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Feijóo, Aznar y la Eroica de Beethoven
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Feijóo, Aznar y la Eroica de Beethoven

Feijóo lo ha fiado todo a la corrupción, lo que en última instancia supone entregar un amplio espacio político a Vox. Como le dijo Aznar este jueves, leer historia ayuda a entender el presente y normalmente tiene premio

Foto: Feijóo, junto a Aznar, en la presentación de su último libro. (EFE/Sergio Pérez)
Feijóo, junto a Aznar, en la presentación de su último libro. (EFE/Sergio Pérez)
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Beethoven irrumpe en la política española. Lo recordó Aznar este jueves en la Fundación Rafael del Pino ante el todo Madrid conservador. Cuando Beethoven hacía frente a su creciente sordera, su principal inspiración fue la figura de Napoleón Bonaparte, a quien el genial músico decidió dedicar inicialmente la Eroica, su tercera sinfonía. Beethoven, como la élite culta de su tiempo, consideraba al corso como el salvador de una Europa ya por entonces decadente tras la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico, pero cuando conoció que se había proclamado emperador decidió eliminar su nombre de la dedicatoria.

La sinfonía Bonaparte pasó a llamarse la Eroica (o la Heroica, como se prefiera), y el destinatario fue un aristócrata del imperio Habsburgo, el príncipe Joseph Franz Maximilian von Lobkowitz, entonces un gran mecenas de la música y amigo de Beethoven. A otro noble, el conde Moritz von Fries le dedicó años más tarde su séptima sinfonía, precisamente cuando una coalición de países liderada por los Habsburgo derrotó a Napoleón en la batalla de Leipzig, que marcó el final de su escapada por el continente.

"Alimentar la frustración es llevar al país a un callejón sin salida", dijo Aznar con la contundencia que le caracteriza

Aznar rescató estos acontecimientos ante la mirada atenta de Feijóo. ¿Qué pretendía? Nada menos que justificar los cambios de posición por razones históricas, y parece evidente que el mensaje estaba dirigido a la calle Génova, que ha fiado toda su estrategia política a demostrar la presunta corrupción del poder socialista. Todavía, hay que decir, con parcos resultados desde el punto de vista penal.

“Alimentar la frustración es llevar al país a un callejón sin salida”, dijo Aznar con la contundencia que le caracteriza, “y si no hay materiales para una moción de censura, pues habrá que esperar a las elecciones. Alimentar la frustración es alimentar posiciones extremistas”. Palabra de Aznar.

Parece evidente que a Feijóo, tres años y medio ya al frente del Partido Popular, se le está haciendo larga la legislatura. Ha puesto todos los huevos en la misma cesta, y ante la falta de resultados —Pedro Sánchez será pronto el segundo presidente del Gobierno con más años en el poder desde la recuperación de la democracia, sólo por detrás de González— empieza a correr un runrún por los pasillos del poder conservador. Entre otras razones, porque por medio se le ha cruzado un hecho inesperado. No tanto por la novedad, sino por su intensidad disruptiva.

El muro de contención

El regreso de Trump a la Casa Blanca ha dado alas al populismo ultraconservador, representado en España por Vox y sus conmilitones, pero, al mismo tiempo, es el asidero al que se agarra Sánchez para seguir gobernando. Moncloa ha diseñado toda su estrategia política para aparecer ante la opinión pública como el muro de contención de la extrema derecha, lo que en la práctica estrecha el margen de maniobra de Feijóo para hacer política.

El presidente del PP no puede enfrentarse a campo abierto a Abascal porque una parte de su poder autonómico depende de Vox (Mazón abrió el camino y hoy es su peor pesadilla), pero tampoco está en condiciones de recuperar posiciones más centradas porque dejaría espacio a la extrema derecha. Entre otros motivos, porque eso le llevaría a confrontar con Ayuso, que ya sin tapujos disputa el mismo espacio político a Vox con mensajes calcados unos de otros. Ambos inspirados en lo que viene del otro lado del Atlántico, que es el laboratorio de ideas que nutre al populismo en Europa.

Cuando se sobreactúa diciendo que todas las instituciones del poder socialista son corruptas, pierde la democracia

El problema de Feijóo, con todo, es que cambiar de caballo en medio de la legislatura no es fácil. Si afloja en la denuncia de la corrupción, por ejemplo dedicando la sesión de control de los miércoles a otros asuntos, se puede interpretar como una especie de indulto a Sánchez, pero si insiste con el monotema está creando el caldo de cultivo necesario para que crezca Vox. Ya se sabe que cuando se sobreactúa diciendo que todas las instituciones del poder socialista son corruptas, quien al final pierde es la propia credibilidad de la democracia. Sólo hay que leer algunos libros de historia, de esos que recomendó Aznar en su coloquio con el periodista Jorge Bustos, para llegar a esa conclusión. Los años 20 y 30 del siglo pasado fueron el epítome de lo que significó la liquidación de muchas instituciones en un corto periodo de tiempo.

Feijóo, además, es víctima de sus propias prisas y de su ansiedad política. Sus estrategas de Génova, e incluso él mismo, nunca han tenido en cuenta que en la política española lo más frecuente es estar dos legislaturas en la oposición para poder gobernar. Ese fue el tiempo que necesitaron González, el propio Aznar y Mariano Rajoy para llegar a la Moncloa, pero Feijóo, casi desde el primer día, probablemente por lo abrupta que fue la caída de Casado, quiso dar la sensación de que Sánchez estaba a punto de colapsar atrapado por infinitos casos de corrupción. No ha sido así. Hasta el punto de que ha hecho buena la célebre frase de Andreotti: lo que desgasta es estar en la oposición, no el ejercicio del poder.

Esas prisas por descabalgar a Sánchez están en parte justificadas porque en su propio partido sigue inmaculada electoralmente la ‘vía Ayuso’, que incorpora una subida general de los decibelios políticos como si fuera el Bernabéu, algo que incomoda al propio Feijóo, que llegó de Galicia reclamando política para adultos y hoy habla más de prostitutas que de pensiones. Las prisas, además, le han llevado a aparecer ante los propios dirigentes de su partido como un candidato de una sola bala. O todo o nada. Es decir, si no puede gobernar después de que Sánchez convoque elecciones, no tendrá más oportunidades (las elecciones de 2023 le pillaron apenas un año como presidente del PP), lo cual es un hándicap para cualquier candidato, y buena parte del partido lo sabe.

Balón de oxígeno

Esto hace que el desgaste intrínseco que incorpora el poder cambie de bando. La presión, paradójicamente, la recibe el jefe de la oposición y no quien está gobernando, lo que en última instancia es un balón de oxígeno para Sánchez, que puede jugar políticamente con la idea de la debilidad interna de Feijóo en su partido. Y es que en política tan importante es construir argumentos para acceder al poder como gestionar correctamente los tiempos, y sólo hay que comprobar la calamidad que ha supuesto para Feijóo su apoyo a Mazón. Ahora intenta rectificar poniendo a trabajar a los dirigentes del PP valenciano, como si no fuera con él, para descabalgar a Mazón en las próximas elecciones, pero es probable que ya sea demasiado tarde. Alguien en Génova pensó que el tiempo borraría la catastrófica gestión de las inundaciones por parte de la Generalitat, pero obviamente nadie puede olvidar dos centenares largos de muertos. A Zapatero también le superó la administración del tiempo y en lugar de reconocer la crisis económica cometió el mayor error de sus dos legislaturas.

Las prisas de Feijóo le han llevado a aparecer ante los propios dirigentes de su partido como un candidato de una sola bala

La literatura política está llena de ejemplos en los que cuando un partido alcanza el poder no suele hacerlo por su labor de oposición, sino más bien por el desgaste natural de quien está en el Gobierno, muchas veces con errores no forzados. El desgaste que está sufriendo en Andalucía Juanma Moreno a cuenta de los cribados es un buen ejemplo. Pero para que ese desgaste llegue se necesita tiempo del que no ha podido o no ha querido disfrutar Feijóo, a quien le entraron las prisas desde el primer día. Hasta el punto de que se ha convertido en un aliado involuntario de Sánchez, que crece en el ámbito de la izquierda a medida que la confrontación con Feijóo escala en el ruido político. El presidente del Gobierno, de hecho, va a conseguir comerse a buena parte de su izquierda en un fenómeno parecido al que sucedió en 1982 y 2008.

Este escenario es, precisamente, el que ha impedido que Feijóo se centre en algunos asuntos que podrían haber contribuido al desgaste de Sánchez, como la vivienda, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios o el deterioro del funcionamiento de algunas infraestructuras del Estado. Todo, por el contrario, lo ha fiado a la corrupción, lo que en última instancia supone entregar ese espacio político a Vox, que, como ocurre en otros países, pretende aparecer como el partido que defiende a los trabajadores: agricultores, transportistas o los asalariados más expuestos a la competencia extranjera. Vox, es más, con no hacer nada gana votos.

Estrechar el campo de juego político suele salir caro. Sobre todo si al mismo tiempo se hace política de tierra quemada presentando la situación de España casi como si fuera un Estado fallido o, incluso, cuestionando la legitimidad del poder que dan las urnas representadas en el Congreso. No es de extrañar, por eso, que Abascal y los suyos (el líder de Vox está ayudando a crear verdaderos monstruos políticos a su derecha) construyan su discurso en torno a la idea de que el PP y el PSOE son lo mismo. Un argumento sin duda atractivo para muchos votantes, aunque sea completamente falso. Leer la historia, como recomendó Aznar, ayuda a entender el presente y normalmente tiene premio.

Beethoven irrumpe en la política española. Lo recordó Aznar este jueves en la Fundación Rafael del Pino ante el todo Madrid conservador. Cuando Beethoven hacía frente a su creciente sordera, su principal inspiración fue la figura de Napoleón Bonaparte, a quien el genial músico decidió dedicar inicialmente la Eroica, su tercera sinfonía. Beethoven, como la élite culta de su tiempo, consideraba al corso como el salvador de una Europa ya por entonces decadente tras la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico, pero cuando conoció que se había proclamado emperador decidió eliminar su nombre de la dedicatoria.

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