, lo que explicaría su creciente acercamiento a la derecha radical. Es decir, la influencia del populismo ha ido escalando pisos en el ascensor social y ahora son los niveles medianos de renta quienes se sienten más amenazados.
Las clases medias se benefician menos que los consumidores de bajos ingresos de las importaciones baratas de China
La profesora Marzinotto lo explica de la siguiente manera. Pese a lo contraintuitivo que pueda parecer, las clases medias se benefician menos que los consumidores de bajos ingresos de las importaciones baratas de China, y de ahí el riesgo percibido, que necesariamente hay que asociar a un sentimiento de decadencia social, lo que puede explicar el gran éxito del radicalismo político de derecha en las últimas tres décadas. Es decir, el apoyo a la derecha radical ya no es la respuesta de quienes tienen menos protección a la competencia china porque su empleos son más fácilmente reemplazables, sino que desde la óptica del gasto el poder adquisitivo de las clases medias es el que más ha mermado.
Bienes baratos
Esto es así debido a que los consumidores de bajos ingresos son los principales beneficiarios, aunque parezca lo contrario, de las importaciones chinas porque gastan una parte significativa de sus ingresos en bienes baratos, mientras que los consumidores de ingresos medios pierden más con la liberalización del comercio pese a estar, en teoría, mejor protegidos por su cualificación profesional. O expresado de otra manera, China ha estado inundando los mercados internacionales con productos que atienden a los grupos de bajos ingresos, cuyo consumo creció más que el de otros grupos sociales.
Lo demuestra el hecho de que la pérdida relativa de consumo que se ha producido en las últimas décadas es especialmente significativa en el tercer quintil de la distribución del ingreso (las clase media-media), lo que indudablemente tiene consecuencias políticas. Entre otras razones, porque en ese estrato la preocupación es mayor por el estatus social que en ningún otro grupo de ingresos, como ha acreditado la literatura académica. Es decir, el lugar donde se sitúa cada uno en la escala social. Por lo tanto, sostiene la autora, lo que están cambiando son las preferencias políticas, algo que sitúa a las democracias liberales en una verdadera encrucijada.
La amenaza de decadencia social es, como se sabe, el caldo cultivo preferido del populismo, que se alimenta intelectualmente (valga la paradoja) de la mentira. Es probable, como dice Harari, como consecuencia de que la verdad es costosa. Para descubrirla, de hecho, es necesario investigar, estudiar, reunir pruebas… Es decir, invertir tiempo y esfuerzo para diferenciar lo que es cierto de lo que es pura invención, lo que explica que la verdad empiece a escasear. Lo que sí se sabe, por el contrario, es que si los gobiernos no atienden a las políticas de demanda, en particular a la capacidad de compra de las clases medias, poco hay que hacer.
El sistema funciona mientras las élites comprendan que la cohesión social es el mejor mecanismo para sostener la democracia liberal
El fenómeno de los trabajadores pobres, de hecho, es un fenómeno que se extiende, y que ya afecta no sólo a los empleados de baja cualificación, sino también a ciudadanos bien formados atrapados por una frustración creciente.
Robert Reich, un antiguo secretario de Empleo de EEUU durante la era Clinton, sintetizó de forma magistral el éxito de la democracia americana en el siglo pasado. El sistema político se sostenía sobre un principio: Los empresarios pagaban a los trabajadores lo suficiente para que éstos pudieran comprar lo que sus empresas vendían. Hoy se estaría hablando de una economía circular en la que todos ganan.
Ese pacto social es el que se ha quebrado, algo que explica en parte, aunque siempre hay más razones, la radicalización de las clases medias, que progresivamente se han visto amenazadas y han ido abandonando su papel de ciudadanos para convertirse en espectadores de una realidad que se cuenta en la televisión o en las redes sociales como si fuera un producto de entretenimiento (ahí está el encuentro entre Trump y Zelenski).
Por decirlo de otra forma, el sistema funciona mientras las élites, en lugar de no darle ninguna importancia a la derecha radical, comprendan que la cohesión social es el mejor mecanismo para sostener la democracia liberal. Por el contrario, cuando las élites han empezado a jugar caprichosamente con el algoritmo para ocupar el poder todo ha cambiado. Trump puede ser solo el principio. Ni siquiera el peor, y ya es decir.
Tras las elecciones alemanas, ya hay pocas dudas de que el crecimiento de los partidos de la derecha radical en Europa no es flor de un día. Incluso el fenómeno Trump —lo peor que le ha sucedido a EEUU en décadas— tiene visos de permanencia en la medida que su alianza con los magnates de la propaganda le concede un poder que nunca antes tuvo un presidente.