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Mientras Tanto
Por
Europa retrocede una década arrastrada por la peor generación de políticos
Los halagos de hoy son la humillación del futuro. Como alguien ha dicho, enfrentarse a Trump conlleva riesgos significativos, pero también los conlleva comprar sin más la salida que quiere la Casa Blanca
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Fue en noviembre de 2016 cuando el Consejo Europeo utilizó por primera vez en unas conclusiones la expresión ‘autonomía estratégica’ para referirse, de una manera un tanto prolija, a la “capacidad para actuar de manera autónoma, cuando y donde sea necesario, y en la medida de lo posible, con los países asociados”.
El término, sin embargo, se había puesto ya en circulación unos años antes, pero referido específicamente a la industria militar, muy dependiente de EEUU. De hecho, el objetivo de la autonomía estratégica era encontrar un espacio propio en la política de defensa, demasiado dependiente de Washington desde que los países fundadores, por la oposición de Francia cuando todo estaba hecho, renunciaron en los años 50 a poner en marcha una comunidad europea de defensa.
Como el término tuvo éxito, la autonomía estratégica, espoleada por la pandemia, se amplió a otras materias, como la energía, la producción de bienes de primera necesidad o las materias primas y los minerales críticos, lo que explica que en la última década la producción normativa de la UE haya sido abundante. Se aprobó, incluso, un instrumento legal contra la coerción que pudiera ejercer un país contra los intereses de los europeos en aras de liquidar su autonomía. Aunque la norma estaba pensada para China, lo paradójico es que Pekín ha sido respetuosa y un presunto aliado, como es EEUU, ha ejercido el chantaje. La propia Ursula von der Leyen, muy ufana, llegó a proclamar que la Comisión que ella presidía era de carácter geopolítico, no un simple aparato administrativo.
Todo ese esfuerzo se ha diluido en apenas seis meses. En concreto, desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Las instituciones europeas, desde luego el Consejo y la Comisión, son hoy un barco a la deriva que ha liquidado la pretendida autonomía estratégica en apenas 180 días.
Aunque la norma estaba pensada para China, Pekín ha sido respetuosa y un presunto aliado, como es EEUU, ha ejercido el chantaje
Europa se ha comprometido por escrito —sin decir cómo lo va a hacer— a comprar hidrocarburos por 750.000 millones de dólares. Igualmente, a invertir 600.000 millones en tres años en sectores estratégicos de EEUU (industria militar) y a comprar hasta 40.000 millones de dólares en chips diseñados para la inteligencia artificial. Europa, incluso, ha aceptado alinear su seguridad tecnológica con EEUU, lo que le convierte en un apéndice incompatible con la autonomía estratégica que pomposamente declara, además de revisar a la baja sus normas medioambientales (lucha contra la deforestación) y revisar la política de protección de los derechos humanos en las filiales de las grandes multinacionales (diligencia debida).
De la misma manera, abre sus puertas de par en par a los productos industriales y agrícolas de EEUU sin recibir nada a cambio, rompiendo el principio de la reciprocidad que impera en el comercio internacional. Por el contrario, sus exportadores tendrán que pagar un arancel del 15% y en algunos casos (acero y aluminio) del 50%. Todo esto, hay que decir, sin dar la batalla.
La claudicación
La imagen humillante de media docena de líderes europeos entregados en el despacho oval a la causa de Trump a cuenta de Ucrania es el mejor resumen de una claudicación histórica que sitúa a Europa —lejos de la cacareada autonomía estratégica— como un espacio político servil ante la metrópoli. Nunca antes Europa había renunciado a usar de una manera tan diáfana su poder económico y político —casi 500 millones de habitantes y alrededor del 17% del PIB mundial— en un mundo cada vez más agresivo en el que dos superpotencias luchan de forma cada vez menos velada por ganar influencia en el planeta.
La imagen humillante de media docena de líderes europeos entregados a Trump es el mejor resumen de una claudicación histórica
Las causas de este entreguismo son múltiples, pero probablemente hay que encontrar las raíces de la rendición en que pocas veces ha coincidido en el tiempo una generación de políticos, desde luego en los países obligados a liderar el proyecto europeo, tan poco adecuado para este momento histórico. El canciller Merz, un político sin carisma que acaba de llegar, está atrapado por la historia política y económica de su país (Gaza y las exportaciones dirigidas a EEUU) y Meloni es un mero apéndice de Trump en Europa junto a Orbán. Macron está de salida y Sánchez lidera un país que hace tiempo que perdió capacidad de influencia real en política exterior. Igualmente, los países del Este, en particular Polonia y los bálticos, son prisioneros del devenir de la guerra en Ucrania, lo que en última instancia los ha convertido en rehenes de Washington. Cualquier amenaza de EEUU de retirar su ayuda a Ucrania dejaría a esos países en la angustia más absoluta, lo que explica que siempre dirán sí a todo lo que venga de la Casa Blanca.
Por si esto fuera poco, los populismos de derechas –aliados de Trump— se han incrustado en la política europea con una potencia cada vez mayor, lo que en última instancia ha contribuido a crear un panorama desolador. Hasta el mito de que Europa emerge en la crisis se ha diluido.
Ninguneada en las negociaciones sobre el fin de la guerra en Ucrania y acomplejada por razones históricas para responder a Israel por sus impunes matanzas en Gaza, el viejo continente ha perdido toda capacidad de iniciativa en política exterior e interior. Como ha dicho este viernes Mario Draghi, cuyo informe es hoy papel mojado, durante años la Unión Europea creyó que su tamaño económico le otorgaba poder geopolítico e influencia en las relaciones comerciales internacionales, pero este año 2025 “será recordado como el año en que esta ilusión se desvaneció”.
Un continente postrado
Europa, para la Administración Trump, no es más que un continente postrado y para China es sólo un mercado. La pérdida no es sólo económica, sino, sobre todo, geopolítica en la medida en que se ha demostrado que Europa es un tigre de papel que hoy sufre silente el chantaje estadounidense a propósito de Ucrania, lo que condiciona su capacidad de reacción. Probablemente, porque en su día, en tiempo de Biden, no supo construir una estrategia de negociación con Putin a la que hoy asiste de forma sumisa. Nunca llevó la iniciativa. Precisamente, porque EEUU es quien más se ha beneficiado de la continuidad del conflicto: venta masiva de armas y energía y un nuevo enfoque de seguridad que le descarga de antiguas responsabilidades, obligando a los países de la OTAN a gastar más en su industria de armamento.
Como ha señalado Adam Posen, presidente del influyente Instituto Petersen de Economía Internacional, no estamos ante un cambio en la correlación de fuerzas entre EEUU y Europa, sino ante un escenario en el que Trump está en trance de liquidar los cimientos del orden multilateral nacido con posterioridad a Bretton Woods.
Europa, para la Administración Trump, no es más que un continente postrado y para China es sólo un mercado
Trump, de hecho, ha transformado en su segundo mandato el rol de EEUU en el mundo, que de ser una póliza de seguro para las democracias liberales en términos de defensa o de seguridad jurídica para la inversión internacional, se ha transformado en una nación que busca ahora las ganancias, los réditos, de ese aseguramiento. Y esto sucede, precisamente, como ha escrito el propio Posen, cuando EEUU se ha cobrado ya enormes beneficios por su labor histórica de aseguramiento: préstamos a largo plazo a precios irrisorios para financiar su deuda: una inversión extranjera desproporcionadamente alta en las grandes corporaciones de EEUU; una adhesión casi global a las normas técnicas y legales que favoreció a los productores estadounidenses; la dependencia absoluta de su sistema financiero para la gran mayoría de las transacciones y reservas globales de divisas; el cumplimiento de las iniciativas de Washington sobre sanciones; pagos para el mantenimiento de tropas estadounidenses en Europa; una dependencia generalizada de la industria de defensa; y, lo mejor de todo, un aumento sostenido del nivel de vida estadounidense.
Sin duda que ese cambio de posición es legítimo. Lo singular, sin embargo, es que Europa haya aceptado el nuevo rol de EEUU de manera pasiva y entregándose con armas y bagajes a las primeras de cambio, cuando el principal perjudicado va a ser la propia Europa, que, de alguna manera, ha renunciado a ser una potencia global con voz propia. Ni China ni EEUU, al menos en el corto plazo, sufrirán; sólo Europa, que, tras la rehabilitación de Putin en Alaska, tendrá que convivir con una Rusia fortalecida. Con un factor añadido.
Trump no es de fiar y en cualquier momento puede revisar lo que de manera mansa y hasta bochornosa ha negociado von der Leyen presionada por los gobiernos nacionales. Los halagos de hoy son la humillación del futuro. Como alguien ha dicho, enfrentarse a Trump conlleva riesgos significativos, pero también los conlleva comprar sin más la salida que quiere la Casa Blanca. Es decir, asumir que Europa pierde toda iniciativa en política exterior y, potencialmente, la posibilidad de construir alianzas y asociaciones con socios más pequeños que el nuevo EEUU de Trump, pero más fiables.
Fue en noviembre de 2016 cuando el Consejo Europeo utilizó por primera vez en unas conclusiones la expresión ‘autonomía estratégica’ para referirse, de una manera un tanto prolija, a la “capacidad para actuar de manera autónoma, cuando y donde sea necesario, y en la medida de lo posible, con los países asociados”.