Todavía es pronto para sacar conclusiones que no sean precipitadas, pero parece evidente que lo que diferencia a Meloni y Milei de Trump y Bukele, es la existencia de una sistema parlamentario fuerte capaz de limitar el abuso de poder
Milei, su hermana y mano derecha Karina y Giorgia Meloni en la inauguración de Trump. (Reuters)
Son cuatro realidades distintas, pero Trump, Milei, Meloni yBukele —la lista puede ampliarse— tienen en común que ya ejercen el poder, no son una expectativa. Lo que les une, igualmente, es el carácter disruptivo de su propuesta política. Todos, hay que advertir, han llegado al poder mediante procesos democráticos, y su manera de ejercer el poder es muy diferente en función de las características de los sistemas constitucionales de sus respectivos países y de la propia personalidad de cada uno de los líderes.
Lo que también les une es que son la avanzadilla de un movimiento que tiene ya un carácter global. En Francia, en Alemania, en Portugal o Reino Unido, también en España, emerge con fuerza una derecha radical con tendencia a imitar a quienes ya están en el poder, en particular copiando la estrategia de comunicación política de Trump, desde luego en el caso de Vox. La Casa Blanca es hoy el laboratorio de ideas —aquellos viajes que hizo Steve Bannon por Europa durante el primer mandato de Trump han dado resultados– que alumbra la forma de hacer política de los distintos populismos.
También les une que crecen a costa de la hegemonía histórica de los partidos tradicionales, al menos desde 1945. En muchos países los partidos socialdemócratas han sido devorados por la derecha radical, pero en un horizonte cada vez más cercano están ya los partidos de centro-derecha.
En Francia, los conservadores son ya irrelevantes; en Reino Unido, el viejo partido de Thatcher y Churchill está siendo arrinconado por la extrema derecha xenófoba que impulsó el Brexit y en Alemania AfD es algo más que una amenaza para la CDU/CSU, como se ha visto en las recientes elecciones en el estado más poblado del país, donde han triplicado su base electoral. En EEUU el viejo partido republicano de Lincoln o de Reagan es ya una caricatura de sí mismo y el PP, en España, es incapaz de crecer electoralmente por el auge de Vox. Se puede decir, de hecho, que está de moda votar a los populismos, aunque ello suponga un retroceso histórico en términos de derechos sociales y políticos.
Patrones comunes
Lo que se sabe hasta ahora es que la forma de gobernar de la derecha radical que ha alcanzado el poder es muy diferente, aunque hay patrones comunes. Sobre todo, en relación a la industria del conocimiento. Las universidades, los medios de comunicación tradicionales, los que en otra hora se llamaban "quality papers", y el pensamiento científico son el enemigo a derribar. Precisamente, porque desmontan muchas de sus absurdas teorías.
La estrategia ofrece pocas dudas. De lo que se trata es de sustituir la luz de la ilustración (el viejo aforismo kantiano sapere aude!) por lo que muchos han llamado "saber oscuro" fruto de una manipulación grosera de los hechos a través de la utilización de las nuevas tecnologías de la información. Desde luego no es casual el apoyo de las grandes tecnológicas a Trump como el político que protege sus intereses o que el propio presidente de EEUU se comunique con los ciudadanos directamente, sin intermediarios, a través de su red social,lo que además de ser políticamente rentable es lucrativo. En definitiva, la consolidación de un proceso de desintermediación social —el mundo cripto se presenta como una alternativa a los bancos centrales— que favorece los mensajes crudos, sin matices.
No se puede hablar, en todo caso, de una forma de gobernar uniforme. Mientras Trump, con su estilo intimidatorio a la hora de hacer política —ahí está la negociación de los aranceles— está poniendo a prueba la democracia estadounidense con comportamientos claramente autoritarios, el despido de Jimmy Kimmel de la ABC es puro macartismo; Meloni, la primera ministra italiana, dejó bien claro desde su primer discurso que no tenía interés en cuestionar los principios esenciales de Europa. Nuestro objetivo, dijo, "no es ralentizar ni sabotear la integración europea, sino ayudar a encaminarla hacia una mayor eficacia en la respuesta a las crisis". La política antiinmigratoria de la primera ministra italiana, de hecho, dista mucho del estilo camorrista de Washington convirtiendo las redadas a inmigrantes en un espectáculo de televisión. Meloni, de hecho, es hoy tan convencional, con sus matices, como cualquier otro líder europeo.
Milei, por su parte, con un estilo propio, no ha atacado los cimientos de la democracia política argentina y, de hecho, sufre reveses en el parlamento porque su movimiento no cuenta con los votos suficientes para sacar adelante sus reformas radicales, sino que su discurso disruptivo busca disolver el histórico papel del Estado como garante de la cohesión social. O, en sus propias palabras, el objetivo es liquidar lo que llama “la intromisión del estado paternalista”. En todo caso, está limitado por el parlamento y, sobre todo, por el FMI, que es el principal acreedor (Argentina, de largo, es el país que más dinero adeuda al Fondo).
El salvadoreño Bukele, por su parte, ha construido su liderazgo en contra de los derechos humanos a partir de una concepción del Estado no como un instrumento para resolver el conflicto social mediante reglas, sino como agente represor, pero sin cuestionar las causas de la elevada delincuencia en su país, y que Eduardo Galeano identificó con precisión en un libro imprescindible. “Los salvadoreños que suministran algodón a los industriales textiles de Japón consumen menos calorías y proteínas que los hambrientos hindúes”, escribió el periodista uruguayo. ¿Las causas? Un pequeño país en manos de un puñado de familias oligárquicas en el que el cultivo del café obligaba a comprar en el exterior frijoles, única fuente de proteínas para la alimentación del pueblo, cuando anteriormente producía maíz u hortalizas.
Las diferencias
Todavía es pronto para sacar conclusiones que no sean precipitadas, pero parece evidente que lo que diferencia a Meloni y Milei de Trump y Bukele, es la existencia de un sistema parlamentario fuerte capaz de limitar el abuso de poder. EEUU, históricamente, lo ha tenido, pero las órdenes ejecutivas de Trump han acabado por vaciar de contenido la labor de las dos cámaras. Entre otras razones, porque el control absoluto del Tribunal Supremo por parte del presidente de EEUU hace que en la práctica la separación de poderes se encuentre seriamente dañada.
Meloni, por el contrario, aunque tenga mayoría absoluta, está obligada a cumplir con las reglas de la Unión Europea, que es en última instancia el mejor instrumento para sofocar las tentaciones del populismo radical. De hecho, pese a su cercanía a Trump y Elon Musk —fue la primera en visitar la Casa Blanca— ha sabido mantener cierta distancia con el presidente de EEUU demostrando que es verdad eso de lamanca finezzaque un día reclamó Andreotti para la política española. Poco queda de aquella etapa en la que Fratelli d'Italia, su partido, ganaba votos atacando duramente a los burócratas de Bruselas al mismo tiempo que reclamaba desmantelar la eurozona.
La conclusión es obvia. La mejor medicina contra los populismos radicales es el fortalecimiento del parlamento como la casa común de los demócratas. Pero no entendido como una batalla campal, sino como el espacio de entendimiento para evitar que los mensajes apocalípticos calen entre ciudadanos que a la desesperada encuentran respuestas en soluciones simplistas que en realidad son un fraude.
En la medida que los nuevos populismos se vayan consolidando, se observarán sus carencias. Es sólo cuestión de tiempo esperar los resultados. Lo que sabemos es que la decadencia de EEUU respecto del conjunto del planeta no se frena con políticas autárquicas o que proyectos como el Milei empiezan a hacer aguas porque la realidad es más compleja que una lectura apresurada de los santos anarco-liberales.
Son cuatro realidades distintas, pero Trump, Milei, Meloni yBukele —la lista puede ampliarse— tienen en común que ya ejercen el poder, no son una expectativa. Lo que les une, igualmente, es el carácter disruptivo de su propuesta política. Todos, hay que advertir, han llegado al poder mediante procesos democráticos, y su manera de ejercer el poder es muy diferente en función de las características de los sistemas constitucionales de sus respectivos países y de la propia personalidad de cada uno de los líderes.