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El gran mago de la manipulación cae en su propia trampa
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El gran mago de la manipulación cae en su propia trampa

Los economistas saben que el consumo de las familias está fuertemente condicionado por sus expectativas sobre el comportamiento de la economía. Trump lo ha ignorado. No le ha bastado la manipulación de la opinión pública

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
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El interés de los economistas sobre cómo influyen las expectativas de los consumidores en sus decisiones de gasto viene de lejos. Pero fue en los años 70, a partir de los trabajos de Robert Lucas (1937-2023), cuando se popularizó entre ellos el concepto 'expectativas racionales' para explicar el comportamiento de ciertas economías. Entre otras razones, por el enorme peso que tiene el consumo privado en la evolución del PIB (por encima del 55% en la mayoría de los países).

La definición más comúnmente aceptada del término expectativas racionales tiene que ver con que los agentes económicos, familias o empresas, utilizan la información que tienen disponible a su alcance para tomar sus decisiones de gasto. El ejemplo más sencillo que suele ponerse es el de una familia que quiere cambiar de coche. Si el hogar en cuestión piensa que en el futuro el vehículo será más caro, si puede permitírselo, adelantará la compra, pero si cree que bajará de precio, es probable que retrase la operación. Es en los mercados, que por su propia naturaleza son especulativos, donde se observa con más evidencia el comportamiento racional de los agentes económicos. Los inversores compran o venden acciones en función de unas expectativas que pueden ser equivocadas, pero que, al mismo tiempo, están basadas en la racionalidad, lo que tiene importantes implicaciones a la hora de diseñar las políticas económicas o monetarias.

O expresado de otra forma, se vota con el corazón, pero se piensa con la cartera. De ahí, la importancia de las expectativas racionales

Los bancos centrales, por ejemplo, suben o bajan los tipos de interés en función de las expectativas de los consumidores, ya que sus decisiones influyen de forma determinante en la inflación. Si el consumo crece por encima de lo que se considera estabilidad de precios, el BCE o la Reserva Federal serán más exigentes en política monetaria, pero, si estiman lo contrario, se verán obligados a ser más acomodaticios a la situación económica. En el caso de los agentes económicos, si piensan que la inflación es predecible, familias y empresas tenderán a anclar sus expectativas, lo que favorecerá la estabilidad de precios y con ello la actividad económica.

La era Trump

Cuando Donald Trump regresó a la Casa Blanca, la Reserva Federal estaba cerca de haber logrado anclar las expectativas de inflación en torno al 2% en promedio a largo plazo, lo que explica que se daban por hechas varias rebajas del precio del dinero para estimular la economía sin poner en riesgo los objetivos de inflación. Trump, como se sabe, ha entrado como elefante en una cacharrería y la economía de EEUU está sometida ahora a una enorme presión a causa de los aranceles. Hasta el punto de que han aumentado de forma muy relevante las probabilidades de que entre en recesión.

La Universidad de Michigan, por ejemplo, ha estimado que las expectativas de inflación se sitúan hoy en máximos desde 1981, lo que da idea del destrozo causado por la Casa Blanca. En abril, de hecho, la confianza del consumidor cayó un 11% respecto de marzo, lo que supone el cuarto descenso consecutivo, y lo que es cualitativamente muy relevante: las peores expectativas afectan a todos los grupos sociales, independientemente de la edad, los ingresos, la educación, la geografía o la afiliación política.

JP Morgan, Bank Of America, S&P Global, Goldman Sachs, Morgan Stanley y, en general, todas las casas de previsión y coyuntura han elevado de forma contundente las probabilidades de que el PIB de EEUU se contraiga este año en al menos dos trimestres consecutivos, mientras que analistas como John Authers, de Bloomberg, piensan que la economía estadounidense habría comenzado ya un periodo recesivo.

Moscú es aliado estratégico de Pekín y lo último que quiere Xi Jinping es un acuerdo mientras dure la guerra arancelaria con Washington

La explicación que dan, precisamente, es que se han deteriorado las expectativas de los agentes económicos, tanto por un deterioro del PIB por la menor actividad comercial a causa de los aranceles, y ahí están las estimaciones que ha hecho la Organización Mundial de Comercio (OMC), como por los esperados incrementos de los precios, lo que reduce la renta disponible de las familias y, por lo tanto, disminuye el poder de compra. Ni que decir tiene que, a causa de esto último, la Reserva Federal está atada de pies y manos. Trump quiere echar a Powell, nombrado por él en 2018, pero lógicamente la Fed defiende su independencia.

Un plan descabellado

Lo paradójico es que este deterioro de la economía era previsible y aun así Trump ha seguido adelante con su descabellado plan arancelario, aunque lo haya congelado durante 90 días para casi todos los países. Probablemente, por un error de evaluación. Es verdad que EEUU tiene una de las economías menos dependientes del comercio en el mundo: las exportaciones representan únicamente el 11% del PIB, y de ese porcentaje un tercio va dirigido a Canadá y México, muy por debajo del 30% en el promedio del planeta, pero Trump, curiosamente, que siempre ha sido el gran manipulador de la opinión pública, esta vez ha sido derrotada por ella.

Esto es así porque mientras que en economía el comportamiento de los consumidores tiende a ser racional en función de sus expectativas (Robert Lucas lo acreditó desde la ciencia) no ocurre así en el ámbito político, donde los ciudadanos votan en muchos casos en contra de sus propios intereses. En este caso, han votado a Trump, que está haciendo lo que prometió. De hecho, ganó las elecciones con el voto de muchos de quienes ahora sufren por sus políticas migratorias (la falta de mano de obra es un acelerador de los precios) o por el deterioro de la economía.

Este comportamiento dual entre el voto de los agentes económicos y sus intereses particulares es lo que explica el creciente divorcio entre la percepción que tiene un ciudadano de su situación económica y la que observa de la economía general. En el caso de España, por ejemplo, la mayoría piensa que su situación económica es mejor que la del país, lo que sólo puede explicarse por razones políticas. O expresado de otra forma, se vota con el corazón, pero se piensa con la cartera. De ahí, precisamente, la importancia de las expectativas racionales, que a menudo tienen poco que ver con la intención de voto.

Trump gana la batalla cultural con mentiras, pero pierde la guerra económica porque el consumidor sabe lo que cuestan las cosas

Lo llamativo es que la Casa Blanca sabía mejor que nadie lo que iba a pasar, pero aun así ha seguido adelante con su plan. Probablemente, porque los vendedores de humo no saben hacer otra cosa que confiar en sus habilidades para manipular a la opinión pública prometiendo a los estadounidenses una nueva edad de oro. Trump, en este sentido, ha chocado con los intereses económicos de sus propios votantes.

Esto es así porque su equipo de manipuladores no ha calculado de manera correcta (aunque no son más que subaltermos de Trump) que las tensiones geopolíticas y los aranceles han estresado las relaciones internacionales al máximo --incluso entre los aliados históricos- y no solo afectan a los mercados financieros, sino que también generan preocupación entre los consumidores, aunque no tengan participaciones en los mercados. Obviamente, porque afectan a sus intereses económicos.

El gran mentiroso

El BCE, por ejemplo, ha acreditado que las expectativas de los hogares son muy sensibles a la duración de las guerras, lo que puede explicar que Trump dijera en su día que acabaría en 24 horas con el conflicto en Ucrania. Era un farol y ahora hasta amenaza con acabar la partida iniciada con Putin al descubrir el gran mentiroso que no tiene cartas, como le gusta decir al presidente de EEUU, que ve las relaciones internacionales como si fuera una timba de tahúres a bordo del Proud Mary navegando por el Mississippi. Entre otras razones, porque Moscú es aliado estratégico de Pekín y lo último que quiere Xi Jinping es un acuerdo mientras dure la confrontación arancelaria con Washington, es su forma de presión. El arma para hacer descarrilar los planes de la Casa Blanca.

La Universidad de Yale calcula que las políticas de Trump podrían costarle a la familia promedio casi 5.000 dólares al año a corto plazo

Es más, la desconfianza entre muchos votantes de Trump crece porque los consumidores asocian los conflictos más prolongados con unas perspectivas económicas menos favorables, tanto para la economía en general como para sus hogares en forma de inflación o, incluso, a través del canal de aprovisionamiento de bienes domésticos, y ahí las exportaciones chinas son clave. Las restricciones de oferta de la pandemia están todavía demasiado cerca y los consumidores no lo van a olvidar fácilmente. El Laboratorio de Presupuesto de la Universidad de Yale, por ejemplo, ha estimado que la guerra arancelaria desatada por la Casa Blanca ya estaría "perjudicando a los agricultores, destruyendo pequeñas empresas, ahuyentando a los consumidores y frenando la inversión industrial". Calcula, en concreto, que podría costarle a la familia promedio casi 5.000 dólares al año a corto plazo.

No puede sorprender, por lo tanto, que, según Gallup, Trump haya cerrado el primer trimestre de su segundo mandato con un índice de aprobación de su gestión del 45%, muy por debajo del que obtuvieron (60%) todos los demás presidentes electos posteriores a la II Guerra Mundial. Trump, en definitiva, está ganando la batalla cultural a base de mentiras, pero está perdiendo la batalla económica porque el consumidor sabe lo que cuestan las cosas y conoce mejor que nadie lo que significa perder el empleo. Al gran manipulador se le acaban los argumentos. Votar con el corazón no es lo mismo que hacerlo con la cartera.

El interés de los economistas sobre cómo influyen las expectativas de los consumidores en sus decisiones de gasto viene de lejos. Pero fue en los años 70, a partir de los trabajos de Robert Lucas (1937-2023), cuando se popularizó entre ellos el concepto 'expectativas racionales' para explicar el comportamiento de ciertas economías. Entre otras razones, por el enorme peso que tiene el consumo privado en la evolución del PIB (por encima del 55% en la mayoría de los países).

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