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Mientras Tanto
Por
La enfermedad infantil del localismo mató a la izquierda
La izquierda está perdida ante el gran debate de nuestro tiempo: el nuevo orden mundial. En la era de la globalización, ha prestado más atención a las políticas locales, lo que a la postre le ha dejado sin una visión de conjunto
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Es de sobra conocido que desde la explosión del bipartidismo, que bien podría situarse en las elecciones generales de 2015, cuando PP y PSOE perdieron 5,08 millones de votos que, en su gran mayoría, fueron a parar a Ciudadanos y al mundo Podemos, los partidos situados a la izquierda del PSOE han practicado el localismo.
No es un juicio de valor. La realidad es que la izquierda del PSOE se ha articulado políticamente en una serie de organizaciones asentadas de forma más o menos notable en sus respectivos territorios: Cataluña, Madrid o Comunidad Valenciana, pero también Baleares o Andalucía. Hoy, de hecho, cualquier proyecto con proyección y vocación nacional en el conjunto de la izquierda no socialista confronta con los intereses electorales de partidos más atentos al hecho local o autonómico que a cuestiones supranacionales. No en vano, lo que se juegan es su supervivencia electoral.
Este ecosistema político tampoco es una novedad en la historia reciente de España. El localismo, principalmente con un fuerte componente agrario y rural, fue dominante durante el primer tercio del siglo XX en la derecha política. El tradicional aislamiento internacional de España hasta la segunda mitad del siglo pasado, de hecho, hay que vincularlo a esa visión territorial de la política, lo que explica que España estuviera ausente de los grandes conflictos europeos. El caciquismo, ya se sabe, es una de las principales aportaciones de España al pensamiento político.
La sociología electoral ha acreditado que los localismos son más propensos a inclinarse hacia la retórica hueca y hacia el populismo
La dictadura, por razones obvias, ya que los partidos estaban prohibidos, liquidó esa fragmentación, pero tras la recuperación de la democracia los herederos del franquismo llegaron divididos a las primeras elecciones. Incluso Suárez ideó una ley electoral pensada en las particularidades territoriales de España. Habría que esperar al Congreso de Sevilla a que Aznar lograra la unidad de los partidos de centro-derecha.
Los nuevos populismos
El localismo, sin embargo, tampoco es un hecho estrictamente español. Los nuevos populismos se han construido a partir de la idea de que las instituciones supranacionales, ya sea la ONU, la Unión Europea o los organismos multilaterales son, en realidad, chiringuitos de los poderosos creados para defender sus intereses (y sus salarios). Esta idea, como se sabe, conjuga bien con la falsa teoría, de carácter conspirativo, de que el mundo está dirigido por minorías extraordinariamente influyentes que se ponen de acuerdo en reuniones ultrasecretas para controlarlo todo: Soros, la Trilateral o el Club Bilderberg. A Trump le gusta tanto la idea que quiere aparecer ante sus conmilitones como una víctima de las élites. Cosas veredes, amigo Sancho.
Lo paradójico no es que existan esas tendencias, sino que coincidan en el tiempo con el fenómeno de la globalización, la integración económica y la existencia de avances tecnológicos capaces de derribar cualquier frontera física.
Se dirá que una cosa es la respuesta a la otra, lo que explicaría el éxito de las identidades culturales de carácter local. La globalización ha hecho el mundo tan complejo que muchos se refugian en sus ámbitos más cercanos para encontrar una salida. Y en parte es verdad. El Brexit o la fuerza de Trump en el medio oeste de EEUU, también los conflictos en forma de agravios entre las grandes urbes y la periferia, reflejan, como tantas veces se ha dicho, que el eje izquierda/derecha se ha debilitado frente a otro menos ideológico que enfrenta al campo y la ciudad (o viceversa). En última instancia, Bruselas, con su capacidad normativa, frente a los Estados nacionales.
Los trabajadores ingleses, polacos o españoles compartían los mismos problemas vinculados con su trabajo y sus condiciones de vida
Existe, por lo tanto, un patrón común en lo que podría llamarse la internacional del localismo, lo cual tiene importantes implicaciones desde el lado de la política. Todos los localismos se parecen, pero a la vez todos son distintos. Existe, sin embargo, una característica común. La sociología electoral ha acreditado que los localismos, no se puede hablar de que haya uno dominante por su propia naturaleza, son más propensos a inclinarse hacia la retórica hueca y hacia el populismo que los partidos centrales del sistema, éstos con una clara tendencia a contagiarse de sus extremos. PSOE y PP, en el caso español, miran de reojo a izquierda y derecha para no perder comba.
Algunos estudios, incluso, han encontrado evidencias de que uno de los cambios más llamativos producidos en los últimos años tiene que ver con las nuevas señas de identidad de los más jóvenes, tradicionalmente más volcados a votar a la izquierda. Sin embargo, aunque intuitivamente pueda parecer lo contrario, en pleno auge del cosmopolitismo, detrás del voto a los partidos populistas radicales, donde son mayoritarios en muchos países, se encuentra una recuperación de los localismos.
Política identitaria
Los jóvenes tienden a identificarse con su pueblo, su ciudad o con la identidad cultural de su provincia o región. O, incluso, con la bandera en un sentido excluyente. Algo que puede explicar el trasvase del voto de la izquierda, que antes era internacionalista, por decirlo con una expresión clásica, hacia la derecha radical. Vox, por ejemplo, aloja sus mejores resultados entre ese segmento de la población —mayoría hombres— que denuncia la pérdida de las identidades culturales.
Esa visión de la política local le fue útil a la izquierda en términos organizativos tras el ocaso del bipartidismo, lo que propició la construcción de un espacio político propio en determinadas regiones. Y, de hecho, ha funcionado hasta que cambiaron los vientos de la historia y la corriente populista venida de fuera lo ha inundado todo. El resultado ha sido que hoy la izquierda del PSOE se ha pertrechado en sus territorios sin que exista una visión de conjunto sobre los cambios geopolíticos que vive el mundo, lo que afecta a su capacidad de movilización ante, por ejemplo, el aumento del gasto militar. ¿El resultado? El planeta se mueve y, desde luego en el caso español, la izquierda carece de una visión de conjunto hacia dónde tirar más allá de lo obvio, como el ‘no a la guerra’. Por decirlo de una manera fácil de entender, el internacionalismo localista ha sustituido al internacionalismo proletario.
El localismo político tiende a resolver los problemas más cercanos, pero tiende a olvidar la naturaleza última del conflicto social
Se trata, sin duda, de una novedad. Los movimientos obreros, ya en el siglo XIX, cuando las dificultades para comunicarse eran infinitamente mayores que ahora, se construyeron a partir de una visión global de la historia. Los trabajadores ingleses, polacos, italianos o españoles eran conscientes de que compartían los mismos problemas vinculados con su trabajo y con sus condiciones de vida, y de ahí que el internacionalismo fuera la herramienta de emancipación de las nuevas clases emergentes. Precisamente, porque en su análisis estaba la idea de que el capitalismo era global y, por lo tanto, había que enfrentarse de forma integral, no de forma fragmentada ni mucho menos identitaria.
Solo los sindicatos de clase mantienen hoy ese espíritu internacionalista a través de organizaciones globales, mientras que los partidos de izquierda han sido devorados por su inclinación hacia el territorio como eje de la acción política. Ni que decir tiene que esto achica su espacio político, hasta el punto de que hoy la izquierda, al contrario de lo que sucedió en los años 80 y, por supuesto, antes, está ausente del gran debate de nuestro tiempo: el nuevo orden mundial.
Es probable que a causa de una insuficiencia. El localismo político tiende a resolver los problemas más cercanos, y claro que la acción política en este punto es necesaria, pero tiende a olvidar la naturaleza última del conflicto social, lo que explica que hoy buena parte de la izquierda esté completamente superada. Los viejos clichés para entender el mundo ya no sirven.
Es de sobra conocido que desde la explosión del bipartidismo, que bien podría situarse en las elecciones generales de 2015, cuando PP y PSOE perdieron 5,08 millones de votos que, en su gran mayoría, fueron a parar a Ciudadanos y al mundo Podemos, los partidos situados a la izquierda del PSOE han practicado el localismo.