:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2Fd96%2Ff25%2F0cb%2Fd96f250cb2075845fcf296c64922ac95.png)
Mientras Tanto
Por
Guerra y paz: lo que esconde el pujante militarismo keynesiano
Trump nunca ha ocultado sus cartas. Lo que quiere es que Europa gaste más en defensa, pero sabe mejor que nadie que eso pasa por incrementar exponencialmente los pedidos a EEUU, que es el único país con capacidad de suministro
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F97f%2F3b9%2F1ba%2F97f3b91ba023fe3d7a65e523b2adcaeb.jpg)
Donald Trump suele presumir de pacifista. Argumenta que durante su primer mandato ha sido el único presidente de EEUU que no metió a su país en una guerra. Es probable, sin embargo, que también sea el más militarista, aunque parezca una contradicción.
Esto es así porque Trump, en línea con la tradición aislacionista de los republicanos, entiende las relaciones diplomáticas como si formaran parte de una negociación mercantil, haciendo buena la célebre sentencia de Lord Palmerston cuando decía que los países no tienen aliados permanentes, sino intereses permanentes.
EEUU lo demostró al final de la Gran Guerra, cuando se opuso a suscribir el Tratado de Versalles y a la creación de la Sociedad de Naciones. Las denominadas reservas Lodge (nombre del senador republicano Henry Cabot Lodge) fueron la primera ocasión en que EEUU asumió un enfoque mercantilista de la defensa. El presidente Wilson no quería obligar a su país a intervenir en un conflicto armado entre europeos, pero, como potencia emergente, seguiría teniendo como aliados a los europeos, que de esta manera continuarían comprando los bienes y manufacturas que por entonces fabricaba EEUU de forma abundante. Sólo cuando Europa estuvo con el agua al cuello, en ambas contiendas, EEUU decidió intervenir para decantar la guerra en favor de sus aliados.
No puede sorprender, por lo tanto, que un nacionalista como es Donald Trump haya mirado al pasado, como le gusta hacer cuando recuerda al presidente McKinley. Esto explica que Washington haya pedido a sus aliados en la OTAN que eleven el gasto militar hasta el 5%. También ha reclamado a Japón, su principal aliado en Asia, que lo incremente hasta el 3,5%, lo que ha enfurecido a Tokio, que incluso ha cancelado una reunión con Washington como señal de protesta.
Si Europa aumenta el gasto militar tendrá que comprar la mayor parte de los pedidos a EEUU que es quien tiene suficiente producción
En ambos casos, la principal derivada es la misma: si Europa y Japón aumentan el gasto militar tendrán que comprar la mayor parte del armamento a EEUU ante la incapacidad de sus industrias nacionales para producir armamento en esa cuantía en unos plazos tan cortos como los que exige Washington. Los 23 Estados miembros de la UE que también pertenecen a la OTAN gastaron el año pasado en defensa el 1,99% de su PIB, lo que significa que faltan otros tres puntos que habría que recorrer en apenas una decena de años. No es de extrañar que empresas de armamento estadounidenses, como Lockheed Martin, hayan anunciado su interés en cooperar con las europeas a la vista de que se abre un gran mercado para sus intereses.
Hoy, hay que recordar, la Unión Europea importa el 78% de su armamento, y de ese porcentaje un 63% procede EEUU, cuya cuota de mercado en la venta de equipamiento militar, pese a la cacareada autonomía estratégica, lejos de disminuir, sigue creciendo (un 52% en el periodo 2015-19). Los países europeos de la OTAN han recibido más de 150 aviones de combate y más de 60 helicópteros de combate estadounidenses en los últimos cinco años y, a finales de 2024, tenían pedidos para otros 472 aviones de combate y 150 helicópteros de combate.
Razones políticas
¿Por qué razón esta dependencia? Como muchos analistas han señalado, por razones políticas. Los gobiernos europeos, al comprar armamento de EEUU, que aprovecha mejor que Europa las economías de escala al disponer de una industria militar integrada, esperan fortalecer sus relaciones comerciales y políticas con Washington, especialmente en el ámbito de la seguridad. Hay que tener en cuenta que la adquisición de aviones y helicópteros de combate crea relaciones a largo plazo porque esos aviones permanecerán en servicio durante décadas y es necesario mantener buenas relaciones con el productor para poder garantizar su mantenimiento y modernización. Es decir, son contratos a muy largo plazo dotados con tecnología que carece de alternativas. Sólo el 18% de las adquisiciones se realizan de forma conjunta entre los socios europeos. EEUU, de esta manera, se garantiza que Europa será dependiente militarmente de Washington durante al menos dos generaciones.
Es sabido que la Estrategia Industrial de Defensa Europea (EDIS, por sus siglas en inglés) establece diversos objetivos para fortalecer el mercado interno, incluyendo que el 50% de las adquisiciones sean intraeuropeas para 2030. Pero la fragmentación del mercado, las duplicidades y la falta de economías de escala siguen siendo desafíos importantes.
Los procesos de concentración en la industria de defensa europea son inexistentes y el aumento del gasto militar se hace con criterios nacionales, no europeos. La ausencia de cooperación transfronteriza, salvo el caso Airbus, es clamorosa. Gastar más o gastar mejor, ese es el debate. Falta mucho para que una combinación de mercados integrados y una mayor escala de las adquisiciones pueda llevar a una reducción a la mitad de los costes unitarios, lo que significa que mientras tanto Europa (si acepta el 5%) tendrá que seguir comprando en EEUU, que es lo que quiere Trump.
Trump puede gustar o no, pero habla claro, y ha dicho que a cambio de no subir los aranceles hay que comprarle gas, crudo y armas
¿Qué quiero decir con esto? Sin más integración económica y, sobre todo, política, una de las piezas fundamentales de la autonomía estratégica, la defensa común europea, se cae. Hoy, de hecho, es impensable un mando único en políticas de defensa, como sí tienen Rusia, EEUU y, por supuesto, China. Cada Gobierno quiere tener el control de su propio ejército.
¿Por qué? Por algo muy sencillo. Un país se define por tener un Gobierno, unas fronteras, normalmente una lengua común y, por supuesto, por tener un ejército propio. Sin ejército no hay nación, y nadie quiere dejar de ser una nación. Francia, por ejemplo, tiene cero interés en poner a disposición de la UE su armamento nuclear, como Reino Unido o, incluso, Alemania por otras razones.
Berlín busca reconvertir parte de su industria automovilística, ahora en crisis, en fábricas militares, lo que permitiría garantizar el empleo y aprovechar mejor las tecnologías de doble uso, tanto en el plano civil como el militar. El mayor fabricante de armas europeo, la empresa alemana Rheinmetall, ha anunciado que va a reorganizar sus instalaciones de Berlín y Neuss, que hasta ahora fabricaban piezas de automóvil, para producir municiones y otros productos de defensa.
Sin ejército no hay nación, y nadie quiere dejar de serlo. Francia tiene cero interés en ceder a la UE su armamento nuclear
Algo parecido a lo que ha hecho Corea del Sur, convertido en uno de los grandes proveedores de armas a Europa. El problema es que el proceso es lento y Washington aprieta porque el interés de Trump es aprovechar el actual contexto geopolítico para meter presión y consolidar la base industrial de su país. Trump puede gustar o no, pero habla con claridad, y ha dicho que a cambio de no elevar los aranceles hay que comprar a EEUU gas, petróleo y armamento, en particular para fortalecer su industria de defensa.
Keynesianismo militar
Hay quien ha llamado a esta nueva carrera armamentística keynesianismo militar. Es decir, utilizar los recursos públicos para estimular la economía, pero en esta ocasión priorizando el gasto militar frente al uso civil. En el caso de EEUU, el keynesianismo vendría de forma indirecta, ya que obligaría a Europa a gastar en los próximos años más de medio billón de euros adicionales en armamento.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F85f%2F1b6%2Fbda%2F85f1b6bda7cc72065b5945851ddbb507.jpg)
En realidad llueve sobre mojado. Según datos del SIPRI, el instituto sueco para la paz, el gasto acumulado de los miembros europeos de la OTAN durante el último decenio superó los 3,15 billones de dólares, mucho más que el de Rusia. Europa, de hecho, ya cuenta con 1,47 millones de hombres y mujeres uniformados, lo que supone más tropas en servicio activo que Rusia.
Hoy los Estados miembros gastan unos 326.000 millones de euros que en buena medida nutren las arcas de la industria de defensa de EEUU, que sería la gran beneficiada en este proceso de rearme. De ahí las prisas de Trump ante un deterioro evidente de su situación presupuestaria. No hay que olvidar que el 43% de las exportaciones de armas en el mundo tienen su origen en EEUU, que es el gran fabricante mundial. Lo que hace la retórica de Trump es alimentar este mercado en la medida que periódicamente amenaza a los países de la OTAN con la suspensión de facto del artículo cinco del Tratado, que obliga a intervenir en caso de un conflicto armado. Claro está, salvo que se compren armas a EEUU. Eso es lo que esconde el 5%.
Donald Trump suele presumir de pacifista. Argumenta que durante su primer mandato ha sido el único presidente de EEUU que no metió a su país en una guerra. Es probable, sin embargo, que también sea el más militarista, aunque parezca una contradicción.