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Barcelona, un alivio para una candidata de tapadillo
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Begoña Villacís

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Barcelona, un alivio para una candidata de tapadillo

La Agencia Europea del Medicamento no solo no ha venido a España, sino que Barcelona fue descartada en primera ronda, incapaz de competir pese a la solidez de su candidatura

Foto: Imagen de archivo de la Torre Agbar en Barcelona. (Reuters)
Imagen de archivo de la Torre Agbar en Barcelona. (Reuters)

España no estuvo presente en el origen de la ONU y también llegó tarde al germen de las comunidades europeas; por eso tenemos un déficit de sedes de organismos internacionales, cuyo número no se corresponde con la potencia de un país moderno, hiperconectado, con unas infraestructuras que nada tienen que ver con aquella España de carreteras comarcales que se subía entonces a aquel vagón de cola de Europa.

Si a ese déficit que nos reconocen nuestros vecinos le añadimos que una encuesta de principios de año entre los trabajadores de la Agencia Europea del Medicamento indicaba su preferencia por Barcelona como nuevo destino laboral, pues seguro que ustedes comparten mi decepción al ver que no solo es que la sede no haya venido a España, es que Barcelona fue descartada en primera ronda, incapaz de competir pese a la solidez de su candidatura; pero con lo que no contaban el resto de los candidatos, ni imaginábamos el resto, fue con el factor de desinterés de aquellos que tenían el deber de apostar por Barcelona

[Colau y la Generalitat boicotearon la candidatura de Barcelona a la EMA]

Colau y Puigdemont aparecían en los documentos de apoyo a la candidatura editados por el Gobierno de España. Sin embargo, ha sido leyendo este diario cuando hemos conocido que ese apoyo fue más ficticio que otra cosa. Leemos en este diario que “a las bases de Barcelona en Comú no les parecía una prioridad” y desde luego la alcaldesa no se volcó con el tema, ni aprovechó el caos del ahora cesado Gobierno catalán para liderar la cuestión. De hecho, la Sra. Colau, tan omnipresente para otras cuestiones, no tuvo a bien apoyar con su asistencia una sola de las reuniones concertadas a tal fin. Un apoyo de tapadillo y perfil bajo que ha sido convenientemente compensado con un descarte rápido y aséptico, a buen seguro aplaudido por gran parte de sus bases, especialmente por aquellos que lo que sí promueven activamente es la 'desmedicalización' y las terapias alternativas.

Hoy todos sabemos que el descarte era, en realidad, un autodescarte, recibido en forma de alivio por parte de quienes lideran una de las ciudades más importantes del Mediterráneo. Lo que quizá no sepa el lector es que el Gobierno de Manuela Carmena también evitó a Madrid la posibilidad de convertirse en la sede de la Autoridad Bancaria Europea al votar en contra de la iniciativa de Ciudadanos a elevarla como candidata. Un voto en contra y asunto zanjado.

Un 'autodescarte' recibido en forma de alivio por parte de quienes lideran una de las ciudades más importantes del Mediterráneo

En Europa andan pensando que por aquí atamos perros con longanizas de lo sobrados que vamos, no creo que comprendan que tenemos gobiernos conscientes de que su rédito político lo sacan de otra parte.

Colau y Carmena están en otra perspectiva: situarse fuera del mundo y pensar que las cosas llegan solas y sin esfuerzo, lo que por cierto es el conservadurismo extremo —la antítesis del progresismo—. Dejan entrever su falta de libertad, sus servidumbres a una infinidad de grupos y grupúsculos que las llevaron a la alcaldía y que por cierto suelen estar muy alejados del interés general, de la preocupación del ciudadano medio.

No ser conscientes de esa competencia global en este siglo XXI, el siglo de las ciudades, y no desarrollar nuestras capacidades para esa inevitable competencia es detener Madrid, es detener Barcelona. Bordea la irresponsabilidad. Es detener nuestro desarrollo y el de todo el país. Mientras, el resto del mundo no está quieto, créanme. Y aquí, día a día, estamos perdiendo oportunidades.

España no estuvo presente en el origen de la ONU y también llegó tarde al germen de las comunidades europeas; por eso tenemos un déficit de sedes de organismos internacionales, cuyo número no se corresponde con la potencia de un país moderno, hiperconectado, con unas infraestructuras que nada tienen que ver con aquella España de carreteras comarcales que se subía entonces a aquel vagón de cola de Europa.

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