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Grexit. Capítulo MXCIX
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Begoña Villacís

Mirada Ciudadana

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Grexit. Capítulo MXCIX

Esto que estamos describiendo, señores, es el relato de una derrota, una lección que trágicamente habremos de aprender: la involución, recién traída de la mano del “progresismo”

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Primer hecho. Tsipras y compañía han acudido a la mágica fórmula de un referéndum, no a cualquier otra. Eligen legitimar su posición negociadora, exigen el perdón por pecados por cometer, tensan un poco más una cuerda que la solidaridad y el europeísmo han tornado asombrosamente elástica y, ya de paso, permiten a sus desconcertados ciudadanos, aunque sea por un segundo, una tarde, una noche, soñar que todavía pueden elegir.

El detalle no es baladí en un entorno donde la alarma y excepción han justificado la injerencia en la propiedad privada, donde es el Estado, y no uno, quien decide de cuánto y de cómo puede disponer de sus ingresos acorralados, donde en definitiva se ha perdido el derecho a trazar el propio destino. Uno básicamente puede elegir entre cobrar por banco o no, si es que a estas alturas alguien se hace esta pregunta.

Segundo hecho. Si existe un procedimiento que devuelva un resultado tan directo de la voluntad popular, ese es un referéndum, blanco o negro como respuestas (arriba abajo, izquierda o derecha, como se quiera); un ciudadano, un voto, y sin embargo, como en todo, los referéndums los carga el diablo.

Tercer hecho. El Estado retador, que es, a todas luces, quien parece tener la sartén por el mango, parece haber llegado a la conclusión de no tener nada que perder, algo que sin duda ofrece esa inexplicable aura de invulnerabilidad que rodea al portador de la voluntad popular, Mr. Tsipras. Su no es hoy el no de su pueblo. Ahora mira a sus vecinos europeos con cara de “te lo dije”, y no encuentra a nadie a la altura de su chulería, que a tal efecto le responda “peor para ti”.

La alarma y excepción han justificado la injerencia en la propiedad privada, en definitiva se ha perdido el derecho a trazar el propio destino

Conclusión: tres hechos, tres tensiones no resueltas para que nada haya cambiado. Un día, 60 euros, y a la cola. En la calle, breves destellos de euforia mojada en banderas griegas. Cientos de ciudadanos sienten haber optado por el orgullo patrio, por la dignidad, y la justicia, y sin embargo han respondido no a la siguiente pregunta: “¿Debe ser aceptado el borrador para un acuerdo de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, presentado el 25 de junio y que está formado por dos partes, resumidas en una sola propuesta? El primer documento lleva por título 'Reformas para completar del actual programa y más allá' y el segundo 'Análisis preliminar de sostenibilidad de la deuda'".

Adelantaba en el segundo hecho que algunos referéndums los carga el diablo. Referéndums de libro extraídos del “manual del referéndum cocinado”. Mire que sencillo a la par que efectista:

Primero, genere un ecosistema adecuado: una semana de incertidumbre y de caos, de miedo y desconfianza. Un de repente su banco de toda la vida cerrado en lunes, sus ahorros dentro. Un principio de racionalización: su dinero ya no es suyo, yo se lo suministro según considere que Vd. necesita.

Segundo, infecte Vd. a una sociedad de una paranoia preconcebida, aliméntela, empodérela.

¿Y ahora qué? Una recarga de soberanía adicional destinada a medirse con soberanías ajenas, un estéril tira y afloja en un sistema al borde del colapso

Tercero, guíe a su pueblo, tradúzcale a quien se encuentre lejos de entender la sinrazón, que en verdad está eligiendo si quiere seguir jubilándose anticipadamente a los 62 o no, si quiere defender el honor patrio o no, si quiere reformarse o negarse. Permítale por un momento la sensación de creerse dueño de su futuro. Procúrele ese espejismo, ese instante de alivio y fe, sea magnánimo a la vez que humilde, eríjase en mártir del sí, Mesías del no.

La cena está servida. Hoy toca precocinado, y ahora ¿qué?

Pues ahora nada. El continuará, una recarga de soberanía adicional destinada a medirse con soberanías ajenas (algo que nuestro indomable Tsipras parece olvidar), un estéril tira y afloja en medio de un sistema al borde del colapso, bancos que, exhaustos, ya no expenden billetes, el retorno al trueque, empleados públicos saldados con pagarés IOU, destinados a convertirse en la nueva moneda, quiebra de empresas, más paro, escasez…

Esto que estamos describiendo, señores, es el relato de una derrota, del descubrimiento de una mentira, del desengaño de un crecepelo, esto, señores, que ni la que les escribe ni, espero, los que lo lean, esperan ver, es la cruda realidad, una lección que trágicamente habremos de aprender: la involución, recién traída de la mano del “progresismo”.

Primer hecho. Tsipras y compañía han acudido a la mágica fórmula de un referéndum, no a cualquier otra. Eligen legitimar su posición negociadora, exigen el perdón por pecados por cometer, tensan un poco más una cuerda que la solidaridad y el europeísmo han tornado asombrosamente elástica y, ya de paso, permiten a sus desconcertados ciudadanos, aunque sea por un segundo, una tarde, una noche, soñar que todavía pueden elegir.

Alexis Tsipras