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Los submarinos nucleares de Francia que evidencian el fracaso de Europa
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Carlos Sánchez

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Los submarinos nucleares de Francia que evidencian el fracaso de Europa

De Gaulle, el viejo estadista que encarnó la rebelión europea contra el fascismo, tenía razón. EEUU y Rusia cooperan y Europa se despierta del sueño. La UE acaba de descubrir lo que no ha querido ver durante décadas

Foto: El submarino nuclear francés Le Triomphant. (EFE)
El submarino nuclear francés Le Triomphant. (EFE)
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En la planta noble del edificio Berlaymont, la sede de la Comisión Europea, se dice que el informe Draghi (también el de Enrico Letta) es la biblia, pero como sucede con los textos sagrados su interpretación es libre. Habría que decir, incluso, que es libérrima. Cada país entiende ambos documentos a su manera, lo que explica que los planes de rearme europeos, en el sentido más amplio del término, también ideológico, no gocen en muchos casos de la necesaria coherencia.

Mientras que algunos gobiernos, como el español, entienden que se trata de una especie de Next Generation dos, es decir, un mecanismo para modernizar el tejido productivo, aunque esté focalizado en la industria militar, otros gobiernos, en particular Alemania y los bálticos, entienden que el único objetivo es rearmar a los ejércitos para estar en condiciones de afrontar con éxito un hipotético ataque ruso.

Ni que decir tiene que detrás de ambas posiciones se encuentra la lejanía o la cercanía a las fronteras rusas, y de ahí que, en el caso del gobierno español, se ponga el acento en utilizar los nuevos fondos europeos, complementados con la mayor flexibilidad presupuestaria (cláusula de escape), para cuestiones como la descarbonización, los incendios, el control de la inmigración o, incluso, como ha planteado la ministra de Sanidad, la producción de medicamentos considerados críticos, que, en su opinión, deben formar parte de la política de seguridad europea.

El desprecio de Trump por Europa —también Putin por otras razones— tiene que ver con que cada país hace la guerra por su cuenta

Habrá quien piense que detrás de esa interpretación libre de las dos biblias (Draghi y Letta) se encuentra la riqueza cultural y política europea, pero es más un consuelo que una lectura apropiada de la situación. La realidad es que el desprecio que siente Trump por Europa —también Putin, aunque por otras razones— tiene mucho que ver con que incluso en el actual escenario cada gobierno, y nunca mejor dicho, intenta hacer la guerra por su cuenta. No es de extrañar que Trump, como dice una alta funcionaria española en Bruselas, quiera humillar a los europeos al no tenerlos en cuenta en las negociaciones con Rusia en la medida que el jefe de la Casa Blanca "sólo respeta al fuerte". Es decir, a Putin y a China. Por supuesto que ni siquiera a sus teóricos socios, Orbán o Meloni, que no son más que aliados tácticos —habría que decir tontos útiles— a los que dejará tirados cuando sea menester.

Cuestión de perspectiva

Esto es así porque el ámbito de la defensa, aunque se diga que debe tener perspectiva europea, sigue siendo nacional. O, expresado más gráficamente, Europa puede financiar la compra de tanques, pero al final quien decide qué carro de combate o qué avión se adquiere, y, por supuesto, con qué tecnología se construye, son los gobiernos nacionales.

Lo decía en privado otro alto cargo de la Comisión esta misma semana en la planta 13 del edificio Berlaymont (la planta noble). "Francia cuenta con tres submarinos nucleares dando la vuelta al mundo de forma permanente [con capacidad para lanzar misiles balísticos] y nunca permitirá un mando conjunto". Muchos años antes, un compatriota suyo, Charles De Gaulle, se lo dijo con franqueza a Eisenhower, "¿Quién puede asegurar que las dos potencias que ostentan el monopolio de las armas nucleares [EEUU y la URSS] no acordarán repartirse el mundo?".

Por mucha integración que haya en las políticas de defensa, no cabe esperar un mando único, lo que sin duda ata de pies y manos a Europa

Es decir, por mucha integración que haya en las políticas de defensa, no cabe esperar un mando único, lo que sin duda ata de pies y manos a Europa a la hora de negociar con una sola voz. Europa, de hecho, ni siquiera ha sido capaz de resolver una anomalía que está a la vista de todos. Reino Unido y Francia son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y ninguno tiene interés en compartir su plaza con el conjunto de la UE, algo que denota ese poder blando —basado en las ideas— que a menudo se le ha achacado a Europa.

Son tiempos, por el contrario, basados en el poder duro que históricamente Europa ha desechado. Entre otras razones, porque pocas veces se ha dado en la historia la conjunción espacial de tres líderes fuertes –Trump, Putin y Xi— con una enorme capacidad de dejar a Europa fuera del tablero internacional (salvo en el plano comercial para China).

Hay quien estos días ha visto en De Gaulle, el expresidente francés, el modelo a imitar. Es decir, una Europa con una visión estratégica en el ámbito militar con su propia capacidad de disuasión —los submarinos atómicos circulando por el mundo—, pero es probable que se trate más de un sueño que de una realidad. Siendo realistas, e independientemente de las políticas de rearme que cada gobierno emprenda, lo cierto es que la estrategia de defensa europea es más un ejercicio de coordinación, en sintonía con la Iniciativa Europea de Compromiso Estratégico lanzada por Macron en 2018 y asumida por diez estados miembros (entre ellos España), que de creación de un mando único.

Autonomía estratégica

A lo sumo, una cultura compartida de defensa y seguridad, sin duda necesaria, pero muy lejos de aquella Comunidad Europea de Defensa aprobada en 1952 por los seis estados fundadores de la UE, pero que dos años después naufragó, precisamente, por la oposición radical de la Asamblea francesa, que nunca quiso compartir su autonomía estratégica y su poder nuclear.

Ahora, el futuro canciller de Alemania, Friedrich Merz, ha mostrado su interés en compartir las armas nucleares de las que disponen Francia y Reino Unido en aras de reforzar el poder de la disuasión frente a Rusia, pero hay pocas razones para pensar que París y Londres estén por la labor. Alemania, no hay que olvidar, ha firmado tratados internacionales en los que se ha comprometido en virtud de su pasado a no disponer de armas nucleares, lo que muestra hasta qué punto ha cambiado la geopolítica internacional.

Esa ‘doctrina’ nacional de la defensa es la que hoy todavía subsiste, y así lo reconoce el propio Libro Blanco presentado esta semana. La Comisión Europea carece de fuerza política o de instrumentos jurídicos para interferir en la política de defensa y seguridad de los gobiernos, lo que en la práctica le aleja de ese poder fuerte que el actual contexto geopolítico requiere. Es verdad que Europa ya cuenta con un comisario de defensa, el lituano Andrius Kubilius (dos veces primer ministro de su país), pero pensar que tiene alguna capacidad para mandar sobre los gobiernos europeos es simplemente falso.

A lo sumo cabe una OTAN europea dentro de la OTAN, pero poco más. Crear un pilar europeo dentro de la OTAN es la mejor solución

Lo cierto es que incluso hoy, en las actuales circunstancias, los estados siguen siendo muy reacios a compartir información sensible. La ausencia de integración de las industrias nacionales de defensa es la mejor prueba de que una cosa es predicar y otra dar trigo. Sobre todo en un contexto como el actual, en el que los nacionalismos rampantes, y ahí está el endurecimiento sin sentido de las normas antiinmigración, obliga a los gobiernos a mirar hacia dentro en lugar de hacia fuera, como sucedió en los 90 tras la firma, unos años antes, del Acta Única Europea que dio carta de naturaleza al euro. Ni siquiera ha avanzado la idea de financiar con deuda mutualizada (eurobonos) el programa de rearme (mejor llamarlo por su nombre)

Ni París ni Londres ni Berlín aceptarán nunca un mando militar unificado con sus propias reglas de combate. Lo contrario sería una renuncia histórica a los dos siglos largos del Estado-nación. Ningún Gobierno está hoy dispuesto a ello. Es mejor tenerlo en cuenta que luego llevarse un chasco.

A lo sumo cabe una OTAN europea dentro de la OTAN, pero poco más. Como muchos han señalado, la creación de un pilar europeo dentro de la OTAN es probablemente la mejor solución hasta que llegue la emancipación, pero esto no lo verá ni la actual ni la siguiente generación. De Gaulle, el viejo estadista francés que encarnó la rebelión europea contra el fascismo, tenía razón. EEUU y Rusia cooperan y Europa está obligada a despertar del sueño. Ha descubierto, por fin, lo que no ha querido ver durante décadas —como hacen los críos— tapándose los ojos y mirando entre los dedos.

En la planta noble del edificio Berlaymont, la sede de la Comisión Europea, se dice que el informe Draghi (también el de Enrico Letta) es la biblia, pero como sucede con los textos sagrados su interpretación es libre. Habría que decir, incluso, que es libérrima. Cada país entiende ambos documentos a su manera, lo que explica que los planes de rearme europeos, en el sentido más amplio del término, también ideológico, no gocen en muchos casos de la necesaria coherencia.

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