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Cataluña, un ejercito de lemmings
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Begoña Villacís

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Cataluña, un ejercito de lemmings

Puigdemont prolongará la tensión fría de estos últimos días inciertos, pero su objetivo es el precipicio, no nos engañemos, y ante eso, o reaccionamos o seremos arrastrados

Foto: El presidente Carles Puigdemont y la política de la CUP Anna Gabriel. (Reuters)
El presidente Carles Puigdemont y la política de la CUP Anna Gabriel. (Reuters)

Lo de este martes en el Parlament no empezó, ni obviamente terminó, en el Parlament. Para empezar, el del martes era el primer pleno que celebraba el Parlament desde que hace aproximadamente un mes el Gobierno de la Generalitat y sus cómplices cuperos decidieran, sin más explicaciones, cerrarlo. Este martes, si se mantuvo la presencia de letrados del Parlament o del Consejo de Garantías Estatutarias, fue por puro postureo, porque ya hace un mes este Gobierno les dejó clara su condición de mero atrezo mientras celebraban entre bancadas vacías su enésimo desafío al marco legal que nos hemos dado todos los españoles.

Entre aquel pleno y el pleno que vivimos este martes, ha pasado un mes. En este mes, no ha habido plenos, simple y llanamente porque no han querido. Se han saltado todas las normas que podían saltarse, el Reglamento de la Cámara, el Estatuto de Autonomía, la Constitución española. En este último mes se ha producido un conato de votación con urnas de palo y datos personales reales. Ha tenido lugar el mayor éxodo de riqueza y huida de capitales que se recuerde entre autonomías, se han visto colas a las puertas de los bancos para recuperar depósitos, filas de personas a buen seguro perfectamente plurales. En esta última semana, una mayoría silenciada, amordazada por un ambiente enrarecido, asfixiante y uniformista, decidió salir de sus casas a las calles de Barcelona, que no son las calles de los Balcanes en 1990, aunque a alguno en su cerrazón le haya dado por imitar a Tudjman o Milosevic. Y aquello también era pueblo catalán.

Ni la fractura social, ni el súbito empobrecimiento de sus balanzas económicas, ni el rechazo unánime de la comunidad internacional han sido suficientes

En Cataluña se ha perdido mucho en este mes que cabría en un año y en el que se ha retrocedido décadas, pero este mes, esta manera de hacer que ha hecho despertar a una realidad a todo un país, esta extraña y arrogante inmunidad con la que parecen conducirse los líderes del 'procés', solo puede explicarse por años y años de normalización de una estrategia de división y señalamiento perpetrada en una sociedad hoy enfrentada. Una sociedad en la que las familias empezaron eludiendo 'el tema' y han acabado eludiéndose unos a otros, en la que se han normalizado el señalamiento y la sistemática discriminación por razón de adhesión al pensamiento único, por la confección de listas de buenos y malos y, en definitiva, por todo aquello que pensábamos que nunca volvería a producirse.

Ni la fractura social, ni el súbito empobrecimiento de sus balanzas económicas, ni el rechazo unánime de la comunidad internacional han sido suficientes para contener el salto al vacío, porque lo que vimos el martes fue una DUI, lo miremos como lo miremos, a cámara lenta, a plazos, poco solemne, apresurada, casi como de mero trámite, pero una DUI. El Sr. Puigdemont está dispuesto a saltar seguido de su ejército de lemmings, puede darle al 'pause' una semana, o dos, o tres meses, quién sabe. Prolongará la tensión fría de estos últimos días inciertos, pero su objetivo es el precipicio, no nos engañemos. Y, ante eso, o por fin reaccionamos o estaremos permitiendo que muchos sean injustamente arrastrados.

Lo de este martes en el Parlament no empezó, ni obviamente terminó, en el Parlament. Para empezar, el del martes era el primer pleno que celebraba el Parlament desde que hace aproximadamente un mes el Gobierno de la Generalitat y sus cómplices cuperos decidieran, sin más explicaciones, cerrarlo. Este martes, si se mantuvo la presencia de letrados del Parlament o del Consejo de Garantías Estatutarias, fue por puro postureo, porque ya hace un mes este Gobierno les dejó clara su condición de mero atrezo mientras celebraban entre bancadas vacías su enésimo desafío al marco legal que nos hemos dado todos los españoles.

Cataluña Carles Puigdemont